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Sunday, June 3, 2012

Eco y Narciso

Eco era una ninfa que vivía con sus hermanas en los bosques cercanos al monte Helicón. Las ninfas eran divinidades de la naturaleza, unos espíritus femeninos a los que gustaba cantar, bailar y... Bueno, si os digo que nifómana viene de ninfa yo creo que os podéis hacer una idea, ¿no? Esta última cualidad era especialmente apreciada entre otras criaturas divinas, entre las que se encontraba el mismo Zeus, que tenía cierta afición a pasear por sus bosques.

Esta simpatía hacia las ninfas no era del agrado de Hera, que se dejaba caer de cuando en cuando por los alrededores con la intención de pillar a su marido con las manos en la ninfa. Y aquí es donde entra en escena Eco. Veréis, Eco tenía una particularidad que la distinguía de sus hermanas: tenía una prodigiosa facultad para hilvanar elaborados discursos que adornaba de singular manera haciendo uso de... vamos, como se diría coloquialmente, que no se callaba ni debajo del agua.

Aunque esta facultad suya podía llegar a resultar en ocasiones un poco irritante para sus hermanas, pronto habían encontrado una manera de utilizarla en su beneficio. Nada más aparecer Hera por las cercanías del bosque, Eco se las apañaba para hacerse la encontradiza y descargar sobre ella todo el peso de su elocuencia. Y mientras Hera se veía enredada en una catarata de saludos, comentarios, reflexiones y cotilleos, Zeus aprovechaba para escabullirse discretamente de vuelta a casa.


Eco, pintura de Alexandre Cabanel.
Fuente: Wikipedia.
Pero si Hera tenía experiencia en algo era en descubrir los deslices de su marido, y pronto encontró la manera esquivar la verborrea de Eco y atrapar a Zeus en plena faena. Tras lanzarle un frío "Ya hablaremos de esto en el Olimpo" se volvió hacia Eco, que en ese momento debía estar concentrada intentando confundirse con el entorno, y le lanzó una maldición. Una maldición rebuscada y terrible como solían ser las de los dioses clásicos: ya que las palabras eran al mismo tiempo su orgullo y el vehículo de su engaño, la condenaba a no volver a tener dominio sobre ellas. Desde ese día Eco sólo podría repetir el final de las frases que escuchase.

Triste fue la vida para Eco desde entonces, aunque es posible que hubiera podido llegar a superarla y llevar una vida relativamente feliz junto a sus hermanas de no ser por la aparición en escena de Narciso.

¡Ah, Narciso, el bello Narciso! Era hijo del dios del río Céfiso y la ninfa Liríope de Tespia. Un día que la ninfa paseaba por las riveras del río despertó la lujuria del dios, que lanzó sus corrientes a rodearla, estrechando el círculo hasta que literalmente la sumergió en sus brazos. De esta unión nació un niño que crecería hasta convertirse en el joven más hermoso que el mundo hubiera visto.

Esta bendición de Narciso era en cambio la maldición de muchos que, sin importar su sexo o edad, quedaban obsesionados con la belleza del joven. Pero Narciso los trataba con el desdén del que está acostumbrado a la adulación, sin encontrar nunca nadie que considerase digno de su amor.

Cierto día paseaba por los bosques que rodeaban el monte Helicón cuando notó que alguien le seguía. Se trataba de Eco, que se había enamorado perdidamente del joven, pero que impedida por su maldición no se atrevía a acercarse. Narciso miró a su alrededor y preguntó:

—¿Hay alguien aquí?

Y Eco, desde su escondite, no pudo hacer otra cosa que responder:

Aquí. 

—Venllamó Narciso a la voz desconocida, sólo para escuchar repetido:

—Ven.

—¿Por qué me huyes? —preguntó el muchacho.

 —¿Por qué me huyes?

—Ven, únete a mí.

Y Eco, lleno su corazón de alegría, salió de su escondite diciendo:

—¡Únete a mí!

Pero Narciso, siempre insensible a los sentimientos que despertaba en los demás, esquivó su abrazo diciendo: 

—Prefiero morir antes de que estemos juntos.

Y se alejó dejando a Eco postrada en la hierba suplicando:

—¡Estemos juntos!

Desde aquel día Eco huyó de todo contacto, vagando por lugares solitarios mientras se iba consumiendo hasta que solo quedó de ella su voz, que todavía podemos oír a veces devolviendo nuestras palabras.

No creáis que Narciso escapó indemne. Por este y otros desprecios los dioses decidieron castigarle. Un día que quiso aplacar su sed bebiendo del río Donacón de Tespia, el hechizo de Artemisa hizo que confundiera su reflejo en el agua con una persona de carne y hueso. Narciso quedó embelesado contemplado a aquel hermoso joven, sintiendo que su corazón se conmovía por primera vez en su vida. Pasó horas frente a su reflejo, intentando trabar conversación primero, alcanzarlo con sus manos después e incluso inclinándose para besarle hasta que poco a poco fue consciente de lo que sucedía.

Entre lágrimas se rasgó sus vestiduras mientras lanzaba dolorosos suspiros. Sucedió que en ese momento pasó por allí Eco. Aunque no le había perdonado, la ninfa no pudo evitar sentir pena por el joven, y cada vez que Narciso gritaba "¡Ay!", ella respondía con otro "¡Ay!" igual de triste.

Incapaz de soportar el dolor de haber encontrado al fin a quien amar y sabiendo que nunca podría hacerlo, Narciso desenvainó su espada y atravesó con ella su pecho mientras decía "Adiós, joven al que he amado en vano". Junto a él Eco repitió tristemente: "Adiós, joven al que he amado en vano", mientras contemplaba como al tocar el suelo, la roja sangre de su amado hacía brotar una flor, que desde entonces lleva el nombre de Narciso.

Eco y Narciso, pintura de John William Waterhouse. Fuente: Wikipedia.

Monday, May 28, 2012

El gran asedio de Gibraltar

El 11 de julio de 1779 comenzó el intento más importante por parte de España para recuperar Gibraltar, con un asedio que habría de prolongarse durante tres años y medio. Tres años en los que se sucedieron actitudes heroicas y vergonzosas, episodios de valor y estupidez hasta llegar al asalto final en el que... Bueno, supongo que os hacéis una idea de como acabó, ¿no?


Una guerra que empezó al otro lado del océano

Empecemos poniéndonos un poco en contexto. El 4 de julio de 1776 las colonias británicas de América del Norte proclaman su independencia de la metrópoli, comenzando la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Los rebeldes corren a buscar apoyo exterior y, por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ponen sus ojos en Francia, que no puede dejar pasar la oportunidad de incordiar a su principal enemigo. Dos años después de su inicio, lo que empezó como una guerra entre una colonia y su metrópoli se convirtió en un conflicto entre dos de las naciones más poderosas del mundo, una auténtica guerra mundial que se extiende desde el norte del Océano Atlántico hasta el Índico, pasando por el Caribe, el Pacífico y el Mediterráneo en un enfrentamiento que ganaría quien fuese capaz de dominar el mar y sus rutas comerciales.

Y aquí es donde entra en juego España. Para disputarle a Inglaterra el dominio de los mares Francia necesitaba contar con el apoyo de la flota española, así que Luis XVI presionó a un reticente Carlos III, que no veía claro los beneficios de participar en el conflicto, hasta convencerle para entrar en la guerra en virtud del pacto de familia entre borbones. Y el caramelo para terminar de convencer al rey español fue la recuperación de Gibraltar y Menorca, en manos de los ingleses desde el Tratado de Utrecht de 1713.

Imagen digital de la NASA donde aparece resaltado Gibraltar (Wikipedia)




Un bloqueo frustrado... y unos soldados sedientos

Así, el 11 de julio de 1779, un intercambio de cañonazos marcó el comienzo del asedio al peñón, con unos catorce mil soldados españoles rodeando a los algo más de cinco mil soldados ingleses, además de más de tres mil civiles entre residentes y familiares de los soldados. Los españoles eran conscientes de la dificultad de tomar la Roca al asalto, así que su estrategia fue la de rendir a los sitiados por hambre.

Pasaron así dos años de privaciones para los ingleses, sometidos desde el primer día a un férreo racionamiento, teniendo además que hacer frente a brotes de escorbuto y viruela. Pero por dos ocasiones, en enero de 1780 y abril de 1781, una flota inglesa logró burlar el bloqueo para desembarcar provisiones y refuerzos.

Cañón inglés en un túnel de Gibraltar.
Fotografía de Scott Wylie, vía Wikipedia.
La segunda llegada de auxilio llenó de rabia  los sitiadores, que lanzaron su artillera sobre la ciudad por primera vez durante todo el conflicto, en un intento de evitar su aprovisionamiento. Cuando los gibraltareños salieron de sus refugios al día siguiente, se encontraron con una sorpresa: al derribar los muros, las balas habían expuesto a la luz las provisiones que algunos comerciantes habían acaparado en secreto y que iban sacando con cuentagotas y vendiendo a altos precios. Así que a un día de bombardeo siguió otro de saqueos.

Y si las autoridades contaban con el ejército para restaurar el orden no iban bien encaminados, pues entre los más activos saqueadores se encontraban precisamente bandas de soldados, aunque estos se dedicaron principalmente a los almacenes de bebidas. No en vano ya se habían quejado anteriormente de que entre los suministros traídos por la primera flota de rescate no hubiera vino ni ron. Decididos a resarcirse de su involuntaria abstinencia se atrincheraron en los almacenes a emborracharse, lanzándose luego a las calles en busca de más diversión. La situación llegó hasta tal extremo que grupos de oficiales debieron lanzarse a la calle empuñando hachas con las que destrozar todo barril que encontraban, hasta convertir las calles de Gibraltar en ríos de vino y brandy.

Pero ni el bombardeo ni la confusión posterior sirvieron para evitar que la flota desembarcara los suministros. Desmoralizados al ver que los ingleses volvían a estar bien provistos, los españoles relajaron su presión sobre el peñón, que no volvió a tener problemas para aprovisionarse. Poco a poco se volvió a una situación de tensa espera. Durante el verano de 1781 la ofensiva española se redujo al disparo de tres cañonazos diarios, que los gibraltareños bautizaron con sorna como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Pasado el verano los ingleses descubrieron que los españoles empezaban a levantar unos parapetos en la frontera del istmo destinados a albergar baterías con las que bombardear la colonia de cerca. El peligro fue conjurado mediante una arriesgada salida nocturna que destruyó las construcciones y sus polvorines y que todavía hoy se sigue conmemorando en el Peñón.


Los preparativos del ataque: celos y barcos insumergibles

Avanzamos un año hasta el final del verano de 1782. Las cosas se han movido poco en el Peñón, pero a su alrededor el mundo no ha dejado de girar. Las colonias norteamericanas donde se originó el conflicto han conseguido su independencia, y Europa está agotada por la guerra. Carlos III ha logrado uno de sus objetivos al entrar en el conflicto con la captura de Menorca, pero se niega a dar por terminadas las hostilidades hasta haber recuperado también Gibraltar, y los tratados entre ambos países impiden que Francia se siente a negociar sin el visto bueno de España. Así las cosas se prepara el que debía ser el asalto definitivo.

Fuertes y defensas españolas e inglesas.
Imagen de falconaumanni, vía Wikipedia.
Se refuerzan las tropas que sitían Gibraltar, a las que se une una gran flota combinada franco-española, hasta sumar unos 40.000 hombres. Frente a ellos los ingleses solo cuentan con algo más de 7.000 hombres. Pero, aunque ellos mismos no lo sepan, cuentan con un arma secreta: el divismo de los mandos españoles.

Parece que las relaciones entre el sexagenario duque de Crillon, conquistador de Menorca y jefe del ejército, y el almirante Buenaventura Moreno, a cargo de la flota, estaban marcadas por los celos y la desconfiaza mutua. Aunque si en algo coincídian ambos era en su desprecio hacia el tercero en discordia, el ingeniero francés Jean-Claude-Eléonor Le Michaud d'Arçon. D'Arcçon había convencido a Carlos III de que la conquista de Gibraltar pasaba por emplear unas naves de su invención, unas baterías flotantes insumergibles e ignífugas, que permitirían destruir las posiciones inglesas desde la bahía como paso previo a al desembarco de las tropas.

Carlos III apoyó la idea de construir las costosas naves a pesar de lo exiguo de su tesorería y de que la idea contaba con numerosos detractores, entre ellos el propio Crillon. A tanto llegaba su oposición al proyecto que solo se le pudo convercer de que siguiera al mando garantizándole que, si la operación fracasaba, se haría pública una declaración suya manifestando su desacuerdo con el plan. Pero, no contento con esto, además dejó a un amigo veinte copias de una carta donde dejaba claro que había aceptado el mando solo por orden del rey, y que en caso de victoria "la gloria y el crédito corresponderán al ingeniero francés M d'Arçon, en caso de que el lugar sea tomado gracias al éxito de las baterías flotantes, de lo cual tengo serias dudas, si las baterías fallan nadie podrá reprocharme nada pues no he tenido nada que ver en ello". Las instrucciones eran que las distrubuyera por España y Francia en el mismo momento en que llegase a Madrid la noticia del ataque a Gibraltar.

Mientras se llevaban a cabo los preparativos se iba reuniendo en la vecina Algeciras una multitud de curiosos llegados de todas partes de España y Francia que querían presenciar el ataque a modo de espectáculo al aire libre, entre los que se encontraban incluso dos príncipes franceses.


El gran asalto

Mientras, el mando español estaba hecho una jaula de grillos. Crillon presionaba para atacar de inmediato, antes de que llegase el otoño. D'Arçon se oponía, argumentando que las baterías flotantes aún no estaban listas, ni se había terminado de inspeccionar la bahía y sus bancos de areja y bajíos para buscar las mejores posiciones donde desplegarlas. En medio Moreno escuchaba a uno y otro cada vez más disgustado.

Finalmente fue Crillon quien consiguió imponerse. La mañana del día 13 de septiembre las enormes baterías flotantes fueron remolcadas al interior de la bahía de Algeciras y comenzó el intercambio de fuego. Sobre el papel debería haber sido una bombardeo a gran escala, en el que las diez flottantes estarían apoyadas por treinta cañoneras y otros treinta lanzamorteros de la armada. Pero estos últimos, sin ninguna razón más allá de las decisiones personales de su almirante don Luis de Córdoba, no aparecieron. Además, y como temía D'Arçon (que iba embarcado en una de las baterías), las posiciones donde desplegar sus ingenios no eran las adecuadas y no podían explotar a fondo su poder de fuego. Por el otro lado, el diseño del ingeniero parecía estar dando sus frutos: las balas de cañón inglesas rebotaban o se quedaban encajadas en las capas de juncos y madera verde de las baterías flotantes sin hacerles daño.

Asalto a Gibraltar de 1782. Dibujo de  Johann Martin Will (1727-1806), vía Wikipedia.

O, al menos, eso pareció al principio. Viendo la inutilidad de sus primeros disparos, los ingleses optaron por lanzar balas calentadas al rojo vivo. Algunas de ellas, al impactar con la protección de las naves, quedaban incrustadas, y poco a poco el calor les iba abriendo paso por el revestimiento sin que nadie fuese consciente hasta que empezaban a surgir las llamas.

Al caer la noche no solo no se habían cumplido los objetivos, sino que unos 5.000 hombres estaban atrapados en las diez baterías, dos de ellas en llamas, que carecían de medios para moverse por sí mismas. Aún había posibilidad de recuperarlas, pero Crillón, que nunca había creído en ellas, decidió que era mejor rescatar a la tripulación y destruirlas antes de que las capturasen los ingleses.

Pero si los marineros españoles creían que ya había pasado lo peor estaban muy equivocados. El almirante de Córdoba se negó a enviar sus fragatas bajo el fuego enemigo a rescatar a los tripulantes de las baterías. En su lugar se mandaron embarcaciones pequeñas, que llegaron a media noche con órdenes a los capitanes de incendiar las naves en cuanto hubieran evacuado a sus hombres. 

Baterías flotantes. Imagen tomada de Todo a Babor.

Y aquí sobrevino el desastre. Los marineros que llevaban todo el día combatiendo y apagando los incendios que provocaban las balas enemigas se dejaron llevar por el pánico y tomaron por asalto las embarcaciones. Algunas se sobrecargaron tanto que acabaron hundiéndose. Otras fueron destruidas por las baterías inglesas. Pronto fue evidente que con las que quedaban sería imposible evacuar a todos los marineros. Además, algunos capitanes habían sido demasiado diligentes y habían incendiado sus naves antes de que su tripulación fuera rescatada. A los marineros que seguían a bordo nos les quedó más remedio que saltar al agua para huir del fuego. Muchos perecieron ahogados en las aguas de la bahía, aunque hubo un buen número que fue rescatado por los propios ingleses, que habían enviado varias barcas a inspeccionar las baterías y volvieron cargados de marineros españoles.

Ese fue el fin de los intentos franco-españoles de tomar el Peñón. Aunque el asedio continuó los días siguientes no hubo ningún otro intento de lanzar un ataque a gran escala. La puntilla fue la llegada a la bahía, esquivando a los barcos franceses y españoles, de una flota inglesa al mando del almirante lord Howe. A partir de ahí fueron desapareciendo gradualmente los barcos y soldados franco-españoles hasta que en febrero de 1783 se levantó el asedio.

Así acabó la más seria o, al menos, más prologada acción española para recuperar el istmo de Gibraltar. Unos meses después se firmaría el Tratado de París que consagraba el dominio inglés sobre el peñón, que se convertiría en una fuente de periódicos roces entre España y Gran Bretaña en una situación que ha llegado hasta nuestros días.


Fuentes: El contenido de la entrada sigue la descripción del asedio que realiza John Julius Norwich en El Mediterráneo, un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones. Además, la introducción sobre el origen de la guerra y la importancia del dominio de los mares se basa en Maritime Supremacy and the Opening of Western Mind de Peter Padfield. También puede que se haya colado inadvertidamente algún dato de las páginas sobre el asedio en la Wikipedia española e inglesa (más probable de esta última, que sigue un esquema muy similar al de Norwich). 

Thursday, May 17, 2012

Final de cuento moderno

...y entonces el Lobo logró convencer a las ovejas de que no podían seguir permitiéndose mantener al perro, y que debían deshacerse de él si querían que su granja volviera a ser rentable.

FIN

Tuesday, May 8, 2012

Frustrado y enfadado con HP

Últimamente tengo un poco descuidado el blog, y una de las razones es que una parte importante del poco tiempo libre del que puedo disponer para usar el ordenador la paso reinstalando y/o volviendo a configurar algo. Un proceso cada vez más repetido y absurdo que ha llegado a su límite esta misma tarde, con una conversación con el servicio técnico que todavía me enerva cuando pienso en ella.

Veréis. Yo me compré este ordenador, un HP Pavilion-g6 el pasado noviembre en la tienda virtual de HP. Al poco empezó a reiniciarse. Las primeras veces no le di importancia, pero como se repetía escribí al servicio técnico. Eso fue el 31 de enero.

Así empezó un carrousel al que no soy capaz de ver el final, y que me ha llevado, desde aquel 31 de enero, a hablar con cuatro técnicos distintos, reclamar tres veces a atención al cliente, enviar el ordenador a reparación dos veces, de las que volvía con el sistema restaurado, además de las otras tres veces en que lo he tenido que restaurar yo.

Esto supone que en poco más de tres meses he tenido que empezar a usar el ordenador desde cero en cinco ocasiones. Cinco veces en que he tenido que volver a configurar menús, introducir claves, iniciar sesiones, añadir/restaurar marcadores, instalar programas y configurarlos.

O al menos las primeras veces. Porque conforme avanzaba el tiempo cada vez instalaba menos cosas. ¿Para qué, si en unos días voy a tener que volver a empezar desde el principio?

Así que hoy mi ordenador estaba recién restaurado a la configuración de fábrica, con solo tres programas (aparte de lo que el ordenador traía preinstalado): Firefox, Chrome y el antivirus Trend Micro del que tengo licencia. Había dejado fuera todo lo demás. Ni siquiera tenía mis archivos de trabajo por no haber instalado el Dropbox que para mí se había vuelto imprescindible.

En estas condiciones he recibido la llamada del cuarto técnico distinto de HP. Hemos empezado mal, cuando me ha dicho que es una suerte que solo estén instalados esos tres programas, porque seguro que el problema era de uno de ellos y así acabaríamos antes. ¿Suerte? ¿Una suerte que mi experiencia con el ordenador se haya visto reducida a lo básico? Pero bueno, no he dicho nada sobre eso y hemos empezado a hacer algunas pruebas. O más bien a repetir pruebas que ya había hecho con alguno de sus compañeros.

Lo malo, o absurdo, o enervante, no sé como definirlo, ha sido cuando he pensado un poco mejor en lo que me había dicho y le he comentado que si mi ordenador se reiniciaba cuando usaba programas tan conocidos como Firefox, Chrome o Trend Micro, instalados en cientos de miles de ordenadores, entonces el problema no debía ser del programa, sino de mi equipo. Que si los HP Pavilion-g6 no pueden usarse con Firefox, Chrome o Trend Micro, deberían avisarlo porque entonces no lo hubiese comprado, y que tal vez esa información deberían hacérsela saber a Trend Micro (que al fin y al cabo vive de vender licencias).

No, me respondió, él no tenía constancia de ningún fallo de estos programas en los HP Pavilion-g6. Entonces le dije que si eso ocurría solamente en mi equipo, entonces es que era mi equipo el defectuoso. Pero no, si era un problema del software (en particular insitía en el antivirus), entonces no era problema del equipo (y por tanto, según parecía indicar, no era su problema). ¿Y qué pasa si finalmente es problema del antivirus? Pues entonces habría que desinstalarlo y volverlo a instalar.

Estupendo. Salvo que eso ya lo he hecho. Cinco veces. La conversación fue embrollándose hasta que finalmente me dijo que ellos no respondían nada más que del software que el ordenador trajera preinstalado, momento en que di por terminada la conversación.

La conclusión que he sacado de esta conversación es que si de todas las pruebas y resintalaciones resulta que le echan la culpa al antivirus, o al Firefox o al Chrome, entonces adiós muy buenas. Pensad un poco en ello. Eso quiere decir que por muy fiable que sea el programa que instaléis, incluso si os habéis gastado un buen dinero en la licencia, si le echan la culpa se negarán a cambiaros/repararos un equipo que da problemas. O que no puedo usar el antivirus que yo quiera, sino que debo quedar ligado al Norton que traen preinstalado gratis por 60 días.

Lo peor de toda esta situación no es el tiempo perdido, las ganas que me han quitado muchas veces de coger el ordenador, sino la sensación de impotencia como consumidor ante una gran empresa. Es tener que tragarme un día más la frustración y el enfado que me entra cada vez que me pego de nuevo contra el muro y volver a mi vida normal pese al cabreo que llevo dentro, del que no tienen ninguna culpa las personas que me rodean.

Así que me he sentado a escribir esto usando un Internet Explorer que siempre he intentado evitar, sin poder escuchar de fondo la música de Spotify como me gusta y sin ganas de entrar en mis páginas favoritas por falta de mis marcadores. Esperando fervientemente que vuelva a fallar, a reiniciarse, porque eso significaría que empezaría a ver el fin al problema, que no tendré que volver a pelearme con locutoras y técnicos para poder instalar el navegador que me gusta o el antivirus para el que tengo licencia y aún así poder exigir que mi equipo funcione correctamente.


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Monday, April 30, 2012

Notas sobre la Gran Armada: las expediciones de Drake, el almirante que no quería serlo y por qué los ingleses disparaban más veces

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)



Cuando escribía la entrada sobre El fracaso del Gran Designio de Inglaterra me vi obligado a dejar fuera varios apuntes que, aunque interesantes, hubieran alargado aún más una historia ya lo bastante extensa. Veamos ahora como Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.

Drake ataca Cádiz

1590 or later Marcus Gheeraerts, Sir Francis Drake Buckland Abbey, Devon
Fracis Drake,
por Marcus Gheeraerts
(Wikipedia).
Uno de los problemas que tuvo que solventar la reina Isabel I de Inglaterra al organizar su defensa frente a Felipe II fue la falta de capital. Sus ingresos eran muy inferiores a los españoles y, además, no tenía acceso al abundante flujo de créditos que mantenía en marcha la maquinaria española. Para paliar esta ausencia de liquidez los ingleses recurrieron a expediciones mixtas en las que inversores privados corrían con parte de los gastos a cambio del botín que pudieran obtener.

Una de ellas fue la que comando Francis Drake en forma de ataque preventivo contra la armada que se estaba agrupando en Lisboa. La corona aportó seis buques, y el resto Drake, sus amigos y comerciantes londinenses. El 29 de abril de 1587 la expedición cayó por sorpresa sobre Cádiz, un puerto clave para enviar suministros a la armada y con menos protección que Lisboa. Se capturaron o destruyeron veinticuatro barcos españoles con abundantes provisiones para la armada, y pudo ser todavía peor, toma de la ciudad incluída, de no ser por la la apresurada intervención del duque de Medina Sidonia.

Defense of Cadiz Against the English 1634
Defensa de Cádiz frente a los ingleses, de Francisco de Zurbarán (Wikipedia)


Desde Cádiz la expedición puso rumbo al cabo de San Vicente desde donde impidieron el vital tráfico de pertrechos entre el Mediterráneo y las fuerzas que se reunían en Lisboa. Este bloqueo que, de haberse mantenido, pudo haber puesto en serias dificultades todo el proyecto de la armada, tuvo que ser finalmente levantado al no recibir refuerzos y, sobre todo, por la aparición de la disentería entre las tripulaciones (en aquella época las enfermedades eran una constante que suponían una infranqueable barrera para la duración de las expediciones marítimas). Además algunos barcos mercantes de la flota consideraban que ya habían sacado bastante de la empresa y retornaron a Inglaterra. Finalmente Drake emprendió el regreso, capturando antes un barco portugués con un valioso cargamento que terminó de redondear los beneficios de los expedicionarios.

La empresa resultó ser finalmente un éxito tanto en su vertiente privada, con grandes beneficios para los inversores, como en la militar, ya que, junto con la pérdida de los suministros y barcos, obligó a retrasar un año la partida de la armada.

Menos suerte tuvo un par de años después cuando Drake comandó una flota con la que Isabel I pretendía destruir los barcos supervivientes de la Gran Armada mientras eran reparados. Tras los enormes gastos que había supuesto la defensa de su reino el año anterior, Isabel se vio obligada a recurrir a inversores y aventureros privados para poner en marcha esta Contra Armada. Pero las diferencias entre los participantes, más pendientes de su propio provecho que de los objetivos de la misión, junto a los vientos en contra, convirtieron la expedición en un fracaso extraordinariamente costoso en un momento en que la corona británica tenía los cofres vacíos. Esto  supuso la caída en desgracia de Francis Drake, que fue retirado del mando de las flotas inglesas.

El almirante que no quería serlo

Alonso Pérez de Guzmán
Alfonso Pérez de Guzmán,
VII duque de Medina Sidonia (Wikipedia)

Cuando la Gran Armada partió de Lisboa, a su mando se encontraba  Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Se trataba de un noble sin experiencia militar, y que había expresado de manera clara sus dudas tanto sobre sus capacidades como sobre las posibilidades de que la empresa triunfase. ¿Qué razones había entonces para que Felipe II le confiase su proyecto más ambicioso?

El primer elegido por Felipe II había sido Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había fallecido de tifus el año anterior mientras supervisaba la creación de la armada en Lisboa. Felipe II pensó que Medina Sidonia podía ser el recambio que necesitaba: había estado implicado en el proyecto desde el comienzo, era tremendamente rico (lo que siempre podía ser una ayuda para engrasar el funcionamiento de la armada), su posición como noble era superior a cualquiera otro destinado a la armada (imprescindible para evitar conflictos en una sociedad tan jerarquizada como la española) y, sobre todo, era un excelente organizador.

El marqués de Santa Cruz podía ser un gran almirante, pero bajo su mando la armada se había convertido en un desastre. Faltaban repuestos y provisiones, y las que había se echaban a perder en los almacenes mientras las tripulaciones enfermaban o desertaban. En estas circunstancias Medina Sidonia hizo valer su talento como organizador y en un año logró convertir el caos que se encontró en una armada lista para la acción.

Historiadores posteriores han echado sobre las vacilaciones de Media Sidonia parte de la culpa del fracaso de la empresa. El duque carecía de experiencia militar, y por dos veces escribió al monarca español poniendo en duda la viabilidad de la empresa. Sin embargo, también hay los que opinan que precisamente la prudencia de Medina Sidonia al emprender el regreso tras la batalla de Gravelinas la que logró salvar una parte importante de la armada. Otro almirante con mayor ardor guerrero podría haber seguido intentándolo en lo que podría haber sido un desastre aún mayor.


Los cañones españoles no estaban hechos para disparar... más de una vez

Los testimonios de los enfrentamientos entre las flotas española e inglesa, especialmente en la batalla de Gravelinas, muestran que la cadencia de fuego de los artilleros españoles era muy inferior a la de sus homólogos ingleses. Son varias las causas que se dan para explicar esto:

Primero que, a pesar de su menor tamaño, la flota inglesa disponía de mayor número de cañones de gran calibre, que eran los que resultaban efectivos en el tipo de combate artillero que se desarrolló entre ambas flotas. Los españoles tenían más piezas pequeñas, inútiles salvo que se llegase al abordaje, algo que los ingleses nunca permitieron.

La falta de cañones era cosa sabida entre los mandos españoles, lo que había provocado una intensa búsqueda durante los preparativos de la armada. Se forzó la producción, lo que dio lugar a que se embarcaran muchas piezas defectuosas, al tiempo que se recorría el imperio buscando cualquier cosa que pudiera emplearse, lo que ocasionó una disparidad de piezas, con calibres incompatibles entre sí, que contribuyó a dificultar la tarea de los artilleros españoles.

A todo esto se unía la filosofía de combate española, basada en el abordaje, en la que los cañones solo tenían tiempo a disparar una vez justo antes de que los barcos quedase trabados y empezase el combate cuerpo a cuerpo. Tras ese único disparo la dotación del cañón debía abandonar la pieza para ocupar sus puestos de abordaje. Frente a esto los artilleros ingleses estaban entrenados en disparar y volver a cargar lo más rápidamente posible.

Además los cañones españoles estaban montado sobre cureñas del mismo tipo que usaban los cañones de sitio, consistentes en dos grandes ruedas que sustentaban una plataforma alargada, tanto que en ocasiones ocupaban toda la anchura del barco. Esto no era muy importante si solo se pretendían disparar una vez, pero complicaba enormemente la operación de recarga frente a unos cañones ingleses montados sobre cureñas más cortas y móviles.

Saturday, April 14, 2012

Achamán, Guayota y las hogueras del infierno

Aquel día Achamán había interrumpido sus quehaceres habituales para sentarse en el Echeide a contemplar el mundo a su alrededor. Las rocas desprendían una agradable calor que contrastaba con la fresca brisa que llegaba del mar. Con un leve movimiento de cabeza Achamán podía ver en la clara mañana las bestias correr por los prados, las aves en el cielo, las estelas de los grandes peces, mientras escuchaba el rumor del viento en los pinos y el crujir de las rocas al calentarse bajo el sol. A su lado un lagarto avanzaba lentamente, la vista puesta en un saltamontes que mordisqueaba una hoja.

Mientras observaba el ondular de la espalda del reptil notó un movimiento sobre él: unos pinzones azules se perseguían en pleno cortejo. Más allá de ellos un águila volvía a su nido sujetando entre sus garras un pez cuyas escamas lanzaban destellos al sol.

Achamán sintió como su pecho se llenaba de alegría ante la belleza desplegada frente a sus ojos. Pero la sonrisa se borró de su rostró al crecer en su interior un pensamiento incómodo: ¿qué sentido tenía toda esa belleza si él era el único capaz de apreciarla?

Fruto de una súbita determinación Achamán se puso en pie, provocando el vuelo del saltamontes y la huida de un lagarto asustado al ver moverse lo que hubiera jurado que era parte de la montaña. Desde el hueco entre dos piedras observó como Achamán caminaba ladera abajo, el rostro serio mientras una idea iba abriéndose paso en su interior.

Unos días después volvió a sentarse en el mismo sitio, de nuevo sonriente mientras observaba a los primeros hombres abrir los ojos y mirar asombrados a su alrededor.



En los violentos fuegos que arden dentro del Echeide desde donde Achamán contemplaba el mundo estaba el hogar de Guayota.  Donde Achamán representaba la vida, Guayota era la muerte, donde la creación, la destrucción. Guayota odiaba las criaturas con las que Achamán había poblado el mundo, y por encima de ellas a su última creación, los hombres.

Sin atreverse a atacarlos directamente por miedo a Achamán, el malvado Guayota tramó un, nunca mejor dicho, oscuro plan. Por medio de engaños atrajo a Magec, que llenaba el mundo de luz desde los cielos, hacia el interior del Echeide donde podía usar todo su poder para apresarlo.

El terror se adueñó del corazón de los hombres al darse cuenta de que había desaparecido el sol. Desesperados acudieron al mismo Achamán pidiendo que intercediera ante ellos. Lleno de ira, el dios se dirigió a la cumbre del Echeide, al gran cráter que daba entrada al reino de Guayota. Bajo él los fuegos se agitaban llamándole por su nombre. En medio de ellos Guayota esperaba, confiado al sentirse en su elemento.

Ausente Magec del cielo para marcar el paso del tiempo, los hombres fueron incapaces de saber cuántos días se prolongó la lucha. Bajo ellos la tierra temblaba incapaz de contener el terrible combate que se desarrollaba en su interior.

Cuando al fin llegó la calma, los hombres salieron de sus refugios y contemplaron como la cima del Echeide empezaba a brillar en la oscuridad. Los más agoreros se lanzaron al suelo anunciando a gritos la llegada de Guayota, que descendería rodeado de fuego para acabar con todas las criaturas vivas.

Pero en lugar de bajar por la ladera, la luz se hizo más fuerte hasta que fueron incapaces de mirarla, y así supieron que era Magec que escapaba. Tras él surgió Achamán, que corrió a cerrar el cráter tras de sí con una gran roca, justo a tiempo para evitar la salida de Guayota.

El dios de los infiernos luchó, empujó y golpeó la roca con todas sus fuerzas, generando tal terremoto que partió la isla donde estaba el Echeide en siete trozos, que ahora conocemos como Islas Canarias. En su montaña más alta, la que hoy llamamos Teide, sigue encerrado Guayota bajo la piedra que puso Achamán, el último cono blanquecino que corona volcán, y que recibe en nombre de Pan de Azúcar.

Desde ese día, cada vez que la tierra temblaba y el brillo del fuego asomaba en la cima del Teide, los antiguos guanches prendías numerosas hogueras por los campos. Unos dicen que para asustar a Guayota. Pero otros, sabiendo que el fuego es su elemento natural, afirman que es para que Guayota se confunda y, pensando que aún continúa en los infiernos, continúe su camino.

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El Teide con el Pan de Azúcar en su cumbre. Fotografía de darksidex.


Malapata sobre una leyenda de la mitología guanche.

Sunday, April 8, 2012

No fueron solo los elementos: el fracaso del Gran Designio de Inglaterra

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.) 


Portrait of Philip II of Spain by Sofonisba Anguissola - 002b
Retrato de Felipe II
de Sofonisba Anguissola (wikipedia)
"Contra los hombres la envié, no contra los vientos y el mar" es la frase que le atribuye su biógrafo Baltasar Porreño a Felipe II al conocer el fracaso de la que había sido su empresa más ambiciosa. El Gran Designio de Inglaterra era un plan de invasión que involucraba lo mejor de su ejército junto con una gran armada, "la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la Cristiandad", como la describió en una carta llena de preocupación uno de los capitanes ingleses que se enfrentó a ella.

Una jugada arriesgada que, de haber tenido éxito, habría cambiado de manera crítica el equilibro de poder en Europa.




Génesis del proyecto

La década de 1580 había empezado bien para el soberano español. Acaba de unir a su corona la portuguesa con todos sus territorios de ultramar, la amenaza turca en el mediterráneo había desaparecido de momento al estar su atención dirigida hacia sus fronteras orientales, y el tradicional enemigo de España, Francia, se hallaba en plena crisis interna, envuelta en una lucha entre católicos y protestantes. Pero, como si el principio de un cómic de Asterix se tratase, había un pequeño territorio que resistía tenazmente.



1579 Union d'Utrecht-es
Los Países Bajos españoles en 1579. En azul oscuro las zonas controladas por la rebelde Unión de Utrecht (wikipedia)

La guerra con los rebeldes de los Países Bajos duraba ya más de diez años. Diez años de avances y retrocesos que estaban resultado onerosos para la siempre escasa tesorería española. Desde 1577 se hallaba al frente de las tropas españolas Alejandro Farnesio, duque de Palma, uno de los más grandes generales de su tiempo y un experto en la guerra de sitio. Bajo su mando, los endurecidos tercios españoles estaban recuperando terreno poco a poco a los rebeldes, que empezaba a ver peligrar su causa.

Retrato de Isabel I realizado para conmemorar
la victoria sobre la armada española (wikipedia).
Puestos entre la espada y la pared, las Provincias Unidas buscaron ayuda exterior. Primero en Francia y luego, ante la impotencia de dicho país, se pusieron en manos de Inglaterra. No necesitaron mucho para convencer a su reina. Isabel I sabía que una victoria española supondría la irrupción de un vecino muy poderoso y potencialmente hostil al otro lado del canal. Soldados y subsidios empezaron a fluir hacia los rebeldes, al tiempo que realizaba una campaña de acoso marítimo al comercio español con las Indias.

Enfrentado a este nuevo jugador, Felipe tomó la que sería una de las apuestas más arriesgadas de su reinado en un intento de eliminar a Isabel del tablero, lo que sería conocido como el Gran Designio de Inglaterra.


El Gran Designio

Felipe II mandó reunir una gran armada en Lisboa, capaz de superar cualquier otra que los ingleses le opusieran y que debía navegar hacia el canal de la Mancha. Pero no con el fin de invadir Inglaterra, sino para servir de protección a la verdadera fuerza de invasión, formada por los endurecidos veteranos del duque de Parma. Estos cruzarían el canal en lanchas de desembarco para dirigirse luego hacia Londres mientras que la armada avanzaba por el Támesis cubriéndole el flanco.

Si Alejandro Farnesio lograba desembarcar la victoria estaría al alcance de la mano. Los ingleses no disponían de un ejército capaz de hacerle frente, ni de fortificaciones capaces de detenerle. En pocos días podría llegar a Londres para deponer a Isabel y colocar en su lugar a un rey católico favorable o, en el peor de los casos, lograr un acuerdo que garantizase la salida de los ingleses de los Países Bajos, que quedarían solos para enfrentar la siguiente acometida.

En cualquier caso no parece que el objetivo fuese una invasión completa de Inglaterra, una empresa demasiado ambiciosa para las capacidades (y, sobre todo, la tesorería) españolas. Eso sin descartar que el verdadero objetivo no fuese presionar a los ingleses para abandonar los Países Bajos con la amenaza de la invasión, en cuyo caso la armada podría desviarse hacia las costas de las rebeldes Provincias Unidas.


Primeros enfrentamientos

El 30 de mayo de 1588 partía de Lisboa la armada, una tremenda fuerza naval con más de 130, 19.000 soldados y 7.000 marineros al mando de Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Frente a él se encontraba Charles Howard, al mando de 105 naves, entre cuyos capitanes se encontraba un ya famoso Francis Drake, curtido en varios enfrentamientos contra los españoles.

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La Gran Armada navegando frente a las costas de Cornualles, cuadro pintado por Nicholas Hilliard, que luchó en la batalla (wikipedia).

Las primeras escaramuzas tuvieron lugar el 31 de julio en las aguas del canal de la Mancha. Se enfrentaban dos maneras de entender la guerra naval. La armada española seguía los principios que habían regido la guerra en el Mediterráneo durante siglos: un breve intercambio de proyectiles como anticipo a un abordaje que dejaba el resultado del combate en manos de las tropas embarcadas.

Frente a ellos los ingleses habían empezado a construir un nuevo tipo de barco más maniobrable, con mayor capacidad artillera y en el que no embarcaban soldados. Sin embargo el miedo a verse abordados por los barcos enemigos repletos de soldados hacía que disparasen sus cañones a demasiada distancia como para que pudiesen causar daño en los masivos cascos españoles.

Esto no era un consuelo para Medina Sidonia, que sentía aumentar su angustia a cada día que pasaba. Nada estaba yendo de acuerdo al plan. El primer paso debería haber sido utilizar su superioridad para destruir la flota enemiga, pero los ingleses habían rechazado los cebos que les había lanzado para llevarlos a un combate de abordaje y seguían hostigándole desde la distancia.

Pero lo que de verdad le quitaba el sueño era la falta de noticias del ejército de Parma. Todo el plan reposaba en la coordinación entre su armada y el ejército de Flandes pero, por más mensajes que enviaba avisando de su llegada, el duque de Parma seguía sin dar señales de vida. La angustia de Medina Sidonia crecía cada día que se acercaba más al final del canal, consciente de que no tenía sentido llegar a las costas de los Países Bajos sin saber la situación de Parma. Finalmente el 6 de agosto se vio obligado a dar a la flota la orden de anclar en las cercanías de Calais mientras esperaba noticias.

Los ingleses no estaban dispuestos a dejarle esperar tranquilo.


La batalla de Gravelinas

Al día siguiente al fin llegaron las tan esperadas noticias de Parma, que solo sirvieron para aumentar el nerviosismo en la armada. No había recibido ninguno de los mensajes hasta hacía solo unos días y, aunque había empezado a embarcar a sus hombres al momento, aún necesitaría unos días más para estar listo.

Unos días más. Medina Sidonia era consciente de lo que eso significaba. Unos días más anclados con la costa francesa a un lado y la armada inglesa al otro. Pero no tenía más alternativas. Los españoles no habían conseguido conquistar ningún puerto de aguas profundas donde resguardarse en los Países Bajos, y sus costas eran demasiado peligrosas, llenas de bancos de arena y corrientes desconocidas para los pilotos españoles. Y si se hacía a la mar y superaba las costas flamencas los vientos podrían hacer imposible la vuelta. No le quedaba más remedio que esperar y prepararse para el previsible ataque inglés.

No se hizo esperar mucho. Esa misma noche los vigías divisaron como iban a su encuentro seis brulotes, los temidos "barcos del infierno" cargados de material inflamable y explosivos. Los españoles estaban preparados para algo así y levaron o cortaron sus anclas dejando pasar las hogueras flotantes sin que causaran daño.

Launch of fireships against the Spanish Armada, de Aert Anthonisz.

A la mañana siguiente el sol iluminó a la escuadra española que se había reagrupado frente a Gravelinas. Los ingleses eran conscientes de que debían vencer a la armada española mientras todavía no había tomado contacto con la fuerza de desembarco. Ellos eran la única barrera que se interponía entre los españoles y su país y estaban dispuestos subir la intensidad de su ataque, poniendo en juego todo lo que habían aprendido en los enfrentamientos de los días anteriores.

Esta vez el almirante Howard ordenó a sus capitanes que acercasen sus naves tanto que estuvieran al alcance de un fusil. Sólo así conseguirían que sus cañones hicieran realmente daño en los masivos cascos españoles.

Durante todo el día se luchó, entre del estruendo de los cañones y los gritos de los heridos, mientras el aire se llenaba de olor a pólvora y el humo de los disparos lo cubría todo, hasta el punto que Medina Sidonia tuvo que subir a uno de los mástiles para poder observar como se desarrollaba el combate.

La armada española mantuvo su formación de media luna, enfrentados a los barcos ingleses que llegaban uno tras otro disparando sus cañones de proa y girando para disparar sus baterías de costado y luego las de popa antes de hacerse a un lado para dejar paso al siguiente barco. Así una y otra vez mientras los cañones españoles, inferiores en potencia, cantidad y pericia de los artilleros se veían incapaces de igualar su potencia de fuego. Los barcos estaban tan cerca que las tripulaciones podían escuchar los gritos de sus enemigos. En el fragor del combate uno de los barcos ingleses llegó a aproximarse tanto que uno de sus marineros saltó a abordar una nave portuguesa mientras que gritaba a sus compañeros que le siguieran. Evidentemente no lo hicieron y el valiente (o loco) fue despedazado.

El combate continuó hasta que los ingleses empezaron a notar la falta de munición. Al retirarse observaron estremecidos como la armada española seguía manteniendo su orden sin que pareciera haber sufrido daños de importancia. A pesar del intenso combate la amenaza parecía seguir tan presente como el primer día.

Routes of the Spanish Armada-es
Ruta de la Gran Armada, llamada luego
Invencible por la propaganda inglesa (wikiepdia).
Y, sin embargo, aunque no serían conscientes de ello hasta pasados unos días, la amenza de la armada española había desaparecido definitivamente. Había entrando en el mar del Norte y el viento en contra los alejaba cada vez más del ejército de Parma, y echando en falta las anclas que habían perdido al esquivar a los burlotes. Sus cascos, aunque enteros, habían sufrido por el cañoneo inglés y empezaban a escasear munición y provisiones. Tras consultar con sus capitanes Medina Sidonia dio la orden de volver a España bordeando Escocia e Irlanda.

En ese momento la armada, aunque castigada por la batalla anterior, conservaba aún toda su fuerza. Pero lo que no habían conseguido los cañones ingleses lo lograrían las tormentas. Durante el duro trayecto de vuelta se unieron los daños recibidos en los cascos con la falta de provisiones, apenas las suficientes para mantener con vida a una tripulaciones en las que se cebó la enfermedad. Agotados y enfermos poco pudieron hacer frente a los temporales que los empujaban contra las costas de Irlanda. Sobre todo los barcos de la escuadra de Levante, que no estaban diseñados para navegar en ese tipo de aguas. Durante el trayecto se hundirían casi un tercio de los barcos españoles, mientras que el hambre y las enfermedades acabaran con la mitad de los tripulantes de las naves supervivientes.


El Gran Designio de Felipe II había fracasado.


Analizando el fracaso

Aunque hubo quien echó en cara a Medina Sidonia su falta de experiencia y valentía, si hubiera que buscar un responsable del fracaso no sería otro que el mismo Felipe II. Desde el primer momento recibió advertencias sobre la dificultad de la empresa. Se sabía de la nueva forma de combatir de los ingleses y de la falta de cañones de gran calibre en la armada española, lo que hacía presagiar, como de hecho ocurrió, que sería prácticamente imposible inutilizar a la flota inglesa.

Además, la falta de puertos adecuados en manos españolas en los Países Bajos, junto con la dificultad de los barcos de la época de navegar en contra del viento fíaba todo el éxito del plan a una coordinación entre la armada y el ejército de invasión casi imposible de conseguir con las comunicaciones de la época.

Incluso de haber existido dicha coordinación, el ejército de Flandes tenía que superar el bloqueo naval al que lo sometían los bandidos del mar de las Provincias Unidas, conocedores del terreno y con barcos de poco calado que podían llegar donde los pesados galeones de la armada no podían siquiera asomarse.

Demasiados condicionantes en contra, que Felipe II rechazaba con la convicción de defender una causa justa y de que Dios se encargaría de velar por ella.

No fueron capaces los ingleses de aprovechar el mal estado en que retornó la armada al norte de España. Se envió una expedición (la contra-armada) al mando de Francis Drake que acabó en fracaso, dando a los españoles el tiempo necesario para reparar sus barcos y retornar al status quo previo a la expedición.

Los grandes beneficiados del fracaso de Gran Desiginio fueron precisamente aquellos que estaban en su origen. El fracaso español hizo que el partido que defendía abrir conversaciones con España en las Provincias Unidas fuera sobrepasado por los que querían continuar la lucha. Al tiempo perdido en preparar la invasión se unió la posterior decisión de Felipe II de trasladar a Parma y sus tropas para intervenir en la guerra civil francesa. Ya nunca volvería a tener la corona española otra oportunidad de retornar a su seno a los rebeldes, lo que acabaría con la definitiva división en dos de los Países Bajos, con unas Provincias Unidas independientes que se convertirían en la gran potencia comercial y marítima en los años por venir.



Entradas relacionadas:

Notas sobre la Gran Armada, donde se desarrollan algunos puntos que, por cuestiones de espacio, se han pasado por encima en esta entrada, como la expedición de Drake a Cádiz, la elección de Medina Sidonia como almirante o por qué la artillería naval inglesa fue tan superior a la española.


Fuentes: 
  • La Gran Armada, de Colin Martin y Geoffrey Parker; y
  • Maritime Supremacy and the Opening of the Western Mind, de Peter Padfield, cuyo primer capítulo, The Spanish Armada, es un estupendo resumen lleno del ritmo que le falta al libro anterior, más completo.