Por todo Oriente se contaba de boca en boca la apasionada historia de amor de Leila y Mashnun. Los recitadores de cuentos la transmitían de ciudad en ciudad y todos insistían, utilizando numerosas metáforas, en la belleza ya legendaria de la joven, cuya pérdida había conducido a Mashnun a la locura y a la vida errante.
Al escuchar tantas alabanzas, el califa quiso conocer a Leila, que era una persona viva, de verdad. La llamó a Bagdad y la joven acudió. El califa la hizo sentarse ante él.
Durante una hora, sin moverse, la estuvo mirando.
A continuación, tomó una taza de té, cambió de postura y la miró durante una hora más.
Transcurrido ese tiempo, se levantó, dio algunos pasos y volvió a sentarse enfrente de Leila, que no decía ni palabra.
Al cabo de esa tercera hora, el califa le dijo:
-Pero ¿cómo es posible que se cuenten sobre ti todas esas maravillas? Te miro, te veo y no entiendo lo que dicen de ti.
-Me miras -le dijo Leila-, pero no tienes los ojos de Mashnun.
Recopilada dentro de El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero, de Jean-Claude Carrière.
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