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Tuesday, July 2, 2013

De cómo Leopoldo II se hizo con el corazón de África

Reparto colonial de África en 1914
Reparto colonial de África en 1914.
Imagen tomada de How Stuff Works.
Mirad un momento el mapa de la derecha. Los colores indican el reparto de África por las potencias europeas justo antes de la I Guerra Mundial. Predominan el rosa y el verde de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, junto algunos toques de amarillo (Alemania), verde oscuro (Portugal) y otros colores menos importantes.

Y en pleno corazón de África nos encontramos con una anomalía, una mancha de color marrón claro que ocupa gran parte de África central y que, según la leyenda, corresponde a Bélgica. Una de las zonas más ricas del continente en manos de un país de segunda fila.

Pero esto, aunque extraño, no es lo más curioso. Lo realmente sorprendente es en su origen el gobierno de este inmenso territorio no correspondía a Bélgica como país. Durante años el Congo fue la posesión de una única persona, una finca de miles de kilómetros cuadrados que gobernaba sin dar cuentas a nadie.

Esta es la historia de cómo esta anomalía se hizo posible y cómo el rey Leopoldo II de Bélgica logró engañar y manejar a los mayores poderes de su época hasta hacerse con el corazón de África central.



Un empate aparente


Mapa de la presencia europea en África en 1880
La presencia directa europea en África en 1880
era escasa y no había interés por aumentarla. (fuente).
Aunque pueda resultar difícil de creer tras el ver mapa anterior, tan sólo treinta años antes casi todo el África subsahariana era aún territorio inexplorado. La grandes potencias europeas tenían otras preocupaciones y eran otros los escenarios donde se disputaban la supremacía. Entre los pocos que eran conscientes del potencial que escondía el interior del continente se encontraba Leopoldo II, rey de una Bélgica que había alcanzado hacía poco su independencia.

Para no levantar las suspicacias de sus poderosos vecinos, Leopoldo II se sacó de la manga una filantrópica Asociación Internacional Africana (AIA) con la misión de expandir la civilización y combatir el comercio de esclavos. La asociación fue todo un éxito y bajo su coartada envió una expedición con el verdadero objetivo de hacerse con los derechos exclusivos de comercio en la cuenca del río Congo, que se creía llena de riquezas. Sin embargo la expedición acabó en una desagradable sorpresa al llegar a su destino y encontrarse ondeando allí una bandera de Francia (para una descripción más detallada de los acontecimientos visitad mi anterior entrada: La gran carrera por el Congo).

Así que la situación en 1882 era de un aparente empate. Los franceses habían firmado acuerdos exclusivos de comercio con las tribus de la orilla norte del lago Malebo (entonces lago Stanley), mientras que la expedición de Leopoldo II hacía lo mismo con las tribus del sur. El lago Stanley era la pieza clave para dominar África central. Desde él hasta la desembocadura del Congo discurren 250 kilómetros llenos de rápidos y cataratas. Pero en dirección hacia la fuente del río se abren miles de kilómetros navegables que convertían al Congo y sus afluentes en la única ruta viable para explotar las riquezas del interior.

Leopoldo II tenía un punto importante a su favor, y otro aún mayor en contra. Por el lado positivo contaba con que el jefe de la expedición francesa, Pierre Savorgnan de Brazza, había vuelto a Francia dejando su campamento (que luego se convertiría en Brazzaville) en manos de sus subordinados senegaleses. Este vacío lo aprovechó Leopoldo II haciendo que su agente allí, el famoso explorador Henri Morton Stanley, para que se adentrara río arriba firmando cuantos tratados pudiera hasta hacerse con el control de la zona.

Pero esta aparente ventaja escondía también su principal debilidad. Los tratados que firmaba Stanley eran en nombre de una asociación (el gobierno belga había dejado muy claro que no quería saber nada de aquella aventura), y una asociación no puede hacer reclamaciones de soberanía. Mientras que si la asamblea francesa ratificaba los tratados firmados por Brazza y decidía intervenir en el territorio Leopoldo II no podría sino contemplar como le arrebataban todo lo que había logrado hasta entonces.

Sin embargo el rey estaba confiado: los tratados sólo tendrían valor tras ser ratificados en París. Y ahí estaba su gran fortuna dispuesta a comprar cuantos hombres y voluntades fueran necesarios para evitarlo.


Un héroe para Francia


El 1882 Brazza llegaba a Europa en un vapor que cubría la ruta comercial entre Gabón y Liverpool. Agotado tras un viaje de dos años y medio por el interior de África, sufriendo de malaria y sin una moneda en el bolsillo, se dirigió al cónsul francés en la ciudad. Éste telegrafió al Ministerio de Marina pidiendo instrucciones. La respuesta fue: "Urge pague pasaje para repatriar a Brazza del modo más barato posible".

¿Esa era la forma que tenía Francia de recompensar a quién había llevado su bandera por territorios inexplorados? Aunque pudiera parecer un recibimiento duro tampoco podía decirse que fuera inesperado. Había muchos en el gobierno de su país que consideraban su gesta como un gasto inútil de recursos en una zona del mundo de nulo interés estratégico. Si Brazza había logrado poner en marcha su expedición había sido gracias a las poderosas influencias de su familia, y había quien aún le guardaba rencor por ello.

Leopoldo II era consciente de ello y pensaba explotarlo para impedir que se ratificara el tratado. Contaba con agentes en el país y dinero para sufragar campañas y comprar conciencias. Pero en sus cálculos no entró una variable que resultó decisiva: el propio Brazza y como su encanto le permitió convertirse en el héroe por el que Francia llevaba tiempo suspirando.

Pierre Savornang de Brazza
Pierre Savornang de Brazza fotografiado
por Paul Nadar (fuente).
Los franceses aún no habían tenido tiempo de recuperarse de la humillación sufrida once años antes una  naciente Alemania. Entonces no sólo habían perdido parte de su territorio, sino también su orgullo de gran potencia. Y entonces aparece un joven y atractivo explorador, que con un exótico acento italiano empezó a dar conferencias sobre cómo había llevado los ideales de la República al interior del continente negro, liberando esclavos y extendiendo la civilización para mayor gloria de Francia. Todo ello al tiempo que adelantaba y humillaba a la expedición comandada por un pérfido inglés. 

Que Stanley fuera estadounidense de adopción y que la expedición estuviera pagada con dinero belga era secundario, lo importante para Francia era que al fin tenía un héroe del que enorgullecerse y una noble misión que la ponía a la vanguardia de las naciones civilizadas. Y luego estaba el detalle de todas esas riquezas, oportunamente exageradas por un exultante Brazza, esperando a ser explotadas, claro.

Sin que sus protagonistas fueran conscientes, en este momento se estaba produciendo un cambio que tendría enormes consecuencias para la historia de ambos continentes. Por primera vez la población de un país europeo volvía su vista hacia el África subsahariana para verla no sólo como una tierra de oportunidades, sino como un lugar donde probar su estatus de gran potencia.

A Leopoldo II no le quedó más que contemplar impotente como la asamblea francesa ratificaba en octubre de 1882 el tratado que consagraba la penetración francesa en el Congo. Lo que no sabía es que este era sólo el primer paso en un conflicto que acabaría enfrentándole a las principales potencias de la época.


Leopoldo II contra todos


El impacto de la ratificación del tratado que plantaba la bandera francesa en el interior de África central fue extendiéndose por las cancillerías europeas. Pero el lugar donde fue recibido con mayores suspicacias fue en la mayor potencia marítima y comercial de la época.

Hasta entonces Gran Bretaña había seguido una política basada en la penetración económica sin dominio directo, con barcos británicos comerciando a lo largo de las costas de África. Y si había alguna tribu local que no estaba dispuesta a reconocer los beneficios del libre comercio siempre se podía enviar un barco de guerra para ayudarle a reconsiderar su postura. Así todos ganaban: la industria británica tenían otro mercado, aunque secundario, para sus productos, y la corona no tenía necesidad de embarcarse en costosas aventuras coloniales.

Pero en este beneficioso esquema había lugares donde los comerciantes ingleses no eran tan bien recibidos. Por ejemplo, aquellos donde ondeaba la bandera francesa, una de las administraciones más proteccionistas de la época.

Que unos enemigos declarados del libre comercio (léase el comercio inglés) pudieran hacerse con el control de las supuestas riquezas de la cuenca del Congo era una situación intolerable. Su reacción fue apoyar la reivindicación de Portugal sobre las tierras a ambos lados de la desembocadura del Congo. Reinvindicación que los mismos ingleses habían estado ninguneando durante más de medio siglo, todo sea dicho.

El tratado negociado con Portugal garantizaba a los comerciantes británicos el libre acceso a la desembocadura del Congo, desde donde podían intentar contrarrestar la influencia francesa. Pero para Leopoldo II significaba arrebatarle su única salida al mar, condenando toda la empresa al fracaso.

Los franceses reaccionaron a la injerencia británica con una búsqueda de alianzas que los echó en brazos de la que hasta entonces había sido su enemiga, una Alemania deseosa de cerrar las heridas de la guerra y que empezaba a contemplar la posibilidad de reclamar su parte en el reparto de África.

En sólo cuatro años la cuenca del Congo había pasado de ser un territorio ignorado por todos a convertirse en motivo de enfrentamiento entre las potencias europeas. Atrapado en medio quedaba el proyecto de Leopoldo II, el primero en apostar por la región y que ahora corría el riesgo de perder las cuantiosas inversiones realizadas hasta entonces.

Había de ser en estos difíciles momentos cuando el rey belga se revelaría como un prodigioso político, un intrigante avezado que lograría volver a unos contra otros haciendo realidad lo que en ese momento parecía imposible.


Un país inventado: el Estado Libre del Congo


La primera jugada maestra de Leopoldo II había sido crear una asociación filantrópica que recibió el aplauso del mundo y utilizarla para lograr acuerdos de comercio en su exclusivo beneficio. Ahora que esos acuerdos se habían vuelto inútiles recurrió a un nuevo golpe de efecto. Francia no podría reclamar la soberanía sobre la cuenca del Congo si allí existía ya un estado. En Bruselas, a más de seis mil kilómetros de lo que debía ser su territorio, nació el que sería el Estado Libre del Congo.

Bandera del Estado Libre del Congo
Bandera del Estado Libre del Congo, tomada
del antiguo reino de Congo en Angola (fuente).
Leopoldo II volvió a enviar a Stanley al Congo con instrucciones de conseguir nuevos tratados que cedieran la soberanía del territorio a la recién creada Asociación Internacional del Congo (AIC), que no era más que un eufemismo tras el que se ocultaba el propio rey. Pero para que un estado exista en algo más que sobre el papel necesita que el resto de naciones le acepten como tal. 

El primer reconocimiento vino del otro lado del Atlántico. Agentes de Leopoldo II presentaron la idea en EEUU jugando la que había de ser su mejor baza de ahí en adelante: el Estado Libre del Congo era la única forma de que las ricas tierras de la cuenca se abriesen al comercio internacional en lugar de convertirse en coto exclusivo de alguna nación europea. La AIC prometía a un mercado abierto a los productos estadounidenses, al tiempo que combatía el comercio de esclavos en el interior de África. Además el nuevo país contaría con una Constitutión que tomaría como ejemplo la de EEUU.

Los congresistas y senadores estadounidenses se dejaron convencer por las bellas palabras de los agentes de Leopoldo II y votaron el reconocimiento del nuevo estado en abril de 1884. En ningún momento del debate los representantes estadounidenses tuvieron claro que estaban votando a favor de la recién creada AIC en lugar de la filantrópica y realmente internacional Asociación Internacional de África a la que había sustituido.

Pero el mayor éxito del rey fue fruto de una genial jugada que descolocó al resto de gobiernos implicados. Francia estaba convencida de que el siguiente paso de Gran Bretaña, tras pactar con Portugal el acceso a la desembocadura del Congo, sería hacerse con los territorios en manos de la AIC. Así que el gobierno francés se puso en contacto con Leopoldo II ofreciéndose a respetar el territorio de la Asociación a cambio de que se comprometiera a no vendérselo a los británicos. Los franceses, como el resto de países implicados, consideraban inviable el proyecto del rey, que estaba devorando su fortuna personal obligándole a pedir créditos cada vez mayores para mantenerlo.

Leopoldo II vio una oportunidad y decidió subir la apuesta: a cambio de del reconocimiento del Estado Libre del Congo estaba dispuesto a cederle a Francia el derecho de adquisición preferente en caso de venta. El primer ministro francés se lanzó de cabeza sobre lo que consideró un negocio redondo, que de un plumazo le colocaba por delante de Gran Bretaña, Portugal e incluso Bélgica, que hasta entonces parecía la heredera natural. En abril de 1884 se firmaba el acuerdo. Sin embargo, lo que parecía una victoria de la diplomacia francesa en realidad suponía el principio del triunfo de Leopoldo.

Uno de los lugares donde más efecto causó la noticia fue en Gran Bretaña, donde se consideró casi como una traición por parte del rey belga. Sin embargo los agentes del rey se encargaron de dar la vuelta a la situación: si la alternativa al libre comercio que ofrecía el Estado Libre era la proteccionista Francia, ¿qué mejor para el comercio inglés que asegurarse de que el nuevo país no fracasara? Esto significaba dar marcha atrás en el apoyo a Portugal en la zona. Un apoyo que además contaba tanto con la oposición de las otras potencias como con una fuerte contestación interna: los comerciantes ingleses desconfiaban de un país con aún peor fama de proteccionista que Francia, y las sociedades abolicionistas no querían tratos con un gobierno que aún comerciaba con esclavos. Ambas campañas estaban generosamente financiadas por el propio rey belga.

Ante la presión exterior e interior el gobierno británico decidió no llevar al Parlamento la ratificación del tratado. El monarca había conseguido eliminar una de las principales amenazas a su proyecto, pero éste aún necesitaba superar dos escollos más antes de ser viable: fijar de sus fronteras y el reconocimiento de las dos potencias que aún no lo habían hecho: Gran Bretaña y Alemania
.


La conferencia de Berlín y el triunfo de Leopoldo II


En 1884 se celebró en Berlín una conferencia que debía servir para limar los roces que estaban surgiendo en Europa, principalmente entre Gran Bretaña, Francia y Alemania, a cuenta del incipiente reparto de África Occidental. Entre los dieciséis países invitados no se encontraba el Estado Libre del Congo, pero Leopoldo II contaba con la delegación belga y su red de agentes para manejar la reunión a su favor.

Conferencia de Berlín para el África Occidental 1884 (fuente)


Tan sólo una semana antes había logrado otra gran victoria: Alemania había reconocido al nuevo estado. De nuevo la clave estaba en el tratado de venta preferente a Francia. El canciller Bismarck no se fiaba del proteccionismo del que entonces era su aliado, así que exigió al rey que garantizase el acceso libre de los comerciantes alemanes a su territorio, y que en caso de venta esta condición debía estar reflejada en el contrato para el nuevo propietario. A cambio Bismarck le permitiría fijar las fronteras a su antojo.

Leopoldo vio la oportunidad y sobre el mapa de África trazó unas fronteras casi irreales que abarcaban la mayor parte del África central. A pesar de lo ambicioso de la propuesta Bismarck le dio el visto bueno. En realidad el canciller también dudaba que el nuevo estado llegara a ser viable, pero no podía dejar pasar la oportunidad de utilizarlo como una baza a la hora de negociar otros asuntos de más interés para su país.

Fue Bismarck el que presionó a los británicos para que reconocieran al Estado Libre del Congo como alternativa al dominio francés. En Londres tenían constancia de que la libertad comercial que propugnaba Leopoldo II no era más que una fachada, pero necesitaban de la neutralidad de Alemania y, de nuevo, cualquier cosa era mejor que Francia.

Todos estos movimientos habían descolocado al gobierno francés. De repente había pasado de pensar que habían hecho un gran acuerdo apostando por el fracaso de Leopoldo II a encontrarse con todas las demás potencias haciendo lo posible por que el nuevo estado fuera un éxito. Contraatacaron alegando que los tratados firmados por Brazza incluían no sólo la orilla norte del Congo, sino también la sur, incluyendo el territorio donde se encontraba Leopoldville, la capital del Estado Libre.

Pero aquí volvió a ponerse de relieve la habilidad del rey belga. Había encargado a Stanley firmar acuerdos con las tribus situadas a espaldas de la colonia francesa, rodeándola y aislándola de sus bases en Gabón. París tuvo que resignarse a abandonar sus pretensiones en la orilla sur del Congo a cambio de que Leopoldo les cediera este territorio.

Los franceses no se dieron por vencidos y se aliaron con Portugal para cerrarle la salida al mar al nuevo estado. Pero a estas alturas Bismarck ya estaba harto de las discusiones sobre el Congo. Presionó a Francia para que retirase su apoyo a Portugal y obligó a que estos llegaran un acuerdo para repartirse la desembocadura del río con Leopoldo.

A modo de final bufo, los portugueses reconocieron a Bismarck que su pueblo nunca admitiría el tratado a no ser que lo vendieran como una imposición. De acuerdo con los negociadores lusos Bismarck envió un ultimátum al gobierno portugués que pudo así hacer pasar el acuerdo ante su pueblo como algo inevitable.

Al terminar la conferencia nadie tenía dudas de quién había sido el gran beneficiado de la mesa. Leopoldo II había creado de la nada un nuevo estado en el corazón de África: más de dos mil kilómetros cuadrados, siete veces del tamaño de Bélgica, que le pertenecían en exclusiva.

Mapa actual de la República Democrática del Congo, heredera del Estado Libre del Congo (fuente). La orilla norte quedó en manos de Francia y se convertiría en la República del Congo. Las capitales de ambos estados, Kinshasa (antes Leopoldville) y Brazzaville, respectivamente, se construyeron sobre los campamentos que Stanley y Brazza levantaron a ambas orillas del río. Situado entre ambos países hay una pequeña porción de Angola, consecuencia del acuerdo al que llegaron Leopoldo II y Portugal al repartirse la desembocadura del río.


Epílogo


Leopoldo II se había destapado como uno de los grandes políticos de su tiempo logrando algo que había parecido imposible. Poco después se haría coronar como rey soberano del Congo y empezaría una carrera por recuperar las cuantiosas inversiones que había realizado. Pronto se arrancó la careta del libre comercio y se reveló como un monopolista aún más terrible que Francia, para estupor de aquellos que le habían apoyado.

Su ambición y las fuerzas que había contribuido a poner en marcha desembocaron en una carrera por el reparto de África cuyas consecuencias aún se dejan notar en nuestro días. Entre las más terribles fueron precisamente las que sufrieron los habitantes de este irónicamente llamado Estado Libre del Congo, que fueron víctimas de uno de los primeros genocidios del siglo XX provocado por la descarnada ambición del rey.

Aunque ya hablaremos más tranquilamente de esto en una próxima entrada que cerrará la trilogía dedicada al nacimiento del Congo: El horror: las manos amputadas del Congo.




Entradas relacionadas: 

Fuentes:
  • The Scramble for Africa. White Man's Conquest of the Dark Continent From 1876 to 1912, de Thomas Pakenham. 
  • Africa. A Biography of the Continent, de John Reader.

Sunday, June 16, 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
Pincha en la imagen para ver a tamaño completo.
En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.

Monday, May 27, 2013

Vientos de guerra y jazz

Recientemente he descubierto el programa musical La madeja de Radio 3 y me he vuelto asiduo de sus podcasts. En uno de los más antiguos, dedicado a Nueva Orleans, he encontrado un curioso comentario que relaciona el esplendor del jazz en la ciudad nada menos que con el desastre del 98. Os lo trascribo a continuación, aunque también podéis escucharlo aquí a partir del minuto 9:42 (y, de paso, podéis disfrutar de la música que lo acompaña).

"Decíamos que Nueva Orleans es la patria del jazz, y es cierto. Lo que resulta menos conocido es la relación entre el jazz y el desastre del 98, con la pérdida de Cuba para la corona española. Según cuenta el propio Armstrong en sus memorias, en la primera década del siglo veinte era fácil conseguir cornetas y trompetas de segunda mano en las tiendas de empeño de Nueva Orleans. De hecho su primer instrumento, siendo todavía un niño, fue una de las famosas cornetas de "¡A dólar!". ¿Y de dónde salían aquellas cornetas? Pues resulta que tras haber hundido a la flota española en Cuba, la armada norteamericana licenció a buena parte de la marinería, que se vio ociosa en el puerto militar de la zona: Nueva Orleans, tierra de grandes alegrías, buen beber y mejores burdeles. Tras pulirse su paga, muchos miembros de las bandas de música castrense acabaron empeñando los instrumentos, y así los músicos negros del lugar tuvieron acceso a trompetas y demás vientos a buen precio, hasta entonces fuera de su alcance."

The Superior Orchestra. Nueva Orleans, 1910 (Wikipedia Commons)

Wednesday, May 15, 2013

La nuera y la muerte

Hoy os traigo una curiosa (y breve) leyenda de la mitología Banyarwanda, que culpa de la existencia de la muerte en el mundo a una nuera de mal corazón. La encontré en el ebook El origen del mundo - Las Culturas Del África Subsahariana (hay más datos sobre la autoría en la nota al final de la entrada).


"En la mitología de los banyarwanda el dios creador y el apoyo de toda la gente banyarwanda fue Imana, visto como un dios generoso y piadoso. Los banyarwanda vivían en los viejos distritos de Ankole y Kigezi, bordeando Ruanda. Su territorio es muy montañoso y frío. Él gobernó sobre todos los seres vivos y les dio la inmortalidad, dando caza a un ser conocido como «Muerte». Según cuenta la leyenda banyarwanda, la Muerte era un animal salvaje y despiadado que representaba el estado de la muerte. Mientras Imana estaba de caza, todo el mundo se resguardaba o escondía, de manera que la Muerte no encontrase a nadie a quien cazar o en quien refugiarse. Pero un día, mientras cazaba, una anciana se arrastró hasta su huerto para recoger algunas verduras. La Muerte se escondió rápidamente bajo su piel y fue conducida al interior de la casa de la mujer, escondida en ella. La mujer murió por culpa de la Muerte. Tres días después del funeral de la anciana, su nuera, que la odiaba, vio grietas donde había sido enterrada, como si fuese a salir y volver a la vida. La chica rellenó las grietas con más tierra, golpeó el suelo con un pesado mortero y gritó: «¡Quédate muerta!». Dos días después, hizo lo mismo al ver más grietas en la tumba de la difunta. Tres días más tarde no había ninguna grieta donde verter tierra. Esto significó el final de la posibilidad para el ser humano de volver a la vida. La Muerte se había convertido en algo siempre presente. Otra leyenda dice que Imana castigó a la mujer dejando que la muerte viviera con el hombre."

Matt Hudson.



Nota:  El ebook de donde he sacado la leyenda es uno de los que venían preinstalados en un lector Papyre que se compró mi santa. En total eran siete libros breves, cada uno dedicado a la cosmogonía de una serie de pueblos distintos, todos ellos de autor anónimo. La verdad es que me extrañaba que alguien se molestase en recopilar leyendas de diversas partes del mundo y no dejase su nombre (ni, por supuesto, sus fuentes). 

Al buscar más información sobre la leyenda encontré una página dedicada a Imana en la Wikipedia en inglés, que reproducía casi exactamente el mismo texto que acabáis de leer atribuyéndoselo a Matt Hudson (de hecho he aprovechado para cambiar algunos términos que no habían quedado bien en la traducción original). Desgraciadamente no he sido capaz de encontrar mas información sobre este autor, ni de determinar si no sólo el texto es suyo, sino si también es el autor de todo el ebook, o incluso de toda la serie.

No sé si los creadores de Papyre seguirán incluyendo estos libros en sus modelos, pero me parece una gran falta de consideración hacia sus autores que los incluyan como anónimos y no citen las fuentes de los textos.

Friday, April 26, 2013

Un día es un día

00:04 ... 00:03 ... 00:02 ... 00:01 ...

El zumbido le despertó de un sueño que no era consciente de haber empezado. Miró a su alrededor, desubicado. Frente a él una pantalla de televisión mostraba el mensaje:


TIEMPO AGOTADO
INTRODUZCA EFECTIVO/TARJETA PARA OBTENER TIEMPO EXTRA


Fijó los ojos en el monitor, con la boca entreabierta y un hilillo de baba en el borde de los labios. En seguida las piezas se colocaron en el orden correcto en su cabeza y sonrió. Volvió la cabeza sin levantarse del sofá preguntando:

—¿Qué ha pasado al final con la rubia? ¿Ha conseguido...?

Se interrumpió. Su mujer dormía en la cama, todavía apoyada sobre el almohadón que había doblado para ver mejor la tele. Esta se ha enterado todavía de menos que yo, pensó mientras se limpiaba la comisura de la boca.

Miró hacia el lateral de la cama. Allí estaba ella: Carmen Con lo bonito que era Esperanza, como su abuela Riego Vera, tres kilos cuatrocientos cincuenta gramos, seis, no, siete ¿Tanto había dormido? horas de vida.

Se levantó con un crujido de espalda Estoy viejo. Pues prepárate ahora y bordeó la cama para acercarse a la cuna. Carmen descansaba sobre el costado, con una mantita enrollada junto a la espalda para evitar que se girase. Los ojos habían perdido la hinchazón del parto y tenía la naricilla ligeramente fruncida Preciosa. Muy lentamente alargó una mano para acariciarle la pelusilla de su cabeza, evitando con cuidado la fontanela. Todavía me da un poco de repelús.

El zumbido del televisor, a los cinco minutos exactos del que le había despertado, le sorprendió. Con un respingo retiró la mano de la cabeza de su hija y se volvió hacia el origen del ruido. En la pantalla continuaba el mismo mensaje, que ahora empezaba a parpadear.


TIEMPO AGOTADO
INTRODUZCA EFECTIVO/TARJETA PARA OBTENER TIEMPO EXTRA


Bueno, y yo ahora qué hago. Se le había pasado el sueño. Miró el reloj, luego otra vez la pantalla. Rebuscó en su bolsillo. Poca cosa: algunas monedas pequeñas, un billete de cincuenta y la tarjeta de acompañante que le habían dado al entrar al hospital. Pensó en comprar un poco más de tiempo, lo suficiente para terminar de ver el programa y saber quién pasaba a la final. No es que le importase mucho, pero seguro que a ella le gustaría saberlo mañana. Y quizás entre tanto se despertase la pequeña y pudiera cogerla un rato, dársela para que tomase el pecho o llevarla a cambiar el pañal si hacía falta.

Aunque se imaginaba lo que le diría si despertaba y lo veía allí. Esto no es lo que habíamos hablado. No podemos permitirnoslo, tienes que descansar un poco o si no mañana estarás hecho un trapo. No están las cosas como para faltar un día. Y tendría razón. Pero una cosa es tener razón en el salón de tu casa y otra muy distinta teniendo delante a esa pequeña cosita sonrosada y completamente adorable.

Bueno, sólo un ratito, por una hora no va a decirme nada. 

Las monedas no daban para nada. Se asomó al pasillo desierto buscando una máquina de cambio. No. Recordó haber visto una en la planta baja. Dio un par de pasos hacia el ascensor, se giró, volvió hacia el ascensor, se detuvo de nuevo. Miró al billete que aún sostenía en la mano ¡Qué leches, un día es un día! y regresó a la habitación.

Metió el billete en la ranura, pulsó aceptar y la pantalla volvió a cobrar vida en medio de un aplauso del público. De nada. Con una sonrisa apagó el televisor y volvió junto a la cuna. De nuevo le llamó la atención el tamaño de su mano junto a la cabecita de su hija. De algún lugar en su memoria brotó el principio de una canción de cuna y estuvo largo rato cantando, muy bajito, apenas despegando los labios, sin dejar de mirarla. Cuando empezó a sentir sueño regresó al sillón y se acomodó cubriéndose como mejor pudo con la exigua sábana.

Antes de cerrar los ojos se giró para lanzar un beso a su mujer Todo va a ir bien. Lo peor ya ha pasado, lo ha dicho el gobierno. En unos meses empezamos el 2015 y todo irá mejor, ya verás.

En la pared, ignorado por los tres durmientes, el monitor seguía desgranando su cuenta atrás:


DISPONE DE 4 HORAS 47 MINUTOS
PUEDE ADQUIRIR TIEMPO EXTRA COMO ACOMPAÑANTE CON EFECTIVO O TARJETA

GRACIAS POR ELEGIR LA SANIDAD PÚBLICA
GOBIERNO DE ESPAÑA

Tuesday, April 16, 2013

Overbooking

Hoy os traigo una historia real que me contó un amigo de su protagonista hará unos quince años. Con el tiempo he ido olvidando la mayoría de los detalles, dejando sólo sus hechos más relevantes. Es una de esas anécdotas que nos enseñan lo inútil que es aventurar dónde estaremos dentro de unos años y que lo único que podemos saber de nuestro futuro es que aún no ha sucedido.

Fotografía de EclatDusoleil. Vía  morgueFile.

La historia, tal y como la contaron, empieza en un aeropuerto de la costa este de Estados Unidos. Allí una joven pareja espera el avión que los lleve de vuelta a casa. No recuerdo si el viaje había sido de negocios o placer, pero no debían tener ganas de acabarlo porque, cuando anunciaron que su vuelo sufría overbooking, decidieron presentarse voluntarios para quedarse en tierra.

La compañía les ofreció volver a España al día siguiente, pagándoles la noche en un buen hotel y creo que una aún mejor cena. Cuando embarcaron al día siguiente además de la alegría por ese pequeño tiempo extra también llevaron consigo unos vales de viaje por cuenta de la aerolínea.

No sé cuánto tiempo pasó desde que el deseo de prorrogar un viaje juntos se convirtió en la imposibilidad de seguir compartiendo la vida. En cualquier caso, no más de lo que tarda en caducar el regalo de una línea aérea. Buscando tal vez dejar atrás los recuerdos o tomar aire antes de seguir adelante, ella pensó que aquel era el momento para disfrutar en soledad del viaje que no habían llegado a hacer juntos.

No recuerdo el motivo de la elección, ni si llegaron a contármelo. Quizás siempre había querido ir allí. Es posible que teniendo todo el mundo a su disposición no pudiera evitar caer en el cliché de dejar caer su dedo sobre una bola del mundo en pleno giro. O tal vez fue el aire de lejanía y misterio de su nombre lo que le hizo acabar en la Patagonia.

De lo que podemos estar casi seguros es que cuando hizo las maletas no pensó que haría amistad con un guía de uno de los barcos que llevan turistas a ver cetáceos, que se enamorarían y que acabaría viviendo con él y ayudándole en su trabajo de fotógrafo submarino, a un mundo de distancia de su antiguo hogar y de aquel aeropuerto donde, sin ser consciente, había dado el primer paso hacia una nueva vida.

Fotografía de Mathew Hull. Vía morgueFile.

Tuesday, April 2, 2013

Ya no hay alumnos como los de antes

"Se ha perdido el espíritu de trabajo", "no hay cultura del esfuerzo"... son frases que suelen escucharse cuando se habla de educación. Sin querer entrar en debates, hay que reconocer que algo de razón tienen si nos comparamos con la situación de hace algunos años. 468 para ser exactos. Esta era la descripción que hacía el magistrado y diplomático Enrique de Mesmes de su rutina en la universidad de Toulouse:

"Estábamos en pie a las cuatro de la mañana y después de haber rezado una oración, íbamos a clase a las cinco, con nuestros grandes libros bajo el brazo, nuestras escribanías y candelas en la mano. Sin interrupción, teníamos varias clases hasta las diez. Después de emplear media hora en corregir nuestros apuntes, comíamos. Luego leíamos, como diversión, fragmentos de Sófocles, Aristófanes o Eurípides, y, algunas veces, de Demóstenes, cicerón, Virgilio y Horacio. A la una, a clase; a las cinco a casa, a repasar nuestras notas y fijar de nuevo nuestra atención en los pasajes citados en clase. Ello nos ocupaba hasta pasadas las seis. luego cenábamos y leíamos griego o latín."

Todo el trabajo anterior todavía podía ser sólo una parte del total. Era habitual que los alumnos con menos recursos se pagasen la universidad ejerciendo durante su estancia allí de criados de sus compañeros más pudientes.

Por cierto, Enrique de Mesmes ingresó en la universidad en 1545... con catorce años.


Fuente: Los siglos XVI y XVII, de Roland Mousnier, de la serie Historia general de las civilizaciones, colección Destinolibro. Ed. Destino.