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Monday, January 2, 2012

Celestino V, el Papa que renunció

De entre la larga lista de nombres que han ocupado la silla de San Pedro, uno de los que cuenta con una historia más curiosa es Celestino V. Ocupó el cargo durante sólo cinco meses en el año 1296 y ha sido uno de los pocos (hay quien dice que el único) papas en renunciar a su puesto por propia voluntad; un puesto al que nunca aspiró y que no hizo mas que traerle desgracias.

Antes de conocer su historia debemos ponernos en antecedentes. Durante gran parte de su existencia el papado unió bajo su mitra dos aspectos bien distintos: uno espiritual y otro eminentemente mundano como era ser la cabeza de los Estados Papales. Durante siglos los Papas fueron uno más entre los actores que conspiraban y guerreaban entre sí por la hegemonía de la península italiana, una de las zonas más agitadas de la Edad Media.

En los años previos a la entronización de Celestino V el asunto más candente en la zona era la lucha que llevaba a cabo la Casa de Anjou, de procedencia francesa y que reinaba en Nápoles, contra la Corona de Aragón a cuenta de la isla de Sicilia. Este enfrentamiento tenía su reflejo directo en el cónclave que había de elegir al nuevo Papa, dividido entre pro-franceses y pro-aragoneses, ninguno con los votos suficientes para imponer a uno de sus candidatos.

Así fue pasando el tiempo, hasta que tras dos años separarse y volverse a reunir, los cardenales aún no habían sido capaces de elegir un nuevo Papa. Las presiones para que tomaran una decisión fueron incrementándose hasta que finalmente optaron por el comportamiento habitual de la curia en estos casos: si no podemos ponernos de acuerdo, optemos por alguien de fuera.


Retrato de Celestino V por 
Giulio Cessare Bedeschini (Wikipedia)
El elegido fue Pietro Angeleri di Murrone, un monje de 79 años con fama de santidad (se decía de él que cierta vez en la corte de Gregorio X había colgado su hábito de un rayo de sol), que había vivido retirado del mundo durante más de sesenta años. Cuando le comunicaron su nombramiento su reacción no fue ya de sorpresa, sino de absoluto pavor. Pietro, un alma simple que no tenía más deseo que permanecer lo que le quedaba de vida retirado en su ermita, se encontraba de repente al frente de la Iglesia.

Tras un prolongado retiro dedicado a la oración, finalmente Pietro aceptó el nombramiento, siendo coronado con el nombre de Celestino V. El nuevo Papa estuvo desde el primer momento sometido a la influencia de Carlos II de Anjou, que lo llevó con él a Nápoles. Un ejemplo de lo fuera de lugar que se sentía Celestino V en su nueva situación fue que mandase construir en el palacio donde residía una pequeña celda de madera donde poder encontrarse cómodo.

Pero Celestino no se engañaba, para él era obvio que carecía tanto del conocimiento como de la habilidad para gobernar la Iglesia y sus estados. Así que a los cinco meses de su coronación reunió a los cardenales y les comunicó la decisión de abdicar. Fue la primera vez que un Papa renunciaba a su título por propia voluntad.

Pero si Celestino V pensaba que volviendo a ser Pietro podría regresar a la añorada sencillez de su hermita estaba muy equivocado.

El culpable fue el verdadero hombre fuerte de la Iglesia en ese momento, el cardenal Benedetto Caetani. Hijo de una aristocrática familia romana, era todo lo contrario que al hasta entonces Papa. Frente a la espiritualidad de Celestino, Benedetto era un hombre ambicioso, perteneciente a la facción francesa de la Curia que había sabido aprovechar la estancia del Papa en Nápoles para hacerse con el poder.
 
Retrato de Bonifacio VIII,
autor desconocido (Wikipedia).
Fue Benedetto el que engrasó la maquinaria que permitió la abdicación y, en un cónclave que sólo duró un día, su nombramiento como sucesor con el nombre de Bonifacio VIII. Pero el nuevo Papa tenía muchos enemigos, empezando por el pueblo que adoraba a Celestino V como a un santo y que no podía asumir que un Papa pudiera renunciar en vida. Incluso empezó a circular la leyenda de que Bonifacio había hecho instalar unos tubos en la celda de su antecesor mediante los cuales le hablaba mientras dormía, haciéndose pasar por la voz de Dios y pidiéndole que renunciase.

Así que con el temor de que sus opositores usaran la figura de Celestino V como bandera de enganche, Bonifacio optó por llevarlo consigo a Roma por la fuerza. Pero Pietro no estaba dispuesto a acabar sus días en un palacio, fuera como Papa o como prisionero, y se las apañó para  huir a su ermita donde fue recibido con gran alborozo. Y cuando los hombres del Papa vinieron a prenderle, el octogenario monje huyó a las montañas, donde vivió escondido durante meses  antes de que lograran apresarle.

Fue enviado al castillo de Fumone donde vivió encerrado los meses que le quedaban de vida. Aunque aún le quedó un pequeña victoria póstuma. Cuando tras ser capturado fue llevado a presencia de su sucesor se cuenta que formuló una profecía: "Llegaste como un zorro, reinarás como un león y morirás como un perro".

Y así fue, aunque esa ya es otra historia.

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Fuentes:

Para esta entrada he seguido básicamente el relato del papado de Celestino V que hace John Julius Norwich en su libro The Popes: A History. También he ojeado la entrada sobre Celestino V en la Enciclopedia Católica, que se adentra más en la vida de Celestino antes de ser elegido Papa y pasa un poco más de puntillas con respecto al comportamiento que tuvo con él Bonifacio VIII.

Norwich sostiene que Celestino V fue el único Papa en renunciar voluntariamente a su corona, aunque tanto en la Enciclopedia Católica como en otras páginas se indican más casos (1, 2 y 3).

Finalmente también he consultado la entrada de Wikipedia sobre el cónclave de 1292-94.

Monday, May 16, 2011

Nada más que vender, las cartas sin respuesta de Alfonso I de Kongo

Cuando los portugueses llegaron por primera vez al lago Malebo, en la parte baja del río Congo, en 1483, encontraron una serie de prósperas comunidades bendecidas por una situación privilegiada, en la que se aunaban tierras fértiles con yacimientos minerales y la confluencia de varias rutas comerciales. Los habitantes de la zona se agrupaban en varios reinos, en el que ocupaba un papel preponderante el Reino de Kongo. Los portugueses, bien recibidos por los habitantes, supieron apreciar las grandes posibilidades de la zona, construyendo en posteriores visitas un fuerte de piedra entre las choza de barro de Mbanza Kongo, que serviría de base para comerciantes y misioneros.

Las élites de Kongo fueron receptivas a la evangelización y pronto empezaron las primeras conversiones, incluyendo al propio manikongo (rey), que fue bautizado con el nombre de João I en homenaje al entonces rey portugués João II. Aunque en la mayoría de las ocasiones esto no supusiera más que añadir nuevos elementos a las creencias tradicionales de los conversos, que sumaban los ritos cristianos a los propios, sí hubo al menos una conversión que pareció total y devota. Nzinga Mbemba, hijo del manikongo y bautizado como Alfonso en honor del heredero portugués, abrazó con fervor la fe cristiana y los modos europeos.

A la muerte de su padre en 1507, Alonso fue elegido como nuevo rey (el manikongo era un cargo electivo, no hereditario), tomando el nombre de Alfonso I de Kongo. Con ayuda portuguesa (aunque Alfonso afirmase que se debió a una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo que dio fuerzas a sus hombres) venció a su medio hermano que reunía a los descontentos de la influencia extranjera, y se lanzó a la misión de europeizar Kongo. Rebautizó su capital como San Salvador y construyó en ella iglesias para atraer misioneros que irradiaran hacia el resto del país. También se lanzó a un programa de construcción de escuelas, buscando alfabetizar a las élites del país, y mandó jóvenes nobles a educarse a Portugal, siendo uno de sus hijos el primer africano negro en ser nombrado obispo.

Escudo de armas que Alfonso I adoptó para el Reino
de Kongo,  simbolizando la intervención del Espíritu Santo
en la batalla que le llevó al trono (Wikipedia).

Al tiempo que trabajaba en el interior del país se dedicó también a extender sus fronteras, apoyándose en el superior armamento de mercenarios portugueses. Parecía que su sueño de crear una monarquía europea en el corazón de África iba camino de convertirse en realidad.

Pero la ayuda portuguesa no era desinteresada. Al margen de los motivos que hubieran guiado su política inicialmente, ahora los portugueses tenían una gran necesidad de un producto concreto y Alfonso debía suministrárselo si quería seguir contando con su favor.

En aquellos años Europa entera suspiraba por el azúcar. El gusto por lo dulce se había ido extendiendo por el continente desde que las cruzadas lo habían puesto en contacto con los productores asiáticos. Portugal estaba decidido a cubrir esa necesidad haciendo uso de sus recién conquistados territorios.

Uno de los lugares elegidos para el cultivo a gran escala fue la Isla de Santo Tomé. Los portugueses desplazaron a la isla un gran número de colonos, incluyendo a 2000 niños judíos arrebatados a sus padres durante la explusión, llegando a convertir la isla en el primer suministrador europeo de azúcar a principios del siglo S. XVI.

Pero este proyecto necesitaba de grandes cantidades de mano de obra; y aquí es donde entra en escena el rey Alfonso. Sus proyectos podrían contar con el apoyo portugués mientras a cambio les suministrase esclavos para sus plantaciones.


Kongo, al igual que la mayoría de las sociedades africanas, no era ajeno a la esclavitud. Aunque existía comercio de esclavos a través del Sahara o la costa este africana, los esclavos solían ser considerados más como bienes familiares que como objetos de comercio. Aquellos que, golpeados por las circunstancias o las cambiantes condiciones meteorológicas, quedaban desposeídos de recursos se ponían al servicio de quien pudiera alimentarlos, entrando a formar parte de su propiedad. Esto era visto como una muestra de estatus; quien tenía esclavos era porque era capaz de mantenerlos, y a su vez el trabajo esclavo permitía a sus propietarios aumentar sus recursos.

Pero una cosa era un comercio a pequeña escala, y otra las grandes necesidades que planteaban los portugueses. Alfonso I fue capaz de contentarlos al principio, obteniendo esclavos en sus conquistas o comerciando con sus vecinos. Pero tras un tiempo su proyecto empezó a hacer aguas. Su necesidad de artesanos y maestros europeos para configurar una administración a la europea no dejaba de crecer, pero cada vez eran menos los que acudían, y el clima y las enfermedades hacía que la mortalidad fuera alta entre los que lo hacían.

Transporte de esclavos en África. Grabado del S. XIX. Fuente Wikipedia Commons.



Poco a poco los misioneros fueron siendo sustituidos por negreros y comerciantes que buscaban explotar las riquezas del país actuando al margen de las leyes de Kongo. El rey Alfonso, que intentaba mantener el comercio de esclavos dentro de las prácticas tradicionales de su tierra, intentó oponerse sin éxito a las prácticas de los recién llegados, que contaban con la connivencia de hombres del rey. Hasta nuestros días ha llegando una serie de cartas enviadas a los reyes portugueses en las que el rey Alfonso expresa sus quejas a "su rey hermano". En una de ellas escribe:
Cada día los traficantes secuestran a nuestra gente, a los hijos de este país, los hijos de nuestros nobles y vasallos, incluso gente de nuestra propia familia. Esta corrupción y depravación está tan generalizada que nuestra tierra está totalmente despoblada. En este reino solamente necesitamos sacerdotes y maestros, ninguna mercancía salvo vino y harina para la misa. Es nuestro deseo que este Reino no ser un lugar para el comercio o el transporte de esclavos.

Muchos de nuestros súbditos persiguen con ansiedad las mercancías portuguesas que sus súbditos han traído a nuestros dominios. Para satisfacer este apetito exagerado, secuestran a muchos de nuestros negros libres, y los venden. Después de llevar a estos prisioneros [a la costa] en secreto o durante la noche, tan pronto como los cautivos están en manos de los hombres blancos, se los marca con un hierro al rojo vivo.
...y tan grande es, Señor, la corrupción y libertinaje que nuestro país está siendo completamente despoblado... Por ello le rogamos a Su Alteza que nos ayuda y asista en este asunto...

El rey portugués nunca tomó en consideración las cartas de Alfonso: entre sus intenciones no estaba frenar las acciones de los esclavistas y el rey Alfonso debía seguir haciendo lo posible para suministrar los esclavos necesarios si quería seguir contando con su apoyo. Al fin y al cabo, desde la óptica del rey portugués, el reino del Kongo no tenía nada más que vender.

La constante sangría en recursos comerciales y humanos fue minando el reino ya durante la vida de Alfonso I, que sufrió un intento de asesinato por parte de sus enemigos políticos apoyados por negreros portugueses. A su muerte en 1543 debía ser consciente del fracaso de su sueño y de la peligros situación en que quedaba su país por culpa de los que había considerado sus aliados.

En efecto, Kongo continuó su declive, con varios intentos de revelarse a la influencia extrangera, y con una independencia prácticamente nominal hasta que en la conferencia de Berlín (1884) sus restos fueron repartidos entre Portugal, Francia y Bélgica. La peor suerte fue para aquellos que cayeron del lado Belga, que sufrirían uno de los mayores genocidios de la edad contemporánea, pero eso es otra historia que ya os contaré en alguna otra entrada.

Fuentes:
  • Africa. A Biography of the Continet, de John Reader.
  • Páginas en Wikipedia del Reino del Congo y de Alfonso I.
  • Página sobre Alfonso I en Dictionary of African Christian Biography.
  • Páginas de la Enciclopedia Británica sobre Kongo y Alfonso I.

Tuesday, November 16, 2010

Ibn Ammar, el poeta que pudo reinar

Hace un tiempo publiqué aquí la leyenda sevillana de la esclava-reina Itimad. Ésta empezaba con un paseo junto al Guadalquivir del rey de la Taifa de Sevilla Al-Mu'tamid y su amigo Ibn Ammar (Abenamar para los cronistas cristianos). Buscando más información descubrí la interesante biografía de Ibn Ammar: un poeta cuyo talento y ambición le hicieron elevarse desde unos orígenes humildes a ser uno de los hombres más importantes de la península en el S. XI. Llegó a acariciar el sueño de gobernar su propio reino, pero fue su propia sed de poder la que le hizo caer hasta acabar ejecutado a manos de su mejor amigo.


Juventud y llegada a la corte abadí

Abu Bakr Ibn Ammar nació el año 1031 cerca de la ciudad de Silves, capital de la Taifa de Silves que abarcaba la parte occidental del Algarve portugués. Procedente de una familia humilde, mostró desde joven un gran talento para la poesía, convirtiéndose en uno de los más grandes poetas de los reinos de taifas, época en que la poesía llegó a sus niveles más altos en Al-Ándalus. Pasó su juventud recorriendo los reinos musulmanes de la península, recitando panegíricos a todo aquel que pudiera pagárselos. Fueron tiempos duros para el joven Ibn Ammar, descrito según fuentes de la época como "un pobre poeta joven desconocido y mal trajeado que provocaba la risa de unos y la compasión de otros, por su larga pelliza y su pequeña gorra; se consideraba dichoso si cualquier hombre rico se dignaba arrojarle las migajas de su mesa, a cambio de sus versos".

La suerte de Ibn Ammar cambió cuando logró una audiencia en la corte abadí de Sevilla en 1052. El rey Al-Mu'tadid  había heredado la taifa que fundó su padre Abú al-Qasim en 1023 y la convertiría en una de las potencias de Al-Andalus. Belicoso y cruel (mató a uno de sus hijos con sus propias manos y gustaba de conservar los cráneos de sus enemigos), también fue poeta y mecenas, reuniendo a su alrededor una corte digna de los príncipes del Renacimiento.

Expansión de la Taifa de Sevilla (Wikipedia)

Ante esta corte de literatos y poetas Ibn Ammar desplegó su talento, recitando un panegírico que exaltaba la figura del rey, tras el cual "Al-Mu'tadid ordenó que se le entregara dinero, vestido y una mula para cabalgar, y que su nombre fuese inscrito en el registro de los poetas pensionados de la corte". Allí conoció al príncipe  Al-Mu'tamid, que a sus doce años ya mostraba gran talento para la poesía. Ibn Ammar, unos nueve años mayor que él, fascina al joven príncipe y se convierte en su amigo y confidente. Cuando un año después el príncipe recibe el encargo de su padre de gobernar la recién conquistada Silves Ibn Ammar le acompañará como ministro.

La relación entre estos dos personajes ha sido objeto de discusión. Mientras que para algunos fue de una profunda amistad cimentada en la admiración que el joven Al-Mutamid sentía hacia el poeta de Silves, otras fuentes llegan más lejos, apuntando a una relación sentimental entre ambos. Según el biógrafo de Al-Mu'tamid, sus relaciones amistosas "eran más íntimas que las de un hermano con un hermano y las de un padre con su hijo".



Una estrella en ascenso

La estancia en Silves de Al-Mu'tamid e Ibn Ammar se desarrolló entre fiestas y excesos. Hay quien fija allí y no en Sevilla, cuando al-Mu'tamid conoce a la esclava Al-Rumaikiyya que acabaría siendo su esposa y reina con el nombre de Itimad. La vida disoluta a la que se entregaba el que, debido a la muerte de su hermano mayor, se había convertido en heredero del trono sevillano acabó alarmando a su padre, que lo llama  de vuelta a Sevilla en 1057.

Ibn Ammar, temeroso de la furia del rey, huye a Zaragoza. Más suerte tiene Itimad, que se gana a Al-Mu'tadid presentándole a su nieto y heredero de la dinastía.

Once años pasaría Ibn Ammar en el destierro, durante los cuales escribe una triste poesía al rey de Sevilla implorando su perdón:
No es sino por mí, por quien zurean tristemente las palomas,
no es sino por mí, por quien lloran las nubes;
no es sino por mí, por quien el trueno ha lanzado su grito vengador
y por quien el relámpago ha hecho vibrar su filo cortante;
no es sino por mí, por quien las brillantes estrellas se han vestido
de duelo, y por quien han marchado en cortejo fúnebre;
no es sino por mí, por quien el huracán ha rasgado sus vestiduras
y gime con los gañidos de las tiernas gacelas
(...)
¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
(...)

Pero no es hasta la muerte de Al-Mu'tadid cuando Ibn Ammar puede volver a Sevilla, reclamado por su amigo y nuevo rey.

No paró mucho tiempo en Sevilla Ibn Ammar, a causa de la enemistad que le enfrentaba al poderoso visir de la corte. A duras penas convence a Al-Mu'tamid para que le deje marchar, encargándole el gobierno de Silves, ciudad a la que vuelve en medio de gran pompa y boato. Al despedirse Al-Mu'tamid improvisa unos versos recordando los buenos tiempos vividos juntos allí.
¡Saluda a esos lugares míos de Silves, Abu Bakr,
y pregúntales si su añoranza es como la mía!
¡Saluda al Alcázar de las Barandas de parte de
un joven que siempre, la ansiará!
Morada de leonés y de blancas doncellas
¡qué espesuras y qué gabinetes!
¡Cuántas noches pasé allí, en su grato refugio,
entre pingües nalgas y estrechas cinturas!
mujeres blancas y morenas que atravesaban mi alma,
como las albas espadas y las oscuras lanzas (...)
Ibn Ammar hace una entrada triunfal en la ciudad. Según cuenta la leyenda nada más aposentarse mandó que se enviara un saco lleno de monedas a un mercader que, en los tiempo de necesidad, le había dado un saco de cebada para su mula a cambio de una poesía, con el mensaje: "Dígale que si antes me la hubiese llenado de trigo, ahora se la hubiera devuelto de oro".

Muerto el visir Al-Mutamid se apresura a llamar de vuelta a su amigo y le nombra primer ministro, dando comienzo a un periodo en el que se convertiría en uno de los hombres más poderosos de la España musulmana.

Frente a él, a veces como enemigo, a veces como aliado, se alzaría el que fue árbitro de la política ibérica, el rey castellano-leonés Alfonso VI, que se refirió una vez a Ibn Ammar como "el hombre de la península". Alfonso VI lleva a cabo, con éxito, una política consistente en fomentar las enemistades entre las taifas musulmanas, ofreciendo su apoyo a quien mejor pueda pagarlo y exigiendo en cualquier caso el pago de tributos anuales o parias.

Sobre la relación entre Alfonso VI e Ibn Ammar existe una historia en la que, como muchas de aquella época, es difícil distinguir la historia de la leyenda: un día llegó a la corte sevillana la noticia de que el rey Alfonso avanzaba hacia el sur a la cabeza de sus tropas con la intención de tomar o, al menos, saquear Sevilla. Sabedores de que no eran rival para el castellano-leonés, Ibn Ammar se pone en marcha para convencerle de que cambie su propósito. Como arma secreta lleva consigo "un juego de ajedrez tan magnífico que ningún rey había tenido otro semejante. Las piezas eran de ébano y de sándalo incrustado en oro"

Alfonso VI, gran aficionado al ajedrez, queda en seguida prendado al ver la obra de arte. Era la ocasión que esperaba Ibn Ammar, que ofrece al castellano jugárselo en una partida. Ibn Ammar, gran ajedrecista, derrota al soberano cristiano. Cuando Alfonso le pregunta qué quiere como recompensa, Ibn Ammar le pide que retire sus tropas a lo que el rey, que se considera un hombre de honor, no puede sino acceder.

Hasta aquí la leyenda. Algunas fuentes hablan de que Ibn Ammar habría sobornado previamente a varios nobles castellanos para que animaran a su rey a jugar contra él y, tras su derrota, convencerle para que su honor exigía retirarse. En cualquier caso sí es cierto que el ejército dio la vuelta, aunque después de que los sevillanos se avinieran a doblar el pago del tributo de ese año.


El sueño de un reino

Tal vez por mera ambición o quizás por apartarse de una corte llena de intrigas en la que cuenta con poderosos enemigos, entre ellos la propia Itimad, Ibn Ammar empieza a acariciar el sueño de convertirse en su propio señor. Fija sus ojos en Murcia, forjando una alianza con el conde de Barcelona Ramón Berenguer II. Pero los ejercitos sevillanos no acuden a la cita en el momento señalado y, como consecuencia, uno de los hijos de Al-Mu'tamid queda como rehén del barcelonés, lo que ocasiona la caída en desgracia de Ibn Ammar.

Pero Ibn Ammar sabe conmover el corazón de su amigo con una poesía,  a la que el rey responde: "¡Ven a ocupar tu lugar a mi lado! ¡Ven sin temor, porque te esperan bondades y no represiones! Ven convencido de que te amo demasiado para poder afligirte; bien sabes que nada me es más grato que verte alegre y contento."

Una vez recuperado su lugar diseña una nueva campaña contra Murcia, que pone en manos del general murciano renegado Ibn Rasiq. El éxito de la misma le encuentra en Sevilla, desde donde acude sin perder tiempo. Decidido a hacer una entrada memorable en la ciudad, Ibn Ammar se dedica a vaciar las Cajas del Estado de los pueblos por los que pasa. Al día siguiente da una audiencia pública en la que empieza a comportarse como un auténtico soberano, llevando el sombrero de pico reservado a los reyes y firmando sus edictos sin incluir el nombre de Al-Mu'tamid.

Su amigo y señor decide no darse por enterado pese a las presiones cada vez mayores de la facción contraria a Ibn Ammar que, con la reina a la cabeza, se ha lanzado a aprovechar su ausencia. Pero es el mismo Ibn Ammar el que da alas a sus enemigos al escribir una carta al pueblo de Valencia invitándolo a rebelarse contra su rey, aliado de Sevilla. Al-Mu'tamid ve aquí la oportunidad de bajarle los humos y le contesta mediante un poema satírico en el que se burla de sus orígenes y aspiraciones. Ibn Ammar encaja mal la crítica y en un ataque de cólera redacta una réplica burlándose de los abadíes y haciendo blanco de sus dardos a la reina y sus hijos en versos como:

Elegiste, de entre las hijas de los viles,
a Rumaykiyya que no vale un adarme;
trajo al mundo sinvergüenzas, de bajo origen,
tanto por vía paterna como materna;
son cortos de estatura,
pero sus cuernos son largos.
Aunque Ibn Ammar no pretende hacer público su poema, una copia acaba llegando a la corte sevillana, empeorando aún más la situación. Finalmente Ibn Ammar decide cortar todos los lazos con Sevilla y se declara señor independiente de Murcia, en lo que algunos autores ven como movimiento defensivo frente a una corte ya abiertamente hostil antes que una muestra de ambición, defendiendo la teoría de que en ningún momento Ibn Ammar abrigó animosidad frente al que siempre había sido y sería su gran amigo.


Caída y muerte

Apenas cuatro años duraría su sueño murciano. Indolente, descuida las tareas de gobierno, hasta el punto en que "su altanería con la gente, su vida libertina y su pasión por el vino le enajenaron el afecto de los murcianos". Aprovechando una de sus ausencias el mismo Ibn Rasiq que le había dado la ciudad tras traicionar al anterior rey de Murcia se rebela y le obliga a exiliarse.

Tras pasar por León y Toledo Ibn Ammar vuelve a Zaragoza en 1082, donde coincidiría con otro ilustre exiliado, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Pero ya no es tan bien recibido, y le pueden los deseos de volver a gobernar un feudo. Dueño aún de su encanto, convence al rey de Zaragoza para que le ceda el gobierno de Segura de la Sierra, en Jaén. Pero camino de su nuevo feudo cae en una emboscada y su cabeza se ofrece al mejor postor, que resulta ser su antigo amigo y señor al-Mu'tamid.

Llevado a Sevilla cargado de cadenas y encerrado en las mazmorras del palacio, Ibn Ammar se dedica a escribir desde su celda enternecedoras poesías pidiendo su perdón. Al-Mu'tamid, que nunca ha sido capaz de mantener su enojo con él y sigue admirando sus composiciones, accede a recibirle y,  tras reprocharle su ingratitud, parece que acaba teniendo palabras amables que él interpreta como una promesa de perdón. Nada más volver a su celda Ibn Ammar comete el último de la cadena de errores que le han arrojado desde su trono en Murcia a una celda sevillana y manda una carta  a un hijo de Al-Mu'tamid en la que se da por perdonado.

Pero la carta acaba en manos de uno de sus enemigos, que se encarga de ponerla, convenientemente adornada y acompañada de graves acusaciones, en manos del rey. Al-Mu'tamid monta en cólera ante lo que cree una nueva traición a su confianza y, ciego de ira, se dirige a la celda donde mata a Ibn Ammar con sus propias manos.

Así acabó, en 1085, la carrera de este poeta y político que supo usar su talento e inteligencia para, partiendo de unos orígenes humildes, convertirse en uno de los hombres más influyentes de la península. Tierra que había recorrido de un lado a otro como primero como poeta itinerante, luego como ministro, como exiliado, como príncipe y como prisionero, para acabar asesinado por su amigo más querido.

Cronistas posteriores cuentan que, una vez pasada la ira, Al-Mu'tamid lloró por su amigo muerto. Mucho  tiempo no tendría para lamentar su acción. El mismo año de la muerte de Ibn Ammar, Alfonso VI conquista la taifa de Toledo. Ante la cada vez mayor amenaza del reino cristiano, los musulmanes de la península llaman en su ayuda a los almorávides. Estos monjes-soldados del norte de África acabarían deponiendo a Al-Mu'tamid y llevándolo prisionero a su capital, Marrakesh. Le acompañaría al destierro su esposa Itimad, que pasaría sus ultimos años en la pobreza de la que había salido cuando, siendo una esclava, interrumpió con un verso el juego de Al-Mu'tamid e Ibn Ammar.


Fuentes:

Entradas relacionadas:

    Saturday, March 6, 2010

    Su graciosa y poco agradecida majestad: la última voluntad de Lord Nelson

    Adorado por el pueblo al que sus victorias habían devuelto la ilusión de derrotar a Napoleón, Lord Horatio Nelson (1758-1805) era en cambio criticado por el rey Jorge III y la alta sociedad británica debido a su vida sentimental, llegando al extremo de negar su última voluntad al héroe al que tanto debían.

    Estando destinado en Nápoles, Nelson había sido acogido por el embajador británico Sir William Hamilton. Sir William estaba casado con Emma Hamilton, una mujer famosa en su época y 34 años más joven que él. Horatio y Emma se enamoraron y comenzaron una relación al parecer consentida y alentada por Sir William, que sentía un gran respeto (que era mutuo) por el marino.

     
    Emma Hamilton por George Romney. Imagen tomada de Wikipedia.

    Nelson estaba casado con una mujer a la que no amaba y de la que acabó divorciándose. Aún así la alta sociedad británica no podía perdonarle el cada vez más evidente triángulo que formaba con los Hamilton. A tanto llegó el escándalo que en 1799 el almirantazgo decidió enviar a Nelson al mar para mantenerlo alejado de Emma.

    En 1801 Emma tuvo una hija, Horatia, que Nelson reconoció como suya. Dos años más tarde fallecía Sir William. Nelson decició esperar entonces a conseguir una gran victoria que acallara las críticas antes de casarse con Emma. La oportunidad llegó en 1805, cuando recibió el mando de la flota del Mediterráneo para enfrentar la amenaza de la flota combinada franco-española. En la batalla de Trafalgar Nelson destruyó el poderío naval de estos dos países y apartó para siempre la amenaza de una invasión francesa de Inglaterra.

    Esta victoria podría haber sido la consagración que hiciera acallar las voces contra él y Emma, pero Nelson no vivió para comprobarlo. Herido de muerte por una bala de mosquete, sus últimas palabras fueron: "Recordad que dejo a la señora Hamilton y a Horatia, mi hija, como un legado a mi país. Nunca olvidéis a Horatia. Doy gracias a Dios por permitirme acabar mi vida cumpliendo con mi deber".

    Sin embargo la última voluntad del héroe no fue escuchada. El primer ministro británico ignoró el testamento de Nelson en el que repartía su herencia entre su ex mujer y Emma, negándole a esta última cualquier compensación. Se llegó al extremo de prohibirle su asistencia al funeral de su amado. Emma fue abandonada por todos y acabó en prisión por deudas, muriendo arruinada en Francia, donde se había exiliado para huir de los acreedores.

    Fuentes:

    Monday, January 11, 2010

    Paul von Lettow-Vorbeck (IV): Epílogo. Los últimos askaris

    Os dejo la última parte de la historia de Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las tropas alemanas en África Oriental en la I Guerra Mundial, durante la que llevó a cabo una constante guerra de guerrillas contra tropas muy superiores en número, entregando las armas al acabar la contienda sin haber perdido una sola batalla. La entrada de hoy narra una emotiva historia acaecida tras la muerte del general, relativa sus antiguos soldados nativos, los askari, según aparece reflejada en el libro El sueño de África de Javier Reverte.

    Von Lettow murió en 1964, el mismo año en que el Parlamento alemán acordaba, al fin, pagar los sueldos y las pensiones que se debían a los askaris de la Schutztruppe. Y el epílogo de la historia se escribió de una forma curiosa: incapaz de organizar la forma de efectuar el pago, el Gobierno alemán tramitó el asunto a través del tanzano. El Gobierno de Dar, no sabiendo tampoco muy bien qué hacer, publicó en los periódicos un anuncio informando que, en la ciudad de Mwanza, al sur del lago Victoria, se efectuaría el pago de la deuda a los antiguos askaris que se presentaran allí, en una fecha señalada, y pudieran probar que sirvieron en el ejército germano entre 1914 y 1918. Un pagador alemán viajó con el dinero desde Bonn a Mwanza y la mañana de la cita encontró ante sí a un grupo de unos trescientos ancianos. Pero eran muy pocos los que conservaban el certificado que, en 1918, Von Lettow había extendido, uno por uno, a todos sus soldados.

    Compañía askari de la Schutztruppe (1914). Foto tomada de Wikipedia.

    El pagador tuvo entonces una feliz idea. Comenzó a ordenar, en alemán, movimientos de instrucción militar: firmes, presenten armas, descansen, marchen... Ni uno solo de aquellos ancianos dudó y todos ejecutaron a la perfección las órdenes del pagador. La deuda de Lettow quedó así saldada con los supervivientes de su particular guerra.

    Y hasta hace una decena de años, según cuenta Charles Miller, todavía podía encontrarse, en alguna remota aldea de Tanzania, algún viejo que decía en swahili a los viajeros: Mimi ni askari Mdaichi, o lo que es lo mismo: "soy un soldado alemán".

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    Wednesday, January 6, 2010

    Paul von Lettow-Vorbeck (III): Alemania y vuelta a África

    Como ya hemos contado en anteriore entradas, Paul von Lettow-Vorbeck era el general al mando de las tropas alemanas en África Oriental cuando estalló la I Guerra Mundial. Tras una primera victoria al rechazar un desembarco inglés en Dar es Salaam, von Lettow se embarca en una guerra de guerrillas ante tropas muy superiores en número que logra su principal objetivo: distraer un gran número de soldados aliados de los campos de batalla de Europa. Sin haber perdido una sola batalla Lettow se rinde finalmente tras la capitulación de Alemania.

    Tras el armisticio, von Lettow regresa a Alemania, donde desfila bajo la puerta de Brandenburgo al frente de algo más de un centener de sus Schutztruppe aclamado como un héroe. No sólo no ha perdido una sola batalla, sino que además ha sido el único general alemán en toda la contienda en invadir territorio inglés.

    Desfile de von Lettow en Berlín. Foto tomada de Wikipedia.

    Pasa unos años en el ejércido, durante los cuales reprime un levantamiento comunista y se une a un intento de golpe monárquico. Tras ello deja el ejército y entra como diputado en el Reichstag, dentro de un partido conservador. Los nacionalsocialistas intentan ganárselo para su causa y en 1936 llegan a ofrecerle la embajada en Gran Bretaña, pero von Lettow deja patente su aversión hacia Hitler, lo que le acarrearía ser marginado durante los siguientes años.

    Durante los años veinte von Lettow traba amistad con Sir Richard Meinertzhage, y J. C. Smuts, oficial de inteligencia y comandante del ejército, respectivamente, que se enfrentaron a él durante la primera parte de la guerra. La amistad con J. C. Smut será particularmente estrecha y durará hasta la muerte de éste, en 1950.

    El final de la II Guerra Mundial descubre a von Lettow empobrecido, con sus dos hijos varones muertos en la contienda, su casa en Bremen destruida y con dificultades para alimentar a su hija. Son tiempos difíciles, que logra capear gracias a los envíos de comida de Meinertzhage y Smut. Además Smut logra algo sin precedentes, al conseguir que los aliados le concedan una modesta pensión a un antiguo enemigo.

    Con el establecimiento de la República Federal Alemana y la recuperación económica, von Lettow logra mejorar su situación. Desde entonces hasta su muerte en 1964 luchará porque el parlamento alemán pague los servicios prestados a sus antiguos askaris (soldados nativos).

    Von Lettow volvió una vez a África. Fue en 1953, invitado por la viuda de Smut. Camino de Sudáfrica hace una parada en Dar es Salaam. Según cuenta Javier Reverte en su libro El Sueño de África:

    "Allí esperaban, para recibir al héroe de la «gran guerra», las autoridades británicas, junto a una orquesta que le rendiría honores.

    Pero el gobernador británico no había reparado en la presencia de un grupo de ancianos nativos entre la multitud que se agolpaba tras el cordón de seguridad. Apenas eran una docena y contemplaban atentos la maniobra del barco que enfilaba hacia tierra.

    Cuando Lettow puso el pie en el muelle, la banda comenzó a tocar y el gobernador británico le estrechó la mano. En ese instante, los ancianos rompieron la barrera y se hincaron de rodillas ante Lettow. Eran askaris supervivientes de la Schutztruppe, soldados que habían dejado de luchar cuarenta años antes y que habían jurado seguirle hasta la muerte y permanecer junto al «invencible» para librar todas las guerras del futuro.

    Lettow los abrazó uno a uno. Después, ellos le alzaron en hombros y, ante la mirada atónita de las autoridades británicas, lo pasearon por el muelle cantando en alemán Haya Safari, su viejo himno de combate."

    Fuentes:

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    Monday, December 28, 2009

    Paul von Lettow-Vorbeck (II): Guerra de guerrillas

    En una entrada anterior habíamos contado como Paul von Lettow-Vorbeck había recibido el mando de las fuerzas alemanas en África Oriental, la Schutztruppe, poco antes del comienzo de la I Guerra Mundial. A pesar de la desproporción de fuerzas, von Lettow rechaza el primer intento de invasión británica en la batalla de Tanga.

    Von Lettow pronto se dio cuenta de que era inútil esperar refuerzos ni material desde la metrópoly. Estaba solo, rodeado de territorio hostil y con los británicos dominando las aguas, pero aún así se esforzó en hacer todo lo posible para ayudar a su país. Era consciente de que África era un teatro de operaciones secundario; la guerra iba a decidirse en los campos de batalla de Europa. Decidió entonces que su mejor contribución a la victoria de Alemania era convertirse en una constante molestia para los aliados: cada hombre destinado contra él sería un soldado menos luchando en Europa.

    Los alemanes se dedicaron a hostigar las comunicaciones entre los territorios británicos. Al mismo tiempo von Lettow reclutaba nuevos soldados para su Schutztruppe llegando hasta los 14.000 hombres, el 90% de ellos africanos. Del crucero alemán SMS Königsberg rescata sus piezas de artillería, ordenando a los talleres  de Dar es Salaam que construyan carros para transportarlas. Serían las mayores piezas de artillería de todo el frente de África Oriental.

    Cañones del Königsberg en tierra. Foto tomada de Wikipedia.

    En los primeros combates von Lettow aprende una dolorosa lección: la victoria no compensa la pérdida de hombres bien entrenados que no puede reemplazar. Desde entonces optará por evitar el enfrentamiento directo.

    En febrero de 1916 la Entente se decide a acabar de una vez por todas con esta molestia. Manda contra él un ejército de 45.000 hombres, con fuerzas británicas atacando por el norte y el sur, y belgas desde el Congo, en el oeste. Al mando otra leyenda de la historia blanca del continente, el general J.C. Smuts, que había luchado contra Gran Bretaña en la guerra de los Bóers y ahora dirigía las fuerzas de esta nación contra von Lettow.

    Reparto colonial de África en 1914. Imagen tomada de How Stuff Works.


    Ante esto la Schutztruppe opta por una guerra de guerrillas. Constantemente en movimiento, ataca dónde el enemigo no le espera. A su favor está la alta moral de sus tropas, reforzadas por la admiración que sienten por su comandante que hacen que le sigan a cualquier parte. Von Lettow habla fluidamente swahili y nombra oficiales de color; según sus palabras: “Aquí todos somos africanos”. Aún así en su constante peregrinar evita las regiones de origen de sus soldados para evitar posibles deserciones.

    El ejército alemán se ve obligado cada vez más a vivir del terreno. Cuando pueden llevan con ellos ganado para alimentarse, además de lo que pueden cazar. Al atravesar zonas desérticas se ven obligados a beber su propia orina, hacen sus botas con piel de búfalo, y a falta de medicinas utilizan remedios tradicionales con mayor o menor eficacia (el propio von Lettow llega a enfermar hasta diez veces de malaria).

    En 1917 el general van Deventer releva a Smut y retoma la ofensiva al mando de 120.000 hombres frente a los escasos 3.000 supervivientes de la Schutztruppe. Von Lettow se ve obligado a retirarse hacia el sur. Entra en el Mozambique portugués, que ha declarado la guerra a Alemania, consiguiendo arrebatar a las guarniciones de allí gran cantidad de material, es especial modernos rifles y suministros médicos. Luego vuelve al África alemana, venciendo cada batalla disputada, y entra en Rodhesia del Norte, siendo el único comandante alemán en la guerra que invade territorio inglés. Allí recibe la noticia del armisticio. Tras plantearse la posibilidad de continuar la guerra por su cuenta, finalmente von Lettow decide deponer las armas. Armas, que al igual que sus ropas o municiones, han sido en un noventa por ciento arrebatadas a sus enemigos. Como comenta el historiador Charles Miller, “Más que rendir sus armas lo que hizo fue devolver artículos prestados».

    «Técnicamente hablando», escribe el americano John Gunther, «no fue una rendición, sino que Lettow licenció a sus tropas y se puso a disposición del comandante enemigo». Y Charles Miller señala: «Hubo una ridícula ceremonia: la capitulación de un ejército que no había perdido ante un ejército que no había ganado».

    Es fácil escuchar hablar de esta guerra como una guerra de caballeros. En cierta ocasión el general Smut hizo llegar a von Lettow la noticia de que había recibido la Cruz de Hierro acompañada de una felicitación personal. Von Lettow respondió agradeciendo el detalle y afirmando que debía haber un error, ya que él no era merecedor de tan alto honor. Además von Lettow liberaba a los oficiales enemigos bajo promesa de no volver a levantar las armas contra Alemania mientras durase el conflicto. De este modo, además, se ahorraba tener que cargar con los prisioneros durante sus continuas marchas. Eso sí, en ninguna de mis fuentes se menciona nada sobre el trato que se profesaba a los prisioneros nativos.

    Esta fachada de caballerosidad no debe ocultar lo que la guerra significó para los verdaderos habitantes del país. Cuando Smuts y, posteriormente, van Deventer fueron conscientes de que no iban a conseguir empujar a von Lettow a un enfrentamiento directo, su estrategia se dirigió contra sus fuentes de alimentos, esperando rendirlos por el hambre. Esto forzó a los alemanes a actuar como saqueadores. Según palabras de Ludwig Deppe, uno de los médicos que acompañaba a la Schutztruppe: “A nuestra espalda dejábamos campos destruidos, graneros saqueados y, en el futuro inmediato, hambre. Ya no éramos emisarios de la cultura, nuestro camino estaba surcado de muerte, pillaje y pueblos evacuados...”

    El trato de los habitantes del África Oriental alemana no mejoraba bajo los nuevos dueños del territorio, ya fueran británicos o belgas, que se desentendían de la situación de la población. De hecho, cuando había problemas de suministro, los askari ingleses recurrían al ancestral método de saquear las aldeas vecinas. Finalmente, y como suele suceder, fue la población local la que más sufrió una guerra decidida por personas que vivían a miles de kilómetros de allí.

    Actualización: Añado un mapa que muestra la ruta seguida por von Lettow durante la guerra. Lo he encontrado buscando en imágnes de Google y proviene de Jaduland. Lástima que la página esté en alemán (o, más bien, lástima que yo no lo hable).



    Fuentes:

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    Tuesday, December 22, 2009

    Paul von Lettow-Vorbeck (I): Comienza la guerra en África

    Empiezo aquí una serie de entradas dedicadas a contar la historia de Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las fuerzas alemanas en África del Este durante la I Guerra Mundial y considerado como uno de los mejores estrategas de la guerra de guerrilla de la historia. Tras mantener en jaque durante toda la contienda a fuerzas que multiplicaban varias veces su número, viviendo del terreno y combatiendo con las armas que arrebataba a sus enemigos, se rindió al finalizar la guerra sin haber perdido una sola batalla.


    Paul Emil von Lettow-Vorbeck nació en Prusia en 1870. Estudió en la Academia Militar de Kassel y combatió en China como miembro de las fuerzas internacionales que vencieron la rebelión de los Boxer. Entre 1904 y 1906 estubo asignado en la actual Namibia durante la insurrección de los Hotentoes y los Herero, cuya represión es considerada como el primer genocidio del siglo XX. Allí aprendió algunas de las tácticas de lucha en la selva y desarrolló una enorme pasión por África. Tras pasar unos años en Alemania, en 1913 recibió el mando de las fuerzas alemanas en África del Este (la parte continental de la actual Tanzania, Burundi y Ruanda).

    En los albores de la I Guerra Mundial, von Lettow-Vorbeck estaba al mando de una tropa formada por 260 alemanes y 2.472 soldados nativos, los askari. Aunque escasos en número, formaban una tropa de élite que se había curtido en las feroces luchas contra las tribus nativas, muy frecuentes antes de que Alemania se diese cuenta de que podía ganar más tratando mejor a sus territorios africanos.

    Askari significa soldado en swhaili, y era una denominación que usaban tanto alemanes como ingleses. Los askari alemanes estaban entrenados en la lucha de guerrillas, que había sido su forma de combatir durante generaciones, y estaban acostumbrados a vivir sobre el terreno. Las órdenes se daban en alemán, y para las que necesitaban más largas explicaciones se utilizaba el swahili.

    Cuando estalló la guerra, von Lettow-Vorbeck secuestró al cónsul general alemán que pretendía rendir el territorio a los ingleses y se preparó para la defensa. Contra él Gran Bretaña mandó una fuerza de unos ocho mil hombres que desembarcaron el 2 de noviembre en las playas de Tanga.

    Allí les esperaba von-Lettow con todas las tropas que había logrado distraer del frente norte. Para tener toda la información posible llegó a disfrazarse de nativo y recorrer en bicicleta las calles de la ciudad hasta llegar a las líneas enemigas. A continuación organizó sus tropas, que estaban en proporción de uno a cuatro con respecto a las británicas.

    Los soldados indo-británicos avanzaron sobre la ciudad venciendo sin mucha dificultad la resistencia inicial hasta llegar al hotel Detscher Kaiser, donde izaron la Union Jack. En ese instante von Lettow ordenó envolver al flanco británico, mandando a sus tropas atacar con balloneta. Era un todo o nada contra fuerzas muy superiores en número. Los askari se lanzaron a la lucha entre toques de corneta y gritos de guerra. Los soldados indios, soprendidos por la fiereza del ataque, se dispersaron y huyeron hacia las playas, dejando tras de sí abundante armamento y munición, teléfonos de campaña y suficiente ropa como para vestir a las tropas alemanas durante un año.

    Von Lettow-Vorbeck había logrado infringir una primera y dolorosa derrota a Gran Bretaña, logrando ganar un poco de tiempo que emplearía en organizarse antes del siguiente golpe, que habría de ser mucho más fuerte.

    Como dato curioso, algunas compañías de soldados indios en retirada cruzaron sobre unas colmenas de abejas salvajes, lo que dio pie entre las tropas británicas a la leyenda de que Lettow había llegado incluso a "conjurar a las abejas" en su contra. Este sirvió para dar al episodio el nombre apócrifo de La batalla de las abejas con el que también es conocido.

    Fuentes:

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