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Monday, July 9, 2012

El último truco de Loki II: Un funeral accidentado

En la anterior entrada habíamos dejado a los dioses rodeando incrédulos el cadáver de Baldr, dios de la luz, de lo bueno, lo puro y lo justo. Los dioses culpaban de su muerte a su hermano Hodur, el oscuro, pero lo que ni siquiera Hodur sabía era que detrás del asesinato estaba la mano de Loki, dios del fuego, de los trucos y el engaño, que había logrado escapar sin despertar ninguna sospecha.


Los dioses aún estaban asimilando lo que acababa de ocurrir cuando apareció en la sala una destrozada Frigg. La diosa se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su hijo y durante unos instantes en la concurrida sala solo se escucharon sus sollozos.

Entonces Frigg se apoyó en el brazo de su esposo Odín y se volvió hacia el resto de los dioses:

—¿Quién de vosotros, que os llamabais amigos de mi hijo, quién se atreverá a bajar al Helheim a pedir a la diosa de los muertos su precio por dejarle volver entre nosotros?

Los dioses se miraron entre ellos incómodos. Una cosa es estar dispuesto a cederle a un amigo tu mejor escudo para su vida posterior, y otra muy distinta visitar el frío infierno donde penan las almas de aquellos que, por no haber muerto en combate, no tenían derecho a sentarse en el Valhalla.

—¿Nadie? —insistió Frigg—. ¿No hay nadie con el valor para devolverme a mi hijo y ganarse nuestro eterno agradecimiento?

Finalmente fue Hermod, otro de los hijos de Odín y Frigg, quien dio un paso al frente, para alivio del resto de los dioses. Un momento después se encontraba montado en Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, dispuesto a iniciar su viaje. Mientras, el resto de dioses empezaba a preparar el funeral del Baldr.

Las últimas palabras de Odin a Baldr,
por W.G. Collingwood (Wikipedia).
Llevaron a tierra a Hringhorni, el barco de Baldr, el más grande en surcar nunca el mar, y dispusieron sobre él la pira funeraria, colocando alrededor sus armas, su caballo y otros enseres que le serían de utilidad en su nueva vida. Luego los dioses y muchas otras criaturas que habían amado al dios de la luz pasaron junto a la pira depositando regalos. El último fue su padre Odín, que dejó el famoso anillo mágico Draupnir, que si bien no servía para dominarlos a todos, sí que se dividía en ocho copias idénticas cada nueve noches. Antes de retirarse Odín susurró al oído de su hijo algo que nadie fue capaz de escuchar.

Una vez que todos hubieron presentado sus respetos a Baldr, llegó el turno de despedirse a su esposa Nanna. Pero el pesar de ver por última vez a su amado fue demasiado para el corazón de la diosa, que se desplomó sin vida y fue colocada junto a Baldr para acompañarlo en su último viaje.

La muerte de la bella Nanna terminó de enfriar el ánimo de los numerosos asistentes al funeral. En medio de un ominoso silencio los presentes se dispusieron a empujar el barco sobre el camino de troncos que le llevaría al mar. Una vez allí Thor sería el encargado de bendecir la pira con su martillo Mjöllnir antes de prenderle fuego.

Y aquí empezaron los problemas.

Creo que ya he mencionado antes el tamaño de Hringhorni, el barco de Baldr. Si a esto le unimos la pira funeraria, las pertenencias del dios, su caballo y los regalos, el resultado es algo que resultaba bastante difícil de mover, por muchos troncos que se hubieran dispuesto debajo.

Poco a poco la popa del Hringhorni se fue llenando de animosos voluntarios dispuestos a echar una mano, pero sin conseguir mover el barco ni un centímetro. Todo ello mientras Thor, que había compuesto una digna pose mientras esperaba su turno en la ceremonia, les lanzaba miradas cada vez más hirientes. Los que lo conocían empezaron a reconocer los síntomas de uno de sus famosos enfados. Algunos, intentando evitar el estallido del dios, fueron corriendo al barco a ayudar, lo que no hizo más que añadir mayor confusión a lo que ya empezaba a ser un verdadero caos.

El barco fúnebre se había convertido en un hervidero donde todo tipo de criaturas se afanaba en buscar un resquicio donde apoyar la espalda, el hombro o al menos unos cuantos dedos, mientras que los primeros en llegar se quejaban de los empujones de los demás.

Esto fue más de lo que podía soportar la exhigua paciencia de Thor. Refunfuñando se acercó dispuesto a poner orden ayudado de su martillo. No cabe duda de que ese día habría acabado con alguna pira funeraria de más de no haber anunciado Odín en ese momento la suspensión momentánea del funeral. Los gigantes de la montaña le habían hablado de una giganta llamada Hirrokkin con una fuerza descomunal y había enviado a un gigante de las tormentas en su búsqueda. La ceremonia se interrumpiría hasta su llegada.

Hirrokkin camino del funeral de Baldr,
por Ludwig Pietsch (Wikipedia).
No tardó mucho en aparecer Hirrokkin, montada sobre un gigantesco lobo con serpientes vivas a modo de riendas (a falta de comprobar su fuerza, desde luego había que reconocerle su puesta en escena). Hirrokkin descabalgó y quedó sujetando las serpenteantes riendas, esperando que alguien se ocupase de su montura. Ante la falta de voluntarios Odín mandó a cuatro de sus más locos berseckers a hacerse cargo de la bestia.

La giganta se acercó al barco ante la mirada expectante de la multitud, en especial la de Thor. En medio de un sepulcral silencio, se apoyó contra el barco y con simple empujón lo puso en movimiento.

Los asistentes suspiraron aliviados al ver que el barco se deslizaba rápidamente hacial el mar. Muy rápidamente. Tan rápidamente que el rozamiento prendió los troncos, de tal forma que cuando llegó al mar la pira debía ser lo único en el barco que aún no se había incendiado.

Eso era más de lo que Thor estaba dispusto a aguantar. Dominado por la ira se volvió hacia Hirrokkin agitando su martillo, y de no ser por los buenos oficios de Odín sin duda habría empezado una nueva guerra entre dioses y gigantes.

Algo más apaciguado, finalmente accedió Thor dirigirse hasta el barco, soltando por el camino juramentos que habrían ruborizado a la Walkiria más curtida. Esquivando las llamas levantó su martillo y bendijo la pira donde descansaban Baldr y su esposa Nanna... y el enano Litr, que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino Thor recibiendo del enfadado dios tal puntapié que lo había enviado volando en medio de la pira.

Thor golpeando a Litr, por Emil Doepler (Wikipedia).

El barco fue alejándose de la costa hasta que solo se distinguió una luz en el horizonte, momento en el que los presentes fueron abandonando la reunión hasta que solo quedaron Odín y Frigg. Pero los pensamientos de la diosa estaban a mucha distancia de allí, acompañando a Hermod en su misión para rescatar a su hijo del infierno.

Fin de la segunda parte

No os perdáis la tercera parte de la saga, en la que recorreremos las frías salas del Helheim y conoceremos las condiciones de Hel para permitir la vuelta de Baldr. ¿Será posible devolver al dios de la luz a la vida y deshacer la traición de Loki?

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Friday, July 6, 2012

Monopolio por la gracia de Dios

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


Retrato de Alejandro VI
(Rodrigo de Borja o Borgia)
por Cristofano dell'Altissimo
(Wikipedia)
En la Edad Media el alumbre era un mineral muy cotizado, en particular en la industria textil, que lo empleaba para curtir el cuero y fijar tintes. La mayor parte del alumbre que se consumía en Europa provenía de las islas y costas del Egeo. El problema llegó con la expansión turca, que alejó a los europeos de las fuentes de producción y provocó un aumento de los precios.

Así hasta que el papa Alejandro VI (1431-1503) publicó una bula prohibiendo la compra a los infieles. ¿Un intento de cortar las fuentes de financiación a los enemigos de la cristiandad? No. Más bien visión comercial: en 1461 se habían descubierto unas minas de alumbre en Tolfa, que estaba dentro de los Estados Papales.

Desde entonces el Papa hizo lo posible para mantener tan lucrativo negocio en régimen de monopolio, amenazando con excomulgar a los reyes y príncipes que comprasen alumbre en otros lugares, presionando para cerrar las minas de la competencia (incluso con intervenciones militares) y cuando esto último no era posible, incorporando a sus competidores al cartel.

No es de extrañar el afán de Alejandro VI en proteger esta nueva fuente de ingresos teniendo en cuenta los tremendos gastos a los que tenía que hacer frente, causados las continuas guerras en las que se veían envueltos los Estados Papales, unidos a los ambiciosos programas de construcción que llevaba a cabo. Además de proteger el monopolio del alumbre, Alejandro VI no dudó en recurrir a la venta masiva de indulgencias y cargos eclesiásticos (que garantizaban unos ingresos de por vida), lo que ocasionó un gran incremento de los miembros de la Curia, muchos de ellos sin una función definida.

Fuentes:

Monday, June 25, 2012

El último truco de Loki I: El destino de Baldr

Era imposible encontrar dos hermanos más distintos que Baldr y Hodur. Decir que eran la noche y el día no bastaba para describir sus diferencias. Y es que Baldr representaba la luz, lo puro, lo bueno, todo que es hermoso y justo, mientras que su hermano Hodur simbolizaba la oscuridad y todo lo que se esconde en ella. Como habréis podido suponer ambos eran dioses, hijos del mismísimo Odín y su esposa Frigg.

Todos, dioses, hombres, elfos, enanos y demás criaturas mundanas o divinas amaban a Baldr y sentían alegrarse su corazón cuando el dios estaba cerca. Por eso fue motivo de gran preocupación cuando su luz empezó a empañarse. La culpa la tenían una serie de terribles pesadillas en las que Hel, la diosa de los muertos, le llamaba a su lado.

No es propio de los dioses tomar a la ligera este tipo de señales, así que Frigg se puso en seguida manos a la obra e hizo jurar a toda la creación que jamás haría daño a su hijo. Elfos y enanos, gigantes y hombres, todas las criaturas grandes y pequeñas juraron. Y no contenta con eso también se lo exigió a las plantas, hierba, piedra, agua o metal.

Cuando Frigg les comunicó al resto de los dioses el éxito de su misión, la alegría fue tal que al poco se había organizado una gran fiesta. No pasó mucho hasta que a alguno de los dioses, con alguna cerveza de más en lo alto, se le ocurriera la idea de poner a prueba el juramento. Posiblemente todo empezara con algo inocente, como el lanzamiento de una pequeña piedra que, ante la mirada atónita de los festejantes, se desvió antes de tocar a Baldr. De ahí a probarlo con algo más contundente solo iba un paso, y al poco rato los dioses estaban lanzándole todo lo que encontraban a mano.

Los dioses prueban su puntería en Baldr,
dibujo de Elmer Boyd Smith de 1902.
Fuente: Wikipedia.
Suponemos que el jueguecito al principio no le haría mucha gracia a Baldr. Una cosa es que te aseguren tu invulnerabilidad, y otra muy distinta hacer de blanco para una reunión de dioses borrachos. Pero se fue tranquilizando al observar como los cada vez más grandes (y afilados) dardos se desviaban siempre en el último momento. Al poco ya estaba él mismo con una jarra en cada mano, riendo a carcajadas y retando a sus compañeros a que encontrasen algo nuevo que lanzarle.

Tan ruidosa llegó a ser la celebración que los gritos y risas llegaron hasta los aposentos donde Frigg se había retirado a tomarse un merecido descanso, tras haber pasado el día recorriendo el mundo de juramento en juramento. La diosa se asomó para averiguar qué era esa algarabía, justo en el momento en que frente a su ventana pasaba una anciana. 

—Buena señora, ¿sabéis a que se debe ese alboroto? —llamó la diosa.

—Sí, acabo de pasar junto a donde los dioses estaban reunidos, ¡y he visto cosas portentosas1

Picada por la curiosidad, la diosa invitó a pasar a la vieja, que le habló de la fiesta de los dioses y su extraño juego.

—¡He visto al propio Odín arrojarle un hacha con todas sus fuerzas que se desviaba antes de rozarle siquiera! —dijo sorprendida la anciana.

—Esto está bien —respondió la diosa—, significa que todas las cosas respetan su juramento.

—¿Entonces es verdad que habéis hecho jurar a todas las criaturas de la tierra? ¿Incuidos los gigantes? ¿Y los enanos?

—Y no solo ellos —continuó Frigg satisfecha—, también el metal, la piedra, los pájaros, las bestias...   

—¿Pero también las cosas pequeñas? ¿Las flores o la hierba del campo?

—Incluso esas. 

—¿Entonces no hay nada, por inofensivo que sea, que no haya hecho el juramento? —continuó, curiosa, la anciana.

—Bueno, en realidad hay una cosa, algo tan pequeño que no me pareció que mereciera la pena hacerle jurar. 

—¿Y de qué se trata?

—Al volver de mi viaje vi un pequeño brote de muérdago en el roble que hay en la entrada del Valhalla. Era tan inofensivo que decidí ahorrarle el juramento —contesto confiada Frigg.

—Sin duda hicisteis bien, ¿quién habría de temer a algo tan inofensivo como el muérdago? —dijo la anciana, y tras desperezarse un poco dijo—. Una bonita historia, sin duda.  Pero, si mi disculpáis, debo seguir mi camino antes de que se oculte el sol. 

Y tras las oportunas despedidas la anciana abandonó la casa.

Supongo que a estas alturas la mayoría estaréis algo suspicaces con la curiosidad de la anciana (aunque a mí lo que me llama más la atención es que fuera tan normal encontrarse a gente paseando por las moradas de los dioses). Pues tenéis toda la razón: se trataba nada más y nada menos que de Loki, el dios del fuego, los trucos y el engaño, en uno de sus múltiples disfraces.

Loki era el único que no podía soportar a Baldr, tan brillante, tan perfecto, tan querido. Le hervía la sangre (y más siendo dios del fuego) cada vez que los mismos dioses que hacían como si no le viesen se desvivían por agradar al dios de la luz. Ahora al fin tenía la oportunidad de vengarse. 

Inclinado junto al roble a la entrada del Valhalla, Loki murmuró un hechizo mientras pasaba sus manos sobre el pequeño brote de muérdago, que empezó a crecer al tiempo que tomaba la forma de una lanza que el dios arrancó con un gesto. 

Ocultándola bajo sus ropas Loki se acercó a donde los dioses seguían su fiesta. Tuvo que hacerlo con cuidado, pues en ese momento alguien estaba arrojando flechas que Baldr se dedicaba a desviar a un lado y otro con sus manos obligando a los otros dioses a saltar entre las carcajadas generales. Esquivando los proyectiles el disfrazado Loki evitó a los bebedores dirigiéndose a un rincón donde, ajeno a la celebración que se desarrollaba a su alrededor, estaba Holdur, el hermano de Baldr, rodeado por la oscuridad que le seguía donde quiera que fuese.

Baldr's death by Doepler
Loki guía el brazo de Hodur,
por Carl Emil Doepler (1824-1905).
Fuente: Wikipedia.
 —¿Tú no participas en la fiesta? —le preguntó Loki falseando su voz—. Me he dado cuenta de que eres el único que aún no ha arrojado nada.

—¿Cómo podría? La oscuridad me rodea continuamente y no soy capaz de ver más allá de ella.

—Pero no podemos dejar que su propio hermano sea el único que no disfrute con Baldr en su fiesta. Toma, sujeta esto —dijo Loki mientras le cedía al ciego Holdur la lanza de muérdago—, yo te ayudaré a apuntar.

—Un poco más arriba... no, no tanto... ahora más a la derecha. Sí, justo ahí.

Guiado por el traicionero dios, Holdur lanzó la jabalina con todas sus fuerzas. Pero en lugar de la carcajada que esperaba, a sus oídos solo llegó un gemido seguido del más absoluto silencio. Lo inimaginable había sucedido. En medio de un círculo de sorprendidos dioses Baldr agonizaba, su pecho atravesado por la lanza que acaba de arrojar su hermano.

Los dioses se volvieron hacia Holdur llenos de ira. Allí mismo lo hubieran despedazado con las manos desnudas (o posiblemente con la ayuda de algunas de las numerosas armas que había por el suelo), de no haberse interpuesto Odín ante ellos, recordándoles que estaban en un lugar sagrado donde estaba prohibido derramar sangre (algo que no pareció haber importado mucho a Loki).

Todo el universo pareció oscurecerse al fallecer el dios de la luz en medio de un último estertor. Holdur pudo huir y permaneció escondido en sus reinos de oscuridad  hasta que, como estaba profetizado, fue encontrado y asesinado por Wali, uno de los hijos de Odín.

Nunca supo Holdur quien había guiado su brazo, como tampoco sospecharon el resto de los dioses quien el verdadero causante de la muerte de Baldr. ¿Había logrado Loki realizar el truco perfecto? ¿Lograría escapar indemne de tan horrible delito?


Fin de la primera parte.


No os perdáis en este mismo blog la segunda parte de El último truco de Loki, donde harán su aparición gigantes, enanos y enormes lobos, y en la que visitaremos el mismo infierno en busca de un artificio que pueda devolverle la vida Baldr el hermoso. ¿Será posible?

Notas:
  • Para los pueblos nórdicos la muerte de Baldr a manos de Hodur simbolizaba el paso del verano a la oscuridad del invierno, hasta que este era a su vez asesinado por Wali, dios de la primavera.
  • Loki ha tenido su momento de fama recientemente gracias a las películas Thor y Los Vengadores, donde aparece como hijastro de Odín y hermanastro de Thor. Esto no es así: Loki está desde el primer momento junto con los dioses, aunque según las fuentes es considerado como uno de los primeros dioses o como un gigante que los ayuda y es aceptado como un igual, haciéndose hermano de sangre Odín.
  • En sus inicios Loki pone su ingenio al servicio de los dioses, a los que mete en líos de los que posteriormente se encarga de sacarlos (aunque a veces tengan que obligarlo a ello). Con el tiempo los dioses empiezan a cansarse de sus trucos y empiezan a evitarlo, al tiempo que Loki va acumulando cada vez más resentimiento hacia ellos.
  • Al final de la narración he mencionado una profecía sobre la muerte de Holdur. Esta tenía lugar al principio del relato, pero no la he mencionado por no revelar detalles de la trama demasiado pronto. Cuando Baldar comparte sus temores con los otros dioses, Odín viaja al Helheim (el infierno donde iban aquellos que no morían en combate y, por tanto, tenían prohibido el Valhalla) a invocar a una famosa adivina. Al llegar allí descubre el lugar engalanado como si se esperase una visita importante. La adivina le comunica que es Baldar a quien se espera y que será su hermano quien lo asesine (aunque según algunas versiones lo hace de manera tan oscura que Odín no llega a percatarse). También le revela que será un hijo suyo con una giganta, el dios Wali o Vali, quien vengará al dios de la luz matando a Hodur.
 Fuentes:

    Monday, June 11, 2012

    Puestos a elegir...

    (Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


    En 1511 Diego Velázquez, al frente de unos tresciento treinta hombres, se lanza a la conquista de Cuba. La excusa fue perseguir al cacique taíno Hatuey, que había buscado refugio allí tras escapar a una matanza de jefes indios en La Española. Cuba se encontraba escasamente poblada en la época, y sus habitantes fueron incapaces de oponer resistencia a los castellanos. La mayor resistencia partió del propio Hatuey, aunque no pudo evitar ser capturado y ejecutado por los conquistadores.

    Pero antes de ejecutarlo sus captores, en lo que debían de considerar un gesto de clemencia, le dieron a elegir la forma de su muerte: quemado vivo en la hoguera o, si aceptaba bautizarse, una muerte rápida por la espada. Hatuey eligió la hoguera. La razón: le habían contado que si se bautizaba iría al cielo, donde pasaría el resto de la eternidad en compañía de los castellanos.

    Muerte de Hatuey, grabado de Théodore de Bry (1528-1598).
    Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

    La anécdota ilustra el sentir de los primeros indios que tuvieron contacto con los conquistadores. En los pocos años desde que habían puesto el pie en La Española hasta la invasión de Cuba ya habían conseguido casi exterminar a los nativos de la primera isla. Los aborígenes de Cuba seguirían el mismo camino en apenas una generación. La razón fue principalmente las duras condiciones de trabajo a las que se vieron sometidos, junto la destrucción de sus cultivos por los animales que los castellanos habían soltado en la isla. El propio Diego Velázquez informó satisfecho al rey Fernando que en tres años el puñado de cerdos que había llevado consigo a la isla se habían convertido ya en más de treinta mil. No era de extrañar entonces que hubiera quien prefiriese una muerte lenta antes que pasar el resto de la eternidad al lado de sus verdugos.


    Fuente: La conquista de México, de Hugh Thomas, que a su vez cita a la Historia de las indias de Bartolomé de las Casas.

    Sunday, June 3, 2012

    Eco y Narciso

    Eco era una ninfa que vivía con sus hermanas en los bosques cercanos al monte Helicón. Las ninfas eran divinidades de la naturaleza, unos espíritus femeninos a los que gustaba cantar, bailar y... Bueno, si os digo que nifómana viene de ninfa yo creo que os podéis hacer una idea, ¿no? Esta última cualidad era especialmente apreciada entre otras criaturas divinas, entre las que se encontraba el mismo Zeus, que tenía cierta afición a pasear por sus bosques.

    Esta simpatía hacia las ninfas no era del agrado de Hera, que se dejaba caer de cuando en cuando por los alrededores con la intención de pillar a su marido con las manos en la ninfa. Y aquí es donde entra en escena Eco. Veréis, Eco tenía una particularidad que la distinguía de sus hermanas: tenía una prodigiosa facultad para hilvanar elaborados discursos que adornaba de singular manera haciendo uso de... vamos, como se diría coloquialmente, que no se callaba ni debajo del agua.

    Aunque esta facultad suya podía llegar a resultar en ocasiones un poco irritante para sus hermanas, pronto habían encontrado una manera de utilizarla en su beneficio. Nada más aparecer Hera por las cercanías del bosque, Eco se las apañaba para hacerse la encontradiza y descargar sobre ella todo el peso de su elocuencia. Y mientras Hera se veía enredada en una catarata de saludos, comentarios, reflexiones y cotilleos, Zeus aprovechaba para escabullirse discretamente de vuelta a casa.


    Eco, pintura de Alexandre Cabanel.
    Fuente: Wikipedia.
    Pero si Hera tenía experiencia en algo era en descubrir los deslices de su marido, y pronto encontró la manera esquivar la verborrea de Eco y atrapar a Zeus en plena faena. Tras lanzarle un frío "Ya hablaremos de esto en el Olimpo" se volvió hacia Eco, que en ese momento debía estar concentrada intentando confundirse con el entorno, y le lanzó una maldición. Una maldición rebuscada y terrible como solían ser las de los dioses clásicos: ya que las palabras eran al mismo tiempo su orgullo y el vehículo de su engaño, la condenaba a no volver a tener dominio sobre ellas. Desde ese día Eco sólo podría repetir el final de las frases que escuchase.

    Triste fue la vida para Eco desde entonces, aunque es posible que hubiera podido llegar a superarla y llevar una vida relativamente feliz junto a sus hermanas de no ser por la aparición en escena de Narciso.

    ¡Ah, Narciso, el bello Narciso! Era hijo del dios del río Céfiso y la ninfa Liríope de Tespia. Un día que la ninfa paseaba por las riveras del río despertó la lujuria del dios, que lanzó sus corrientes a rodearla, estrechando el círculo hasta que literalmente la sumergió en sus brazos. De esta unión nació un niño que crecería hasta convertirse en el joven más hermoso que el mundo hubiera visto.

    Esta bendición de Narciso era en cambio la maldición de muchos que, sin importar su sexo o edad, quedaban obsesionados con la belleza del joven. Pero Narciso los trataba con el desdén del que está acostumbrado a la adulación, sin encontrar nunca nadie que considerase digno de su amor.

    Cierto día paseaba por los bosques que rodeaban el monte Helicón cuando notó que alguien le seguía. Se trataba de Eco, que se había enamorado perdidamente del joven, pero que impedida por su maldición no se atrevía a acercarse. Narciso miró a su alrededor y preguntó:

    —¿Hay alguien aquí?

    Y Eco, desde su escondite, no pudo hacer otra cosa que responder:

    Aquí. 

    —Venllamó Narciso a la voz desconocida, sólo para escuchar repetido:

    —Ven.

    —¿Por qué me huyes? —preguntó el muchacho.

     —¿Por qué me huyes?

    —Ven, únete a mí.

    Y Eco, lleno su corazón de alegría, salió de su escondite diciendo:

    —¡Únete a mí!

    Pero Narciso, siempre insensible a los sentimientos que despertaba en los demás, esquivó su abrazo diciendo: 

    —Prefiero morir antes de que estemos juntos.

    Y se alejó dejando a Eco postrada en la hierba suplicando:

    —¡Estemos juntos!

    Desde aquel día Eco huyó de todo contacto, vagando por lugares solitarios mientras se iba consumiendo hasta que solo quedó de ella su voz, que todavía podemos oír a veces devolviendo nuestras palabras.

    No creáis que Narciso escapó indemne. Por este y otros desprecios los dioses decidieron castigarle. Un día que quiso aplacar su sed bebiendo del río Donacón de Tespia, el hechizo de Artemisa hizo que confundiera su reflejo en el agua con una persona de carne y hueso. Narciso quedó embelesado contemplado a aquel hermoso joven, sintiendo que su corazón se conmovía por primera vez en su vida. Pasó horas frente a su reflejo, intentando trabar conversación primero, alcanzarlo con sus manos después e incluso inclinándose para besarle hasta que poco a poco fue consciente de lo que sucedía.

    Entre lágrimas se rasgó sus vestiduras mientras lanzaba dolorosos suspiros. Sucedió que en ese momento pasó por allí Eco. Aunque no le había perdonado, la ninfa no pudo evitar sentir pena por el joven, y cada vez que Narciso gritaba "¡Ay!", ella respondía con otro "¡Ay!" igual de triste.

    Incapaz de soportar el dolor de haber encontrado al fin a quien amar y sabiendo que nunca podría hacerlo, Narciso desenvainó su espada y atravesó con ella su pecho mientras decía "Adiós, joven al que he amado en vano". Junto a él Eco repitió tristemente: "Adiós, joven al que he amado en vano", mientras contemplaba como al tocar el suelo, la roja sangre de su amado hacía brotar una flor, que desde entonces lleva el nombre de Narciso.

    Eco y Narciso, pintura de John William Waterhouse. Fuente: Wikipedia.

    Monday, May 28, 2012

    El gran asedio de Gibraltar

    El 11 de julio de 1779 comenzó el intento más importante por parte de España para recuperar Gibraltar, con un asedio que habría de prolongarse durante tres años y medio. Tres años en los que se sucedieron actitudes heroicas y vergonzosas, episodios de valor y estupidez hasta llegar al asalto final en el que... Bueno, supongo que os hacéis una idea de como acabó, ¿no?


    Una guerra que empezó al otro lado del océano

    Empecemos poniéndonos un poco en contexto. El 4 de julio de 1776 las colonias británicas de América del Norte proclaman su independencia de la metrópoli, comenzando la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Los rebeldes corren a buscar apoyo exterior y, por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ponen sus ojos en Francia, que no puede dejar pasar la oportunidad de incordiar a su principal enemigo. Dos años después de su inicio, lo que empezó como una guerra entre una colonia y su metrópoli se convirtió en un conflicto entre dos de las naciones más poderosas del mundo, una auténtica guerra mundial que se extiende desde el norte del Océano Atlántico hasta el Índico, pasando por el Caribe, el Pacífico y el Mediterráneo en un enfrentamiento que ganaría quien fuese capaz de dominar el mar y sus rutas comerciales.

    Y aquí es donde entra en juego España. Para disputarle a Inglaterra el dominio de los mares Francia necesitaba contar con el apoyo de la flota española, así que Luis XVI presionó a un reticente Carlos III, que no veía claro los beneficios de participar en el conflicto, hasta convencerle para entrar en la guerra en virtud del pacto de familia entre borbones. Y el caramelo para terminar de convencer al rey español fue la recuperación de Gibraltar y Menorca, en manos de los ingleses desde el Tratado de Utrecht de 1713.

    Imagen digital de la NASA donde aparece resaltado Gibraltar (Wikipedia)




    Un bloqueo frustrado... y unos soldados sedientos

    Así, el 11 de julio de 1779, un intercambio de cañonazos marcó el comienzo del asedio al peñón, con unos catorce mil soldados españoles rodeando a los algo más de cinco mil soldados ingleses, además de más de tres mil civiles entre residentes y familiares de los soldados. Los españoles eran conscientes de la dificultad de tomar la Roca al asalto, así que su estrategia fue la de rendir a los sitiados por hambre.

    Pasaron así dos años de privaciones para los ingleses, sometidos desde el primer día a un férreo racionamiento, teniendo además que hacer frente a brotes de escorbuto y viruela. Pero por dos ocasiones, en enero de 1780 y abril de 1781, una flota inglesa logró burlar el bloqueo para desembarcar provisiones y refuerzos.

    Cañón inglés en un túnel de Gibraltar.
    Fotografía de Scott Wylie, vía Wikipedia.
    La segunda llegada de auxilio llenó de rabia  los sitiadores, que lanzaron su artillera sobre la ciudad por primera vez durante todo el conflicto, en un intento de evitar su aprovisionamiento. Cuando los gibraltareños salieron de sus refugios al día siguiente, se encontraron con una sorpresa: al derribar los muros, las balas habían expuesto a la luz las provisiones que algunos comerciantes habían acaparado en secreto y que iban sacando con cuentagotas y vendiendo a altos precios. Así que a un día de bombardeo siguió otro de saqueos.

    Y si las autoridades contaban con el ejército para restaurar el orden no iban bien encaminados, pues entre los más activos saqueadores se encontraban precisamente bandas de soldados, aunque estos se dedicaron principalmente a los almacenes de bebidas. No en vano ya se habían quejado anteriormente de que entre los suministros traídos por la primera flota de rescate no hubiera vino ni ron. Decididos a resarcirse de su involuntaria abstinencia se atrincheraron en los almacenes a emborracharse, lanzándose luego a las calles en busca de más diversión. La situación llegó hasta tal extremo que grupos de oficiales debieron lanzarse a la calle empuñando hachas con las que destrozar todo barril que encontraban, hasta convertir las calles de Gibraltar en ríos de vino y brandy.

    Pero ni el bombardeo ni la confusión posterior sirvieron para evitar que la flota desembarcara los suministros. Desmoralizados al ver que los ingleses volvían a estar bien provistos, los españoles relajaron su presión sobre el peñón, que no volvió a tener problemas para aprovisionarse. Poco a poco se volvió a una situación de tensa espera. Durante el verano de 1781 la ofensiva española se redujo al disparo de tres cañonazos diarios, que los gibraltareños bautizaron con sorna como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

    Pasado el verano los ingleses descubrieron que los españoles empezaban a levantar unos parapetos en la frontera del istmo destinados a albergar baterías con las que bombardear la colonia de cerca. El peligro fue conjurado mediante una arriesgada salida nocturna que destruyó las construcciones y sus polvorines y que todavía hoy se sigue conmemorando en el Peñón.


    Los preparativos del ataque: celos y barcos insumergibles

    Avanzamos un año hasta el final del verano de 1782. Las cosas se han movido poco en el Peñón, pero a su alrededor el mundo no ha dejado de girar. Las colonias norteamericanas donde se originó el conflicto han conseguido su independencia, y Europa está agotada por la guerra. Carlos III ha logrado uno de sus objetivos al entrar en el conflicto con la captura de Menorca, pero se niega a dar por terminadas las hostilidades hasta haber recuperado también Gibraltar, y los tratados entre ambos países impiden que Francia se siente a negociar sin el visto bueno de España. Así las cosas se prepara el que debía ser el asalto definitivo.

    Fuertes y defensas españolas e inglesas.
    Imagen de falconaumanni, vía Wikipedia.
    Se refuerzan las tropas que sitían Gibraltar, a las que se une una gran flota combinada franco-española, hasta sumar unos 40.000 hombres. Frente a ellos los ingleses solo cuentan con algo más de 7.000 hombres. Pero, aunque ellos mismos no lo sepan, cuentan con un arma secreta: el divismo de los mandos españoles.

    Parece que las relaciones entre el sexagenario duque de Crillon, conquistador de Menorca y jefe del ejército, y el almirante Buenaventura Moreno, a cargo de la flota, estaban marcadas por los celos y la desconfiaza mutua. Aunque si en algo coincídian ambos era en su desprecio hacia el tercero en discordia, el ingeniero francés Jean-Claude-Eléonor Le Michaud d'Arçon. D'Arcçon había convencido a Carlos III de que la conquista de Gibraltar pasaba por emplear unas naves de su invención, unas baterías flotantes insumergibles e ignífugas, que permitirían destruir las posiciones inglesas desde la bahía como paso previo a al desembarco de las tropas.

    Carlos III apoyó la idea de construir las costosas naves a pesar de lo exiguo de su tesorería y de que la idea contaba con numerosos detractores, entre ellos el propio Crillon. A tanto llegaba su oposición al proyecto que solo se le pudo convercer de que siguiera al mando garantizándole que, si la operación fracasaba, se haría pública una declaración suya manifestando su desacuerdo con el plan. Pero, no contento con esto, además dejó a un amigo veinte copias de una carta donde dejaba claro que había aceptado el mando solo por orden del rey, y que en caso de victoria "la gloria y el crédito corresponderán al ingeniero francés M d'Arçon, en caso de que el lugar sea tomado gracias al éxito de las baterías flotantes, de lo cual tengo serias dudas, si las baterías fallan nadie podrá reprocharme nada pues no he tenido nada que ver en ello". Las instrucciones eran que las distrubuyera por España y Francia en el mismo momento en que llegase a Madrid la noticia del ataque a Gibraltar.

    Mientras se llevaban a cabo los preparativos se iba reuniendo en la vecina Algeciras una multitud de curiosos llegados de todas partes de España y Francia que querían presenciar el ataque a modo de espectáculo al aire libre, entre los que se encontraban incluso dos príncipes franceses.


    El gran asalto

    Mientras, el mando español estaba hecho una jaula de grillos. Crillon presionaba para atacar de inmediato, antes de que llegase el otoño. D'Arçon se oponía, argumentando que las baterías flotantes aún no estaban listas, ni se había terminado de inspeccionar la bahía y sus bancos de areja y bajíos para buscar las mejores posiciones donde desplegarlas. En medio Moreno escuchaba a uno y otro cada vez más disgustado.

    Finalmente fue Crillon quien consiguió imponerse. La mañana del día 13 de septiembre las enormes baterías flotantes fueron remolcadas al interior de la bahía de Algeciras y comenzó el intercambio de fuego. Sobre el papel debería haber sido una bombardeo a gran escala, en el que las diez flottantes estarían apoyadas por treinta cañoneras y otros treinta lanzamorteros de la armada. Pero estos últimos, sin ninguna razón más allá de las decisiones personales de su almirante don Luis de Córdoba, no aparecieron. Además, y como temía D'Arçon (que iba embarcado en una de las baterías), las posiciones donde desplegar sus ingenios no eran las adecuadas y no podían explotar a fondo su poder de fuego. Por el otro lado, el diseño del ingeniero parecía estar dando sus frutos: las balas de cañón inglesas rebotaban o se quedaban encajadas en las capas de juncos y madera verde de las baterías flotantes sin hacerles daño.

    Asalto a Gibraltar de 1782. Dibujo de  Johann Martin Will (1727-1806), vía Wikipedia.

    O, al menos, eso pareció al principio. Viendo la inutilidad de sus primeros disparos, los ingleses optaron por lanzar balas calentadas al rojo vivo. Algunas de ellas, al impactar con la protección de las naves, quedaban incrustadas, y poco a poco el calor les iba abriendo paso por el revestimiento sin que nadie fuese consciente hasta que empezaban a surgir las llamas.

    Al caer la noche no solo no se habían cumplido los objetivos, sino que unos 5.000 hombres estaban atrapados en las diez baterías, dos de ellas en llamas, que carecían de medios para moverse por sí mismas. Aún había posibilidad de recuperarlas, pero Crillón, que nunca había creído en ellas, decidió que era mejor rescatar a la tripulación y destruirlas antes de que las capturasen los ingleses.

    Pero si los marineros españoles creían que ya había pasado lo peor estaban muy equivocados. El almirante de Córdoba se negó a enviar sus fragatas bajo el fuego enemigo a rescatar a los tripulantes de las baterías. En su lugar se mandaron embarcaciones pequeñas, que llegaron a media noche con órdenes a los capitanes de incendiar las naves en cuanto hubieran evacuado a sus hombres. 

    Baterías flotantes. Imagen tomada de Todo a Babor.

    Y aquí sobrevino el desastre. Los marineros que llevaban todo el día combatiendo y apagando los incendios que provocaban las balas enemigas se dejaron llevar por el pánico y tomaron por asalto las embarcaciones. Algunas se sobrecargaron tanto que acabaron hundiéndose. Otras fueron destruidas por las baterías inglesas. Pronto fue evidente que con las que quedaban sería imposible evacuar a todos los marineros. Además, algunos capitanes habían sido demasiado diligentes y habían incendiado sus naves antes de que su tripulación fuera rescatada. A los marineros que seguían a bordo nos les quedó más remedio que saltar al agua para huir del fuego. Muchos perecieron ahogados en las aguas de la bahía, aunque hubo un buen número que fue rescatado por los propios ingleses, que habían enviado varias barcas a inspeccionar las baterías y volvieron cargados de marineros españoles.

    Ese fue el fin de los intentos franco-españoles de tomar el Peñón. Aunque el asedio continuó los días siguientes no hubo ningún otro intento de lanzar un ataque a gran escala. La puntilla fue la llegada a la bahía, esquivando a los barcos franceses y españoles, de una flota inglesa al mando del almirante lord Howe. A partir de ahí fueron desapareciendo gradualmente los barcos y soldados franco-españoles hasta que en febrero de 1783 se levantó el asedio.

    Así acabó la más seria o, al menos, más prologada acción española para recuperar el istmo de Gibraltar. Unos meses después se firmaría el Tratado de París que consagraba el dominio inglés sobre el peñón, que se convertiría en una fuente de periódicos roces entre España y Gran Bretaña en una situación que ha llegado hasta nuestros días.


    Fuentes: El contenido de la entrada sigue la descripción del asedio que realiza John Julius Norwich en El Mediterráneo, un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones. Además, la introducción sobre el origen de la guerra y la importancia del dominio de los mares se basa en Maritime Supremacy and the Opening of Western Mind de Peter Padfield. También puede que se haya colado inadvertidamente algún dato de las páginas sobre el asedio en la Wikipedia española e inglesa (más probable de esta última, que sigue un esquema muy similar al de Norwich). 

    Thursday, May 17, 2012

    Final de cuento moderno

    ...y entonces el Lobo logró convencer a las ovejas de que no podían seguir permitiéndose mantener al perro, y que debían deshacerse de él si querían que su granja volviera a ser rentable.

    FIN