Lo confieso, me gusta Glee. A pesar de que las primeras veces escuché hablar de ella no me llamara nada la atención. Es normal; si te dicen que la serie va de un profesor de instituto muy bueno, muy bueno, que decide montar un coro al que sólo se apuntan los inadaptados, que cuenta con la oposición de la jefa de animadoras que es muy mala, muy mala, y que hay enamoramientos adolescentes, triangulos amorosos, historias de superación personal... lo menos que puede uno pensar es "esto ya lo he visto. Muchas veces".
Y es cierto. Está llena de tópicos, sabes cómo va a acabar, está pensada para todos los públicos... pero me enganchó. Su sentido del humor, su utilización de personajes caricaturizados, pero aún así muy cercanos, y su ritmo (aunque confieso que me salto la mayoría de las canciones) hicieron que esperara impaciente cada nuevo episodio.
Porque, aunque se le puedan poner muchos reparos, Glee entretiene. Durante cuarenta minutos hace que te olvides de tus preocupaciones. Y si, además, te arranca una sonrisa, pues qué más quieres.
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