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Monday, November 9, 2009

Una corona inesperada

La suerte, siempre se ha dicho, es caprichosa, y de vez en cuando se divierte agitando el árbol de la Historia, haciendo caer frutos que parecían no estar aún maduros. Esto sucedió con la caida del Imperio Latino de Oriente, perdido de manera imprevista por un golpe de buena (o mala) suerte.

Pongámonos un poco en situación: a principios del S. XIII la Cuarta Cruzada, cuyo primer objetivo era Egipto, derivó gracias a las intrigas venecianas en la conquista y saqueo de Constantinopla. Fue la primera vez en 900 años que la ciudad era tomada por un enemigo exterior. Sin duda una forma bastante cruel de agradecer al Imperio Bizantino que durante varios siglos hubiera hecho de barrera ante las acometidas de distintos pueblos venidos de Asia, dando tiempo a los reinos europeos a consolidarse.

Tras saquear a conciencia Constantinopla, los cruzados erigieron el Imperio de Romania, también conocido como el Imperio Latino de Oriente. Pero, aunque los griegos habían perdido su capital, no estaban derrotados, y poco a poco fueron recuperando parte del terriotorio perdido. A mediados del S. XIII el imperio de Nicea disfrutaba de la hegemonía entre los reinos que habían surgido tras la caída de Constatinopla, y su rey Miguel Paleólogo se hacía llamar a sí mismo emperador. Pero el título no era más que una declaración de intenciones mientras que no tuviera en su poder la antigua capital.

Aunque en esos momentos Romania ya se reducía prácticamente a Constantinopla, las murallas de la ciudad seguían siendo formidables y, en cualquier caso, eran más de lo que podía permitirse enfrentar en ese momento el emperador Miguel. Y el tiempo era importante. Las potencias europeas tenían su atención en otra parte, pero nada podía garantizar que en cuanto las cosas se calmasen en el continente no hubiera alguna que escuchara la llamada de ayuda de los latinos de oriente frente a los griegos cismáticos.

Así andaban las cosas cuando en 1261 uno de los generales de Miguel pasó con un pequeño ejército frente a Constantinopla camino de cumplir una misión en la frontera búlgara. Cuando se aproximaba a la ciudad fue recibido por el jefe de los habitantes de los suburbios, famosos por su facilidad a la hora de cambiar sus lealtades entre latinos y griegos. Según el relato que hace S. Runciman del hecho: "Éste hombre le dijo que la mayor parte de la guarnición latina de la ciudad había partido con el grueso de los barcos venecianos, con intención de tomar una isla griega del mar Negro (...) Ofreció hacer entrar a las tropas de Nicea en la ciudad a través de un paso subterráneo cuya existencia había descubierto".

Usando ese paso los griegos introdujeron a unos cuantos hombres durante la noche que abrieron las puertas de la ciudad. A la mañana siguiente el emperador latino Balduino se despertó descubriendo que las calles estaban abarrotadas de ciudadanos aclamando al emperador Miguel. Inmediatamente ordenó a la flota que regresara, pero ya era tarde. Los soldados de Nicea se hicieron fuertes en las murallas y desbarataron el desembarco prendiendo fuego a los muelles. A duras penas logró Balduino escapar de su ciudad rumbo a un exilio del que ya no volvería.

Las buenas nuevas llegaron al emperador Miguel a la mañana siguiente muy temprano.Volviendo al relato de Runciman:  "El emperador estaba dormido cuando (su hermana) Eulogia se aproximó a él, gritando que Constantinopla era suya. Medio dormido aún, el emperador no podía creerla, y su hermana tuvo que sacudirlo y repetir que Cristo le había dado Constantinopla para que se convenciera."

Miguel Paleólogo logró así refundar un imperio que aguantaría aún dos siglos más antes de caer en manos de los turcos, pero eso ya es otra historia...

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Fuente: Las vísperas sicilianas, de Sir Steven Runciman.

Entradas relacionadas: La Cuarta Cruzada 1 y 2.

Sunday, October 11, 2009

La Cuarta Cruzada (2)

En una entrada anterior ya comentamos como los cruzados se concentraron en 1202 en Venecia, con la que había acordado el uso de su flota, antes de partir hacia Egipto. Pero el número de alistados fue menor del esperado y no lograron reunir el dinero prometido a los venecianos. Desesperados, y ante la amenaza de ver cortados sus suministros, aceptaron la propuesta veneciana de suspender parte del pago a cambio de ayudarles a conquistar la estratégica ciudad de Zara, en manos del rey de Hungría. La toma de Zara supuso el uso de un ejército cruzado contra un rey cristiano, lo que les valió la excomunión del Papa, que luego se restringió sólo a los venecianos. Pero eso era sólo un esbozo de que este ejército de Dios sería capaz de hacer.
El Dogo de Venecia en ese momento era Enrico Dandolo. Había sido elegido con setenta años y era prácticamente ciego, pero aún así contaba con una gran energía y había decidido acompañar a la expedición. La historia de su ceguera se relaciona con un episodio no muy claro en sus tiempos de embajador en Constantinopla, que le había provocado un serio resentimiento hacia los bizantinos. Dandolo convenció a los cruzados de pasar el invierno en Zara, mientras buscaba la manera de desviarlos de su objetivo. Venecia había firmado hacía poco un acuerdo comercial con Egipto y no tenía ningún interés en atacar a su socio.
La solución le vino en bandeja cuando apareció en el campamento Alexius IV, hijo del anterior emperador bizantino y sobrino del actual, que había alcanzado el poder tras derrocar y encarcelar a su hermano. Alexius IV había logrado escapar de prisión, y tras un periplo por Europa acabó en Zara ofreciendo a los cruzados el oro y el moro a cambio de ayudarle a derrocar a su tío. Sin embargo, el precio que tendrían que pagar él y su país por esta ayuda sería mayor del que Alexius podía imaginar.
Ésta era la oportunidad que Dandolo esperaba. Por un lado alejaba a los cruzados de Egipto, dándole además la oportunidad de dar rienda suelta a su resentimiento contra los bizantinos. Pero no nos confundamos, Dandolo era ante todo veneciano y, por ello, un hombre práctico. Ésta era una ocasión sin igual para la Serenísima República de colocar a un emperador afín en el trono de Constantinopla, que cada vez prestaba más atención a sus rivales de Génova y Pisa.
No fue difícil convencer a los cruzados. Aunque hubo quien rechazó la idea y prefirió marchar por su cuenta a Tierra Santa, para la mayoría de sus líderes esto suponía la posibilidad de verse recompensados con tierras en la rica Bizancio, algo mucho más interesante que los pobres y peligrosos feudos a los que podían aspirar en Palestina. Además podían tranquilizar sus conciencias asumiendo que un gobierno afín en Constantinopla era una garantía para futuras cruzadas.
Para el soldado medio la aventura también resultaba atractiva: los bizantinos eran vistos como malos cristianos que no admitían la autoridad del Papa y se les culpaba, falsamente, de obstaculizar las cruzadas. Además Constantinopla era en aquel entonces la ciudad más rica de occidente, y eso sólo significaba una cosa para el soldado raso, fuese cruzado o no: la promesa de un gran botín.
El asalto combinado de las fuerzas cruzadas y venecianas, dónde el ciego Dandolo se distinguió con especiales muestras de valor, logró su objetivo. Pero una vez en el trono, Alexius IV se enfrentó al descontento que causaba entre sus súbditos la presencia de los cruzados y, aún más grave, se dio cuenta que era incapaz de cumplir todas las promesas que había hecho a cambio de su ayuda.
Tras varios enfrentamientos entre los cruzados y la población local, uno de los cuales acabó con el incendio de varios barrios de Constantinopla, la situación explotó. Los bizantinos derrocaron a Alexius IV y eligieron a un emperador dispuesto a plantarle cara a los extranjeros. Esto dio lugar a un segundo asalto de la ciudad que desembocó en uno de los momentos más trágicos de la historia de las cruzadas.
saqueo-constantinopla
Después de tomar la ciudad los soldados fueron dejados a los tres acostumbrados días de pillaje. Estos soldados de Dios no respetaron ni monasterios ni conventos, donde se dieron las mismas imágenes de asesinatos, violaciones y robos que en el resto de la ciudad. Los relatos de la crudeza del saqueo conmovieron a muchos contemporáneos a pesar del poco amor que se sentía en Europa por los bizantinos.
Y no sólo se perdieron vidas humanas. Constantinopla era el último vínculo que quedaba con la antigüedad clásica, la depositaria de una tradición de más de un milenio. No se sabe cuántas obras de arte y escritos desaparecieron en el saqueo, pero para la cultura occidental supuso una pérdida al nivel del incendio de la biblioteca de Alejandría. Sólo los venecianos, prácticos ellos, se preocuparon de salvar parte de los tesoros de la ciudad para embellecer la suya. Aún hoy se exponen en la Catedral de San Marcos los caballos de bronce que presidían la entrada al hipódromo de Constantinopla.
caballos_hipodromo
Bizancio nunca se recuperó de ese golpe. La civilización que había florecido durante casi un milenio haciendo de puente entre Europa, Asia y África quedó tan debilitada que, aunque con el tiempo lograra expulsar a los invasores latinos, no pudo aguantar el empuje de la nueva potencia emergente: los turcos. Es posible que, de no haber sido por la Cuarta Cruzada, Bizancio hubiera podido continuar haciendo de muro defensivo de Europa y quien sabe si logrado integrar en su cultura a los turcos. Nunca se sabrá. A modo de justicia poética, fueron precisamente los venecianos uno de los más perjudicados ante la ascensión de los turcos, que arrebataron a la república el dominio del mediterráneo junto con todas las posesiones que había conseguido a costa de los bizantinos.
Fuentes:
A History of Venice, de John Julius Norwich.
A History of the Crusades, de Steven Runciman.

Sunday, October 4, 2009

La Cuarta Cruzada (1)

A pesar de que aún mantienen un cierto halo romántico, las cruzadas, como toda guerra, estuvieron plagadas de sangrías y hechos vergonzosos. Pero dentro de su leyenda negra posiblemente el lugar más destacado lo ocupe la Cuarta Cruzada: una expedición contra el infiel que acabó, por medio de engaños, bañándose en la sangre de miles de cristianos.
Venecia, año 1202. Un ejército cruzado acampa en la pequeña isla del Lido, esperando a embarcar hacia Egipto. Señalado como el punto débil del sultanato islámico, Egipto se cree peor defendida que Siria, es una provincia muy rica y una buena base desde donde acometer sobre Palestina.
Los cruzados están hartos de esperar. Han acudido muchos menos de los que se esperaban y no tienen el dinero prometido a los venecianos a cambio del apoyo de su flota. Los venecianos son, ante todo, mercaderes, y no están dispuestos a poner en juego sus naves sin recibir una buena compensación. Además, amenazan con cortar los suministros si no reciben lo acordado.
Lo que los cruzados no saben es que  Venecia acaba de firmar un beneficioso acuerdo comercial con Egipto. Lo último que quiere ahora es un ataque contra su nuevo socio, con el que se ha comprometido a no emprender ninguna acción militar en su contra.
Cuando más tensa está la situación el Dogo de Venecia ofrece una solución a los líderes cruzados: llevarán a su ejército a pesar de que el pago no llegue al estipulado… a cambio de un favor. Hace no mucho que Venecia ha perdido la estratégica ciudad de Zara, en la actual Croacia, a manos del rey de Hungría. Los cruzados deberán ayudarles a recuperarla de camino a Egipto.
Esto supone usar el ejército de Dios para atacar a otro rey cristiano. Algunos se revelan contra la idea, pero los líderes de la cruzada, puestos entre la espada y la pared, aceptan. Cuando el Papa se entera ordena que se retracten, pero es demasiado tarde; cuando llega su mandato Zara ha caído. Enfadado, el Papa excomulga a cruzados y venecianos. Aunque luego reconsiderará su postura y mantendrá la excomunión sólo contra los venecianos, durante un tiempo se da la circunstancia de que un ejército creado para luchar en el nombre del Señor ha sido apartado de su Iglesia por su representante en la Tierra.
Y, sin embargo, la toma de Zara no era nada comparado con lo que venecianos y cruzados serían capaces de hacer más adelante.
Fuentes:
A History of Venice, de John Julius Norwich.
A History of the Crusades, de Steven Runciman.