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Sunday, September 8, 2013

El horror: las manos amputadas del Congo

El siglo veinte tiene el dudoso honor de haber sido testigo de dos guerras mundiales y varios genocidios. Su mismo nacimiento tuvo lugar mientras se desarrollaba uno de los más terribles y poco recordados: invisibles para el mundo civilizado, millones de personas fueron asesinadas o desplazadas en un proceso que dejó despobladas extensas zonas en el corazón de África.

Este genocidio no fue causado por guerras, odios tribales o enfrentamientos religiosos, sino por pura y simple codicia. La devastadora avaricia del hombre blanco dispuesto a cobrarse cuantas vidas fueran necesarias para engordar un poco más su cuenta de beneficios, en un expolio que mostraría la verdadera imagen de quien hasta ese momento había sido considerado como ejemplo de filantropía.


Un país convertido en negocio 

 

Leopold II of Belgium
Leopoldo II de Bélgica (Pulsar sobre
las fotografías para acceder a las fuentes).
La Conferencia para el África Occidental que se clausuró en Berlín en 1885 supuso el nacimiento de una anomalía histórica: en sus conclusiones las potencias acordaban ceder la mayor parte de África central a un ente abstracto, la recién creada Asociación Internacional de África, con la condición de que dedicase su administración a luchar contra el comercio de esclavos y establecer una zona de libre comercio. Era notorio que la Asociación Internacional de África no era más que un eufemismo tras el que se escondía el rey Leopoldo II de Bélgica. Su reconocimiento era el colofón a una década de esfuerzos en la que el monarca había sabido utilizar con maestría la desconfianza entre las distintas potencias hasta lograr su sueño de ser coronado rey soberano de un Estado Libre del Congo que él mismo había inventado.

Si Leopoldo II había logrado llegar hasta ahí fue gracias a la combinación de una mente excepcionalmente dotada para la intriga junto con una de las mayores fortunas personales de Europa. Una fortuna que empezaba a dar muestras de agotamiento. El rey estaba descubriendo algo que pronto aprenderían el resto de países que participaron en el reparto de África: por muy promisorios que parecieran los nuevos territorios el coste de establecer una nueva administración (funcionarios, caminos, puentes, puestos militares...) superaría durante muchos años los posibles beneficios.

Latex dripping
Extracción del látex.
El rey se vio obligado a solicitar créditos cada vez mayores en un camino imparable hacia la bancarrota cuando, como si de una obra de ficción se tratase, su salvación apareció en el último momento de manera totalmente inesperada. En 1891 Édouard Michelin patentó un nuevo modelo de neumático que desató una auténtica fiebre del caucho, un material que se extraía a partir de la savia de ciertas especies de plantas, algunas de las cuales se encontraban fácilmente en la cuenca del Congo.

Leopoldo II vio en el caucho la oportunidad de recuperar su maltrecha fortuna. Para eliminar posibles competidores promulgó un edicto por el que el Estado pasaba a ser propietario de todos los recursos en su territorio, prohibiendo su venta salvo al propio Estado y a los precios que éste fijase. Todo el país se convertía así en un gigantesco monopolio con sus ciudadanos reducidos a la categoría de trabajadores forzosos.


La medida desató una oleada de críticas a nivel internacional. Pero no debidas a que el decreto redujera prácticamente a la esclavitud a los 20 millones de habitantes del Estado Libre del Congo, sino por atentar contra el libre mercado y los intereses de numerosas compañías europeas y de EEUU.

La solución de Leopoldo II fue dividir al país en tres. Las zonas en disputa o aún poco exploradas se consideraron como zonas abiertas el comercio. Otra parte se lo reservó Leopoldo II como propiedad personal. Y el territorio restante se parceló en concesiones asignadas a empresas internacionales, que deberían ceder parte de sus beneficios al Estado.

Map of the Congo Territories—Under the personal rule of King Leopold II
Mapa del Estado Libre del Congo realizado por E.D. Morel, uno de los más activos luchadores en defensa de la población del Congo. En él aparecen sombreados el dominio de la corona junto con el territorio asignado a las principales empresas concesionarias.

El sistema se convirtió en un éxito económico. Leopoldo II no sólo recuperó sus inversiones, sino que los beneficios le permitieron embarcarse en un ambicioso programa de obras públicas con el que se ganó el corazón de los belgas. Grandes avenidas, palacios o jardines se financiarion con el dinero del caucho, en un gigantesco ejercicio de propaganda que cimentó su leyenda de hombre prudente y generoso, volcado en civilizar las lejanas tierras salvajes.

Hasta que poco a poco empezó a escucharse una historia alternativa de lo que estaba sucediendo en el Congo. Relatos que hablaban de esclavitud y brutalidad, de aldeas quemadas y ejecuciones arbitrarias.

El lugar donde estas historias tuvieron más repercusión fue Gran Bretaña, donde la presión de la opinión pública forzó al gobierno de Su Majestad a averiguar qué había de verdad en ellas. En 1903 ordenó en secreto a su cónsul en la desembocadura del Congo que se embarcara en una misión de reconocimiento río arriba. Su nombre era Roger Casement, y su apellido quedaría en adelante asociado al informe que mostró al mundo el horror que estaba devorando el corazón de África.



El horror

“No nos pagan. No nos dan nada (…) Solía llevarnos 10 días conseguir las 20 cestas de caucho (estábamos siempre en el bosque buscando las plantas de caucho, sin comida, y nuestras mujeres tenían que dejar de cultivar los campos y huertos). Entonces sufríamos hambre. Bestias salvajes (leopardos) nos mataban mientras que trabajábamos en el interior del bosque y otros se perdían o morían por la exposición o el hambre y rogábamos al hombre blanco que nos dejara en paz, diciendo que no podíamos conseguir más caucho, pero el hombre blanco y sus soldados decían: id. Sólo sois bestias. Sólo sois Nyama (carne). Lo intentábamos, yendo cada vez más profundo del bosque, y cuando no lo conseguíamos y teníamos poco caucho, los soldados venían a nuestros pueblos y nos mataban. A muchos les disparaban, a algunos les cortaban las orejas; a otros les ataban con cuerdas alrededor del cuello y del cuerpo y se los llevaban.”

“-¿Cómo sabes si era el hombre blanco quien mandaba a los soldados? ¿No podía ser cosa de los soldados? -No, no, a veces llevábamos caucho a los puestos del hombre blanco (…) cuando no era suficiente el hombre blanco nos ponía en fila, uno detrás de otro, y disparaba a través de nuestros cuerpos.”

Conforme se adentraba en las regiones productoras de caucho Casement empezó a descubrir el lado oscuro del milagro económico del Congo. Cada aldea tenía asignada una cuota de caucho; no alcanzarla podía significar desde el asesinato de algunos de sus miembros hasta que se prendiera fuego a todo el poblado. Las exigencias cada vez mayores condenaban a sus habitantes al hambre al no tener tiempo para conseguir alimentos. Y aunque lograran cumplir su cuota no estaban libres de que los soldados llegaran por sorpresa para llevarse a los hombres a trabajos forzados, saqueando la aldea y condenando a las mujeres y niños supervivientes a morir de hambre. La región de Bolobo había pasado de tener 40.000 habitantes a poco más de 1.000, mientras que en otra zona los misioneros calculaban hasta 6.000 muertos y desparecidos en sólo seis meses:

“...pueblos enteros y distritos que conocía muy bien y había visitado como comunidades florecientes en 1887 están ahora deshabitados; otras reducidas a un puñado de criaturas enfermas o acosadas que dicen del gobierno: ‘¿El hombre blanco no va a volverse a su casa nunca? ¿Es que esto va a durar para siempre?’”.

Casement estaba recorriendo un país devastado por la codicia de las empresas concesionarias. En la anglo-belga Abir los encargados eran contratados durante dos años con un sueldo bajo que se complementaba con un plus en función de la producción (o se reducía si no cumplían unas cuotas que no dejaban de aumentar). Para cumplir sus objetivos el Estado les había concedido permiso para usar a los nativos como mano de obra y el derecho a ejercer como policías en su territorio. Estos privilegios se ejercían sin ningún tipo de remordimiento, permitiendo que los directores de Abir presumieran de sus grandes beneficios: “Tal resultado quizás no tenga precedente en los anales de nuestras compañías industriales”.

Establecida en el Congo en 1900 con un contrato de treinta años, a Abir le bastaron seis para arrasar con todas las plantas de caucho de su concesión, un territorio de cuatro veces el tamaño de Bélgica. La presión cumplir sus cuotas hacía que los nativos cortasen las plantas para hervirlas y extraer su savia lo más rápidamente posible. Cuando llegaba el siguiente relevo se encontraba con la región devastada y tenía que ampliar su radio de acción, buscando a más trabajadores y obligándolos a adentrarse aún más en la selva para buscar nuevas plantas. A diferencia de la política del otro gran productor de caucho, Brasil, en el Congo no se llevaron a cabo plantaciones que aseguraran el suministro futuro. Ésta era una inversión a largo plazo y nadie estaba dispuesto a trabajar para el que viniera detrás.

MutilatedChildrenFromCongo
Supervivientes con las manos amputadas.
El informe Casement se hizo público en febrero de 1904, golpeando con fuerza en la conciencia de los británicos. La noticia saltó a los diarios, ayudada por las primeras fotografías de las vejaciones que sufrían sus habitantes. Lo que más repulsión causó fueron las imágenes de supervivientes con las manos amputadas: para asegurarse de que no desperdiciaban cartuchos algunos encargados de concesiones hacían que sus soldados nativos les llevaran las manos cortadas de aquellos a quién asesinaban, cosa que hacían sin preocuparse de si su víctima estaba aún viva. Según escribió un misionero baptista a The Times:

“Helaba la sangre verlos [los soldados] volver con las manos de los muertos, y encontrar manos de niños pequeños entre las más grandes demostraba su valor (…) El caucho de este distrito ha costado cientos de vidas, y las escenas de las que he sido testigo, siendo incapaz de ayudar a los oprimidos, han sido suficientes para hacerme casi desear estar muerto.”

Que los misioneros se atrevieran a denunciar la situación fue otro duro golpe para el prestigio de Leopoldo II, que hasta entonces había usado su silencio calificar las denuncias como rumores esparcidos por competidores comerciales. Costó mucho que empezaran a hablar, y sólo se decidieron a ello los protestantes. Los misioneros católicos mantuvieron un obstinado silencio, aunque con el tiempo se conocería que habían elevado numerosos informes que habían sido ignorados por sus superiores, controlados por Leopoldo II. El rey llegó a intentar usar las denuncias de los misioneros protestantes a su favor, como prueba de un supuesto complot financiado por comerciantes británicos para hacerse con el control del Congo y expulsar de allí a los católicos. 


La solución belga


Pese al revuelo que supuso la publicación del informe Casement Leopoldo II aún tenía margen para no alarmarse. Frente a las voces que propugnaban arrebatarle la administración del Estado Libre del Congo (otorgada bajo la condición de que combatiera la esclavitud y defendiera el libre comercio), la situación internacional jugaba a su favor. Francia había copiado el modelo de concesiones en su parte del Congo y no tenía ningún interés en actuar en su contra. La principal amenaza al sistema venía por parte de Gran Bretaña, pero la presión de su opinión pública no era suficiente para que el gobierno británico se atreviese a hacer nada que contrariase a Francia, que acababa de convertirse en su aliada. O a Alemania, que había interpretado la entente franco-británica como un movimiento en su contra, en un movimiento que presagiaba la I Guerra Mundial. Además Alemania temía que la expulsión de Leopoldo II del Congo fuera seguida por la anexión del territorio por Francia.

Punch congo rubber cartoon
Leopoldo II en una ilustración de la época,
caracterizado como una serpiente enredada alrededor
de un recolector de caucho.
Ante las cautelas de las potencias europeas para no alterar el juego de equilibrios, el empujón que desestabilizó la diplomacia de Leopoldo II vino del otro lado del Atlántico. A pesar de que allí también existían asociaciones dedicadas a denunciar la situación en el Estado Libre, el rey seguía manteniendo una buena reputación en EEUU y contaba con el apoyo de su gobierno. Una fama que se desvaneció de repente cuando el que había sido su agente en aquel país, en venganza por su despido, se decidió a contar las maniobras que había llevado a cabo en nombre del rey.

Lo que no habían conseguido los relatos de las atrocidades de las concesiones lo hizo el descubrimiento de cómo el dinero extranjero se había empleado para sobornar a las más altas instituciones del estado. La indignación se desató. Muchos defensores del rey (incluyendo al escritor Mark Twain) cambiaron de bando al tiempo que EEUU se ponía a la cabeza de la denuncia de la situación en el Congo.

La presión acabó llegando hasta la propia Bélgica, pero Leopoldo II continuaba aferrándose a su condición de rey soberano del Congo: “Mis derechos sobre el Congo no pueden compartirse” escribía en una desafiante carta dedicada a la nación en 1906. Su última línea de defensa era que ninguna potencia asumiría el riesgo de que una competidora aprovechara el vacío de poder para hacerse con el territorio. Para neutralizar este temor se negoció la solución belga: Leopoldo II renunciaría a sus derechos en favor de Bélgica, con la promesa de reformar el sistema de concesiones.

Pero no fue hasta que el gobierno belga le ofreció seguir pagándole una parte de los beneficios de Estado Libre que el rey aceptó renunciar a su corona africana. A pesar de ello las denuncias de que el monarca seguía moviendo los hilos del Congo en la sombra no cesaron hasta que al año siguiente, en diciembre de 1909, Leopoldo II fallecía a los setenta y cuatro años de edad.

Desaparecía un conspirador avezado, un político brillante, un gran filántropo o un déspota con las manos manchadas de sangre. Todas esas caras había mostrado quien había sabido manejar a su antojo las rivalidades de las potencias de la época. Fue el primero en apostar por el dominio de África. Cuando puso en marcha sus planes el dominio europeo se reducía a franjas costeras dispersas; a su muerte apenas quedaban regiones que mantuvieran su independencia.

Leopoldo II convirtió todo un país en una gigantesca empresa en la que los beneficios estaban por encima del bienestar o la vida de sus trabajadores. Aunque los datos no son fiables, se estima que antes de la llegada del hombre blanco el territorio del Estado Libre del Congo albergaba unos veinte millones de habitantes. Un censo de 1911 bajó esta cifra hasta ocho millones y medio, el resto había sido asesinada, muerto de hambre o huido del país.

En los años posteriores el caucho fue reemplazado por la explotación de las enormes riquezas que albergaba el subsuelo del país. El Congo se convirtió en el principal productor de diamantes del mundo, y también salió de sus minas el uranio que utilizó EEUU para la bomba atómica de Hiroshima. Hoy en día también produce gran parte de los raros metales que requieren los modernos dispositivos móviles.

La administración belga mejoró las condiciones de vida en el país al tiempo que establecía un régimen de apartheid. A su marcha dejaron un país sumido en la inestabilidad, a la que contribuyeron en un intento de seguir controlando las regiones mineras, en la primera de una serie de intervenciones extranjeras que han jalonado desde entonces la historia del país. En el caso del Congo puede decirse que su mayor desgracia ha sido precisamente su abundante riqueza. 



Epílogo: el último viaje de Brazza


Las consecuencias del informe Casement no habían afectado sólo al prestigio del rey Leopoldo II. En Francia surgió un movimiento que miraba con preocupación hacia su propia orilla del Congo. La gota que colmó el vaso fue el escándalo que desató la detención de dos jóvenes franceses acusados de torturar y asesinar a varios nativos. El gobierno se vio obligado a anunciar una investigación que pusiera a salvo el buen nombre de la República.

Era esta una difícil papeleta. En ningún momento el gobierno francés dudaba que una investigación sobre el comportamiento de las concesiones en sus territorios ecuatoriales podía resultar tan devastadora como había sido el informe Casement. Pero desde su punto de vista este trato a los nativos era algo que podía tolerarse si su producción lograba detener la sangría de fondos que el Congo había supuesto para el tesoro nacional.

Así que debía ser una investigación que no investigara, una pantomima que permitiera acallar las críticas sin exponer el sistema. Pero al mismo tiempo debía resultar lo bastante convincente tanto de cara a sus electores como para mantener el prestigio de Francia como nación civilizadora. Enfrentados a este difícil dilema alguien tuvo lo que parecía una idea brillante: ¿y si se le ofrecía a Pierre de Brazza?

Brazza BNF Gallica
Brazza alrededor de 1880.
Pierre Savorgnan de Brazza era el explorador que había dado a Francia su porción del Congo, además de ser un reconocido defensor de los derechos de los nativos (para los estándares de su tiempo). Revestido de un aura de héroe romántico, de él se contaba que en su primer viaje a África había pagado por la liberación de un esclavo cuyos lamentos le habían despertado por la noche. Al día siguiente se congregó ante él una multitud de suplicantes, muchos mandados por sus propios amos que esperaban hacer negocio con la generosidad del hombre blanco. Entonces, en uno de los gestos teatrales que constituían su firma, Brazza señaló a una bandera francesa y anunció que como en Francia no se toleraba la esclavitud, todo el que tocase el mástil quedaría inmediatamente libre.

El explorador retirado parecía la peor elección si se pretendía evitar dañar el sistema de concesiones, salvo por un detalle: a sus cincuenta y cinco años Brazza estaba prematuramente envejecido. Los años de privaciones en la selva y los numerosos ataques de malaria y disentería habían arruinado su salud. Aún si aceptaba el encargo era dudoso que fuera capaz de llevar su investigación mucho más lejos de la capital.

Brazza desembarcó en Gabón el 29 de abril de 1905. Fue recibido entre muestras de alegría y respeto por parte de una población que no había olvidado a quien en numerosas ocasiones se había puesto de su lado frente a los poderes de la metrópoli. Durante ocho años había sido gobernador de los territorios franceses en África ecuatorial. En este tiempo había logrado granjearse la animadversión de los militares, disgustados por negativa a extender por la fuerza las fronteras de la colonia, del obispo, que le tenía por un libre pensador con pocas simpatías hacia su labor misionera, y de los comerciantes, indignados por su reluctancia a sancionar el trabajo forzado de los nativos. No es de extrañar que fuera destituido en 1898, en pleno boom del caucho, tras una dura campaña en la prensa francesa financiada en secreto por Leopoldo II.

Brazza pronto descubrió que su investigación no iba a ser en absoluto sencilla. Donde fuera que se dirigiese le precedían siempre las órdenes del gobernador de hacer desaparecer cualquier pista que pudiera resultar incriminatoria. Pero lo que pudo averiguar fue suficiente para revelarle la vuelta del trabajo forzado y los latigazos que había evitado en su etapa de gobernador.

Brazza2
Brazza en 1895.

Esto no hizo más que reafirmar su intención de viajar al corazón del territorio de las concesiones, en un extenuante viaje de 2800 kilómetros por territorio salvaje. Lo que encontró no hizo más que confirmar sus peores temores: regiones abandonadas o alzadas en armas, testimonios de ejecuciones arbitrarias, esclavitud, de expediciones de castigo y pueblos masacrados. En Bangui le enseñaron una choza donde el administrador local había encerrado a sesenta y ocho mujeres y niños para forzar a los hombres a trabajar. Sólo sobrevivieron once, rescatados por un joven doctor que había escuchado sus lamentos. El resto murieron por sofocación y hambre.

Los testimonios se convirtieron en una repetición de los horrores del informe Casement. Y si Casement había tenido episodios de rabia y desesperación al descubrir el trato a los nativos, ¿qué no habría de sentir aquel que había sido el responsable de su incorporación a Francia? Brazza estaba recorriendo territorios que había conocido veinte años atrás como comunidades prósperas, que le habían invitado a compartir su comida y a los que había convencido para que firmaran tratados que les pondrían bajo la protección del hombre blanco. Ahora los poblados estaban vacíos, y sus escasos habitantes corrían a esconderse en la espesura a su paso por temor a ese mismo hombre blanco.

Cuando Brazza regresó a la ciudad que llevaba su nombre estaba hundido físicamente, agotado por el duro viaje y los ataques de disentería. Sólo su voluntad de denunciar al mundo lo que había visto le mantenía en marcha. El 29 de agosto de 1905 Brazza recorría con dificultad el camino hacía el vapor que había de llevarlo de vuelta a Francia. Este sería su último viaje.

El 14 de septiembre falleció en Dakar, donde habían desembarcado al empeorar su salud. Con él murió un pedazo de la historia, un hombre de otra época, en la que África era aún un territorio virgen por explorar en nombre de las tres Cs que había popularizado Livingstone: civilización, comercio y cristianismo. Un soñador que había creído realmente que Europa podía ofrecer a los pueblos de África un futuro mejor.

Su cadáver fue recibido en Francia con honores de héroe y se le tributó un funeral de estado. Paradójicamente su muerte sirvió para ocultar el resultado de su misión. Los mismos que le pusieron como ejemplo de la “justicia y humanidad que son la gloria de Francia” se encargaron de que su informe fuese enterrado junto con su cuerpo. El sistema de concesiones continuaría sin cambios durante varias décadas, auspiciado por la misma nación que hacía alarde de libertad y fraternidad.



Entradas relacionadas: 

Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

Tuesday, July 2, 2013

De cómo Leopoldo II se hizo con el corazón de África

Reparto colonial de África en 1914
Reparto colonial de África en 1914.
Imagen tomada de How Stuff Works.
Mirad un momento el mapa de la derecha. Los colores indican el reparto de África por las potencias europeas justo antes de la I Guerra Mundial. Predominan el rosa y el verde de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, junto algunos toques de amarillo (Alemania), verde oscuro (Portugal) y otros colores menos importantes.

Y en pleno corazón de África nos encontramos con una anomalía, una mancha de color marrón claro que ocupa gran parte de África central y que, según la leyenda, corresponde a Bélgica. Una de las zonas más ricas del continente en manos de un país de segunda fila.

Pero esto, aunque extraño, no es lo más curioso. Lo realmente sorprendente es en su origen el gobierno de este inmenso territorio no correspondía a Bélgica como país. Durante años el Congo fue la posesión de una única persona, una finca de miles de kilómetros cuadrados que gobernaba sin dar cuentas a nadie.

Esta es la historia de cómo esta anomalía se hizo posible y cómo el rey Leopoldo II de Bélgica logró engañar y manejar a los mayores poderes de su época hasta hacerse con el corazón de África central.



Un empate aparente


Mapa de la presencia europea en África en 1880
La presencia directa europea en África en 1880
era escasa y no había interés por aumentarla. (fuente).
Aunque pueda resultar difícil de creer tras el ver mapa anterior, tan sólo treinta años antes casi todo el África subsahariana era aún territorio inexplorado. La grandes potencias europeas tenían otras preocupaciones y eran otros los escenarios donde se disputaban la supremacía. Entre los pocos que eran conscientes del potencial que escondía el interior del continente se encontraba Leopoldo II, rey de una Bélgica que había alcanzado hacía poco su independencia.

Para no levantar las suspicacias de sus poderosos vecinos, Leopoldo II se sacó de la manga una filantrópica Asociación Internacional Africana (AIA) con la misión de expandir la civilización y combatir el comercio de esclavos. La asociación fue todo un éxito y bajo su coartada envió una expedición con el verdadero objetivo de hacerse con los derechos exclusivos de comercio en la cuenca del río Congo, que se creía llena de riquezas. Sin embargo la expedición acabó en una desagradable sorpresa al llegar a su destino y encontrarse ondeando allí una bandera de Francia (para una descripción más detallada de los acontecimientos visitad mi anterior entrada: La gran carrera por el Congo).

Así que la situación en 1882 era de un aparente empate. Los franceses habían firmado acuerdos exclusivos de comercio con las tribus de la orilla norte del lago Malebo (entonces lago Stanley), mientras que la expedición de Leopoldo II hacía lo mismo con las tribus del sur. El lago Stanley era la pieza clave para dominar África central. Desde él hasta la desembocadura del Congo discurren 250 kilómetros llenos de rápidos y cataratas. Pero en dirección hacia la fuente del río se abren miles de kilómetros navegables que convertían al Congo y sus afluentes en la única ruta viable para explotar las riquezas del interior.

Leopoldo II tenía un punto importante a su favor, y otro aún mayor en contra. Por el lado positivo contaba con que el jefe de la expedición francesa, Pierre Savorgnan de Brazza, había vuelto a Francia dejando su campamento (que luego se convertiría en Brazzaville) en manos de sus subordinados senegaleses. Este vacío lo aprovechó Leopoldo II haciendo que su agente allí, el famoso explorador Henri Morton Stanley, para que se adentrara río arriba firmando cuantos tratados pudiera hasta hacerse con el control de la zona.

Pero esta aparente ventaja escondía también su principal debilidad. Los tratados que firmaba Stanley eran en nombre de una asociación (el gobierno belga había dejado muy claro que no quería saber nada de aquella aventura), y una asociación no puede hacer reclamaciones de soberanía. Mientras que si la asamblea francesa ratificaba los tratados firmados por Brazza y decidía intervenir en el territorio Leopoldo II no podría sino contemplar como le arrebataban todo lo que había logrado hasta entonces.

Sin embargo el rey estaba confiado: los tratados sólo tendrían valor tras ser ratificados en París. Y ahí estaba su gran fortuna dispuesta a comprar cuantos hombres y voluntades fueran necesarios para evitarlo.


Un héroe para Francia


El 1882 Brazza llegaba a Europa en un vapor que cubría la ruta comercial entre Gabón y Liverpool. Agotado tras un viaje de dos años y medio por el interior de África, sufriendo de malaria y sin una moneda en el bolsillo, se dirigió al cónsul francés en la ciudad. Éste telegrafió al Ministerio de Marina pidiendo instrucciones. La respuesta fue: "Urge pague pasaje para repatriar a Brazza del modo más barato posible".

¿Esa era la forma que tenía Francia de recompensar a quién había llevado su bandera por territorios inexplorados? Aunque pudiera parecer un recibimiento duro tampoco podía decirse que fuera inesperado. Había muchos en el gobierno de su país que consideraban su gesta como un gasto inútil de recursos en una zona del mundo de nulo interés estratégico. Si Brazza había logrado poner en marcha su expedición había sido gracias a las poderosas influencias de su familia, y había quien aún le guardaba rencor por ello.

Leopoldo II era consciente de ello y pensaba explotarlo para impedir que se ratificara el tratado. Contaba con agentes en el país y dinero para sufragar campañas y comprar conciencias. Pero en sus cálculos no entró una variable que resultó decisiva: el propio Brazza y como su encanto le permitió convertirse en el héroe por el que Francia llevaba tiempo suspirando.

Pierre Savornang de Brazza
Pierre Savornang de Brazza fotografiado
por Paul Nadar (fuente).
Los franceses aún no habían tenido tiempo de recuperarse de la humillación sufrida once años antes una  naciente Alemania. Entonces no sólo habían perdido parte de su territorio, sino también su orgullo de gran potencia. Y entonces aparece un joven y atractivo explorador, que con un exótico acento italiano empezó a dar conferencias sobre cómo había llevado los ideales de la República al interior del continente negro, liberando esclavos y extendiendo la civilización para mayor gloria de Francia. Todo ello al tiempo que adelantaba y humillaba a la expedición comandada por un pérfido inglés. 

Que Stanley fuera estadounidense de adopción y que la expedición estuviera pagada con dinero belga era secundario, lo importante para Francia era que al fin tenía un héroe del que enorgullecerse y una noble misión que la ponía a la vanguardia de las naciones civilizadas. Y luego estaba el detalle de todas esas riquezas, oportunamente exageradas por un exultante Brazza, esperando a ser explotadas, claro.

Sin que sus protagonistas fueran conscientes, en este momento se estaba produciendo un cambio que tendría enormes consecuencias para la historia de ambos continentes. Por primera vez la población de un país europeo volvía su vista hacia el África subsahariana para verla no sólo como una tierra de oportunidades, sino como un lugar donde probar su estatus de gran potencia.

A Leopoldo II no le quedó más que contemplar impotente como la asamblea francesa ratificaba en octubre de 1882 el tratado que consagraba la penetración francesa en el Congo. Lo que no sabía es que este era sólo el primer paso en un conflicto que acabaría enfrentándole a las principales potencias de la época.


Leopoldo II contra todos


El impacto de la ratificación del tratado que plantaba la bandera francesa en el interior de África central fue extendiéndose por las cancillerías europeas. Pero el lugar donde fue recibido con mayores suspicacias fue en la mayor potencia marítima y comercial de la época.

Hasta entonces Gran Bretaña había seguido una política basada en la penetración económica sin dominio directo, con barcos británicos comerciando a lo largo de las costas de África. Y si había alguna tribu local que no estaba dispuesta a reconocer los beneficios del libre comercio siempre se podía enviar un barco de guerra para ayudarle a reconsiderar su postura. Así todos ganaban: la industria británica tenían otro mercado, aunque secundario, para sus productos, y la corona no tenía necesidad de embarcarse en costosas aventuras coloniales.

Pero en este beneficioso esquema había lugares donde los comerciantes ingleses no eran tan bien recibidos. Por ejemplo, aquellos donde ondeaba la bandera francesa, una de las administraciones más proteccionistas de la época.

Que unos enemigos declarados del libre comercio (léase el comercio inglés) pudieran hacerse con el control de las supuestas riquezas de la cuenca del Congo era una situación intolerable. Su reacción fue apoyar la reivindicación de Portugal sobre las tierras a ambos lados de la desembocadura del Congo. Reinvindicación que los mismos ingleses habían estado ninguneando durante más de medio siglo, todo sea dicho.

El tratado negociado con Portugal garantizaba a los comerciantes británicos el libre acceso a la desembocadura del Congo, desde donde podían intentar contrarrestar la influencia francesa. Pero para Leopoldo II significaba arrebatarle su única salida al mar, condenando toda la empresa al fracaso.

Los franceses reaccionaron a la injerencia británica con una búsqueda de alianzas que los echó en brazos de la que hasta entonces había sido su enemiga, una Alemania deseosa de cerrar las heridas de la guerra y que empezaba a contemplar la posibilidad de reclamar su parte en el reparto de África.

En sólo cuatro años la cuenca del Congo había pasado de ser un territorio ignorado por todos a convertirse en motivo de enfrentamiento entre las potencias europeas. Atrapado en medio quedaba el proyecto de Leopoldo II, el primero en apostar por la región y que ahora corría el riesgo de perder las cuantiosas inversiones realizadas hasta entonces.

Había de ser en estos difíciles momentos cuando el rey belga se revelaría como un prodigioso político, un intrigante avezado que lograría volver a unos contra otros haciendo realidad lo que en ese momento parecía imposible.


Un país inventado: el Estado Libre del Congo


La primera jugada maestra de Leopoldo II había sido crear una asociación filantrópica que recibió el aplauso del mundo y utilizarla para lograr acuerdos de comercio en su exclusivo beneficio. Ahora que esos acuerdos se habían vuelto inútiles recurrió a un nuevo golpe de efecto. Francia no podría reclamar la soberanía sobre la cuenca del Congo si allí existía ya un estado. En Bruselas, a más de seis mil kilómetros de lo que debía ser su territorio, nació el que sería el Estado Libre del Congo.

Bandera del Estado Libre del Congo
Bandera del Estado Libre del Congo, tomada
del antiguo reino de Congo en Angola (fuente).
Leopoldo II volvió a enviar a Stanley al Congo con instrucciones de conseguir nuevos tratados que cedieran la soberanía del territorio a la recién creada Asociación Internacional del Congo (AIC), que no era más que un eufemismo tras el que se ocultaba el propio rey. Pero para que un estado exista en algo más que sobre el papel necesita que el resto de naciones le acepten como tal. 

El primer reconocimiento vino del otro lado del Atlántico. Agentes de Leopoldo II presentaron la idea en EEUU jugando la que había de ser su mejor baza de ahí en adelante: el Estado Libre del Congo era la única forma de que las ricas tierras de la cuenca se abriesen al comercio internacional en lugar de convertirse en coto exclusivo de alguna nación europea. La AIC prometía a un mercado abierto a los productos estadounidenses, al tiempo que combatía el comercio de esclavos en el interior de África. Además el nuevo país contaría con una Constitutión que tomaría como ejemplo la de EEUU.

Los congresistas y senadores estadounidenses se dejaron convencer por las bellas palabras de los agentes de Leopoldo II y votaron el reconocimiento del nuevo estado en abril de 1884. En ningún momento del debate los representantes estadounidenses tuvieron claro que estaban votando a favor de la recién creada AIC en lugar de la filantrópica y realmente internacional Asociación Internacional de África a la que había sustituido.

Pero el mayor éxito del rey fue fruto de una genial jugada que descolocó al resto de gobiernos implicados. Francia estaba convencida de que el siguiente paso de Gran Bretaña, tras pactar con Portugal el acceso a la desembocadura del Congo, sería hacerse con los territorios en manos de la AIC. Así que el gobierno francés se puso en contacto con Leopoldo II ofreciéndose a respetar el territorio de la Asociación a cambio de que se comprometiera a no vendérselo a los británicos. Los franceses, como el resto de países implicados, consideraban inviable el proyecto del rey, que estaba devorando su fortuna personal obligándole a pedir créditos cada vez mayores para mantenerlo.

Leopoldo II vio una oportunidad y decidió subir la apuesta: a cambio de del reconocimiento del Estado Libre del Congo estaba dispuesto a cederle a Francia el derecho de adquisición preferente en caso de venta. El primer ministro francés se lanzó de cabeza sobre lo que consideró un negocio redondo, que de un plumazo le colocaba por delante de Gran Bretaña, Portugal e incluso Bélgica, que hasta entonces parecía la heredera natural. En abril de 1884 se firmaba el acuerdo. Sin embargo, lo que parecía una victoria de la diplomacia francesa en realidad suponía el principio del triunfo de Leopoldo.

Uno de los lugares donde más efecto causó la noticia fue en Gran Bretaña, donde se consideró casi como una traición por parte del rey belga. Sin embargo los agentes del rey se encargaron de dar la vuelta a la situación: si la alternativa al libre comercio que ofrecía el Estado Libre era la proteccionista Francia, ¿qué mejor para el comercio inglés que asegurarse de que el nuevo país no fracasara? Esto significaba dar marcha atrás en el apoyo a Portugal en la zona. Un apoyo que además contaba tanto con la oposición de las otras potencias como con una fuerte contestación interna: los comerciantes ingleses desconfiaban de un país con aún peor fama de proteccionista que Francia, y las sociedades abolicionistas no querían tratos con un gobierno que aún comerciaba con esclavos. Ambas campañas estaban generosamente financiadas por el propio rey belga.

Ante la presión exterior e interior el gobierno británico decidió no llevar al Parlamento la ratificación del tratado. El monarca había conseguido eliminar una de las principales amenazas a su proyecto, pero éste aún necesitaba superar dos escollos más antes de ser viable: fijar de sus fronteras y el reconocimiento de las dos potencias que aún no lo habían hecho: Gran Bretaña y Alemania
.


La conferencia de Berlín y el triunfo de Leopoldo II


En 1884 se celebró en Berlín una conferencia que debía servir para limar los roces que estaban surgiendo en Europa, principalmente entre Gran Bretaña, Francia y Alemania, a cuenta del incipiente reparto de África Occidental. Entre los dieciséis países invitados no se encontraba el Estado Libre del Congo, pero Leopoldo II contaba con la delegación belga y su red de agentes para manejar la reunión a su favor.

Conferencia de Berlín para el África Occidental 1884 (fuente)


Tan sólo una semana antes había logrado otra gran victoria: Alemania había reconocido al nuevo estado. De nuevo la clave estaba en el tratado de venta preferente a Francia. El canciller Bismarck no se fiaba del proteccionismo del que entonces era su aliado, así que exigió al rey que garantizase el acceso libre de los comerciantes alemanes a su territorio, y que en caso de venta esta condición debía estar reflejada en el contrato para el nuevo propietario. A cambio Bismarck le permitiría fijar las fronteras a su antojo.

Leopoldo vio la oportunidad y sobre el mapa de África trazó unas fronteras casi irreales que abarcaban la mayor parte del África central. A pesar de lo ambicioso de la propuesta Bismarck le dio el visto bueno. En realidad el canciller también dudaba que el nuevo estado llegara a ser viable, pero no podía dejar pasar la oportunidad de utilizarlo como una baza a la hora de negociar otros asuntos de más interés para su país.

Fue Bismarck el que presionó a los británicos para que reconocieran al Estado Libre del Congo como alternativa al dominio francés. En Londres tenían constancia de que la libertad comercial que propugnaba Leopoldo II no era más que una fachada, pero necesitaban de la neutralidad de Alemania y, de nuevo, cualquier cosa era mejor que Francia.

Todos estos movimientos habían descolocado al gobierno francés. De repente había pasado de pensar que habían hecho un gran acuerdo apostando por el fracaso de Leopoldo II a encontrarse con todas las demás potencias haciendo lo posible por que el nuevo estado fuera un éxito. Contraatacaron alegando que los tratados firmados por Brazza incluían no sólo la orilla norte del Congo, sino también la sur, incluyendo el territorio donde se encontraba Leopoldville, la capital del Estado Libre.

Pero aquí volvió a ponerse de relieve la habilidad del rey belga. Había encargado a Stanley firmar acuerdos con las tribus situadas a espaldas de la colonia francesa, rodeándola y aislándola de sus bases en Gabón. París tuvo que resignarse a abandonar sus pretensiones en la orilla sur del Congo a cambio de que Leopoldo les cediera este territorio.

Los franceses no se dieron por vencidos y se aliaron con Portugal para cerrarle la salida al mar al nuevo estado. Pero a estas alturas Bismarck ya estaba harto de las discusiones sobre el Congo. Presionó a Francia para que retirase su apoyo a Portugal y obligó a que estos llegaran un acuerdo para repartirse la desembocadura del río con Leopoldo.

A modo de final bufo, los portugueses reconocieron a Bismarck que su pueblo nunca admitiría el tratado a no ser que lo vendieran como una imposición. De acuerdo con los negociadores lusos Bismarck envió un ultimátum al gobierno portugués que pudo así hacer pasar el acuerdo ante su pueblo como algo inevitable.

Al terminar la conferencia nadie tenía dudas de quién había sido el gran beneficiado de la mesa. Leopoldo II había creado de la nada un nuevo estado en el corazón de África: más de dos mil kilómetros cuadrados, siete veces del tamaño de Bélgica, que le pertenecían en exclusiva.

Mapa actual de la República Democrática del Congo, heredera del Estado Libre del Congo (fuente). La orilla norte quedó en manos de Francia y se convertiría en la República del Congo. Las capitales de ambos estados, Kinshasa (antes Leopoldville) y Brazzaville, respectivamente, se construyeron sobre los campamentos que Stanley y Brazza levantaron a ambas orillas del río. Situado entre ambos países hay una pequeña porción de Angola, consecuencia del acuerdo al que llegaron Leopoldo II y Portugal al repartirse la desembocadura del río.


Epílogo


Leopoldo II se había destapado como uno de los grandes políticos de su tiempo logrando algo que había parecido imposible. Poco después se haría coronar como rey soberano del Congo y empezaría una carrera por recuperar las cuantiosas inversiones que había realizado. Pronto se arrancó la careta del libre comercio y se reveló como un monopolista aún más terrible que Francia, para estupor de aquellos que le habían apoyado.

Su ambición y las fuerzas que había contribuido a poner en marcha desembocaron en una carrera por el reparto de África cuyas consecuencias aún se dejan notar en nuestro días. Entre las más terribles fueron precisamente las que sufrieron los habitantes de este irónicamente llamado Estado Libre del Congo, que fueron víctimas de uno de los primeros genocidios del siglo XX provocado por la descarnada ambición del rey.

Aunque ya hablaremos más tranquilamente de esto en una próxima entrada que cerrará la trilogía dedicada al nacimiento del Congo: El horror: las manos amputadas del Congo.




Entradas relacionadas: 

Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

Sunday, June 16, 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
Pincha en la imagen para ver a tamaño completo.
En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.

Monday, May 27, 2013

Vientos de guerra y jazz

Recientemente he descubierto el programa musical La madeja de Radio 3 y me he vuelto asiduo de sus podcasts. En uno de los más antiguos, dedicado a Nueva Orleans, he encontrado un curioso comentario que relaciona el esplendor del jazz en la ciudad nada menos que con el desastre del 98. Os lo trascribo a continuación, aunque también podéis escucharlo aquí a partir del minuto 9:42 (y, de paso, podéis disfrutar de la música que lo acompaña).

"Decíamos que Nueva Orleans es la patria del jazz, y es cierto. Lo que resulta menos conocido es la relación entre el jazz y el desastre del 98, con la pérdida de Cuba para la corona española. Según cuenta el propio Armstrong en sus memorias, en la primera década del siglo veinte era fácil conseguir cornetas y trompetas de segunda mano en las tiendas de empeño de Nueva Orleans. De hecho su primer instrumento, siendo todavía un niño, fue una de las famosas cornetas de "¡A dólar!". ¿Y de dónde salían aquellas cornetas? Pues resulta que tras haber hundido a la flota española en Cuba, la armada norteamericana licenció a buena parte de la marinería, que se vio ociosa en el puerto militar de la zona: Nueva Orleans, tierra de grandes alegrías, buen beber y mejores burdeles. Tras pulirse su paga, muchos miembros de las bandas de música castrense acabaron empeñando los instrumentos, y así los músicos negros del lugar tuvieron acceso a trompetas y demás vientos a buen precio, hasta entonces fuera de su alcance."

The Superior Orchestra. Nueva Orleans, 1910 (Wikipedia Commons)

Saturday, March 10, 2012

Una rendición con condiciones

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


Hay un proverbio que dice "soldado que huye sirve para otra guerra". Aunque claro, por muy superior que sea el enemigo al que uno se enfrenta, eso de rendirse no deja de tener un regustillo poco honorable que algunos intentan camuflar como pueden.

Uno de estos casos aparece reflejado en el libro El día D de Antony Beevor, que cuenta la anécdota de un cuerpo de infantería americano que avanzaba hacia Cherburgo dos semanas después del desembarco. Cortándoles el paso encontraron una posición defensiva alemana. Procurando evitar un enfrentamiento el coronel MacMahon ordenó que se avisara a los alemanes que se rindieran o se atuvieran a las consecuencias.

Ya estaría mascullando el coronel americano por la cabezonería germana y preparándose para ordenar a sus artilleros que machacaran la posición cuando empezaron a surgir soldados llevando banderas blancas. Entre ellos un grupo de cinco oficiales que pidió vérselas con quien estuviera al mando.

Oficiales dialogando (wikipedia).

A partir de aquí no puedo dejar de imaginarme la situación a la manera de la genial Un, dos, tres de Billy Wilder, cambiando al coronel MacMahon por el director MacNamara y a los cinco oficiales alemanes por los tres delegados soviéticos. Así, los alemanes se habrían dirigido al americano haciéndole saber que el comandante de su guarnición era consciente que allí ya no tenían nada más que hacer, pero tampoco que no quería rendirse de una forma que humillase al ejército alemán. Solicitaba a MacMahon que, si no le resultaba mucha molestia, les lanzasen con sus morteros algunos proyectiles de fósforo blanco para que pudiera capitular sintiendo que había "cumplido con sus obligaciones con el Führer".


Dotación de mortero americana en una acción
cerca del Rin en 1945 (wikipedia)
La solución era a todas luces beneficiosa para MacMahon, que debió de haber dado la orden satisfecho, sólo para que al rato se le acercase alguno de sus subalternos con un "ummm, mi coronel, tenemos un problemita, ¿se acuerda usted de ese bombardeo que hicimos a principios de semana?" o algo similar. Resumiendo, que no quedaban proyectiles de mortero de fósforo blanco, que si no les importaba que en su lugar fueran unas simples granadas.

En ese momento los alemanes (según mi asociación cinematográfica) debieron decir "¿le importa que nos reunamos en conferencia?" y ponerse a discutir en círculo mientras los americanos los miraban impacientes. "De acuerdo", habría sido su respuesta, "admitimos granadas. Cinco, una por cada uno de nosotros".

MacMahon, al estilo del MacNamara de Wilder, se habría dirigido entonces a su ordenanza ordenando que le trajeran cinco granadas. Ordenanza que volvería al cabo de un rato para cuchichear algo al oído de su coronel, que se dirigiría a los alemanes diciendo en tono disgustado: "me temo que sólo nos quedan cuatro granadas de fósforo blanco. Entiéndanme, estas dos últimas semanas han sido un poco movidas y contábamos con tomar Cherburgo para empezar a recibir repuestos en condiciones".

Prisioneros alemanes en Cherburgo (wikipedia).
"¡Conferencia en la cumbre!" debió de ordenar uno de los alemanes, volviendo a formar el círculo mientras mascullaban comentarios sobre la tacañería americana. "De acuerdo, aceptamos las cuatro granadas", diría el oficial de mayor rango. Pero claro, ahora había que discutir dónde se arrojaban. No debía ser un sitio muy alejado, para que no pusiera en entredicho el honor alemán, ni demasiado cerca de la posición, no fuera a ser que alguien se hiciera daño. Finalmente se decidió lanzar las cuatro granadas a un campo de grano cercano.

Cuando se despejó el humo, los alemanes debieron pasear arriba y abajo, muy dignos, por el lugar de las explosiones para certificar que los americanos no intentaban engañarlos. Tras esto una última reunión para ponerse de acuerdo, estrechar la mano al oficial americano e ir a informar a su coronel que podía dar la orden de rendirse al resto de la guarnición. No debía preocuparse, su honor estaba intacto. Prácticamente.



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Notas:

Mientras escribía esto me entró la curiosidad de saber en qué consistían exactamente las bombas de fósforo blanco. Os comento algunas cosas que he descubierto en los artículos que le dedica Wikipedia en inglés y español.
  • El fósforo blanco es altamente inflamable y genera una gran nube de humo en el momento de la explosión, siendo uno de sus usos el proporcionar una pantalla para los movimientos de tropas.
  • Además la ignición del fósforo genera una gran temperatura, pudiendo causar graves quemaduras, por lo que también se usa como arma antipersona e incendiaria. Además el humo que genera provoca irritaciones y su inhalación prolongada puede causar serias lesiones o, incluso, la muerte.
  • La situación que se describe en la entrada no debía ser muy habitual, pues al inicio de la campaña de Normandía el ejército americano iba bien provisto de proyectiles de fósforo. Su uso parece haber sido abundante como arma incendiaria y antipersona.
  • Debido a su efecto incendiario, el uso fósforo blanco en zonas civiles está en la actualidad prohibido por tratados internacionales. Su utilización por las fuerzas americanas en Iraq o por los isrealíes en Gaza ha sido objeto de denuncia por parte de organizaciones humanitarias. Los gobiernos implicados se han defendido argumentando haberlo empleado sólo como pantalla de humo, a lo que se han opuesto testimonios de civiles afectados por las quemaduras.

Thursday, February 9, 2012

Paraísos que surgieron del hambre

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)

A lot of them
A lot of them, fotografía de Gaurav-P.

La imagen sobre estas líneas está tomada en el cráter del NgoroNgoro, junto al Parque Natural del Serengueti; un paraíso natural, una ventana al pasado de África en el que el tiempo se ha detenido, libre de la mano del hombre. O, al menos, eso es lo que pensaba al contemplar esos hermosos documentales de naturaleza que todos hemos dicho ver alguna vez. 

Sin embargo no es así. Algunos de los parques naturales africanos más conocidos (Serengueti, Masai Mara, Tsavo...) no son la imagen congelada de un pasado inalterado, sino el resultado de una serie de catástrofes que sacudieron a la población africana en el tránsito del siglo XIX al XX.

El siglo XIX parecía estar acabando bien. Precipitaciones más elevadas de lo habitual en la mayoría del continente durante los años que van de 1870 a 1895 habían permitido poner en cultivo nuevas tierras y el aumento de la población. Cierto que el hombre blanco estaba empezando a mostrar su codicia y que continuaba el odioso tráfico de esclavos. Pero las cosechas llegaban con regularidad y zonas que antes eran de subsistencia llegaban al extremo de poder exportar sus excentes.

Y, de repente, todo cambió. Las lluvias comenzaron a disminuir, los lagos bajaron su nivel, los ríos dejaron de desbordarse y zonas como el Sahel, que habían visto un gran incremento de población basado en veinticinco años de buenas precipitaciones, fueron azotadas por continuas sequías. Las cosechas murieron y llegó el hambre. Y una población desnutrida era pasto fácil para las plagas.

Al cólera, tifus y viruela se unió una nueva plaga traída desde Brasil: las pulgas de areia o niguas, unos insectos que viven en climas tropicales y subtropicales y que se introducen en la piel de los pies causando un intenso ardor. Aunque su tratamiento era sencillo, en un primer momento las poblaciones africanas estaban inermes ante una amenaza que desconocían. Hay registros de poblaciones de los Grandes Lagos que habían sido casi exterminadas por la viruela y en las que los supervivientes, los pies invadidos de niguas, eran incapaces de salir a recoger la cosecha, que acababa devorada por nubes de langostas.

Pero, por si todo esto no fuese suficiente, todavía faltaba por llegar la peor de las plagas. Una que ha sido considerada como la mayor catástrofe natural que ha azotado al continente africano.

La peste bovina llegó a África en 1889 a través de mulas importadas por los destacamentos italianos en Eritrea. Antes de que acabase el siglo se había extendido por todo el continente, dejando a su paso un reguero de animales muertos. Se calcula que nada menos que entre el 90 y el 95 por ciento de todo el ganado africano murió entre 1889 y los primeros años del siglo XX. Cabañas de miles de animales quedaron reducidas a unas pocas decenas. La peste no solo afectó a bueyes o vacas, también ovejas, cabras, junto con búfalos, antílopes, jirafas y otros muchos animales salvajes encontraron la muerte ante una enfermedad frente a la que no habían desarrollado defensas.


Ganado sacrificado en Sudáfrica para evitar la expansión de la peste bovina a finales del S. XIX. Además de sacrificios de ganado, Sudáfrica construyó una gran cerca para impedir el paso de animales, con patrullas dedicadas a disparar a todo animal que se acercase. Todo fue en vano.
He encontrado la misma fotografía atribuida a Texas A&M University y al Onderstepoort Veterinary Institute.

 

Al hambre y la muerte se unió además un profundo golpe psicológico para los pueblos que habían hecho del pastoreo su modo de vida. Las relaciones entre sus miembros estaban determinadas alrededor de la posesión de rebaños, cuyo tamaño marcaba el estatus de su propietario. Junto con sus animales, la plaga se llevó por delante los cimientos sobre los que se edificaba su sociedad.

Uno de los pueblos en sufrir este destino fueron los Maasai, que se estima perdieron dos tercios de su población por el hambre y la viruela a finales del siglo XIX. La desaparición de su ganado trajo también otra consecuencia a nivel ecológico. Al pastar el ganado eliminaba los brotes de los árboles cuando apenas asomaban de la tierra. Sin este control natural los campos de pastoreo se llenaron en poco tiempo de arbustos y hierbas altas. Este era el terreno ideal para la expansión de la mosca tsetse, fuente de enfermedades para hombres y ganado. La mosca había sido el gran impedimento para la expansión de muchas comunidades africanas, que habían ganado terreno al insecto lentamente a través de generaciones.

En poco tiempo los animales salvajes, inmunes a las enfermedades que transmite la mosca, ocuparon el terreno que una vez había albergado a prósperas comunidades Maasai. Cuando los conservacionistas europeos vieron aquellos paisajes salvajes creyeron estar frente un pedazo de África que había logrado mantener su esencia desde el origen de los tiempos. A partir de este error se crearon algunos de los parques naturales más famosos de África, paraísos que surgieron de la enfermedad y el hambre.


Notas:
  • Dos de las plagas a las que hemos hecho referencia, viruela y peste bovina, han sido las primeras enfermedades infecciosas que se han considerado erradicadas gracias a la acción del hombre.
  • El estado en que se encontraban las poblaciones nativas debido a las hambrunas y plagas de finales del S. XIX está considerado como uno de los factores que permitieron a las potencias europeas repartirse el continente africano con relativamente poco esfuerzo. Frederick Lugard, un nombre fundamental en la expansión del imperialismo británico en África, escribió sobre la enorme devastación que la peste bovina había causado en el continente "que difícilmente puede exagerarse". Según él, la peste "ha favorecido nuestra empresa. Tan poderosas y belicosas como eran las tribus de pastores, su orgullo ha sido humillado y nuestro progreso facilitado por este horrible visitante. La llegada del hombre blanco no podría haber sido tan pacífica de otra forma".
  • Los últimos Maasai del Serengueti fueron expulsados a mediados del siglo XX no por el hambre ni las plagas, sino por las autoridades coloniales británicas con el fin de preservar el parque.

Fuentes: Aunque he picoteado algo de Wikipedia, el grueso del texto proviene de Africa: A Biography of the Continent, de John Reader.

    Wednesday, January 18, 2012

    Con la deuda no se juega: Egipto 1882

    (Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)

     
    Hoy quiero contaros una historia en la que el responsable de hundir la economía deja su cargo, y no solo sale indemne sino que además se lleva una buena indemnización, en que unos países acaban dictando la política de otro en nombre del déficit y en la que ciudadanos hartos de sufrir las consecuencias de una crisis de la que no son responsables protestan pidiendo más democracia. ¿La Europa de nuestro tiempo? No. Egipto a finales del siglo XIX. Para que luego digan que la historia no se repite.


    El sueño de Ismail

    Ismail Pacha
    Ismail Pachá. Autor desconocido.

    Desde 1863 gobernaba Egipto Ismail Pachá, nieto de Mehmet Alí, un soldado albanés albanés que había sabido maniobrar para hacerse con el poder en los convulsos tiempos que siguieron a la retirada del ejército napoleónico. Mehmet había convertido a Egipto en una potencia local, que seguía bajo soberanía turca solo nominalmente.

    Ismail había continuado y acelerado el programa de reformas de su abuelo,  con el objetivo de poner a Egipto al nivel de las países europeos: "No somos un país de África, sino un país de Europa", decía. Al mismo tiempo extendía sus fronteras hacia el sur, con el sueño de construir un nuevo imperio egipcio que se extendiese a lo largo del Nilo, desde el nacimiento hasta su desembocadura.

    Pero todo esto costaba dinero. Mucho. E Ismail, aunque culto y trabajador (pasaba todos los días entre ocho y doce horas diarias en su despacho dedicado a los asuntos de estado), tenía un importante defecto: no entendía nada de economía. Y otro aún mayor: elegía para representarle a personas aún más incapaces (o corruptas).




    El fantasma de la deuda

    Un ejemplo lo tenemos cuando delegó en su ministro Nubar Pachá que renegociase las desfavorables condiciones de la concesión del canal de Suez, cuya construcción se había iniciado bajo el gobierno de su antecesor. A cambio de una pequeña parte de los beneficios, Egipto había renunciado al control del canal y las fértiles tierras que lo rodeaban durante noventa y nueve años, además de proporcionar el agua, los materiales y, más importante, mano de obra barata para su construcción (se calcula que más de cien mil egipcios murieron en el proceso).

    Construcción del canal de Suez.

    Pero Nubar no solo no logró mejorar las condiciones, sino que además Egipto se vio obligado a pagar 4 millones de libras a la empresa concesionaria de las obras. No pudo llegar en peor momento. El costoso programa de reformas se había emprendido confiando en los altos precios  que el algodón, principal exportación egipcia, había alcanzado por la Guerra de Secesión estadounidense. Pero cuando los precios volvieron a bajar la economía egipcia se encontró sin posibilidad de financiar los nuevos graneros, carreteras o puertos que eran el orgullo de Ismail. Eso sin hablar de sus sueños expansionistas.

    Al rescate acudieron los inversores europeos, contentos de prestar dinero a un país amigo. A cambio, eso sí,  de un interés bastante alto. Pero todo el dinero que se conseguía con la venta de bonos, Ismail lo gastaba a manos llenas, lo que acababa en la necesidad de nuevos préstamos hasta que acabó siendo evidente para todos que el país se deslizaba inevitablemente hacia el colapso económico.

    ¿Qué hicieron entonces las potencias europeas? ¿Negociar un plan de rescate? ¿Una moratoria o disminución de los exhorbitados intereses hasta estabilizar la economía de un país amigo?


    El adiós de Ismail

    Evidentemente no. En su lugar forzaron al sultán otomano, aliviado de que por una vez el problema de la deuda lo tuviera otro, a destituir a en 1879 a Ismail Pachá y nombrar en su lugar a su hijo Tewfik como nuevo Khedive (gobernador). Un cargo que no iba más allá del nombre, ya que el gobierno efectivo del país se dejó en manos de ingleses y franceses en lo que recibió el nombre de control dual, y cuya principal misión fue que no dejase de fluir dinero hacia los bolsillos de los propietarios de bonos egipcios.

    Los últimos días en su cargo fueron de mucho trabajo para Ismail. No debió de ser fácil decidir qué mujeres de su harén debían acompañarle al mismo tiempo que se dedicaba a saquear minuciosamente los tesoros de varios palacios egipcios para llevárselos a su exilio en Nápoles. Y por si eso no era suficiente, además las potencias europeas le concedieron un subsidio de 2 millones de libras por las molestias (no sé a vosotros, pero a mí esto de culpables de hundir un país o una empresa que no sólo se marchan de rositas sino que además se llevan una buena indemnización me suena bastante actual).


    Rebelión y intervención armada

    Llegados a este momento no es de extrañar que surgiera una respuesta. Varios oficiales egipcios se rebelaron y tomaron el poder en 1882, recibiendo el apoyo tanto de las clases ilustradas como del pueblo llano, que veía como el fruto de su trabajo se iba en impuestos cada vez mayores. Entre los propósitos de los sublevados estaba eliminar de los altos cargos a la corrupta élite de origen otomano y convertir Egipto en una monarquía parlamentaria de corte europeo.

    Pero las potencias sólo vieron en el cambio de gobierno una amenaza a la continuidad del pago de la deuda, aún más cuando el nuevo gobierno suspendió la ley según la cual la mitad de los ingresos del estado egipcio debían dedicarse a este fin.

    Francia y Gran Bretaña emitieron una dura nota de amenaza, que sólo consiguió provocar una ebullición del sentimiento nacionalista egipcio. A partir de ahí la tensión de dejó de aumentar, más aún cuando los dos países enviaron barcos de guerra al puerto de Alejandría para forzar la renuncia del nuevo gobierno. La visión de la flota inflamó a la población de la ciudad, que se lanzó a la persecución de los europeos y sus colaboradores, dejando a su paso medio centenar de muertos. Dos semanas después buques británicos bombardeaban la ciudad.

    Imagen de Alejandría tras el bombardeo británico de 1882 (fuente).

    Finalmente, el 14 de septiembre de 1882 tropas británicas derrotaban al ejército egipcio en Tel el-Kebil. A los podos días entraban en El Cairo y devolvían el poder a su legítimo propietario, el Kedhive Twefik.


    Epílogo

    Aunque nominalmente el poder volviera al Kedhive, en la práctica Egipto se convirtió en un protectorado británico. Una situación inicialmente concebida como provisional, hasta que el país se estabilizase (y se garantizase el pago de la deuda, claro), pero que finalmente se prolongó hasta su independencia en 1922.

    La cuestión egipcia se convirtió en un asunto incómodo para el gobierno británico, condicionando su política en África durante los años siguientes. Además es considerado como uno de los hechos que acabó desencadenando la carrera por el reparto de África que estaba a punto de desatarse.

    Aunque nada de esto debió resultar de gran importancia para los ciudadanos egipcios, que siguieron pagando con su sudor la deuda creada por un gobernante incapaz que terminó sus días rodeado de lujos en Europa.



    Fuentes: