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Friday, September 11, 2009

Caperucita y los 99 lobos

Es normal que un niño quiera cambiar un cuento a su capricho. Las opciones entonces son dejarse llevar por la imaginación del niño o, si uno no tiene la inspiración de su lado, intentar esquivar sus “mejoras” y ceñirse a la historia original. Claro que esto último lleva a veces a desarrollos algo absurdos. Por ejemplo, anoche empecé a contarle a mi hija de tres años Caperucita Roja y…

Caperucita Roja era una niña muy lista, muy buena y muy guapa (lo de guapa al final; no hay que fomentar el culto al cuerpo tan jovencitos que luego pasa lo que pasa)

-¡Que se llamaba Paula!- primera interrupción.

Ah, es verdad. Se llamaba Paula, pero todo el mundo le llamaba Caperucita Roja porque tenía un abrigo con una caperuza, que es como un gorro (eso lo dice la pediatra, que hay que explicarle todas las palabras que no conoce. Claro, que ya debo de llevar del orden de cien Caperucitas Rojas contadas y en cada una meto la misma explicación. Igual a estas alturas ya lo ha pillado). Y como siempre llevaba ese abrigo todo el mundo le decía Caperucita Roja.

-¡Paula!- segunda, pero esta me la había buscado.

Un día la mamá de Paula Caperucita Roja la llamó y le dijo: “La abuelita está malita, así que tienes que llevarle esta cestita con leche, miel, queso y pan.

-¡Pan tostado!

y pan tostado.

-¡Y una sopa!

y una sopa.

-¡De fideos!

y una sopa de fideos.

-¡Redondos!

y una sopa de fideos redondos (Nota mental: preguntar a la madre cuándo le ha puesto fideos cuadrados).

Total, que la mamá de Paula Caperucita Roja le dio una cestita con leche, miel, queso, pan tostado y una sopa de fideos redondos y le dijo: “Llévasela a la abuelita. Pero una cosa importante, Caperucita, prométeme que no entrarás en el bosque ni hablarás con desconocidos (es lo que tienen los cuentos, que educan en valores)”. “Sí, Mamá”, contestó Caperucita.

-¡Paula!

contestó Caperucita Paula.

Así que Caperucita Roja Paula se dirigió a casa de su abuelita, pero como el camino era muy largo, se le ocurrió cruzar por el bosque para llegar antes, a pesar de lo que le había dicho su mamá. Así que desobedeció a su mamá, que está muy mal y no se hace (esto hay que remarcarlo, que se empieza entrando en el bosque y se termina comiéndose los tomates de Papá). Pero en el bosque vivía el Lobo Feroz

-¡Y malo!

el Lobo Feroz y Malo. Y cuando escuchó a Caperucita Roja Paula fue a buscarla y le dijo: “Buenos días, Caperucita, a dónde vas tú tan bonita.” “A casa de mi abuelita, a llevarle una cestita (cuanto diminutivo tienen los cuentos. Claro, que Caperuza Roja o El Pato Feo no suenan muy bien) con leche, miel, queso, pan tostado y una sopa de fideos”

-¡Redondos!

y una sopa de fideos redondos. Y entonces el Lobo Feroz y Malo

-¡No, porque yo saco mi espada y como yo soy la princesa más fuerte le doy pum pam y lo cojo y le doy y lo tiro al agua, ja, ja!- (en realidad el parlamento era más largo, he transcrito sólo la parte que entendí).

(¡Hasta aquí podíamos llegar, usar la violencia para resolver un conflicto! En seguida intenté reconducir la situación) Pero cuando el Lobo estaba en el agua se puso a aullar ¡Auuuuhhhh! ¡Auuuuuhhhhh! para llamar a sus amigos

-¡Pero yo les doy pum con la espada….!

pero eran muchos y Paula no podía con todos.

-¡Sí!

Que no, niña. Y como eran muchos a Paula se le ocurrió una idea, echó a correr y se escondió detrás de una piedra. Al rato llegaron los primero lobos y empezaron a decir: “¿Dónde está esa niña?”. Entonces Paula Caperucita Roja puso voz de lobo y gritó: “¡Se ha ido por allí!” Y los lobos se fueron corriendo por dónde Paula había dicho. Después llegaron más lobos y volvieron a preguntar: “¿Dónde se habrá metido Caperucita?” Y Paula volvió a poner voz de lobo y dijo: “¡Se ha escapado por allí!”. Y así una y otra vez hasta que todos los lobos se fueron lejos y Caperucita Paula pudo salir de su escondite y ponerse otra vez en camino a casa de su abuelita. (Pausa. Parece que ha colado. Volvamos al cuento original.)

Pero mientras Paula Caperucita Roja se entretenía con sus amigos, el Lobo Feroz y Malo había ido corriendo a casa de la abuelita.

-¡No, muchos!

Bueno, muchos lobos feroces y malos habían ido a casa de la abuelita, la habían metido en un armario y luego el Lobo se había disfrazado con la ropa de la abuelita para engañar a Caperucita Paula.

-¡No, todos! ¡Y todos estaban en sus camitas chiquititas en la habitación y…!

Vale, todos los noventa y nueve lobos se habían disfrazado como la abuelita y se habían metido en sus noventa y nueve camitas a esperar a Caperucita (en estos momentos mi señora pasa por el pasillo y escucho una risa contenida). Y cuando Caperucita Paula llamó a la puerta, los noventa y nueve lobos contestaron, imitando la voz de la abuelita: "Pasa Caperucita".

Caperucita Paula entró en la habitación y le dijo a los lobos disfrazados de abuelita: "Hola abuelitas, os he traído una cestita con leche, miel, pan, queso y sopa de fideos redondos". Pero cuando fue a darle la cesta a los noventa y nueve lobos, Caperucita, que era muy perspicaz, que quiere decir muy lista, notó que algo raro pasaba, y dijo: "Abuelitas, abuelitas, pero qué orejas más grandes tenéis". A lo que los noventa y nueve lobos contestaron al unísono: "¡Son para oírte mejor! ¡Danos la cestita!". Pero a Caperucita había algo que seguía pareciéndole extraño, y dijo: "Pero abuelitas, abuelitas, qué ojos más grandes tenéis". Y entonces los noventa y nueve lobos

-¡No! ¡Porque yo salto encima con mi espada y les pego pum y les tiro al río!

(Ea, qué manía con resolver los conflictos con violencia. Eso lo ha tenido que aprender en el colegio. Vamos, que yo veo a un hijo mío arreglar las cosas por la fuerza y de la ostia que le pego... Bueno, vamos a intentar arreglar esto.)

No, porque eran muchos lobos y Caperucita Paula no podía con todos ellos. Pero como era muy lista le dijo a los lobos-abuelitas: "Ay, abuelita, yo sólo he traído una cestita, ¿ahora quién se la quedará?" y dejó la cesta en el suelo. Inmediatamente todos los lobos feroces y malos saltaron de sus camitas y empezaron a pelearse por la cesta, gritando: "¡La cesta es mía! ¡No, es mía!" mientras Caperucita Paula los miraba riéndose.

Al cabo de un rato sólo quedaba un lobo en pie, muy cansado y dolorido, que se acercó a coger la cestita. Pero entonces Caperucita llamó al leñador que cogió al lobo, le dio unos azotes y lo tiró al río (eso se lo podemos conceder).

-¡No, todos!

Pues eso, que el leñador dio varios viajes hasta que tiró a todos los lobos al río, y luego Caperucita y la Abuelita le dieron muchas gracias y compartieron con él lo que había en la cestita.

-¡Y los lobos buenos también porque ya no eran malos porque eran buenos ahora!

Sin comentarios.

Malapata y Paula

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