Érase una vez un rey poderoso y cruel, que vivía en un castillo del que no salía sino para guerrear. Además, sus caprichos no conocían límites.
Un día tuvo el antojo de salir de caza para distraerse y persiguiendo un ciervo de extravió en el bosque. Ya era de noche, cuando a través de los árboles pude ver unas luces hacia las cuales encaminó su caballo.
Era un convento. Pidió asilo. Le dieron de cenar y, en su orgullo, no dijo ni gracias. Los frailes que le servían estaban asustados y temblaban de miedo. Uno de ellos reconoció al rey y fue a avisar al padre abad para que saludase al monarca.
-Tengo noticias de vuestro convento –le dijo el rey-. Sé que dais de comer a muchos pobres de la comarca, pero también me han dicho que vos, padre abad, no sois muy estudioso y esto no convienen al cargo que desempeñáis.
-Señor –contestó temblando el humilde fraile-; procuro cumplir con mi deber lo mejor posible.
-Está bien –dijo el monarca-. Y para convencerme de que desempeñáis bien vuestro cargo os voy a proponer tres preguntas. Si las solucionáis bien ganaréis dos cosas: la primera, que haréis pasar por mentirosos a todos los que os han calumniado y la segunda que os confirmaré en vuestro cargo para toda la vida. Si no acertáis a contestar, lo siento, pero habré de nombrar otro abad.
-Diga vuestra majestad, y haré lo posible por responder.
-La primera pregunta –dijo el rey- es que me digáis cuánto valgo yo; la segunda, que me contestéis dónde está el medio del mundo, y la tercera es que adivinéis qué es lo que pienso yo. Ya para que creáis que quiero abusar os doy un mes de plazo para pensar en ello.
Se retiró el abad pensativo. Se encerró en la biblioteca y consultó todos los libros de que disponía. Conversó con los monjes más sabios del convento, pero no podía hallar la respuesta adecuada a las tres preguntas.
Tan preocupado estaba el buen padre abad, que empezó a perder el apetito y a desmejorar hasta que todos los frailes del convento comenzaron a preocuparse por él.
También lo notó el cocinero del convento y fue a preguntar al abad qué le tenía tan preocupado. Y éste le contó las tres preguntas que le había hecho el rey.
-No os preocupéis, padre abad –dijo el cocinero-. Me afeitaré la barba, me pondré vuestras ropas y como me parezco bastante a vos, iré a palacio en vuestro lugar.
Aceptó el abad y cuando se cumplió el mes, marchó el cocinero al castillo.
-¿Estáis dispuesto a contestar mis preguntas? –le dijo el monarca.
-Sí –contestó el cocinero muy tranquilo.
-Empezad pues.
-A la primera pregunta de cuánto vale vuestra majestad, os diré que veintinueve dineros, porque Jesucristo fue vendido por treinta. Por muy alto que sea vuestro valor, espero que no pretenderéis alcanzar igual o mayor precio que Nuestro Señor.
-Siga, padre abad –dijo el rey-, que me agrada la respuesta.
-La segunda pregunta que hizo vuestra majestad fue que dónde estaba el medio del mundo. A esto os contestaré que está donde vuestra majestad tiene los pies, pues como el mundo es tal que una bola, donde se pone el pie es el medio de él, cosa que no se puede negar.
-Veamos la tercera respuesta –dijo el monarca.
-Majestad; la tercera pregunta que tuvisteis a bien plantear era averiguar lo que vuestra majestad piensa. A esto he de contestar que vuestra majestad está pensando que en estos momentos habla con el padre abad del monasterio y sepa que está hablando con el cocinero.
-¿Es eso cierto? –dijo asombrado el monarca.
-Sí, señor, que yo soy el cocinero, que para semejantes preguntas era yo suficiente y no había necesidad de dirigirse al padre abad.
Y el rey, al ver la osadía y viveza del cocinero, no sólo confirmó al abad en su cargo para el resto de sus días, sino que hizo infinitos regalos al propio cocinero y a toda la comunidad del convento, con los que los buenos frailes pudieron obsequiar a los muchos pobres que atendían.
FIN
El cuento anterior es una adaptación de una obra de Juan de Timoneda, escritor valenciano del S. XVI, que descubrí en un libro de cuentos infantiles. Posteriormente he vuelto a encontrármela en Tradiciones y Leyendas Sevillanas, de José María de Mena, ambientada en el S. XIV con pequeñas variaciones.
En esta ocasión el rey es Pedro I de Castilla, y el abad es el prior del convento de San Francisco de Sevilla. El rey está molesto porque el prior abandona el convento al ser requerido, por su gran sabiduría, para predicar en otras ciudades. Para probar si de verdad es tan sabio le somete a las tres preguntas del cuento. Cuando descubre que el que le ha contestado es el cocinero, el rey le recompensa, matando dos pájaros de un tiro, nombrándole nuevo prior de San Francisco.
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