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Sunday, June 16, 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
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En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.


El sueño de los dos Leopoldos


En 1830 Bélgica ganaba la independencia y ofrecía su corona al duque Leopoldo von Sachsen-Coburg-Saalfeld. El país nacía rodeado de amenazas. Compartía frontera con dos potencias siempre a la gresca: Francia y una Alemania en plena formación. Y en su interior la rápida industrialización del país había creado una gran masa de desposeídos que amenazaban el orden social.

Leopoldo I fue conocido como un rey prudente que se mantuvo al margen de los conflictos de sus vecinos. Su única excentricidad era cierta obsesión con lo que consideraba como la solución ideal a los problemas de su país: la adquisición de una colonia. Un lugar donde enviar los excendentes de población (Bélgica era el segundo país más densamente poblado de Europa tras Gran Bretaña), un mercado para su floreciente industria y un proyecto común que uniera a flamencos y valones a mayor gloria de Bélgica.

El problema era que a esas alturas el mundo, o al menos sus partes más interesantes, estaban ya ocupadas. Además el propio gobierno belga consideraba la idea arriesgada y demasiado costosa. Pero Leopoldo no se arredró ante las dificultades y se ofreció a adquirir una colonia a costa de su fortuna personal. Desafortunadamente no sólo era necesario tener dinero para comprar, sino que también hacía falta quien estuviera dispuesto a vender. Leopoldo I ofreció comprar Creta al Imperio Turco, Cuba a España, una franja de terreno a Texas, las Islas Feroe a Dinamarca, y así hasta llegar a cincuenta y un intentos registrados. Todos en vano.

Leopoldo II de Bélgica
Leopoldo II de Bélgica (fuente)
En 1865 Leopoldo II sucede a su padre en el trono. De él había heredado tanto el nombre como su sueño colonial. Y parecía que también su suerte, aumentando la lista de fracasos con los intentos de compra de Filipinas a España, Angola y Monzambique a Portugal, Vietnam a Francia o Nueva Guinea a Gran Bretaña. 

Así estaban las cosas cuando una mañana de enero de 1876 Leopoldo II se disponía a leer su ejemplar de The Times. Un periódico que llegaba a sus manos cada día después de partir en tren nocturno desde Londres a Dover, de ahí en ferry hasta Ostende y luego en tren exprés que se detenía brevemente para arrojar el periódico junto al palacio de Laeken, donde un funcionario lo recogía y planchaba sus páginas justo a tiempo para el desayuno del monarca.

Ese día Leopoldo II reparó en una nota que daba cuenta de la expedición del teniente Verney Lovett Cameron, el primer hombre en atravesar el centro África de costa a costa, y que describía a las tierras bañadas por el río Congo como un país plagado de grandes riquezas esperando a quién quisiera explotarlas.

Leopoldo II acababa de encontrar la empresa a la que dedicaría el resto de su vida.



La coartada: el gran filántropo


Leopoldo cruzaba los dedos mientras veía al gobierno británico ignorar los llamamientos de Cameron para explotar las riquezas del interior del continente. Los británicos habían llevado hasta entonces una exitosa política que se basaba más en el libre comercio que en la conquista de territorio. Aunque si el comercio no era todo lo libre que ellos pensaban siempre estaban dispuestos a mandar una cañonera para hacer entrar en razón a los gobernantes locales.

Pero una cosa es que los ingleses no tuvieran interés en la cuenca del Congo y otra muy distinta que estuvieran dispuestos a dejárselo al primero que pasase. Y también había que contar con Francia, que tenía una colonia en el cercano Gabón, y con Portugal, un jugador menor pero que reclamaba antiguos derechos sobre la desembocadura del río. Leopoldo debía encontrar la forma de hacerse con el territorio sin despertar recelos. Entonces tuvo una idea genial, una idea si funcionaba haría que las potencias europeas no sólo no se opusieran a su control del Congo, sino que incluso ayudaran a financiarlo.

El rey convocó en Bruselas en septiembre de 1876 una conferencia geográfica a la que invitó a una docena de los más reputados exploradores, junto con políticos, hombres de negocios, misioneros, filántropos y, por supuesto, geógrafos. Allí los halagó, los mimó, les ofreció los mejores vinos y los más suculentos banquetes mientras les presentaba su gran proyecto: África se desangraba por culpa del abominable tráfico de esclavos. Prohibido desde hace tiempo en las naciones civilizadas, esta lacra seguía infectando el corazón de África. Era misión de los "amigos de la humanidad" el "abrir a la civilización el único lugar del globo en el cual aún no había penetrado, desgarrando la oscuridad que envuelve a pueblos enteros" en "una cruzada digna de esta era de progreso".

Leopoldo proponía la creación de una cadena de puestos que recorriese África central de costa a costa y que cumplirían una función "principalmente al servicio de la ciencia, y en segundo lugar para permitir el avance del comercio, la industria y la civilización".  Para llevarlo a cabo se acordó crear una Asociación Internacional Africana (AIA), que contaría con comités nacionales en Europa (con la excepción de una desconfiada Gran Bretaña) y Estados Unidos encargados de recaudar fondos.

Por supuesto todos los presentes estuvieron de acuerdo en ceder la presidencia de la AIA al gran hombre que la había hecho posible, el filántropo que estaba dispuesto a utilizar su propia fortuna en la lucha contra la barbarie. Leopoldo aceptó con modestia, señalando que sólo aceptaría el puesto por un año, tiempo más que suficiente para poner a la organización bajo su absoluto control.

Cuenca del río Congo.
El círculo verde indica el lago Stanley (ahora Malebo).
En rojo aparece el río Ogooué (fuente).
Una vez convertido por la prensa en un héroe de la civilización y con su misión al abrigo de la desconfianza de los gobiernos era el momento de pasar a la siguiente fase de su plan. El río Congo era la pieza clave. Tras su desembocadura había una sucesión de rápidos y cataratas que daban paso al lago Stanley. Desde allí el río era navegable durante cientos de kilómetros, una ruta ideal para explotar y exportar las riquezas del interior. Quien dominase el lago tendría el control de río y de toda su cuenca.

Leopoldo despachó en secreto una expedición en mayo de 1879, con órdenes de usar el paraguas de la AIA caso de ser descubierta. Su misión era llegar al lago Stanely y firmar derechos de comercio exclusivos con las tribus locales.

Pero no todos se habían dejado convencer por el espejismo de la AIA. En Francia se sospechaba de las auténticas intenciones de Leopoldo. Cuando llegaron noticias de la expedición belga se decidió enviar otra que debía adelantarse y conseguir para Francia los derechos de comercio en el lago Stanley.

Empezaba la gran carrera por el Congo.



Los contendientes: por Bélgica Henri Morton Stanley


Henry Morton Stanley en 1872 caracterizado
con el equipo que afirmaba llevar al encontrar
a Livingston (fuente).
Leopoldo no quería fallos, así que escogió al mejor. Nacido en Gales en 1841 pero emigrado a EEUU con 17 años, Henri Morton Stanley había logrado fama mundial por haber encontrado al desaparecido explorador David Livingstone, hazaña inmortalizada en la frase (probablemente inventada por él mismo a posteriori): Doctor Livingstone, I presume (El Dr. Linvinstone, supongo).

Pero no era esto lo que había llamado la atención del rey. Stanley también era el único europeo que había recorrido el río Congo en su totalidad. En esos momentos se encontraba intentando convencer al gobierno británico de que actuara para hacerse con las riquezas de la zona, tal y como había hecho Cameron anteriormente y con los mismos resultados.

Aunque reconocido como un héroe, Stanley también era objeto de la crítica de sus contemporáneos, acusado de una excesiva crueldad en su trato con los nativos. Una fama que se había ganado a pulso describiendo en sus propios libros escenas como cuando había castigado a toda una aldea ametrallándola desde su barco, o incluyendo ilustraciones como la que está bajo estas líneas.

"¡Si lo sueltas disparo!" Esta ilustración aparece en
el libro de Stanley How I found Livingstone (fuente).
Leopoldo supo alagar el ego de Stanley para que abandonase el intento de convencer al gobierno británico y trabajara bajo la humanitaria bandera de la AIA, iniciando una colaboración que uniría sus nombres al destino del Congo.


Los contendientes: por Francia Pierre Paul François Camille Savorgnan de Brazza


Pierre Savorgnan de BrazzaSi pensáramos en la carrera como un combate de boxeo, sin duda Henri Stanley sería el veterano campeón y Pierre de Brazza, con once años menos, el joven y desconocido aspirante.

Brazza era totalmente opuesto al explorador anglo-estadounidense. Mientras que Stanley era un hijo no deseado, criado sin cariño y que había tenido que ganarse su posición a fuerza de trabajo y coraje, Brazza era el séptimo hijo de un conde italiano que había entrado en la marina francesa gracias a los contactos de su familia, que se encontraban también tras del inicio de su carrera como explorador.

Brazza había recibido una esmerada educación y sabía emplear su encanto para ganarse a cualquier tipo de audiencia, en comparación con un Stanley brusco con propensión a perder los estribos.

Estas diferencias de carácter y sus distintas trayectorias vitales se reflejaban también en sus modos de proceder. Stanley no tenía ningún problema en utilizar la fuerza para avanzar en su exploraciones (era conocido en África como Bula Matari, el que rompe las piedras), mientras que Brazza evitaba en lo posible la violencia, recurriendo a teatrales puestas en escena para convencer a los nativos reticentes.

Aunque hasta entonces no había coincidido con Stanley, sus caminos se habían cruzado en la distancia. Brazza había tenido que finalizar su hasta entonces única expedición ante el ataque de una tribu de caníbales que casi le cuesta la vida. De vuelta a Europa descubrió que meses antes Stanley había pasado cerca de la zona en su exploración del Congo. Desde entonces culparía a los brutales métodos del anglo-estadounidense de estar detrás del fracaso de su misión al haber provocado la ira de la población del lugar.



La carrera


En 1879 dos expediciones parten de la costa occidental de África en una carrera por alcanzar el curso alto del Congo. El primero que llegue tendría la posibilidad de hacerse con los derechos de comercio exclusivos de un río que era la llave para explotar las supuestas riquezas de África central. La gran ironía del asunto es que ambas habían sido puestas en marcha por los respectivos comités nacionales de la AIA, que propugnaba el libre comercio en África, y habían sido financiadas en parte por las aportaciones de generosos y crédulos ciudadanos.

La ventaja inicial era para expedición belga, que había partido cuatro meses antes que Brazza. Sin embargo el italo-francés contaba con un as en su manga. Unos años antes Brazza había guiado su primera expedición remontado el curso del río Ogooué, que desembocaba en el Gabón francés. Aunque había tenido que retirarse antes de lograr su objetivo, Brazza estaba seguro de que este río era la clave para abrir una ruta rápida hacia el Congo.

Stanley se enfrentaba a un problema distinto. Entre él y su objetivo se encontraban las cataratas Livingstone, más de 350 km. de rápidos y cascadas que obligaban a desmontar y volver a montar continuamente sus barcos de vapor tras abrir para ellos caminos a través del difícil terreno. Además su avance se veía enlentecido por las órdenes de Leopoldo II de fundar varios puestos comerciales formando una ruta que permitiese empezar a explotar cuanto antes las riquezas del interior. Una decisión estratégica que podía echar a perder el objetivo último de la misión.

Stanley Founding of Congo Free State 264 The Sectional Steamer Le Stanley leaving Vivi Beach
Acarreando las secciones de un barco de vapor desmontable, dibujo del libro The Congo and the founding of its free state; a story of work and exploration (1885), de H. M. Stanley (fuente).

Brazza en cambio sólo pensaba en llegar cuanto antes al lago. No tenía forma de conocer cuánta ventaja le llevaba la expedición belga, y debía lidiar con el temor de llegar a su destino sólo para encontrarse al británico esperándole. Llegó el momento en que tuvieron que abandonar el río y afrontar un avance cada vez más complicado, sufriendo fiebres y en un terreno en el que escaseaba el agua. La situación llegó empezó a ser límite: si no encontraban pronto el Congo tendrían que darse la vuelta antes de arriesgarse a morir de sed.

Los problemas de Stanley eran menos acuciantes, pero suficientes para sacarlo de sus casillas. Las fiebres también habían atacado a su expedición, matando a sus mejores hombres. No podía contar con los belgas que el rey le había asignado, y que habían resultado unos inútiles indisciplinados, y había ocasiones en que en terreno era tan impracticable que tenía que abrirse paso a base de dinamita. Para colmo, Leopoldo II no dejaba de enviarle cartas en las que tanto le instaba a avanzar más deprisa para adelantar a la expedición francesa como le recordaba la importancia de construir estaciones comerciales modélicas.

Y, de pronto, un día de noviembre se presentó en su tienda uno de sus exploradores negros presa de gran emoción. Un hombre blanco se acercaba a su campamento.

Fue la primera vez que Stanley y Brazza se veían las caras, y probablemente ninguno de los dos fue consciente de estar conociendo a quien se convertiría en uno de sus mayores enemigos. Un Brazza extenuado le contó que volvía a su país después de alcanzar el lago Stanley desde el Gabón francés, sin revelar ningún dato sobre su misión, y le dio algunas indicaciones sobre camino que aún le quedaba por recorrer, aunque exagerando sus dificultades. Unos días después los dos exploradores se despedían cordialmente.



Y el ganador es...


Stanley llegó al lago casi un año después que Brazza, tras haber estado a punto de fallecer de malaria, para encontrarse que el francés se había guardado la información más importante. En una de sus orillas ondeaba una bandera francesa sobre un campamento ocupado varios soldados senegaleses. Este campamento sería el origen de la futura capital del Congo Francés, llamada Brazzaville en honor del explorador.

El oficial al mando del puesto le enseñó a Stanley la copia de un tratado firmado por los jefes locales que daba derechos exclusivos de comercio a Francia. Un tratado cuyo original había estado a su alcance escondido entre la ropa de Brazza.

La forma en que lo había conseguido muestra el teatral proceder de Brazza. Tras convencer a la principal autoridad del territorio arregló una reunión con sus jefes subalternos. El francés los recibió sosteniendo unos cartuchos de fusil en la mano derecha y telas en la izquierda: "Los hombres blancos tienen dos manos. La más fuerte es la mano de la guerra. La otra es la mano del comercio. ¿Qué mano quieren los Abanhos?". "¡Comercio!", gritaron los jefes. Entonces Brazza arrojó los cartuchos a un agujero del suelo, plantó un árbol encima y dijo "Que nunca vuelva a haber guerra hasta que este árbol dé cartuchos como frutos".

El oficial senegalés al que Brazza había dejado a cargo del puesto recibió a Stanley con amabilidad, ofreciendo a la expedición toda la ayuda que necesitase, al tiempo que a sus espaldas mandaba aviso a los poblados de la zona de que se abstuviesen de comerciar o vender alimentos a los recién llegados. Su salvación vino de manos de un jefe al que Stanley había conocido en su anterior paso por el río y que aceptó firmar un tratado con los belgas. Poco después Stanley fundaba el último de la cadena de cuatro puestos comerciales que había fundado desde la desembocadura del río, que daría lugar a la futura Leopoldville, ahora Kinshasa.

Imagen de satélite del lago Stanley, ahora lago Malebo, junto con las actuales Brazzaville y Kinshasa, antes Leopoldville (fuente).
Eso significaba un empate, con ambas expediciones repartiéndose los derechos comerciales de la zona. Pero Leopoldo no se hacía ilusiones. Si Francia decidía intervenir, por muy buena que fuera la imagen que se había construido de cara al mundo, no podría hacer nada por oponerse.

Puede que otro en su lugar habría abandonado, pero Leopoldo no iba a dejar escapar así el sueño al que había dedicado tantas energías y una parte importante de su fortuna. El tratado que había firmado Brazza era papel mojado hasta que lo ratificase la asamblea francesa. Además, si había logrado llevar a un gran explorador como Stanley a su terreno, ¿quién decía que no podría hacerse con los servicios de un recién llegado como Braza? Y si los franceses se negaban a entrar en razón habría que recurrir a quien supiera ponerlos en su sitio.

Puede que Brazza hubiera ganado la carrera por el territorio, pero ahora empezaba un juego nuevo que se disputaría en las principales cancillerías occidentales. Un terreno donde Leopoldo II iba a revelarse como uno de de los grandes jugadores de su tiempo.




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Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

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