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Sunday, September 8, 2013

El horror: las manos amputadas del Congo

El siglo veinte tiene el dudoso honor de haber sido testigo de dos guerras mundiales y varios genocidios. Su mismo nacimiento tuvo lugar mientras se desarrollaba uno de los más terribles y poco recordados: invisibles para el mundo civilizado, millones de personas fueron asesinadas o desplazadas en un proceso que dejó despobladas extensas zonas en el corazón de África.

Este genocidio no fue causado por guerras, odios tribales o enfrentamientos religiosos, sino por pura y simple codicia. La devastadora avaricia del hombre blanco dispuesto a cobrarse cuantas vidas fueran necesarias para engordar un poco más su cuenta de beneficios, en un expolio que mostraría la verdadera imagen de quien hasta ese momento había sido considerado como ejemplo de filantropía.


Un país convertido en negocio 

 

Leopold II of Belgium
Leopoldo II de Bélgica (Pulsar sobre
las fotografías para acceder a las fuentes).
La Conferencia para el África Occidental que se clausuró en Berlín en 1885 supuso el nacimiento de una anomalía histórica: en sus conclusiones las potencias acordaban ceder la mayor parte de África central a un ente abstracto, la recién creada Asociación Internacional de África, con la condición de que dedicase su administración a luchar contra el comercio de esclavos y establecer una zona de libre comercio. Era notorio que la Asociación Internacional de África no era más que un eufemismo tras el que se escondía el rey Leopoldo II de Bélgica. Su reconocimiento era el colofón a una década de esfuerzos en la que el monarca había sabido utilizar con maestría la desconfianza entre las distintas potencias hasta lograr su sueño de ser coronado rey soberano de un Estado Libre del Congo que él mismo había inventado.

Si Leopoldo II había logrado llegar hasta ahí fue gracias a la combinación de una mente excepcionalmente dotada para la intriga junto con una de las mayores fortunas personales de Europa. Una fortuna que empezaba a dar muestras de agotamiento. El rey estaba descubriendo algo que pronto aprenderían el resto de países que participaron en el reparto de África: por muy promisorios que parecieran los nuevos territorios el coste de establecer una nueva administración (funcionarios, caminos, puentes, puestos militares...) superaría durante muchos años los posibles beneficios.

Latex dripping
Extracción del látex.
El rey se vio obligado a solicitar créditos cada vez mayores en un camino imparable hacia la bancarrota cuando, como si de una obra de ficción se tratase, su salvación apareció en el último momento de manera totalmente inesperada. En 1891 Édouard Michelin patentó un nuevo modelo de neumático que desató una auténtica fiebre del caucho, un material que se extraía a partir de la savia de ciertas especies de plantas, algunas de las cuales se encontraban fácilmente en la cuenca del Congo.

Leopoldo II vio en el caucho la oportunidad de recuperar su maltrecha fortuna. Para eliminar posibles competidores promulgó un edicto por el que el Estado pasaba a ser propietario de todos los recursos en su territorio, prohibiendo su venta salvo al propio Estado y a los precios que éste fijase. Todo el país se convertía así en un gigantesco monopolio con sus ciudadanos reducidos a la categoría de trabajadores forzosos.


La medida desató una oleada de críticas a nivel internacional. Pero no debidas a que el decreto redujera prácticamente a la esclavitud a los 20 millones de habitantes del Estado Libre del Congo, sino por atentar contra el libre mercado y los intereses de numerosas compañías europeas y de EEUU.

La solución de Leopoldo II fue dividir al país en tres. Las zonas en disputa o aún poco exploradas se consideraron como zonas abiertas el comercio. Otra parte se lo reservó Leopoldo II como propiedad personal. Y el territorio restante se parceló en concesiones asignadas a empresas internacionales, que deberían ceder parte de sus beneficios al Estado.

Map of the Congo Territories—Under the personal rule of King Leopold II
Mapa del Estado Libre del Congo realizado por E.D. Morel, uno de los más activos luchadores en defensa de la población del Congo. En él aparecen sombreados el dominio de la corona junto con el territorio asignado a las principales empresas concesionarias.

El sistema se convirtió en un éxito económico. Leopoldo II no sólo recuperó sus inversiones, sino que los beneficios le permitieron embarcarse en un ambicioso programa de obras públicas con el que se ganó el corazón de los belgas. Grandes avenidas, palacios o jardines se financiarion con el dinero del caucho, en un gigantesco ejercicio de propaganda que cimentó su leyenda de hombre prudente y generoso, volcado en civilizar las lejanas tierras salvajes.

Hasta que poco a poco empezó a escucharse una historia alternativa de lo que estaba sucediendo en el Congo. Relatos que hablaban de esclavitud y brutalidad, de aldeas quemadas y ejecuciones arbitrarias.

El lugar donde estas historias tuvieron más repercusión fue Gran Bretaña, donde la presión de la opinión pública forzó al gobierno de Su Majestad a averiguar qué había de verdad en ellas. En 1903 ordenó en secreto a su cónsul en la desembocadura del Congo que se embarcara en una misión de reconocimiento río arriba. Su nombre era Roger Casement, y su apellido quedaría en adelante asociado al informe que mostró al mundo el horror que estaba devorando el corazón de África.



El horror

“No nos pagan. No nos dan nada (…) Solía llevarnos 10 días conseguir las 20 cestas de caucho (estábamos siempre en el bosque buscando las plantas de caucho, sin comida, y nuestras mujeres tenían que dejar de cultivar los campos y huertos). Entonces sufríamos hambre. Bestias salvajes (leopardos) nos mataban mientras que trabajábamos en el interior del bosque y otros se perdían o morían por la exposición o el hambre y rogábamos al hombre blanco que nos dejara en paz, diciendo que no podíamos conseguir más caucho, pero el hombre blanco y sus soldados decían: id. Sólo sois bestias. Sólo sois Nyama (carne). Lo intentábamos, yendo cada vez más profundo del bosque, y cuando no lo conseguíamos y teníamos poco caucho, los soldados venían a nuestros pueblos y nos mataban. A muchos les disparaban, a algunos les cortaban las orejas; a otros les ataban con cuerdas alrededor del cuello y del cuerpo y se los llevaban.”

“-¿Cómo sabes si era el hombre blanco quien mandaba a los soldados? ¿No podía ser cosa de los soldados? -No, no, a veces llevábamos caucho a los puestos del hombre blanco (…) cuando no era suficiente el hombre blanco nos ponía en fila, uno detrás de otro, y disparaba a través de nuestros cuerpos.”

Conforme se adentraba en las regiones productoras de caucho Casement empezó a descubrir el lado oscuro del milagro económico del Congo. Cada aldea tenía asignada una cuota de caucho; no alcanzarla podía significar desde el asesinato de algunos de sus miembros hasta que se prendiera fuego a todo el poblado. Las exigencias cada vez mayores condenaban a sus habitantes al hambre al no tener tiempo para conseguir alimentos. Y aunque lograran cumplir su cuota no estaban libres de que los soldados llegaran por sorpresa para llevarse a los hombres a trabajos forzados, saqueando la aldea y condenando a las mujeres y niños supervivientes a morir de hambre. La región de Bolobo había pasado de tener 40.000 habitantes a poco más de 1.000, mientras que en otra zona los misioneros calculaban hasta 6.000 muertos y desparecidos en sólo seis meses:

“...pueblos enteros y distritos que conocía muy bien y había visitado como comunidades florecientes en 1887 están ahora deshabitados; otras reducidas a un puñado de criaturas enfermas o acosadas que dicen del gobierno: ‘¿El hombre blanco no va a volverse a su casa nunca? ¿Es que esto va a durar para siempre?’”.

Casement estaba recorriendo un país devastado por la codicia de las empresas concesionarias. En la anglo-belga Abir los encargados eran contratados durante dos años con un sueldo bajo que se complementaba con un plus en función de la producción (o se reducía si no cumplían unas cuotas que no dejaban de aumentar). Para cumplir sus objetivos el Estado les había concedido permiso para usar a los nativos como mano de obra y el derecho a ejercer como policías en su territorio. Estos privilegios se ejercían sin ningún tipo de remordimiento, permitiendo que los directores de Abir presumieran de sus grandes beneficios: “Tal resultado quizás no tenga precedente en los anales de nuestras compañías industriales”.

Establecida en el Congo en 1900 con un contrato de treinta años, a Abir le bastaron seis para arrasar con todas las plantas de caucho de su concesión, un territorio de cuatro veces el tamaño de Bélgica. La presión cumplir sus cuotas hacía que los nativos cortasen las plantas para hervirlas y extraer su savia lo más rápidamente posible. Cuando llegaba el siguiente relevo se encontraba con la región devastada y tenía que ampliar su radio de acción, buscando a más trabajadores y obligándolos a adentrarse aún más en la selva para buscar nuevas plantas. A diferencia de la política del otro gran productor de caucho, Brasil, en el Congo no se llevaron a cabo plantaciones que aseguraran el suministro futuro. Ésta era una inversión a largo plazo y nadie estaba dispuesto a trabajar para el que viniera detrás.

MutilatedChildrenFromCongo
Supervivientes con las manos amputadas.
El informe Casement se hizo público en febrero de 1904, golpeando con fuerza en la conciencia de los británicos. La noticia saltó a los diarios, ayudada por las primeras fotografías de las vejaciones que sufrían sus habitantes. Lo que más repulsión causó fueron las imágenes de supervivientes con las manos amputadas: para asegurarse de que no desperdiciaban cartuchos algunos encargados de concesiones hacían que sus soldados nativos les llevaran las manos cortadas de aquellos a quién asesinaban, cosa que hacían sin preocuparse de si su víctima estaba aún viva. Según escribió un misionero baptista a The Times:

“Helaba la sangre verlos [los soldados] volver con las manos de los muertos, y encontrar manos de niños pequeños entre las más grandes demostraba su valor (…) El caucho de este distrito ha costado cientos de vidas, y las escenas de las que he sido testigo, siendo incapaz de ayudar a los oprimidos, han sido suficientes para hacerme casi desear estar muerto.”

Que los misioneros se atrevieran a denunciar la situación fue otro duro golpe para el prestigio de Leopoldo II, que hasta entonces había usado su silencio calificar las denuncias como rumores esparcidos por competidores comerciales. Costó mucho que empezaran a hablar, y sólo se decidieron a ello los protestantes. Los misioneros católicos mantuvieron un obstinado silencio, aunque con el tiempo se conocería que habían elevado numerosos informes que habían sido ignorados por sus superiores, controlados por Leopoldo II. El rey llegó a intentar usar las denuncias de los misioneros protestantes a su favor, como prueba de un supuesto complot financiado por comerciantes británicos para hacerse con el control del Congo y expulsar de allí a los católicos. 


La solución belga


Pese al revuelo que supuso la publicación del informe Casement Leopoldo II aún tenía margen para no alarmarse. Frente a las voces que propugnaban arrebatarle la administración del Estado Libre del Congo (otorgada bajo la condición de que combatiera la esclavitud y defendiera el libre comercio), la situación internacional jugaba a su favor. Francia había copiado el modelo de concesiones en su parte del Congo y no tenía ningún interés en actuar en su contra. La principal amenaza al sistema venía por parte de Gran Bretaña, pero la presión de su opinión pública no era suficiente para que el gobierno británico se atreviese a hacer nada que contrariase a Francia, que acababa de convertirse en su aliada. O a Alemania, que había interpretado la entente franco-británica como un movimiento en su contra, en un movimiento que presagiaba la I Guerra Mundial. Además Alemania temía que la expulsión de Leopoldo II del Congo fuera seguida por la anexión del territorio por Francia.

Punch congo rubber cartoon
Leopoldo II en una ilustración de la época,
caracterizado como una serpiente enredada alrededor
de un recolector de caucho.
Ante las cautelas de las potencias europeas para no alterar el juego de equilibrios, el empujón que desestabilizó la diplomacia de Leopoldo II vino del otro lado del Atlántico. A pesar de que allí también existían asociaciones dedicadas a denunciar la situación en el Estado Libre, el rey seguía manteniendo una buena reputación en EEUU y contaba con el apoyo de su gobierno. Una fama que se desvaneció de repente cuando el que había sido su agente en aquel país, en venganza por su despido, se decidió a contar las maniobras que había llevado a cabo en nombre del rey.

Lo que no habían conseguido los relatos de las atrocidades de las concesiones lo hizo el descubrimiento de cómo el dinero extranjero se había empleado para sobornar a las más altas instituciones del estado. La indignación se desató. Muchos defensores del rey (incluyendo al escritor Mark Twain) cambiaron de bando al tiempo que EEUU se ponía a la cabeza de la denuncia de la situación en el Congo.

La presión acabó llegando hasta la propia Bélgica, pero Leopoldo II continuaba aferrándose a su condición de rey soberano del Congo: “Mis derechos sobre el Congo no pueden compartirse” escribía en una desafiante carta dedicada a la nación en 1906. Su última línea de defensa era que ninguna potencia asumiría el riesgo de que una competidora aprovechara el vacío de poder para hacerse con el territorio. Para neutralizar este temor se negoció la solución belga: Leopoldo II renunciaría a sus derechos en favor de Bélgica, con la promesa de reformar el sistema de concesiones.

Pero no fue hasta que el gobierno belga le ofreció seguir pagándole una parte de los beneficios de Estado Libre que el rey aceptó renunciar a su corona africana. A pesar de ello las denuncias de que el monarca seguía moviendo los hilos del Congo en la sombra no cesaron hasta que al año siguiente, en diciembre de 1909, Leopoldo II fallecía a los setenta y cuatro años de edad.

Desaparecía un conspirador avezado, un político brillante, un gran filántropo o un déspota con las manos manchadas de sangre. Todas esas caras había mostrado quien había sabido manejar a su antojo las rivalidades de las potencias de la época. Fue el primero en apostar por el dominio de África. Cuando puso en marcha sus planes el dominio europeo se reducía a franjas costeras dispersas; a su muerte apenas quedaban regiones que mantuvieran su independencia.

Leopoldo II convirtió todo un país en una gigantesca empresa en la que los beneficios estaban por encima del bienestar o la vida de sus trabajadores. Aunque los datos no son fiables, se estima que antes de la llegada del hombre blanco el territorio del Estado Libre del Congo albergaba unos veinte millones de habitantes. Un censo de 1911 bajó esta cifra hasta ocho millones y medio, el resto había sido asesinada, muerto de hambre o huido del país.

En los años posteriores el caucho fue reemplazado por la explotación de las enormes riquezas que albergaba el subsuelo del país. El Congo se convirtió en el principal productor de diamantes del mundo, y también salió de sus minas el uranio que utilizó EEUU para la bomba atómica de Hiroshima. Hoy en día también produce gran parte de los raros metales que requieren los modernos dispositivos móviles.

La administración belga mejoró las condiciones de vida en el país al tiempo que establecía un régimen de apartheid. A su marcha dejaron un país sumido en la inestabilidad, a la que contribuyeron en un intento de seguir controlando las regiones mineras, en la primera de una serie de intervenciones extranjeras que han jalonado desde entonces la historia del país. En el caso del Congo puede decirse que su mayor desgracia ha sido precisamente su abundante riqueza. 



Epílogo: el último viaje de Brazza


Las consecuencias del informe Casement no habían afectado sólo al prestigio del rey Leopoldo II. En Francia surgió un movimiento que miraba con preocupación hacia su propia orilla del Congo. La gota que colmó el vaso fue el escándalo que desató la detención de dos jóvenes franceses acusados de torturar y asesinar a varios nativos. El gobierno se vio obligado a anunciar una investigación que pusiera a salvo el buen nombre de la República.

Era esta una difícil papeleta. En ningún momento el gobierno francés dudaba que una investigación sobre el comportamiento de las concesiones en sus territorios ecuatoriales podía resultar tan devastadora como había sido el informe Casement. Pero desde su punto de vista este trato a los nativos era algo que podía tolerarse si su producción lograba detener la sangría de fondos que el Congo había supuesto para el tesoro nacional.

Así que debía ser una investigación que no investigara, una pantomima que permitiera acallar las críticas sin exponer el sistema. Pero al mismo tiempo debía resultar lo bastante convincente tanto de cara a sus electores como para mantener el prestigio de Francia como nación civilizadora. Enfrentados a este difícil dilema alguien tuvo lo que parecía una idea brillante: ¿y si se le ofrecía a Pierre de Brazza?

Brazza BNF Gallica
Brazza alrededor de 1880.
Pierre Savorgnan de Brazza era el explorador que había dado a Francia su porción del Congo, además de ser un reconocido defensor de los derechos de los nativos (para los estándares de su tiempo). Revestido de un aura de héroe romántico, de él se contaba que en su primer viaje a África había pagado por la liberación de un esclavo cuyos lamentos le habían despertado por la noche. Al día siguiente se congregó ante él una multitud de suplicantes, muchos mandados por sus propios amos que esperaban hacer negocio con la generosidad del hombre blanco. Entonces, en uno de los gestos teatrales que constituían su firma, Brazza señaló a una bandera francesa y anunció que como en Francia no se toleraba la esclavitud, todo el que tocase el mástil quedaría inmediatamente libre.

El explorador retirado parecía la peor elección si se pretendía evitar dañar el sistema de concesiones, salvo por un detalle: a sus cincuenta y cinco años Brazza estaba prematuramente envejecido. Los años de privaciones en la selva y los numerosos ataques de malaria y disentería habían arruinado su salud. Aún si aceptaba el encargo era dudoso que fuera capaz de llevar su investigación mucho más lejos de la capital.

Brazza desembarcó en Gabón el 29 de abril de 1905. Fue recibido entre muestras de alegría y respeto por parte de una población que no había olvidado a quien en numerosas ocasiones se había puesto de su lado frente a los poderes de la metrópoli. Durante ocho años había sido gobernador de los territorios franceses en África ecuatorial. En este tiempo había logrado granjearse la animadversión de los militares, disgustados por negativa a extender por la fuerza las fronteras de la colonia, del obispo, que le tenía por un libre pensador con pocas simpatías hacia su labor misionera, y de los comerciantes, indignados por su reluctancia a sancionar el trabajo forzado de los nativos. No es de extrañar que fuera destituido en 1898, en pleno boom del caucho, tras una dura campaña en la prensa francesa financiada en secreto por Leopoldo II.

Brazza pronto descubrió que su investigación no iba a ser en absoluto sencilla. Donde fuera que se dirigiese le precedían siempre las órdenes del gobernador de hacer desaparecer cualquier pista que pudiera resultar incriminatoria. Pero lo que pudo averiguar fue suficiente para revelarle la vuelta del trabajo forzado y los latigazos que había evitado en su etapa de gobernador.

Brazza2
Brazza en 1895.

Esto no hizo más que reafirmar su intención de viajar al corazón del territorio de las concesiones, en un extenuante viaje de 2800 kilómetros por territorio salvaje. Lo que encontró no hizo más que confirmar sus peores temores: regiones abandonadas o alzadas en armas, testimonios de ejecuciones arbitrarias, esclavitud, de expediciones de castigo y pueblos masacrados. En Bangui le enseñaron una choza donde el administrador local había encerrado a sesenta y ocho mujeres y niños para forzar a los hombres a trabajar. Sólo sobrevivieron once, rescatados por un joven doctor que había escuchado sus lamentos. El resto murieron por sofocación y hambre.

Los testimonios se convirtieron en una repetición de los horrores del informe Casement. Y si Casement había tenido episodios de rabia y desesperación al descubrir el trato a los nativos, ¿qué no habría de sentir aquel que había sido el responsable de su incorporación a Francia? Brazza estaba recorriendo territorios que había conocido veinte años atrás como comunidades prósperas, que le habían invitado a compartir su comida y a los que había convencido para que firmaran tratados que les pondrían bajo la protección del hombre blanco. Ahora los poblados estaban vacíos, y sus escasos habitantes corrían a esconderse en la espesura a su paso por temor a ese mismo hombre blanco.

Cuando Brazza regresó a la ciudad que llevaba su nombre estaba hundido físicamente, agotado por el duro viaje y los ataques de disentería. Sólo su voluntad de denunciar al mundo lo que había visto le mantenía en marcha. El 29 de agosto de 1905 Brazza recorría con dificultad el camino hacía el vapor que había de llevarlo de vuelta a Francia. Este sería su último viaje.

El 14 de septiembre falleció en Dakar, donde habían desembarcado al empeorar su salud. Con él murió un pedazo de la historia, un hombre de otra época, en la que África era aún un territorio virgen por explorar en nombre de las tres Cs que había popularizado Livingstone: civilización, comercio y cristianismo. Un soñador que había creído realmente que Europa podía ofrecer a los pueblos de África un futuro mejor.

Su cadáver fue recibido en Francia con honores de héroe y se le tributó un funeral de estado. Paradójicamente su muerte sirvió para ocultar el resultado de su misión. Los mismos que le pusieron como ejemplo de la “justicia y humanidad que son la gloria de Francia” se encargaron de que su informe fuese enterrado junto con su cuerpo. El sistema de concesiones continuaría sin cambios durante varias décadas, auspiciado por la misma nación que hacía alarde de libertad y fraternidad.



Entradas relacionadas: 

Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

Tuesday, July 2, 2013

De cómo Leopoldo II se hizo con el corazón de África

Reparto colonial de África en 1914
Reparto colonial de África en 1914.
Imagen tomada de How Stuff Works.
Mirad un momento el mapa de la derecha. Los colores indican el reparto de África por las potencias europeas justo antes de la I Guerra Mundial. Predominan el rosa y el verde de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, junto algunos toques de amarillo (Alemania), verde oscuro (Portugal) y otros colores menos importantes.

Y en pleno corazón de África nos encontramos con una anomalía, una mancha de color marrón claro que ocupa gran parte de África central y que, según la leyenda, corresponde a Bélgica. Una de las zonas más ricas del continente en manos de un país de segunda fila.

Pero esto, aunque extraño, no es lo más curioso. Lo realmente sorprendente es en su origen el gobierno de este inmenso territorio no correspondía a Bélgica como país. Durante años el Congo fue la posesión de una única persona, una finca de miles de kilómetros cuadrados que gobernaba sin dar cuentas a nadie.

Esta es la historia de cómo esta anomalía se hizo posible y cómo el rey Leopoldo II de Bélgica logró engañar y manejar a los mayores poderes de su época hasta hacerse con el corazón de África central.



Un empate aparente


Mapa de la presencia europea en África en 1880
La presencia directa europea en África en 1880
era escasa y no había interés por aumentarla. (fuente).
Aunque pueda resultar difícil de creer tras el ver mapa anterior, tan sólo treinta años antes casi todo el África subsahariana era aún territorio inexplorado. La grandes potencias europeas tenían otras preocupaciones y eran otros los escenarios donde se disputaban la supremacía. Entre los pocos que eran conscientes del potencial que escondía el interior del continente se encontraba Leopoldo II, rey de una Bélgica que había alcanzado hacía poco su independencia.

Para no levantar las suspicacias de sus poderosos vecinos, Leopoldo II se sacó de la manga una filantrópica Asociación Internacional Africana (AIA) con la misión de expandir la civilización y combatir el comercio de esclavos. La asociación fue todo un éxito y bajo su coartada envió una expedición con el verdadero objetivo de hacerse con los derechos exclusivos de comercio en la cuenca del río Congo, que se creía llena de riquezas. Sin embargo la expedición acabó en una desagradable sorpresa al llegar a su destino y encontrarse ondeando allí una bandera de Francia (para una descripción más detallada de los acontecimientos visitad mi anterior entrada: La gran carrera por el Congo).

Así que la situación en 1882 era de un aparente empate. Los franceses habían firmado acuerdos exclusivos de comercio con las tribus de la orilla norte del lago Malebo (entonces lago Stanley), mientras que la expedición de Leopoldo II hacía lo mismo con las tribus del sur. El lago Stanley era la pieza clave para dominar África central. Desde él hasta la desembocadura del Congo discurren 250 kilómetros llenos de rápidos y cataratas. Pero en dirección hacia la fuente del río se abren miles de kilómetros navegables que convertían al Congo y sus afluentes en la única ruta viable para explotar las riquezas del interior.

Leopoldo II tenía un punto importante a su favor, y otro aún mayor en contra. Por el lado positivo contaba con que el jefe de la expedición francesa, Pierre Savorgnan de Brazza, había vuelto a Francia dejando su campamento (que luego se convertiría en Brazzaville) en manos de sus subordinados senegaleses. Este vacío lo aprovechó Leopoldo II haciendo que su agente allí, el famoso explorador Henri Morton Stanley, para que se adentrara río arriba firmando cuantos tratados pudiera hasta hacerse con el control de la zona.

Pero esta aparente ventaja escondía también su principal debilidad. Los tratados que firmaba Stanley eran en nombre de una asociación (el gobierno belga había dejado muy claro que no quería saber nada de aquella aventura), y una asociación no puede hacer reclamaciones de soberanía. Mientras que si la asamblea francesa ratificaba los tratados firmados por Brazza y decidía intervenir en el territorio Leopoldo II no podría sino contemplar como le arrebataban todo lo que había logrado hasta entonces.

Sin embargo el rey estaba confiado: los tratados sólo tendrían valor tras ser ratificados en París. Y ahí estaba su gran fortuna dispuesta a comprar cuantos hombres y voluntades fueran necesarios para evitarlo.


Un héroe para Francia


El 1882 Brazza llegaba a Europa en un vapor que cubría la ruta comercial entre Gabón y Liverpool. Agotado tras un viaje de dos años y medio por el interior de África, sufriendo de malaria y sin una moneda en el bolsillo, se dirigió al cónsul francés en la ciudad. Éste telegrafió al Ministerio de Marina pidiendo instrucciones. La respuesta fue: "Urge pague pasaje para repatriar a Brazza del modo más barato posible".

¿Esa era la forma que tenía Francia de recompensar a quién había llevado su bandera por territorios inexplorados? Aunque pudiera parecer un recibimiento duro tampoco podía decirse que fuera inesperado. Había muchos en el gobierno de su país que consideraban su gesta como un gasto inútil de recursos en una zona del mundo de nulo interés estratégico. Si Brazza había logrado poner en marcha su expedición había sido gracias a las poderosas influencias de su familia, y había quien aún le guardaba rencor por ello.

Leopoldo II era consciente de ello y pensaba explotarlo para impedir que se ratificara el tratado. Contaba con agentes en el país y dinero para sufragar campañas y comprar conciencias. Pero en sus cálculos no entró una variable que resultó decisiva: el propio Brazza y como su encanto le permitió convertirse en el héroe por el que Francia llevaba tiempo suspirando.

Pierre Savornang de Brazza
Pierre Savornang de Brazza fotografiado
por Paul Nadar (fuente).
Los franceses aún no habían tenido tiempo de recuperarse de la humillación sufrida once años antes una  naciente Alemania. Entonces no sólo habían perdido parte de su territorio, sino también su orgullo de gran potencia. Y entonces aparece un joven y atractivo explorador, que con un exótico acento italiano empezó a dar conferencias sobre cómo había llevado los ideales de la República al interior del continente negro, liberando esclavos y extendiendo la civilización para mayor gloria de Francia. Todo ello al tiempo que adelantaba y humillaba a la expedición comandada por un pérfido inglés. 

Que Stanley fuera estadounidense de adopción y que la expedición estuviera pagada con dinero belga era secundario, lo importante para Francia era que al fin tenía un héroe del que enorgullecerse y una noble misión que la ponía a la vanguardia de las naciones civilizadas. Y luego estaba el detalle de todas esas riquezas, oportunamente exageradas por un exultante Brazza, esperando a ser explotadas, claro.

Sin que sus protagonistas fueran conscientes, en este momento se estaba produciendo un cambio que tendría enormes consecuencias para la historia de ambos continentes. Por primera vez la población de un país europeo volvía su vista hacia el África subsahariana para verla no sólo como una tierra de oportunidades, sino como un lugar donde probar su estatus de gran potencia.

A Leopoldo II no le quedó más que contemplar impotente como la asamblea francesa ratificaba en octubre de 1882 el tratado que consagraba la penetración francesa en el Congo. Lo que no sabía es que este era sólo el primer paso en un conflicto que acabaría enfrentándole a las principales potencias de la época.


Leopoldo II contra todos


El impacto de la ratificación del tratado que plantaba la bandera francesa en el interior de África central fue extendiéndose por las cancillerías europeas. Pero el lugar donde fue recibido con mayores suspicacias fue en la mayor potencia marítima y comercial de la época.

Hasta entonces Gran Bretaña había seguido una política basada en la penetración económica sin dominio directo, con barcos británicos comerciando a lo largo de las costas de África. Y si había alguna tribu local que no estaba dispuesta a reconocer los beneficios del libre comercio siempre se podía enviar un barco de guerra para ayudarle a reconsiderar su postura. Así todos ganaban: la industria británica tenían otro mercado, aunque secundario, para sus productos, y la corona no tenía necesidad de embarcarse en costosas aventuras coloniales.

Pero en este beneficioso esquema había lugares donde los comerciantes ingleses no eran tan bien recibidos. Por ejemplo, aquellos donde ondeaba la bandera francesa, una de las administraciones más proteccionistas de la época.

Que unos enemigos declarados del libre comercio (léase el comercio inglés) pudieran hacerse con el control de las supuestas riquezas de la cuenca del Congo era una situación intolerable. Su reacción fue apoyar la reivindicación de Portugal sobre las tierras a ambos lados de la desembocadura del Congo. Reinvindicación que los mismos ingleses habían estado ninguneando durante más de medio siglo, todo sea dicho.

El tratado negociado con Portugal garantizaba a los comerciantes británicos el libre acceso a la desembocadura del Congo, desde donde podían intentar contrarrestar la influencia francesa. Pero para Leopoldo II significaba arrebatarle su única salida al mar, condenando toda la empresa al fracaso.

Los franceses reaccionaron a la injerencia británica con una búsqueda de alianzas que los echó en brazos de la que hasta entonces había sido su enemiga, una Alemania deseosa de cerrar las heridas de la guerra y que empezaba a contemplar la posibilidad de reclamar su parte en el reparto de África.

En sólo cuatro años la cuenca del Congo había pasado de ser un territorio ignorado por todos a convertirse en motivo de enfrentamiento entre las potencias europeas. Atrapado en medio quedaba el proyecto de Leopoldo II, el primero en apostar por la región y que ahora corría el riesgo de perder las cuantiosas inversiones realizadas hasta entonces.

Había de ser en estos difíciles momentos cuando el rey belga se revelaría como un prodigioso político, un intrigante avezado que lograría volver a unos contra otros haciendo realidad lo que en ese momento parecía imposible.


Un país inventado: el Estado Libre del Congo


La primera jugada maestra de Leopoldo II había sido crear una asociación filantrópica que recibió el aplauso del mundo y utilizarla para lograr acuerdos de comercio en su exclusivo beneficio. Ahora que esos acuerdos se habían vuelto inútiles recurrió a un nuevo golpe de efecto. Francia no podría reclamar la soberanía sobre la cuenca del Congo si allí existía ya un estado. En Bruselas, a más de seis mil kilómetros de lo que debía ser su territorio, nació el que sería el Estado Libre del Congo.

Bandera del Estado Libre del Congo
Bandera del Estado Libre del Congo, tomada
del antiguo reino de Congo en Angola (fuente).
Leopoldo II volvió a enviar a Stanley al Congo con instrucciones de conseguir nuevos tratados que cedieran la soberanía del territorio a la recién creada Asociación Internacional del Congo (AIC), que no era más que un eufemismo tras el que se ocultaba el propio rey. Pero para que un estado exista en algo más que sobre el papel necesita que el resto de naciones le acepten como tal. 

El primer reconocimiento vino del otro lado del Atlántico. Agentes de Leopoldo II presentaron la idea en EEUU jugando la que había de ser su mejor baza de ahí en adelante: el Estado Libre del Congo era la única forma de que las ricas tierras de la cuenca se abriesen al comercio internacional en lugar de convertirse en coto exclusivo de alguna nación europea. La AIC prometía a un mercado abierto a los productos estadounidenses, al tiempo que combatía el comercio de esclavos en el interior de África. Además el nuevo país contaría con una Constitutión que tomaría como ejemplo la de EEUU.

Los congresistas y senadores estadounidenses se dejaron convencer por las bellas palabras de los agentes de Leopoldo II y votaron el reconocimiento del nuevo estado en abril de 1884. En ningún momento del debate los representantes estadounidenses tuvieron claro que estaban votando a favor de la recién creada AIC en lugar de la filantrópica y realmente internacional Asociación Internacional de África a la que había sustituido.

Pero el mayor éxito del rey fue fruto de una genial jugada que descolocó al resto de gobiernos implicados. Francia estaba convencida de que el siguiente paso de Gran Bretaña, tras pactar con Portugal el acceso a la desembocadura del Congo, sería hacerse con los territorios en manos de la AIC. Así que el gobierno francés se puso en contacto con Leopoldo II ofreciéndose a respetar el territorio de la Asociación a cambio de que se comprometiera a no vendérselo a los británicos. Los franceses, como el resto de países implicados, consideraban inviable el proyecto del rey, que estaba devorando su fortuna personal obligándole a pedir créditos cada vez mayores para mantenerlo.

Leopoldo II vio una oportunidad y decidió subir la apuesta: a cambio de del reconocimiento del Estado Libre del Congo estaba dispuesto a cederle a Francia el derecho de adquisición preferente en caso de venta. El primer ministro francés se lanzó de cabeza sobre lo que consideró un negocio redondo, que de un plumazo le colocaba por delante de Gran Bretaña, Portugal e incluso Bélgica, que hasta entonces parecía la heredera natural. En abril de 1884 se firmaba el acuerdo. Sin embargo, lo que parecía una victoria de la diplomacia francesa en realidad suponía el principio del triunfo de Leopoldo.

Uno de los lugares donde más efecto causó la noticia fue en Gran Bretaña, donde se consideró casi como una traición por parte del rey belga. Sin embargo los agentes del rey se encargaron de dar la vuelta a la situación: si la alternativa al libre comercio que ofrecía el Estado Libre era la proteccionista Francia, ¿qué mejor para el comercio inglés que asegurarse de que el nuevo país no fracasara? Esto significaba dar marcha atrás en el apoyo a Portugal en la zona. Un apoyo que además contaba tanto con la oposición de las otras potencias como con una fuerte contestación interna: los comerciantes ingleses desconfiaban de un país con aún peor fama de proteccionista que Francia, y las sociedades abolicionistas no querían tratos con un gobierno que aún comerciaba con esclavos. Ambas campañas estaban generosamente financiadas por el propio rey belga.

Ante la presión exterior e interior el gobierno británico decidió no llevar al Parlamento la ratificación del tratado. El monarca había conseguido eliminar una de las principales amenazas a su proyecto, pero éste aún necesitaba superar dos escollos más antes de ser viable: fijar de sus fronteras y el reconocimiento de las dos potencias que aún no lo habían hecho: Gran Bretaña y Alemania
.


La conferencia de Berlín y el triunfo de Leopoldo II


En 1884 se celebró en Berlín una conferencia que debía servir para limar los roces que estaban surgiendo en Europa, principalmente entre Gran Bretaña, Francia y Alemania, a cuenta del incipiente reparto de África Occidental. Entre los dieciséis países invitados no se encontraba el Estado Libre del Congo, pero Leopoldo II contaba con la delegación belga y su red de agentes para manejar la reunión a su favor.

Conferencia de Berlín para el África Occidental 1884 (fuente)


Tan sólo una semana antes había logrado otra gran victoria: Alemania había reconocido al nuevo estado. De nuevo la clave estaba en el tratado de venta preferente a Francia. El canciller Bismarck no se fiaba del proteccionismo del que entonces era su aliado, así que exigió al rey que garantizase el acceso libre de los comerciantes alemanes a su territorio, y que en caso de venta esta condición debía estar reflejada en el contrato para el nuevo propietario. A cambio Bismarck le permitiría fijar las fronteras a su antojo.

Leopoldo vio la oportunidad y sobre el mapa de África trazó unas fronteras casi irreales que abarcaban la mayor parte del África central. A pesar de lo ambicioso de la propuesta Bismarck le dio el visto bueno. En realidad el canciller también dudaba que el nuevo estado llegara a ser viable, pero no podía dejar pasar la oportunidad de utilizarlo como una baza a la hora de negociar otros asuntos de más interés para su país.

Fue Bismarck el que presionó a los británicos para que reconocieran al Estado Libre del Congo como alternativa al dominio francés. En Londres tenían constancia de que la libertad comercial que propugnaba Leopoldo II no era más que una fachada, pero necesitaban de la neutralidad de Alemania y, de nuevo, cualquier cosa era mejor que Francia.

Todos estos movimientos habían descolocado al gobierno francés. De repente había pasado de pensar que habían hecho un gran acuerdo apostando por el fracaso de Leopoldo II a encontrarse con todas las demás potencias haciendo lo posible por que el nuevo estado fuera un éxito. Contraatacaron alegando que los tratados firmados por Brazza incluían no sólo la orilla norte del Congo, sino también la sur, incluyendo el territorio donde se encontraba Leopoldville, la capital del Estado Libre.

Pero aquí volvió a ponerse de relieve la habilidad del rey belga. Había encargado a Stanley firmar acuerdos con las tribus situadas a espaldas de la colonia francesa, rodeándola y aislándola de sus bases en Gabón. París tuvo que resignarse a abandonar sus pretensiones en la orilla sur del Congo a cambio de que Leopoldo les cediera este territorio.

Los franceses no se dieron por vencidos y se aliaron con Portugal para cerrarle la salida al mar al nuevo estado. Pero a estas alturas Bismarck ya estaba harto de las discusiones sobre el Congo. Presionó a Francia para que retirase su apoyo a Portugal y obligó a que estos llegaran un acuerdo para repartirse la desembocadura del río con Leopoldo.

A modo de final bufo, los portugueses reconocieron a Bismarck que su pueblo nunca admitiría el tratado a no ser que lo vendieran como una imposición. De acuerdo con los negociadores lusos Bismarck envió un ultimátum al gobierno portugués que pudo así hacer pasar el acuerdo ante su pueblo como algo inevitable.

Al terminar la conferencia nadie tenía dudas de quién había sido el gran beneficiado de la mesa. Leopoldo II había creado de la nada un nuevo estado en el corazón de África: más de dos mil kilómetros cuadrados, siete veces del tamaño de Bélgica, que le pertenecían en exclusiva.

Mapa actual de la República Democrática del Congo, heredera del Estado Libre del Congo (fuente). La orilla norte quedó en manos de Francia y se convertiría en la República del Congo. Las capitales de ambos estados, Kinshasa (antes Leopoldville) y Brazzaville, respectivamente, se construyeron sobre los campamentos que Stanley y Brazza levantaron a ambas orillas del río. Situado entre ambos países hay una pequeña porción de Angola, consecuencia del acuerdo al que llegaron Leopoldo II y Portugal al repartirse la desembocadura del río.


Epílogo


Leopoldo II se había destapado como uno de los grandes políticos de su tiempo logrando algo que había parecido imposible. Poco después se haría coronar como rey soberano del Congo y empezaría una carrera por recuperar las cuantiosas inversiones que había realizado. Pronto se arrancó la careta del libre comercio y se reveló como un monopolista aún más terrible que Francia, para estupor de aquellos que le habían apoyado.

Su ambición y las fuerzas que había contribuido a poner en marcha desembocaron en una carrera por el reparto de África cuyas consecuencias aún se dejan notar en nuestro días. Entre las más terribles fueron precisamente las que sufrieron los habitantes de este irónicamente llamado Estado Libre del Congo, que fueron víctimas de uno de los primeros genocidios del siglo XX provocado por la descarnada ambición del rey.

Aunque ya hablaremos más tranquilamente de esto en una próxima entrada que cerrará la trilogía dedicada al nacimiento del Congo: El horror: las manos amputadas del Congo.




Entradas relacionadas: 

Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

Sunday, June 16, 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
Pincha en la imagen para ver a tamaño completo.
En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.

Monday, May 16, 2011

Nada más que vender, las cartas sin respuesta de Alfonso I de Kongo

Cuando los portugueses llegaron por primera vez al lago Malebo, en la parte baja del río Congo, en 1483, encontraron una serie de prósperas comunidades bendecidas por una situación privilegiada, en la que se aunaban tierras fértiles con yacimientos minerales y la confluencia de varias rutas comerciales. Los habitantes de la zona se agrupaban en varios reinos, en el que ocupaba un papel preponderante el Reino de Kongo. Los portugueses, bien recibidos por los habitantes, supieron apreciar las grandes posibilidades de la zona, construyendo en posteriores visitas un fuerte de piedra entre las choza de barro de Mbanza Kongo, que serviría de base para comerciantes y misioneros.

Las élites de Kongo fueron receptivas a la evangelización y pronto empezaron las primeras conversiones, incluyendo al propio manikongo (rey), que fue bautizado con el nombre de João I en homenaje al entonces rey portugués João II. Aunque en la mayoría de las ocasiones esto no supusiera más que añadir nuevos elementos a las creencias tradicionales de los conversos, que sumaban los ritos cristianos a los propios, sí hubo al menos una conversión que pareció total y devota. Nzinga Mbemba, hijo del manikongo y bautizado como Alfonso en honor del heredero portugués, abrazó con fervor la fe cristiana y los modos europeos.

A la muerte de su padre en 1507, Alonso fue elegido como nuevo rey (el manikongo era un cargo electivo, no hereditario), tomando el nombre de Alfonso I de Kongo. Con ayuda portuguesa (aunque Alfonso afirmase que se debió a una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo que dio fuerzas a sus hombres) venció a su medio hermano que reunía a los descontentos de la influencia extranjera, y se lanzó a la misión de europeizar Kongo. Rebautizó su capital como San Salvador y construyó en ella iglesias para atraer misioneros que irradiaran hacia el resto del país. También se lanzó a un programa de construcción de escuelas, buscando alfabetizar a las élites del país, y mandó jóvenes nobles a educarse a Portugal, siendo uno de sus hijos el primer africano negro en ser nombrado obispo.

Escudo de armas que Alfonso I adoptó para el Reino
de Kongo,  simbolizando la intervención del Espíritu Santo
en la batalla que le llevó al trono (Wikipedia).

Al tiempo que trabajaba en el interior del país se dedicó también a extender sus fronteras, apoyándose en el superior armamento de mercenarios portugueses. Parecía que su sueño de crear una monarquía europea en el corazón de África iba camino de convertirse en realidad.

Pero la ayuda portuguesa no era desinteresada. Al margen de los motivos que hubieran guiado su política inicialmente, ahora los portugueses tenían una gran necesidad de un producto concreto y Alfonso debía suministrárselo si quería seguir contando con su favor.

En aquellos años Europa entera suspiraba por el azúcar. El gusto por lo dulce se había ido extendiendo por el continente desde que las cruzadas lo habían puesto en contacto con los productores asiáticos. Portugal estaba decidido a cubrir esa necesidad haciendo uso de sus recién conquistados territorios.

Uno de los lugares elegidos para el cultivo a gran escala fue la Isla de Santo Tomé. Los portugueses desplazaron a la isla un gran número de colonos, incluyendo a 2000 niños judíos arrebatados a sus padres durante la explusión, llegando a convertir la isla en el primer suministrador europeo de azúcar a principios del siglo S. XVI.

Pero este proyecto necesitaba de grandes cantidades de mano de obra; y aquí es donde entra en escena el rey Alfonso. Sus proyectos podrían contar con el apoyo portugués mientras a cambio les suministrase esclavos para sus plantaciones.


Kongo, al igual que la mayoría de las sociedades africanas, no era ajeno a la esclavitud. Aunque existía comercio de esclavos a través del Sahara o la costa este africana, los esclavos solían ser considerados más como bienes familiares que como objetos de comercio. Aquellos que, golpeados por las circunstancias o las cambiantes condiciones meteorológicas, quedaban desposeídos de recursos se ponían al servicio de quien pudiera alimentarlos, entrando a formar parte de su propiedad. Esto era visto como una muestra de estatus; quien tenía esclavos era porque era capaz de mantenerlos, y a su vez el trabajo esclavo permitía a sus propietarios aumentar sus recursos.

Pero una cosa era un comercio a pequeña escala, y otra las grandes necesidades que planteaban los portugueses. Alfonso I fue capaz de contentarlos al principio, obteniendo esclavos en sus conquistas o comerciando con sus vecinos. Pero tras un tiempo su proyecto empezó a hacer aguas. Su necesidad de artesanos y maestros europeos para configurar una administración a la europea no dejaba de crecer, pero cada vez eran menos los que acudían, y el clima y las enfermedades hacía que la mortalidad fuera alta entre los que lo hacían.

Transporte de esclavos en África. Grabado del S. XIX. Fuente Wikipedia Commons.



Poco a poco los misioneros fueron siendo sustituidos por negreros y comerciantes que buscaban explotar las riquezas del país actuando al margen de las leyes de Kongo. El rey Alfonso, que intentaba mantener el comercio de esclavos dentro de las prácticas tradicionales de su tierra, intentó oponerse sin éxito a las prácticas de los recién llegados, que contaban con la connivencia de hombres del rey. Hasta nuestros días ha llegando una serie de cartas enviadas a los reyes portugueses en las que el rey Alfonso expresa sus quejas a "su rey hermano". En una de ellas escribe:
Cada día los traficantes secuestran a nuestra gente, a los hijos de este país, los hijos de nuestros nobles y vasallos, incluso gente de nuestra propia familia. Esta corrupción y depravación está tan generalizada que nuestra tierra está totalmente despoblada. En este reino solamente necesitamos sacerdotes y maestros, ninguna mercancía salvo vino y harina para la misa. Es nuestro deseo que este Reino no ser un lugar para el comercio o el transporte de esclavos.

Muchos de nuestros súbditos persiguen con ansiedad las mercancías portuguesas que sus súbditos han traído a nuestros dominios. Para satisfacer este apetito exagerado, secuestran a muchos de nuestros negros libres, y los venden. Después de llevar a estos prisioneros [a la costa] en secreto o durante la noche, tan pronto como los cautivos están en manos de los hombres blancos, se los marca con un hierro al rojo vivo.
...y tan grande es, Señor, la corrupción y libertinaje que nuestro país está siendo completamente despoblado... Por ello le rogamos a Su Alteza que nos ayuda y asista en este asunto...

El rey portugués nunca tomó en consideración las cartas de Alfonso: entre sus intenciones no estaba frenar las acciones de los esclavistas y el rey Alfonso debía seguir haciendo lo posible para suministrar los esclavos necesarios si quería seguir contando con su apoyo. Al fin y al cabo, desde la óptica del rey portugués, el reino del Kongo no tenía nada más que vender.

La constante sangría en recursos comerciales y humanos fue minando el reino ya durante la vida de Alfonso I, que sufrió un intento de asesinato por parte de sus enemigos políticos apoyados por negreros portugueses. A su muerte en 1543 debía ser consciente del fracaso de su sueño y de la peligros situación en que quedaba su país por culpa de los que había considerado sus aliados.

En efecto, Kongo continuó su declive, con varios intentos de revelarse a la influencia extrangera, y con una independencia prácticamente nominal hasta que en la conferencia de Berlín (1884) sus restos fueron repartidos entre Portugal, Francia y Bélgica. La peor suerte fue para aquellos que cayeron del lado Belga, que sufrirían uno de los mayores genocidios de la edad contemporánea, pero eso es otra historia que ya os contaré en alguna otra entrada.

Fuentes:
  • Africa. A Biography of the Continet, de John Reader.
  • Páginas en Wikipedia del Reino del Congo y de Alfonso I.
  • Página sobre Alfonso I en Dictionary of African Christian Biography.
  • Páginas de la Enciclopedia Británica sobre Kongo y Alfonso I.

Tuesday, June 8, 2010

Las comunidades africanas y su adaptación al medio

Recientemente he vuelto a la lectura de Africa: a Biography of the Continent, de John Reader. Hace unos meses ya os traje aquí una reflexión que el autor hacía en la introducción, en la que subrayaba el hecho de la tremenda multiplicación de los humanos que escaparon de África, frente al mucho menor aumento de población entre los que se quedaron. Más adelante, en el libro, apunta una posible explicación, basada en que una población dispersa era la mejor apuesta en un hábitat con abundantes enfermedades parasitarias que se cebaban en las aglomeraciones. El capítulo en cuestión termina con los siguientes párrafos:

"A través de la mayor parte de su historia evolutiva, la población humana en África ha vivido en grupos relativamente pequeños, demostrando que las personas son perfectamente capaces de vivir pacíficamente en pequeñas comunidades por milenios sin establecer ciudades y estados. De hecho, su contribución más distintiva a la historia de la humanidad ha sido precisamente el civilizado arte de vivir de forma agradablemente pacífica juntos sin formar estados. Como África fue la cuna de la humanidad sería reconfortante creer que las pacíficas pequeñas comunidades fueron una forma ideal de existencia. Pero, sin embargo, como todo lo demás en la historia de la evolución del hombre, las pacíficas pequeñas comunidades en África fueron una respuesta ecológica; aseguraban la supervivencia en un entorno hostil de suelos pobres, clima errático, hordas de plagas, y una variedad de parásitos transmisores de enfermedades mayor que en cualquier otro lugar de la tierra.

En África, las personas estaban forzadas. Debido a que habían evolucionado allí como una expresión de la diversidad ecológica del continente, paralelamente con un número infinito de otros organismos, cualquier intento de explotar el sistema para su beneficio exclusivo llevaba el riesgo del desastre y la extinción. Su continua supervivencia fue resultado de su capacidad de adaptación, y de su habilidad para acomodarse a las realidades ecológicas a las que se enfrentaban, incluyendo depredadores, parásitos y enfermedades. Los emigrantes que dejaron el continente hace 100.000 años se liberaron de sus ataduras. Éste es el por qué se multiplicaron de unos cientos a más de 300 millones en el año 1.500 d.C. mientras que la población de África había aumentado de 1 millón a sólo 47 millones."

Monday, May 24, 2010

Los señores del hierro de África. La expansión Bantú

Cuando en el siglo XIX los primeros exploradores europeos se internaron en el África Subsahariana desde la costa del Índico se llevaron una agradable sorpresa. Dentro de los preparativos de su expedición se habían asegurado de llevar, los que no lo conocieran, un intérprete de KiSwahili, el lenguaje hablado en la costa. Sin embargo eran conscientes de que una vez tierra adentro tendrían que apañarse como pudiesen para hacerse entender en regiones donde los mercaderes de la costa nunca se habían internado.

Pero cuando llegó el momento descubrieron que la lengua que hablaban los pueblos del interior era parecido al KiSwahili de la costa. Y por mucho que se internaran en el continente esta similitud se mantenía, entre pueblos distantes a miles de kilómetros y pertenecientes a grupos étnicos distintos, cubriendo un área que se extendía desde una línea horizontal uniendo el Golfo de Guinea con el Índico hasta el extremo sur del continente, abarcando la mayor parte del África Subsahariana. 

A los hablantes de estas lenguas se les denominó Bantúes (bantú significa gente). Hay entre 300 y 600 lenguajes Bantú en el África subsahariana, con una distancia entre sus extremos de 6000 km con montañas, savana, ríos, desierto y bosque ecuatorial, hablados hoy por cerca de 400 millones de personas.

En seguida surgió la pregunta: ¿cómo era posible que pueblos de grupos étnicos distintos y separados miles de kilómetros entre sí mantuviesen lenguajes tan similares? La hipótesis, respaldada por pruebas arqueológicas, nos habla de una expansión sin precedentes en su extensión, velocidad y, sobre todo, en la huella que ha dejó en esa parte de África.

Los Bantú comenzaron a expandirse hace 5000 años desde sus tierras originales en los bosques ecuatoriales entre Camerún y Kenia. Al principio lo hicieron lentamente buscando tierras adecuadas para sus cultivos y evitando zonas pobladas, empujados por la expansión del Sáhara. Al salir del bosque la expansión se acelera, y no cesaría hasta el siglo IV. En poco más de 3000 años colonizan casi toda el África subsahariana.

Además las características de la expansión Bantú no son las de un Imperio Romano que avanza conquistando los pueblos que encuentra a su paso. Los bantúes se van extendiendo de manera natural según van necesitando nuevas tierras. Los pueblos que encuentran a su paso son esencialmente cazadores-recolectores que retroceden al ver invadidas sus tierras por los agricultores bantúes, o que son asimilados, sedentarizándose y pasando a formar parte de los pueblos bantúes. Esto provoca un cambio en el paisaje humano del África Subsahariana de manera no igualada en la historia: de escasamente poblada por cazadores recolectores a dominada por granjeros que viven en pueblos.

¿A qué se debe este triunfo del modo de vida bantú frente a sus vecinos? Se apuntan tres factores: un lenguaje común que permite una rápida expansión de las novedades, el desarrollo de nuevas técnicas agrícolas que permiten un mejor suministro de alimentos y el uso del hierro.

Los bantúes son el primer pueblo al sur del Sáhara que aprende a forjar el hierro. Aunque el mineral es abundante en África, su producción es un proceso difícil. Llegar a ella ha supuesto históricamente partir de un dominio en el trabajo de otros metales, especialmente el cobre, del que se carecía en el África Subsahariana. ¿Cómo llega entonces este conocimiento al primer núcleo bantú?

Se cree que llegó hasta ellos desde Cartago, a lo largo de alguna de las rutas comerciales que atravesaban el Sáhara. Se sabe que había rutas comerciales controladas por bereberes que unían Níger con Cartago, transportando sal, marfil, pieles, esclavos y utensilios de hierro. En algún momento, viendo la abundancia de mineral en la zona, algún mercader pensó que no valía la pena los peligros del traslado, y que podía hacer buen negocio produciendo directamente en la zona las herramientas que vendía a los nativos.

El hierro supuso una importante ventaja competitiva para los bantúes. Y no estamos hablando de la superioridad de las hachas de hierro frente a las armas de madera y piedra de sus rivales. En los restos arqueológicos de la expansión bantú no hay apenas signos de expansión violenta o conquista. Sin embargo una azada de hierro permite hacer productivas tierras que hasta entonces no habían dado fruto suficiente, esto permite alimentar a una mayor población que reclama nuevas tierras, y así sucesivamente. Esta ventaja hace que otros pueblos se acerquen a ellos para comerciar esperando obtener herramientas de hierro. Con el tiempo se van haciendo dependientes de los batúes hasta que acaban siendo asimilados, aumentando su esfera de influencia.

Pero el hierro no sólo contribuyó a la expansión Bantú, su uso también supuso un cambio en el paisaje de África y en la organización de los pueblos bantúes. La producción de herramientas de hierro con las técnicas de la época suponían el uso de abundante carbón vegetal; se calcula que era necesario hasta una tonelada para producir tres hazadas. Esto se tradujo en deforestaciones importantes en amplias zonas del continente, que en contrapartida permitían disponer de mayor superficie cultivable. 

Además, el continuo hambre de madera de los hornos acabó derivando en la necesidad de apartar una parte de la mano de obra de la producción de alimentos para dedicarla a la tala de árboles. Esta especialización del trabajo es el primer paso hacia la jerarquización de la sociedad que acaba dando lugar a la formación de los primeros estados bantúes. Aunque, por otro lado, en determinadas zonas del continente son precisamente los cambios en la ecología ocasionados por la deforestación masiva los que impiden que prosperen estos protoestados.

Para saber más:
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Saturday, January 30, 2010

La diferencia africana

Leo una interesante reflexión en la introducción de Africa: a Biography of the Continent, de John Reader:

Si la civilización moderna y la cultura tecnológica se consideran el epítome del desarrollo humano, entonces es dudoso que el modo de vida al que aspira la mayoría de la humanidad actualmente se hubiera desarrollado si aquellas pequeñas bandas de humanos modernos no hubieran dejado África hace 100.000 años. Todo los avances reconocidos de la civilización ocurrieron en primer lugar fuera de África (metalurgia, agricultura, escritura, fundación de ciudades).

Esto no debe llevarnos a un juicio cualitativo. Quién sabe si, sin la influencia de la población exterior a África, hubiera podido desarrollarse una alternativa superior a la civilización moderna y su cultura tecnológica. De hecho, el civilizado arte de vivir apaciblemente en pequeñas sociedades sin formar estados que era evidente en África antes de la llegada de influencias externas es una contribución netamente africana a la historia del hombre. Y en cualquier caso, civilización, cultura y tecnología son muy recientes (si no efímeras) expresiones de la condición humana. La biología es de lejos más relevante. Pero aquí también hay diferencias que deben explicarse, en particular en términos de potencial de crecimiento de la población.

El emperador de China ordenó un censo en el año 2 d.C. y encontró que al menos 57,6 millones de personas vivían en China en esa época. Registros escritos indican de igual forma que la población del Imperio Romano en el año 14 d.C. era de 54 millones. La población de India en el mismo periodo no pudo ser menos que la del Imperio Romano, y probablemente el mismo número de personas habitaban en América y Australasia.

Así, los humanos modernos que emigraron desde África hace alrededor de 100.000 años, aunque posiblemente no supusiera mas que una centésima parte de los que se quedaron, se multiplicaron hasta una población global del más de 200 millones de personas al principio de la edad moderna.

Este impresionante crecimiento está dentro de la capacidad reproductiva humana y nos lleva a la siguiente pregunta: si ésta es la medida de la expansión de la población humana fuera de África, ¿qué sucedió con la población que se quedó en el continente?

Se estima que alrededor de un millón de personas habitaban África cuando los emigrantes dejaron el continente hace 100.000 años. En el año 200 d.C. este número se suponía que se había elevado hasta los 20 millones (de los cuales más de la mitad vivían en el norte de África y el valle del Nilo y, por tanto, eran parte de la población del Imperio Romano en el 14 d.C, dejando una población subsahariana de menos de 10 millones). En el año 1.500 d.C. la población del continente se estima en 47 millones y en un estado de "equilibrio biológico estable", con el tamaño de la población adaptado a la capacidad del medio que ocupa. Entre tanto, la población fuera de África había crecido hasta unos 300 millones.

Monday, January 11, 2010

Paul von Lettow-Vorbeck (IV): Epílogo. Los últimos askaris

Os dejo la última parte de la historia de Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las tropas alemanas en África Oriental en la I Guerra Mundial, durante la que llevó a cabo una constante guerra de guerrillas contra tropas muy superiores en número, entregando las armas al acabar la contienda sin haber perdido una sola batalla. La entrada de hoy narra una emotiva historia acaecida tras la muerte del general, relativa sus antiguos soldados nativos, los askari, según aparece reflejada en el libro El sueño de África de Javier Reverte.

Von Lettow murió en 1964, el mismo año en que el Parlamento alemán acordaba, al fin, pagar los sueldos y las pensiones que se debían a los askaris de la Schutztruppe. Y el epílogo de la historia se escribió de una forma curiosa: incapaz de organizar la forma de efectuar el pago, el Gobierno alemán tramitó el asunto a través del tanzano. El Gobierno de Dar, no sabiendo tampoco muy bien qué hacer, publicó en los periódicos un anuncio informando que, en la ciudad de Mwanza, al sur del lago Victoria, se efectuaría el pago de la deuda a los antiguos askaris que se presentaran allí, en una fecha señalada, y pudieran probar que sirvieron en el ejército germano entre 1914 y 1918. Un pagador alemán viajó con el dinero desde Bonn a Mwanza y la mañana de la cita encontró ante sí a un grupo de unos trescientos ancianos. Pero eran muy pocos los que conservaban el certificado que, en 1918, Von Lettow había extendido, uno por uno, a todos sus soldados.

Compañía askari de la Schutztruppe (1914). Foto tomada de Wikipedia.

El pagador tuvo entonces una feliz idea. Comenzó a ordenar, en alemán, movimientos de instrucción militar: firmes, presenten armas, descansen, marchen... Ni uno solo de aquellos ancianos dudó y todos ejecutaron a la perfección las órdenes del pagador. La deuda de Lettow quedó así saldada con los supervivientes de su particular guerra.

Y hasta hace una decena de años, según cuenta Charles Miller, todavía podía encontrarse, en alguna remota aldea de Tanzania, algún viejo que decía en swahili a los viajeros: Mimi ni askari Mdaichi, o lo que es lo mismo: "soy un soldado alemán".

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Wednesday, January 6, 2010

Paul von Lettow-Vorbeck (III): Alemania y vuelta a África

Como ya hemos contado en anteriore entradas, Paul von Lettow-Vorbeck era el general al mando de las tropas alemanas en África Oriental cuando estalló la I Guerra Mundial. Tras una primera victoria al rechazar un desembarco inglés en Dar es Salaam, von Lettow se embarca en una guerra de guerrillas ante tropas muy superiores en número que logra su principal objetivo: distraer un gran número de soldados aliados de los campos de batalla de Europa. Sin haber perdido una sola batalla Lettow se rinde finalmente tras la capitulación de Alemania.

Tras el armisticio, von Lettow regresa a Alemania, donde desfila bajo la puerta de Brandenburgo al frente de algo más de un centener de sus Schutztruppe aclamado como un héroe. No sólo no ha perdido una sola batalla, sino que además ha sido el único general alemán en toda la contienda en invadir territorio inglés.

Desfile de von Lettow en Berlín. Foto tomada de Wikipedia.

Pasa unos años en el ejércido, durante los cuales reprime un levantamiento comunista y se une a un intento de golpe monárquico. Tras ello deja el ejército y entra como diputado en el Reichstag, dentro de un partido conservador. Los nacionalsocialistas intentan ganárselo para su causa y en 1936 llegan a ofrecerle la embajada en Gran Bretaña, pero von Lettow deja patente su aversión hacia Hitler, lo que le acarrearía ser marginado durante los siguientes años.

Durante los años veinte von Lettow traba amistad con Sir Richard Meinertzhage, y J. C. Smuts, oficial de inteligencia y comandante del ejército, respectivamente, que se enfrentaron a él durante la primera parte de la guerra. La amistad con J. C. Smut será particularmente estrecha y durará hasta la muerte de éste, en 1950.

El final de la II Guerra Mundial descubre a von Lettow empobrecido, con sus dos hijos varones muertos en la contienda, su casa en Bremen destruida y con dificultades para alimentar a su hija. Son tiempos difíciles, que logra capear gracias a los envíos de comida de Meinertzhage y Smut. Además Smut logra algo sin precedentes, al conseguir que los aliados le concedan una modesta pensión a un antiguo enemigo.

Con el establecimiento de la República Federal Alemana y la recuperación económica, von Lettow logra mejorar su situación. Desde entonces hasta su muerte en 1964 luchará porque el parlamento alemán pague los servicios prestados a sus antiguos askaris (soldados nativos).

Von Lettow volvió una vez a África. Fue en 1953, invitado por la viuda de Smut. Camino de Sudáfrica hace una parada en Dar es Salaam. Según cuenta Javier Reverte en su libro El Sueño de África:

"Allí esperaban, para recibir al héroe de la «gran guerra», las autoridades británicas, junto a una orquesta que le rendiría honores.

Pero el gobernador británico no había reparado en la presencia de un grupo de ancianos nativos entre la multitud que se agolpaba tras el cordón de seguridad. Apenas eran una docena y contemplaban atentos la maniobra del barco que enfilaba hacia tierra.

Cuando Lettow puso el pie en el muelle, la banda comenzó a tocar y el gobernador británico le estrechó la mano. En ese instante, los ancianos rompieron la barrera y se hincaron de rodillas ante Lettow. Eran askaris supervivientes de la Schutztruppe, soldados que habían dejado de luchar cuarenta años antes y que habían jurado seguirle hasta la muerte y permanecer junto al «invencible» para librar todas las guerras del futuro.

Lettow los abrazó uno a uno. Después, ellos le alzaron en hombros y, ante la mirada atónita de las autoridades británicas, lo pasearon por el muelle cantando en alemán Haya Safari, su viejo himno de combate."

Fuentes:

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Monday, December 28, 2009

Paul von Lettow-Vorbeck (II): Guerra de guerrillas

En una entrada anterior habíamos contado como Paul von Lettow-Vorbeck había recibido el mando de las fuerzas alemanas en África Oriental, la Schutztruppe, poco antes del comienzo de la I Guerra Mundial. A pesar de la desproporción de fuerzas, von Lettow rechaza el primer intento de invasión británica en la batalla de Tanga.

Von Lettow pronto se dio cuenta de que era inútil esperar refuerzos ni material desde la metrópoly. Estaba solo, rodeado de territorio hostil y con los británicos dominando las aguas, pero aún así se esforzó en hacer todo lo posible para ayudar a su país. Era consciente de que África era un teatro de operaciones secundario; la guerra iba a decidirse en los campos de batalla de Europa. Decidió entonces que su mejor contribución a la victoria de Alemania era convertirse en una constante molestia para los aliados: cada hombre destinado contra él sería un soldado menos luchando en Europa.

Los alemanes se dedicaron a hostigar las comunicaciones entre los territorios británicos. Al mismo tiempo von Lettow reclutaba nuevos soldados para su Schutztruppe llegando hasta los 14.000 hombres, el 90% de ellos africanos. Del crucero alemán SMS Königsberg rescata sus piezas de artillería, ordenando a los talleres  de Dar es Salaam que construyan carros para transportarlas. Serían las mayores piezas de artillería de todo el frente de África Oriental.

Cañones del Königsberg en tierra. Foto tomada de Wikipedia.

En los primeros combates von Lettow aprende una dolorosa lección: la victoria no compensa la pérdida de hombres bien entrenados que no puede reemplazar. Desde entonces optará por evitar el enfrentamiento directo.

En febrero de 1916 la Entente se decide a acabar de una vez por todas con esta molestia. Manda contra él un ejército de 45.000 hombres, con fuerzas británicas atacando por el norte y el sur, y belgas desde el Congo, en el oeste. Al mando otra leyenda de la historia blanca del continente, el general J.C. Smuts, que había luchado contra Gran Bretaña en la guerra de los Bóers y ahora dirigía las fuerzas de esta nación contra von Lettow.

Reparto colonial de África en 1914. Imagen tomada de How Stuff Works.


Ante esto la Schutztruppe opta por una guerra de guerrillas. Constantemente en movimiento, ataca dónde el enemigo no le espera. A su favor está la alta moral de sus tropas, reforzadas por la admiración que sienten por su comandante que hacen que le sigan a cualquier parte. Von Lettow habla fluidamente swahili y nombra oficiales de color; según sus palabras: “Aquí todos somos africanos”. Aún así en su constante peregrinar evita las regiones de origen de sus soldados para evitar posibles deserciones.

El ejército alemán se ve obligado cada vez más a vivir del terreno. Cuando pueden llevan con ellos ganado para alimentarse, además de lo que pueden cazar. Al atravesar zonas desérticas se ven obligados a beber su propia orina, hacen sus botas con piel de búfalo, y a falta de medicinas utilizan remedios tradicionales con mayor o menor eficacia (el propio von Lettow llega a enfermar hasta diez veces de malaria).

En 1917 el general van Deventer releva a Smut y retoma la ofensiva al mando de 120.000 hombres frente a los escasos 3.000 supervivientes de la Schutztruppe. Von Lettow se ve obligado a retirarse hacia el sur. Entra en el Mozambique portugués, que ha declarado la guerra a Alemania, consiguiendo arrebatar a las guarniciones de allí gran cantidad de material, es especial modernos rifles y suministros médicos. Luego vuelve al África alemana, venciendo cada batalla disputada, y entra en Rodhesia del Norte, siendo el único comandante alemán en la guerra que invade territorio inglés. Allí recibe la noticia del armisticio. Tras plantearse la posibilidad de continuar la guerra por su cuenta, finalmente von Lettow decide deponer las armas. Armas, que al igual que sus ropas o municiones, han sido en un noventa por ciento arrebatadas a sus enemigos. Como comenta el historiador Charles Miller, “Más que rendir sus armas lo que hizo fue devolver artículos prestados».

«Técnicamente hablando», escribe el americano John Gunther, «no fue una rendición, sino que Lettow licenció a sus tropas y se puso a disposición del comandante enemigo». Y Charles Miller señala: «Hubo una ridícula ceremonia: la capitulación de un ejército que no había perdido ante un ejército que no había ganado».

Es fácil escuchar hablar de esta guerra como una guerra de caballeros. En cierta ocasión el general Smut hizo llegar a von Lettow la noticia de que había recibido la Cruz de Hierro acompañada de una felicitación personal. Von Lettow respondió agradeciendo el detalle y afirmando que debía haber un error, ya que él no era merecedor de tan alto honor. Además von Lettow liberaba a los oficiales enemigos bajo promesa de no volver a levantar las armas contra Alemania mientras durase el conflicto. De este modo, además, se ahorraba tener que cargar con los prisioneros durante sus continuas marchas. Eso sí, en ninguna de mis fuentes se menciona nada sobre el trato que se profesaba a los prisioneros nativos.

Esta fachada de caballerosidad no debe ocultar lo que la guerra significó para los verdaderos habitantes del país. Cuando Smuts y, posteriormente, van Deventer fueron conscientes de que no iban a conseguir empujar a von Lettow a un enfrentamiento directo, su estrategia se dirigió contra sus fuentes de alimentos, esperando rendirlos por el hambre. Esto forzó a los alemanes a actuar como saqueadores. Según palabras de Ludwig Deppe, uno de los médicos que acompañaba a la Schutztruppe: “A nuestra espalda dejábamos campos destruidos, graneros saqueados y, en el futuro inmediato, hambre. Ya no éramos emisarios de la cultura, nuestro camino estaba surcado de muerte, pillaje y pueblos evacuados...”

El trato de los habitantes del África Oriental alemana no mejoraba bajo los nuevos dueños del territorio, ya fueran británicos o belgas, que se desentendían de la situación de la población. De hecho, cuando había problemas de suministro, los askari ingleses recurrían al ancestral método de saquear las aldeas vecinas. Finalmente, y como suele suceder, fue la población local la que más sufrió una guerra decidida por personas que vivían a miles de kilómetros de allí.

Actualización: Añado un mapa que muestra la ruta seguida por von Lettow durante la guerra. Lo he encontrado buscando en imágnes de Google y proviene de Jaduland. Lástima que la página esté en alemán (o, más bien, lástima que yo no lo hable).



Fuentes:

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