Según una antigua creencia maya, que se puede encontrar todavía hoy en algunos pueblos apartados de Guatemala, cuando morimos el cuerpo se destruye, pero nuestra sombra permanece sobre la tierra. Las sombras vagan, sobre todo por la noche, un poco perdidas, débilmente conscientes, rodeadas de amenazas. A cada momento pueden toparse con un "cazador de sombras" venido del más allá con unas peculiares armas. Estos cazadores, que son feroces, acosan a las sombras obstinadas, las capturan y las arrastran, a su pesar, a los territorios de la nada.
No obstante, hay un lugar en la tierra, situado precisamente en una montaña de Guatemala, donde las sombras pueden encontrar un refugio contra los cazadores. Se trata de una gruta oscura y profunda, de difícil acceso, cuya entrada, rodeada de plantas espinosas, se encuentra a más de dos mil metros de altitud.
Cuando un cuerpo muere, dondequiera que eso ocurra en la tierra, su sombra se libera de la carne muerta y parte en busca de esa gruta. Avanza por instinto, como las aves migratorias, según unos indicios que solo pueden reconocer las sombras. A lo largo de su camino, que puede durar años, los cazadores las acechan, les tienden trampas y con bastante frecuencia las apresan. Algunas, sin embargo, llegan a buen puerto y se reúnen con las supervivientes en la gruta de Guatemala. Los montañeros que han osado aventurarse hasta el acceso de la gruta (aunque nunca nadie ha entrado en ella) dicen que allí se oye de continuo un tremendo roce, como si hubiera "millones de murciélagos".
De El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero de Jean-Claude Carriére.
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