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Saturday, January 19, 2013

Los amigos del gato (leyenda africana)


Hace unas semanas, al pasar por la cocina, vi como mi Santa se afanaba en crear otra de sus estupendas tartas, esta vez decorada con animales de África. "Si le pones una jirafa entonces es como la leyenda de los amigos del gato", le comenté, y allí sobre la marcha surgió la idea de hacer dos entradas en paralelo, tarta y cuento a la vez. Aunque, como es habitual, ella fue mucho más eficiente que yo y la he tenido esperando mientras terminaba de escribir esta antigua leyenda africana, que nos explica cómo comenzó la relación entre la humanidad y los gatos. Para alegrar el relato he incluido fotos de detalles de la tarta, que podéis ver completa al final del cuento.




Nuestra historia empieza donde suelen hacerlo las leyendas: hace mucho, mucho tiempo. Estamos en la sabana africana. Amanece y los primeros rayos de sol nos revelan a un pequeño gato bebiendo en una charca solitaria. Está encogido, desconfía, levanta la cabeza tras cada sorbo y no vuelve a bajarla hasta estar seguro de que no hay ningún peligro cerca. No era fácil ser un gato: la comida es poca y los riesgos muchos. Nuestro amigo no es feliz con esta vida llena de sobresaltos. Pero claro, que otra opción tiene un pequeño gato de...

¡Croac!

¡Alarma! ¡Agacharse! ¡Uñas! ¿Qué ha sido eso? Se prepara para la huida, busca a su alrededor al autor el rugido que le ha sobresaltado.

¡Croac!

Un momento, eso no es un rugido, eso parece más...

¡Slurp!¡Croac!

Una enorme rana descansa sobre un montón de tierra que aflora del agua. Parece ajena al mundo que la rodea, pero entonces hay un restallido y la lengua vuelve a la boca llevando una libélula. El gato se acerca a la orilla lanzando miradas nerviosas a su alrededor y la llama:

—¡Psssssss!

La rana se vuelve lentamente, parece no encontrar nada que merezca su atención.

¡Croac! ¡Slurp!¡Croac!

 —¡Eh, tú! —insiste— ¡Aquí!

—Ya sé que estás ahí. Lo que no sé es por qué quieres interrumpir mi desayuno.

—Mira, déjalo, solo quería ayudar —mientras se marcha deja caer un consejo—. Con tanto ruido vas a acabar atrayendo a un cazador.

—Bah, cazadores... Se ve que no sabes con quién estás hablando.

El gato detiene su retirada. No deja de ser un gato, y aún es muy joven para saber lo que se dice de ellos y la curiosidad.

—¿No tienes miedo de los cazadores?

—¿Debería? —y se responde a sí misma—. No. Soy la reina de esta charca. Estos son mis dominios y en ellos actúo —¡slurp!— como se me antoja.

El gato no puede evitar sentirse fascinado por la calma que transmite ese pequeño animal, ajeno al miedo que siempre guía sus pasos. Entonces le asalta una idea genial.

—¿Puedo quedarme contigo? —la rana entorna los ojos, extrañada— Sin duda una gran reina como tú podría enseñar muchas cosas un pobre gato.

Y de camino podría disfrutar de tu protección, termina la frase en su cabeza. Su descarado halago parece hacer mella en la rana que detiene, por primera vez desde que empezó la conversación, su cacería.

—Ciertamente, ciertamente... ¿Por dónde podríamos empezar? ¿Te gustan las libélulas? Bueno, todo es acostumbrarse. De momento puedes quedarte ahí y contemplarme mientras termino el desayuno. Sabes, esto de cazar bichos voladores no es tan fácil como pudiera parecer, hace falta...

El gato asiente y finge prestar atención mientras deja que su cuerpo se relaje por primera vez en... no sabría decirlo. Mucho tiempo. Se estira para recibir mejor los rayos de sol. El lugar es un poco húmedo, pero puede acostumbrarse.

De repente un crujido, una ligera vibración y su cuerpo gritando ¡peligro! Se gira hacia la rana buscando auxilio, justo a tiempo de ver el agua que levanta su zambullida. Una sombra le cubre y se encoje anticipando el aliento del cazador, la acometida, el buenos días...

¿Buenos días?

Abre los ojos. A su lado una jirafa bebe tranquilamente.

—Espero no haberte despertado. Si es así discúlpame, estaba muerta de sed.

El gato se mantiene inmóvil mientras observa fijamente a la recién llegada.

—No es fácil encontrar agua por aquí últimamente. Aunque supongo que te habrás dado cuenta de eso.

Nunca había prestado atención a las jirafas. Ni amenaza ni presa, para él eran como un elemento más del paisaje, con sus largas patas y sus llamativos cuellos. Hasta ese momento no se había parado a pensar en las ventajas de poder contemplar todo desde arriba. Tenía que ser muy difícil sorprenderlas. Y debían ser muy poderosas para haber asustado así a la rana en su propia charca. La adrenalina que corre por su cuerpo le anima a interrumpir una disertación sobre la calidad del agua según el tipo de charca y la época del año.

—¿Puedo ir contigo?

—...salvo aquella vez que resultó que en la charca había... ¿Perdón, has dicho algo?

—¿Me dejas que te acompañe? —repite mientras intenta componer una expresión lo más amistosa posible.

—¿Acompañarme? Nunca me habían ofrecido algo así. Ni siquiera aquella vez que nos encontramos con aquel grupo de gacelas Thomson que...

—Sin duda un animal con tantas experiencias como tú podría enseñarme mucho sobre la vida en la sabana.

—...y entonces yo le dije, "Pues claro que puedo morderlo"... —interrumpida de nuevo la jirafa se quedó mirándolo mientras ordenaba sus ideas—. ¿Por qué no? Desde luego hay muchas cosas que podría contarte. La sabana está llena de chismes curiosos y no es fácil encontrar a gente amable con la que conversar —levantó su largo cuello y empezó a girarse—. Acompáñame, te presentaré al resto del grupo.

El gato inició un trote para mantenerse a su lado. Desde las alturas la voz de la jirafa caía monótona como la lluvia. Como una lluvia torrencial.

Bueno, al menos estaba seco.

El gato acompañó a las jirafas el resto del día que, alegría, fue bastante tranquilo. Buscaba roedores entre la hierba o recorría las ramas donde se alimentaban, buscando nidos. Allí estaba, acechando a un pequeño pájaro mientras escuchaba quejas sobre lo poco respetuosas que eran esas gacelas que iban por la sabana como si fuera suya, cuando notó algo extraño. El lomo se le erizó mientras intentaba determinar qué era lo que no encajaba. Entonces se dio cuenta: por primera vez en todo el día había silencio a su alrededor. Al otro lado de la cubierta de hojas las cabezas de las jirafas no dejaban de temblar. 

Bajo la luz dorada del atardecer una leona cruzaba entre los árboles. De la copa de uno de ellos descendió una sombra que se puso, veloz, a su lado.

—Buenas noches, poderosa señora, permitidme este pequeño presente —dijo el gato tras escupir a sus pies el pájaro que acababa de cazar.

La leona lo miró con desdén, pero se agachó a recoger la presa.

—Sé que no soy digno de acompañaros, pero al ver vuestro andar tan elegante no he podido evitar pensar, "sí, es evidente por qué los llaman los reyes de la sabana" —la leona lo miró de reojo mientras husmeaba su regalo—. Sois tan poderosa y terrible que me sentiría muy honrado si me permitierais acompañaros. Puedo cazar para vos cuando estéis cansada, o vigilar vuestra siesta, o...

Terminado el pájaro en dos bocados la leona se puso de nuevo en movimiento, dejando al gato con la palabra en la boca. Se estaba preguntando si las jirafas le permitirían reintegrarse en el grupo cuando la leona se detuvo y volvió la cabeza hacia él. No dejó pasar la oportunidad. A su espalda las jirafas volvieron a alimentarse, charlando sobre que al final todos esos felinos son iguales, y que no había que fiarse de ellos, a mi prima una vez...

Esa noche conoció al resto de la manada (el macho le miró brevemente y decidió que era demasiado pequeño para ser una amenaza o un almuerzo) y salió a cazar con ellos. Pasó la mañana siguiente recostado en una roca con el estómago lleno, rodeado por sus nuevos protectores. El gato los observaba lleno de satisfacción mientras se estiraban al sol, bostezaban, se levantaban nerviosos y empezaban a retirarse.

—¿Qué ocurre? —preguntó poniéndose alerta de repente.

—Una manada de elefantes —le respondió una de las hembras más jóvenes—. Ven, no es buena idea ponerse en su camino.

Pero el gato no le hizo caso. Si había algo capaz de hacer retroceder a los mismísimos leones, entonces él quería estar a su lado. Unos minutos y una conversación llena de encendidos elogios después ya se encontraba subido al lomo de uno de sus nuevos protectores. Ahora sí que podía darse por satisfecho: si hasta los leones les evitaban los elefantes eran sin duda los reyes de la sabana. De ahora en adelante nunca más huir, nunca más tener miedo a nada.

Supongo que os imagináis lo que viene a continuación, ¿verdad?

—¿Qué animal es ése?

Nunca había visto nada así. Caminaban sobre sus patas de atrás y parecían muy enclenques. Extrañas hojas colgaban de sus cuerpos y llevaban largas ramas sujetas en sus patas delanteras. Pero por muy ridículos que le parecieran podía notar como los elefantes temblaban a su paso.

—Son hombres —le informaron—. Mejor no acercarse. Tienen aguijones que hieren a distancia y han domado al fuego: lo llevan de paseo como si fuera su mascota y le dan cadáveres para alimentarlo. Hay quien los ha visto...

Pero el gato ya no escuchaba, corría cuan rápido le permitían sus patas para alcanzar al grupo. Por el camino iba ensayando un discurso lleno de halagos, en el que se había vuelto un experto recientemente. Se emparejó al que cerraba la fila y entre grandes muestras de respeto le dijo:

—¡Miau!

La criatura miró hacia él con cierta curiosidad. Parecía un hueso duro de roer, tendría que esforzarse un poco más:

—Miaaaaauuuu, miau. ¡Miauuuuu!

Uno de los hombres que marchaba más adelantado gruñó algo incomprensible al que se hallaba a su lado y todo el grupo empezó a reír. Al hombre junto al que marchaba no pareció hacerle tanta gracia y agitó la rama que llevaba hacia el gato, apartándolo. Pero llegado hasta ahí no iba a dejar que una primera reacción adversa le intimidase. Volvió a la carga con más convicción:

—¡¡Miau!!

Sólo consiguió que volvieran las risas y aumentase la irritación del hombre, que lanzó contra él un montón de tierra de una patada mientras hacía extraños sonidos con la boca. Se apartó de un salto. De pronto comprendió que aquellas criaturas no hablaban la lengua de la sabana. ¿Ahora cómo podría convencerles de que le dejasen ir con ellos? ¿Había encontrado al fin al guardián más poderoso solo para tener que dejarlo marchar?

Se dio cuenta de que el hombre que había hablado la primera vez se había apartado del grupo y le hacía gestos con las manos. Trotó hacia él sin atreverse a acercarse demasiado. Se había agachado y le ofrecía algo mientras no dejaba de hacer esos extraños ruidos. A esa distancia podía oler la carne que sostenía frente a él. De un salto se la arrebató de la mano y reculó hasta una distancia segura. Estaba seca y dura, pero era carne. Y un regalo.

El hombre giró la cabeza hacia el grupo gritando algo que volvió a provocar las carcajadas de sus compañeros. Rebuscó en su cintura y le alargó otro trozo de carne. Esta vez el gato decidió arriesgarse y no huir después de recogerlo. Incluso logró dominar su instinto para permitir que la bestia lo acariciase.

El gato acompañó a la manada de hombres hacia lo que parecían grandes termiteros, y que supuso debían ser sus madrigueras. Conforme se acercaban empezó a distinguir el sonido de sus crías y su boca se hizo agua al distinguir el olor a comida.

Se mantuvo junto al hombre amable, esquivando la curiosidad de las crías humanas, mientras el grupo se deshacía. Acompañando a su nuevo protector llegó a la que debía ser su madriguera. En un rincón una cría con poco tiempo de vida intentaba agarrarse los pies bajo la mirada divertida de una hembra arrodillada junto a una pequeña hoguera. El gato dio un paso atrás al ver el fuego, fascinado por la despreocupación con que la mujer trataba al devorador. Entonces era cierto lo que había dicho el elefante y los hombres habían aprendido a domesticarlo. 

Ella también se fijó en él y preguntó algo al hombre, comenzando una discusión que fue subiendo poco a poco de tono, mientras la mujer señalaba a la cría y a ella y el hombre le tendía un pequeño roedor que llevaba atado al cinto. Finalmente el hombre bajó la cabeza y, recogiendo el gran palo puntiagudo que había soltado al entrar, se dio la vuelta haciendo un gesto al gato para que lo acompañase.

Pero el gato solo tenía ojos para la mujer. Al fin había encontrado a la criatura más poderosa de la sabana, aquella que era capaz de dominar al guerrero al que temía el elefante que asustaba al león que amedrentaba a la jirafa que espantaba a la rana. La acechó como a una presa, dando vueltas a su alrededor maullando lastimeramente, no rindiéndose ante sus intentos de apartarlo. Los círculos fueron haciéndose más estrechos mientras el tono de la mujer se ablandaba hasta convertirse en un arrullo. Un salto y penetró en sus defensas, frotándose y ronroneando, usando las armas que, a falta un lenguaje común, habrían de ser su forma de comunicarse desde entonces.

La mujer soltó una carcajada y dejó que se acurrucase en su regazo mientras despedía con una orden al hombre que observaba la escena sorprendido desde la puerta. El cazador se encogió de hombros y salió arrastrando los pies. Sólo cuando se dio la vuelta la mujer se permitió abandonar su gesto de enfado, dedicándole una sonrisa de despedida. Empezó a canturrear algo a su cría. Distraídamente acarició el lomo del gato, que se abandonó a la canción y el cercano calor del fuego. Su último pensamiento antes de quedarse dormido fue que podía llegar a acostumbrarse a eso.

Así fue como se inició una alianza que ha perdurado hasta nuestros días.





Notas:
  • En el blog de Aprendiz de repostera tenéis las instrucciones paso a paso por si os decidís a intentar hacer una tarta como la que acompaña el cuento.
  • Podéis encontrar una versión de esta leyenda en el libro Mis cuentos africanos de Nelson Mandela, aunque yo os recomendaría la versión que viene en el CD África, el lugar de los cuatro ríos, donde al mismo tiempo nos cuentan la razón por la que gatos y perros se llevan tan mal.

Friday, January 4, 2013

Propósitos de año nuevo y la vuelta de la musa pródiga

Digo de año nuevo por ser lo tradicional en estas fechas, aunque es algo que llevaba pensando desde la vuelva del verano. En este año que empieza mi propósito es dedicarle algo más de tiempo a este blog, que en 2012 dejé un poco descuidado. Eso no significa que vaya a publicar más a menudo, sino que intentaré trabajar un poco más los contenidos. Voy a dejar de lado las entradas dedicadas a fotografía o ilustración para centrarme en mis propios textos, junto con los cuentos o leyendas que me hayan gustado especialmente.

Como sé que el reto es difícil, aprovecho para formalizar algo que ya ocurría en la práctica. Hace un año os contaba que había empezado un blog dedicado a la historia, una de mis grandes aficiones. Me lo he pasado muy bien escribiéndolo, pero ha supuesto bastante más trabajo del planeado, hasta el punto en que no me veía capaz de seguir con los dos blogs. Durante un tiempo estuve dudando con cuál de los dos quedarme, pero entonces irrumpieron por aquí Loki y Baldr y acabaron decidiendo ellos por mí.

Eso no quiere decir que renuncie a escribir más entradas de historia, sino que volverán a ser parte de este blog (en breve aparecerá una pestaña de Historia en la cabecera). Para empezar he añadido a los archivos todas las entradas que publiqué en Un café con Clío, en la fecha en que se publicaron originalmente. A continuación os dejo una lista en el orden en que fueron apareciendo por si queréis echarle un vistazo (hay algunas de las que me siento bastante orgulloso).

Aprovecho para desearos un feliz año y espero veros por aquí e ir mejorando con vuestros comentarios. Nos vemos pronto.

  • Celestino V, el Papa que renunció
    De entre la larga lista de nombres que han ocupado la silla de San Pedro, uno de los que cuenta con una historia más curiosa es Celestino V. Ocupó el cargo durante sólo cinco meses en el año 1296 y ha sido uno de los pocos (hay quien dice que el único) papas en renunciar a su puesto por propia voluntad; un puesto al que nunca aspiró y que no hizo mas que traerle desgracias.
  • Con la deuda no se juega: Egipto 1882
    Una historia en la que el responsable de hundir la economía deja su cargo, y no solo sale indemne sino que además se lleva una buena indemnización, en que unos países acaban dictando la política de otro en nombre del déficit y en la que ciudadanos hartos de sufrir las consecuencias de una crisis de la que no son responsables protestan pidiendo más democracia. ¿La Europa de nuestro tiempo? No. Egipto a finales del siglo XIX. Para que luego digan que la historia no se repite.
  • Paraísos que surgieron del hambre 
    Algunos de los parques naturales africanos más conocidos (Serengueti, Masai Mara, Tsavo...) no son la imagen congelada de un pasado inalterado, sino el resultado de una serie de catástrofes que sacudieron a la población africana en el tránsito del siglo XIX al XX.
  • Una rendición con condiciones 
    Hay un proverbio que dice "soldado que huye sirve para otra guerra". Aunque claro, por muy superior que sea el enemigo al que uno se enfrenta, eso de rendirse no deja de tener un regustillo poco honorable que algunos intentan camuflar como pueden.
  • El papa que quiso ser hermoso
    Cada Papa escoge un nombre al ser elegido, aunque en ocasiones la primera opción no es siempre la mejor.
  • No fueron solo los elementos: el fracaso del Gran Designio de Inglaterra 
    El Gran Designio de Inglaterra era un plan de invasión que involucraba lo mejor del ejército de Felipe II junto con una gran armada, "la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la Cristiandad". Una jugada arriesgada que, de haber tenido éxito, habría cambiado de manera crítica el equilibro de poder en Europa.
  • Notas sobre la Gran Armada: las expediciones de Drake, el almirante que no quería serlo y por qué los ingleses disparaban más veces
    Cómo Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.
  • El gran asedio de Gibraltar 
    El 11 de julio de 1779 comenzó el intento más importante por parte de España para recuperar Gibraltar, con un asedio que habría de prolongarse durante tres años y medio. Tres años en los que se sucedieron actitudes heroicas y vergonzosas, episodios de valor y estupidez hasta llegar al asalto final en el que... Bueno, supongo que os hacéis una idea de como acabó, ¿no?
  • Puestos a elegir...
    Cómo murió el cacique taíno Hatuey, capturado por los castellanos en la conquista de Cuba.
  • Monopolio por la gracia de Dios
    El papa Alejandro VI (1431-1503) no dudó en amenazar de excomunión a quien comprase alumbre a los infieles... y no el de sus propias minas.

Monday, December 31, 2012

Nochevieja robot

La última noche del año es una celebración muy emotiva en casa de las familias robot. Aunque cada vez menos frecuente, siempre existe la posibilidad de que la actualización anual de firmware borre los archivos de memoria de alguno de sus miembros.

Tuesday, December 18, 2012

Los frailes "zombies"

No puedo resistirme a traeros este párrafo que he encontrado hacia el final de La conquista de México de Hugh Thomas. Trata sobre impresión que causaron los primeros frailes mendicantes que llegaron al país tras la conquista, a partir de 1523. 

"Los frailes impresionaron especialmente a los tarascos. Los asombraba que vistieran de modo tan diferente de los otros castellanos, y por un tiempo supusieron que eran muertos y que sus hábitos eran mortajas. Imaginaban que, al acostarse, de noche, se convertían en esqueletos, que descendían al otro mundo, donde encontraban a mujeres. También suponían que el agual bendita servía para adivinar el futuro."

Saturday, December 8, 2012

La ciudad de la desorganización y el mal gobierno

Escondidas entre las páginas más solemnes de la Historia a veces se encuentran anécdotas que nos muestran que tanto no hemos cambiado y que, al fin y al cabo, en todas partes cuecen habas. ¿O sería mejor decir en todo tiempo? Hoy os traigo de una de mis favoritas, que acaeció en Sevilla allá por el siglo XV. Aunque en los hechos principales me mantenga fiel a la historia, tal y como la conocí en Tradiciones y leyendas sevillanas de José María de Mena, me he permitido añadir diálogos y personajes para reforzar la parte bufa de un hecho ya de por sí poco serio.

Y si queréis leerla más tranquilamente en vuestro libro electrónico, aquí podréis encontrar una versión en epub y mobi.




Todo comienza con una fuga y un rumor: el prisionero había conseguido salir de la ciudad. Sus partidarios habían fingido un entierro, esquivado a los alguaciles de la Santa Hermandad que guardaban las puertas dentro del ataúd. Pero de ser así todavía era posible rastrearlo: la única salida para los cortejos fúnebres era la Puerta Osario, llamada así por ser de donde partía el camino hacia el cementerio.  Y desde que se recordaba en Puerta Osario había un escribano encargado de tomar nota de todo entierro que saliese de la ciudad, llevándose unas monedas en el proceso (¿o es que pensáis que las tasas son un invento tan reciente?). Bastaba comprobar los registros y ver que todos se correspondían con personas realmente fallecidas. Y si no era así ya se encargarían los de la Santa Hermandad de arreglar ese pequeño detalle. Después de hacerle confesar donde estaba su compinche, claro está.

En seguida partió un capitán de la Hermandad hacia el ayuntamiento a requerir el registro de los entierros.

—¿El qué?

—El registro de los entierros.

—¿De los entierros ha dicho?

—Sí, el registro de los entierros.

—Perdona, pero no entiendo...

—¡El del escribano que toma nota en la Puerta Osario, me cago en...!

—Vale, vale. ¿Están seguros de que eso es aquí?... Un momento, no hace falta ponerse así, voy a preguntar... ¡Illo! ¿Tú sabes algo de un registro de los entierros? ¡Sí, de los entierros! ¡El del escribano de Puerta Osario!... Mire, aquí no tenemos nada de eso, pero siendo cosa de cobros para mí que eso lo debe llevar el regidor de Arbitrios.

Así que fueron en busca del regidor, suponemos que entre quejas de "y para esto me he pasado yo la mañana haciendo cola" o sus equivalentes de la época.


—¿El escribano de la Puerta Osario? Sí, sí, sé cuál es, lleva allí toda la vida. Pero eso no es cosa nuestra... Sí, sí que es raro, siendo un tributo... A no ser que por estar en la muralla sea cosa del Alguacil Mayor, claro.
 
Resoplando, el capitán llevó a sus hombres en busca del alguacil.

—No, para nosotros no trabaja... Sí, ya sé que está en la muralla, pero también tienen ustedes guardias en la muralla y no es cosa mía lo que hagan, ¿no?... ¿Que en el ayuntamiento dicen que no saben nada? Pues lo único que se me ocurre es que sea cosa de la Iglesia, ¿han preguntado en el cabildo?

Y en el cabildo:

—¿Del ayuntamiento les han mandado? ¿Para el registro de los entierros?... Sí, sí, ya sé que hay un escribano en Puerta Osario, pero no sé eso qué tiene que ver con nosotros. Seguro. Lo mejor es que vuelvan ustedes al ayuntamiento y hablen directamente con... ¡Oiga, vigile su lenguaje que estamos en la casa del Señor!

Y otra vez en la calle con las manos vacías (y varias avemarías de penitencia).

—¿A dónde vamos ahora, jefe? ¿Volvemos al ayuntamiento?

—¡Al ayuntamiento mis cojones! Veniros tos pacá, que por mis muertos que esto lo arreglo yo hoy.

Y ganándose un lugar en el infierno a base de juramentos y blasfemias, llevó a su cuadrilla directos a la Puerta Osario. Antes de que el escribano fuera consciente de lo que le venía encima estaba recorriendo Sevilla en volandas, en medio de un ataque de nervios sin que nadie se dignara informarle por qué lo habían prendido o dónde lo llevaban. El capitán se limitaba a murmurar maldiciones mientras se abría paso a empujones por las callejuelas, y los soldados bastante tenían con mantener el paso de su jefe mientras cargaban con prisionero, al que este silencio no hacía más que aumentar su inquietud. Como era de familia musulmana, pensó que la única explicación era que la autoridad hubiera decidido librarse de los últimos moros que quedaban de Sevilla. Así que no se le ocurrió otra cosa que demostrar su apego a la fe cristiana rezando a voz en grito. Pronto se congregó tras la comitiva una multitud de niños y gente ociosa, atraídos por el espectáculo de una comitiva de la Hermandad llevando a lo que parecía un predicador loco. Algunos incluso se persignaban a su paso, preguntándose si no estarían ante algún tipo de celebración religiosa a la que tan aficionados eran en la ciudad.

Todo esto no hacía más que aumentar el enfado del capitán de la Hermandad. Enfado que creció aún más al cruzarse con un mensajero enviado a averiguar por qué se retrasaba tanto en lo que se suponía una tarea rutinaria. Cuando al fin se cerró tras de sí la puerta de la casa de la Hermandad no pudo evitar soltar un suspiro de alivio. Poco le duró.




—¡A buenas horas, Beltrán, ya pensaba que te habías fugado tú también!

El capitán bajó la cabeza sin atreverse a decir nada. El procurador nunca se había distinguido por su paciencia, y todo este asunto de la fuga no había hecho mucho para mejorar mal humor.

—¿Habéis encontrado algo?

—No señor.

—¿Y se puede saber en qué coño has echado el día entonces? ¿Dónde está la lista de los muertos?

—Pues verá, señor —si tenía que llegar, mejor que fuera cuanto antes—, no está.

—¿Cómo que no está? ¿Dónde la has dejado?

—No, señor, que no está, que no hay.

El procurador guardaba silencio mientras le miraba fijamente. Beltrán le había visto hacer eso muchas veces, estirar el silencio esperando que el interrogado se pusiera nervioso y empezase a hablar para llenar el vacío. Y, maldita sea, funcionaba.

—En el ayuntamiento dicen que no saben nada, que ellos no tienen a nadie puesto en la puerta, que eso era cosa del alguacil, que me ha dicho que él tampoco sabía nada, que fuera al cabildo, que debía ser cosa de la Iglesia. Pero allí me han dicho que ellos tampoco se encargaban, que lo suyo acababa después del sacramento.... Y he mandado dos hombres al cementerio a preguntar si el registro era cosa suya y me dicen que no tienen ni idea, que a lo mejor era cosa...

El procurador le interrumpió. Evidentemente había mandado al menos apropiado a realizar la misión. Inconscientemente empezó a girar el anillo de su mano izquierda, un tic que sus subordinados habían aprendido a temer. Se volvió hacia el hombrecito postrado de rodillas en el centro de la sala, que no había dejado de recitar el padre nuestro desde que el capitán lo había dejado allí.

—¿Y este?

—Es el escribano, señor. Como nadie sabía para quién trabajaba pensé que a lo mejor usted quería hablar con él, ya sabe, directamente.

El procurador asintió, en un gesto que el capitán interpretó, bastante generosamente, como de aprobación. Al menos había dejado de fijarse en él.

—A ver, tú, ¿cómo te llamas?

El pobre diablo se quedó mirando al procurador, interrumpido en medio de un "mas líbranos del mal".

—¡Responde! —le espetó el capitán.

El procurador le detuvo con un gesto antes de que pudiera abofetear al detenido. Al fin y al cabo, por lo que él sabía podía estar a sueldo de la Iglesia, y ya tenía bastantes problemas con el obispo como para que encima le acusase de golpear a uno de sus hombres. El capitán retrocedió con cierto disgusto. Realmente le hubiera venido bien soltar un par de buenas ostias para liberarse de la tensión del día.

—Alonso, señor —respondió el hombrecillo sin dejar de mirar de reojo al capitán.

—Bien, Alonso —dijo el procurador, impostando una voz amable, —aquí nuestro amigo Beltrán dice que no ha sido capaz de averiguar si tu oficio está a cargo del ayuntamiento o de la Iglesia. ¿Tú qué tienes que decir?

El pobre hombre sintió como se le abría el mundo bajo sus pies. El ayuntamiento y la Iglesia juntos a por él. Temblando de miedo soltó la respuesta habitual en estos casos:

—¡Es mentira, señor! ¡Se lo juro, todo mentira!

—Tranquilízate Alonso, aquí nadie te está acusando de nada, sólo queremos saber tu filiación.

El escribano le miró parpadeando, sin atreverse a responder. Seguro que eso de la filiación tenía truco. Vete tú a saber si no se trataba de algún rito herético.

—Lo que quiero es saber tu adscripción —silencio—. ¡Que con quién trabajas, coño! —le espetó mientras se preguntaba qué le podría haber hecho el bruto de Beltrán a aquel pobre hombre para que estuviera tan asustado.

—Trabajo solo, señor. Tomo nota y cobro yo solo, no hay nadie que me ayude. Yo espero que mi hijo pronto pueda...

El procurador miraba al escribano viendo como se desvanecían sus esperanzas de acabar bien un día que, por otra parte, ya había ido bastante mal. Sin ser consciente empezó a girar de nuevo su anillo, provocando miradas de preocupación en los soldados que estaban en la habitación. Volvió a intentarlo:

—Me refiero que quién te paga.

—Los familiares de los muertos, señor —respondió el escribano, como si fuera la cosa más evidente del mundo.

El capitán notó como el resto de los soldados se envaraban y quedaban totalmente rígidos. Si ese loco quería despertar la furia del procurador lo mejor era intentar pasar lo más desapercibido posible.

—Ya —el procurador soltó aire lentamente. Por un momento consideró olvidarse del fugado y hacerle pagar a ese imbécil el tiempo que le estaba haciendo perder. Probó a bajar a un nivel más básico—. Pero el dinero que te pagan, ¿a quién se lo das?

—A mi esposa, señor —respondió Alonso, sin tener muy claro el cariz que estaba tomando el interrogatorio, ni por qué aquel señor importante, que no dejaba de jugar con su anillo, metía a su esposa en el asunto.

—¿Todo?

—Sí, claro... —de repente el escribano puso los ojos en blanco. Maldita mujer, cómo se le había ocurrido denunciarle. Todo porque le había reñido por estar todo el día en casa de su hermana— ¡No, es verdad! ¡A veces le digo que hay poco trabajo y me gasto una parte en la taberna jugando a las cartas! ¡Pero yo no sabía que estaba mal, señor! ¡Por favor, no me corte la mano, la necesito para trabajar!

El procurador hizo un gesto y Beltrán corrió a interrumpir los grititos del escribano con una bofetada. En efecto, le había ayudado a liberar la tensión. Ahora si pudera tomarse un vino en una taberna del puerto todavía se podría salvar el día.

Había sido necesario, se dijo el procurador para sí, y no creía que una simple bofetada fuera a suponer ningún problema con el obispo. Bien, otra vez desde el principio

—A ver, Alonso, vamos a empezar de nuevo —el escribano asintió entre sollozos—. Tú eres el encargado de tomar nota de los entierros que pasan por la puerta, ¿verdad? —vuelta a asentir—. Y ahora dime, ¿quién te puso ahí?

Hubo un breve momento de silencio, solo interrumpido por el sonar de mocos que realizó el escribano antes de contestar en un susurro.

—Mi padre, señor.

El capitán soltó un suspiro y se giró esperando la orden. Pero para su sorpresa el procurador estaba sonriendo. En su cabeza al fin estaba claro el asunto: era el hijo tonto de algún prohombre puesto ahí para que se ganara el pan. Ahora solo había que tirar del hilo.

—¿Y quién es tu padre, Alonso?

—Era el escribano que tomaba nota de los entierros que pasaban por la puerta antes que yo —y malinterpretando el fruncimiento de ceño de su interrogador añadió corriendo—. Señor.

El escribano miró a su alrededor, inquieto por el silencio que había seguido a su repuesta. El anillo giraba y giraba.

—A él le cedió el sitio su padre. Mi abuelo —apostilló. Pero seguían mirándole sin decir nada, así que, nervioso, decidió ir un poco más lejos en sus explicaciones—. El fue el primero, ¿saben? Hace cincuenta años. El que tuvo la idea de poner la mesa para cobrar a los entierros.

Con cierto alivio comprobó como desaparecía la expresión de enfado de la cara de su captor, sustituida por lo que parecía sorpresa. ¿O era incredulidad?

—¿Me estás diciendo que no trabajas ni para el ayuntamiento, ni para la Iglesia, ni para la madre que  —y aquí siguió una retaíla de juramentos que el escribano recibió sin entender muy bien a qué venía ese súbito paso de hablar de su abuelo a llamar todas esas cosas feas a su madre—...? ¿Que lleváis cincuenta años cobrando por vuestra —nueva colección de insultos— cara a todo entierro que pasa por la puerta?

—Bueno, yo no lo diría así —repuso el escribano, que súbitamente se sentía muy ofendido por la actitud del procurador, que no solo se había metido con su madre sino que se atrevía a dudar de su honradez—. Yo me gano el pan como todo el mundo. ¡Estoy en la puerta antes que nadie y no me voy hasta que la cierran! Y nunca he dejado de apuntar ningún entierro aunque lloviese o hiciera calor. Y la gente...

Pero el procurador no le dejó terminar la frase. Alzándose hizo un gesto hacia el capitán:

—¡Beltrán, llévate a este ladrón de aquí y me lo pones a buen recaudo! ¡Y luego te vas a su casa y me traes todos los papeles que veas! Será hijo de...

Se quedó mirando al escribano hasta que cerraron la puerta tras él. Desde fuera aún pudo escucharlo gritando que él era un trabajador como el que más, y muy honrado, hasta que sus gritos cesaron bruscamente, supuso que por obra y gracia de la palma de la mano de Beltrán. Se dejo caer de nuevo en la silla. Por la ventana veía como se iban apagándose las luces del día. Vaya día perdido, y vaya... Un pinchazo en la mano interrumpió sus pensamientos. Tenía el dedo del anillo en carne viva.




Podríamos decir que este fue el final de una empresa familiar que no pudo llegar a buen puerto por las trabas burocráticas, o que se trató de uno de los primeros ejemplos de externalizar un servicio antes incluso de que el servicio existiera. Lo único cierto es que a la historia aún le quedaba una coda.

Tras tres o cuatro meses en prisión, este emprendedor sevillano puso tierra de por medio, sin duda con el objetivo de exportar su startup a otra ciudad que supiera apreciarla. Pero antes quiso dejar una muestra de su indignación a modo de despedida. Aprovechando un descuido, colgó sobre una de las puertas de la ciudad una pancarta que decía: "Caminante: llegas a la ciudad de la desorganización y el mal gobierno".

Podría aventurarse que la pancarta no duraría mucho tiempo, pero no fue así. Porque cómo iban los guardias a quitar algo de la muralla cuando su función era la de guardar la puerta. A lo mejor hasta podían ofender al verdadero responsable por excederse en sus funciones. Pero ¿quién era el responsable? Porque si las murallas se consideraban parte de la cuidad, entonces debía ser retirada por ayuntamiento. Pero al mismo tiempo las murallas no dejaban de ser una construcción defensiva, por lo que cabía la posibilidad de que se tratase de un asunto militar. O del Alguacil Mayor, que al fin y al cabo era quien guardaba las llaves de las puertas. Aunque en realidad quienes abrían y cerraban las puertas eran los alguaciles del Común. Y eso sin tener en cuenta que el cartel podía considerarse un delito de desacato, en cuyo caso entraba dentro de la jurisdicción del Justicia Real.

Total, que entre unas cosas y otras el mensaje estuvo saludando a todos los que llegaba a la ciudad durante una semana mientras se resolvía el conflicto de competencias. Y todavía habría que agradecer que no acabase convirtiéndose en parte del patrimonio de la ciudad, quien sabe si hasta acabar formando parte de su escudo.

Volviendo la vista atrás uno solo puede agradecer que se tratase de una anécdota de un lejano pasado. Afortunadamente estas cosas ya no pasan hoy en día.

¿Verdad?

Dibujo de la Puerta Osario en el siglo XIX, poco antes de ser demolida, por Bartolomé Tovar.


Puerta Osario hoy en día.

Sunday, October 28, 2012

Kathleen, leyenda irlandesa (con una segunda interpretación)

Una muchacha de Innis-Sark tenía un joven y agradable novio que falleció en un desgraciado accidente, dejándola llena de tristeza.

Un atardecer, mientras lloraba desconsolada a un lado del camino, se acercó a ella una dama completamente vestida de blanco, que le tocó la mejilla diciéndole:

—No llores, Kathleen, tu amado está bien. Mira a través de esta guirnalda de hojas y lo verás. Está en buena compañía, y lleva una corona dorada en la cabeza y un fajín escarlata en la cintura.

Así que Kathleen cogió la guirnalda y miró a través de ella. En efecto, allí estaba su amado en medio de un gran grupo que bailaba sobre una colina. Estaba pálido, pero más bello que nunca, con la corona dorada ciñéndole la cabeza, como si le hubieran hecho príncipe.

—Aquí dijo la dama, tengo una guirnalda mayor. Tómala, y cada vez que quieras ver a tu amado arranca una hoja y quémala. Se levantará una gran humareda y caerás en trance. Mientras estés en él tu amado te llevará a su lado a la colina de las hadas, donde podrás bailar con él toda la noche sobre la hierba. Pero no reces ni te persignes mientras esté brotando el humo o perderás a tu amado para siempre.

Desde ese momento se obró un gran cambio en Kathleen. Dejó de rezar y de asistir a misa, y ya nunca se persignaba. Pero cada noche se encerraba en su cuarto y quemaba una hoja de la guirnalda. Cuando surgía el humo caía en un profundo sopor. En esos momentos, aunque su cuerpo estuviera tendido en la cama, en realidad ella estaba lejos, en la colina de las hadas bailando junto a su amor. Era muy feliz en su nueva vida, y quería saber nada de curas, rezos o misas. En sus viajes ahora también estaban todos sus conocidos que habían muerto, que le daban la bienvenida ofreciéndole vino en pequeñas copas de cristal, pidiéndole que volviese pronto y se quedarse con ellos y su amado para siempre.

La madre de Kathleen era una buena mujer, honrada y piadosa, que se preocupó mucho del cambio de humor de su hija. Sospechando que había sido encantada por las hadas empezó a vigilarla. Una noche en la que Kathleen, como era habitual, se encerró en su cuarto, su madre se acercó sin hacer ruido y espió por una grieta de la puerta. Vio como Kathleen tomaba la guirnalda de su escondite, arrojaba una hoja al fuego y se levantaba una gran humareda, cayendo su hija sobre la cama en un profundo trance.

La mujer no pudo guardar silencio por más tiempo, pues había reconocido la obra del diablo. Cayó de rodillas y rezó en voz alta:

—¡María, madre, aleja los malos espíritus de esta niña!

E irrumpió en la habitación haciendo el signo de la cruz sobre la muchacha dormida, que inmediatamente se incorporó gritando:

—¡Madre! ¡Madre! ¡Los muertos vienen por mí! ¡Están aquí! ¡Están aquí!

Su cuerpo se agitaba con fuertes sacudidas. La pobre madre mandó a buscar al cura, que roció a la joven con agua bendita mientras rezaba por ella. Luego tomó la guirnalda de su lado y la maldijo. Instantáneamente las hierbas se convirtieron en polvo y cayeron al suelo formando un montón de cenizas. En ese instante Kathleen se tranquilizó, y pareció que los espíritus malignos la abandonaban. Pero estaba demasiado débil como para moverse, hablar o rezar. Y esa noche, antes de que el reloj diera las doce, falleció.

FIN

Leyenda de las islas occidentales de irlanda recopilada por Lady Jane Wilde Speranza (1821-1896). Traducción propia. Podéis ver descargar el original en inglés aquí.

Si habéis llegado hasta aquí quizá os estéis preguntando por la segunda interpretación a la que hace referencia el título. Pensad en lo que acabáis de leer: una leyenda de hadas y encantamientos, ¿verdad?

Eso pensé yo la primera vez. Pero tras pensar un poco en ella se me ocurrió otra interpretación de la historia: una joven en plena depresión por la pérdida de su novio se dedica a inhalar el humo de unas hierbas que le hacen tener alucinaciones. Llega un momento en que lo más importante para ella es su viaje de todas las noches y empieza a abandonar sus hábitos normales (no ira a misa en aquella época era algo serio, la gota que colmaba el vaso). Su madre se preocupa el día que la sorprende en un mal viaje y quema su reserva. Por supuesto, y para que la historia sea lo bastante ejemplarizante, la pobre muchacha acaba muriendo.

Esto no deja de ser una interpretación sin ninguna base, pero no me extrañaría que lo que pasó a la historia como una leyenda de espíritus no tuviera también su lado ejemplificador en un primer momento. Un cuentecito para disuadir a las jóvenes de jugar con ciertas hierbas.

Así que ya sabéis, niños y niñas, no aceptéis guirnaldas de desconocidos.

Sunday, October 14, 2012

Descarga el ebook de "El último truco de Loki"

Cuando el dios de la luz Baldr empieza a tener pesadillas con su muerte la preocupación cae sobre Asgard. Hasta que Frigg, esposa de Odín, encuentra la solución perfecta: hacer jurar a toda la creación que no dañará a su hijo. Problema resuelto. O eso pensaban. No contaban con las tretas del dios del engaño Loki, que ponen en marcha una serie de acontecimientos que acabarían decidiendo su propio destino.

Acompañad a los dioses a través de fiestas, crímenes, viajes al infierno, venganzas y situaciones absurdas que acaban llenando de momentos de humor una de las mayores tragedias de la mitología nórdica.

Haz click sobre el icono correspondiente para descargar El último truco de Loki en formato epub o pdf (tamaño adaptado para lectores electrónicos).

El último truco de Loki es una reescritura con notas de humor de una de las leyendas claves de la mitología nórdica. También es un proyecto que desde el primer momento decidió no comportarse como se esperaba de él. Yo tenía desde hace tiempo una imagen en la cabeza procedente una antigua lectura: una fiesta en la que un grupo de dioses borrachos se divertían lanzando todo tipo de objetos y armas a uno de ellos, que no dejaba de reírse e incitarles a continuar.

Mi idea original era contar la historia de esa fiesta y el papel que había jugado en ella el taimado dios Loki. Pero conforme me fui documentando sobre el mito me di cuenta de que la historia de la fiesta quedaba incompleta sin contar el posterior viaje de Herrod al inframundo. Eso significaba hacer una entrada muy larga o partirla en dos, que fue lo que decidí. Y ahí entró en juego el humor (negro) que impregna muchas leyendas nórdicas. Porque cómo iba a contar el viaje de Herrod sin narrar la ceremonia en la que se encontraba mientras el resto de los dioses y como esta derivaba hacia el absurdo. Eso ya hacía tres entradas.

Bueno, una trilogía, eso siempre está de moda, pensé. Iluso. Porque eso significaría dejar fuera de la mayor parte de la narración precisamente el personaje que le había dado título. Mientras escribía (y leía) iba cayendo sin remedio rendido al encanto del dios embaucador. Y así dejó de ser una historia sobre el mito de Baldr para convertirse realmente en la narración de cómo Loki sellaba su destino en un último desafío a los dioses. Lo que iba ser una entrada, que en realidad eran dos pero se convirtieron en tres, acabaron siendo cuatro.

Y cada una más larga que la anterior: conforme escribía iba cogiéndole más cariño a los dioses nórdicos y sus andanzas, lo que se iba traduciendo en más detalles y más oportunidades donde deslizar alguna situación cómica y, como consecuencia, un mayor tiempo de espera entre entrada y entrada. Así surgió la idea de juntarlas todas en un archivo para facilitar su lectura, que podéis descargar en los iconos que están al principio de esta entrada.

Leedlo, disfrutadlo y, si os ha gustado, compartidlo (y dejadme algún comentario).