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Thursday, October 11, 2012

El último truco de Loki IV: El destino de Loki

Fimafeng se permitió un breve momento de descanso, el primero que se tomaba aquella noche, probablemente el primero en toda la semana. El esfuerzo había valido la pena; a su alrededor se desarrollaba la mejor celebración que habían visto nunca los salones de Aegir, dios del mar. Una lástima que no fuera a vivir para verla acabar.

Por supuesto Fimafeng no era en absoluto consciente de la cercanía de su muerte. De haberlo sospechado es posible que hubiera elegido estos últimos momentos para reunirse con sus seres más queridos, quizás recorrer los lugares de su juventud, o más probablemente esconderse debajo de su cama con la luz apagada intentando no hacer ningún ruido. O, tal vez, sabedor de la inmutabilidad de nuestro destino, habría querido esperar a la muerte haciendo justamente lo que le ocupaba en ese momento: rellenar las jarras de los dioses que se divertían a su alrededor mientras se preocupaba de que aquella fuera una fiesta realmente memorable

Eso es algo que nunca sabremos, porque ni él ni ninguno de los invitados eran conscientes de los acontecimientos que, irónicamente, iban precisamente a convertir esa noche en algo imposible de olvidar. Esa ignorancia era la que permitía que Fimafeng fuese de un lado a otro con una sonrisa de suficiencia que, más ironía, tanto estaba contribuyendo a que se acercase su final.

Realmente no le faltaban motivos para estar satisfecho. Era la primera vez que los dioses se reunían tras el funeral de Baldr. Su señor Aegir había pensado que una gran cena podía ser una ayuda para dejar atrás la tristeza por la pérdida del dios de la luz. Parecía estar funcionando, y gran parte del mérito era suyo.

Aegir y sus hijas preparando cerveza,
por C. Hansen (Wikipedia).
Había sido él quien había elegido cuidadosamente tanto la comida como su presentación, por no hablar de los días dedicados a seleccionar las mejores cervezas de la bodega de su señor (lo cual le había proporcionado tangencialmente momentos de gran alegría y grandes dolores de cabeza a la mañana siguiente). Pero de lo que estaba más orgulloso era de su idea de disponer estratégicamente planchas de oro por todo el salón de manera que ocultasen las antorchas al tiempo que reflejaban su luz, bañando la sala en un resplandor dorado. El efecto era ciertamente espectacular, como así le habían hecho saber en un momento u otro de la noche los todos los invitados. Aunque posiblemente sería más exacto decir todos menos uno.

Loki no estaba en absoluto de humor para felicitar a nadie. Mucho menos a esa cucaracha pretenciosa que se paseaba entre los dioses como si fuera uno de ellos. De haber estado ahí Thor haría tiempo que se habría percatado de las señales que advertían de la tormenta y, en nombre de las aventuras que habían corrido juntos, muy probablemente habría sido capaz de desactivarla antes de que fuese demasiado tarde.

Pero Thor se encontraba en esos momentos viajando por Oriente, y el resto de los dioses no eran conscientes del aumento del mal humor de Loki. Simplemente habían dejado de prestarle atención.


Lejos habían quedado sus días de triunfo tras salir indemne del asesinato de Baldr. Días en que había tenido que contenerse para no estallar en carcajadas cada vez que veía a Odín y a todos los demás que se creían tan importantes andar cabizbajos sin ser conscientes de que había sido él el responsable de su desgracia. Aún así no había podio evitar mostrarse más arrogante e hiriente que de costumbre, lo que le había alejado aún más del resto de habitantes de Asgard. Esto estaba teniendo su reflejo más acusado durante la cena en los salones de Aegir, cuando Loki había tenido que sufrir los corteses pero evidentes desplantes del resto de invitados.

Así ocurrió cuando en mitad de una charla con Bragi, dios de la poesía, este aprovechó que Fimafeng pasaba junto a ellos para dejarle de lado con la excusa de felicitar al sirviente por la original decoración. Si Fimafeng hubiera mirado en ese momento a los ojos de Loki probablemente se lo hubiera pensado dos veces antes de hacer la locura que momentos después acabaría costándole la vida (o tal vez no, si nos remitimos al comentario sobre la inevitabilidad del destino que hemos hecho antes).

Este desplante fue la gota que desbordó el mal humor de Loki. Buscando donde desfogar su ira se volvió hacia la pared más cercana y empezó a arrancar las planchas de oro que aquel estúpido sirviente había colocado frente a las teas. El dios del fuego no permitiría que un gusano con ínfulas cubriese las llamas solo para pavonearse en medio de aquella reunión de petrimetres. Las láminas cedían con facilidad desvelando las antorchas que brillaron con más fuerza, respondiendo la ira de su señor. Loki sintió el calor en su rostro. Notó con placer como a su espalda se hacía el silencio. Agarró una nueva plancha consciente de ser el centro de atención. Él les enseñaría que el fuego no puede dejarse de lado. Sonrió antes de dar el tirón, y en ese momento notó como una mano agarraba su brazo.

—Por favor, señor, deténgase —Finafeng había saltado como un resorte al ver como destruían su creación.

Loki giró sobre sí mismo mientras todos los fuegos de la sala doblaban su intensidad. Agarró al infeliz del cuello cortando sus protestas:

—Tú te atreves a darme órdenes, basura infecta. ¡Te atreves a darme órdenes a mí!

El resto de dioses se lanzaron a detenerle, pero cuando llegaron junto a ellos Fimafeng ya no era más que un peso muerto en las manos de Loki. A una orden de Odín varios de los invitados agarraron al dios del fuego y lo sacaron fuera de la sala. Loki no se resistió. Su furia se había calmado y se contentó con lanzar algunos insultos mientras lo arrojaban al exterior. Imbéciles. Que se quedasen con su cena y sus pomposos criados. Lanzando una última maldición se alejó caminando altivo.





La normalidad no tardó en volver al gran salón. Pocos lamentaron la muerte de Fimafeng; al fin y al cabo no era más que un sirviente y Loki no dejaba de ser uno de los suyos.  Más allá del asesinato se le culpaba de haber estropeado la noche cometiendo una gran falta de cortesía  hacia su anfitrión. Se habló de su mal carácter y hubo quien dijo en voz alta lo que muchos pensaban: que al menos el incidente había servido para librarse de él.

Los pocos resquemores que quedaban desaparecieron cuando Aegir los invitó a sentarse y los criados empezaron a traer las grandes bandejas llenas de comida. La llegada de nuevos barriles de la cerveza  levantó gritos de alegría seguidos de varios brindis cada vez más subidos de tono.

Bragi, puesto en pie, improvisó unos versos en los que declaraba el placer de soborear la cerveza que preparaban las hijas de Aegir, sin que quedara totalmente claro si el placer se lo proporcionaba la bebida o las propias hijas. Mientras declamaba movía su jarra a un lado y otro derramando el dorado líquido entre carcajadas generalizadas, de manera que nadie fue consciente de la discusión que se desarrollaba al otro lado de la puerta hasta que esta no se abrió violentamente.

Loki saludó a los aturdidos comensales:

—¿Por qué este silencio? Continuad, por favor —recorrió con sus ojos la mesa de un extremo a otro, sin rehuir ninguna mirada ni mostrar emoción alguna. Luego dijo, sin dirigirse a nadie en concreto, dijo con afectación fingida:

—¿No hay ningún sitio para mí?

La pregunta quedó flotando en el aire en medio de un incómodo silencio.

—Márchate, no eres bienvenido aquí.

El que hablaba era Bragi. Su voz, y el golpe de su jarra contra la mesa, pilló desprevenidos a varios de los invitados que no pudieron evitar dar un respingo. Todos esperaron la reacción de Loki. A pesar de estar solo era uno de los dioses más antiguos y poderosos, y Bragi no pudo evitar notar con cierto temor como sus vecinos de mesa se apartaban ligeramente de él.

Pero Loki, lejos del estallido de furia que todos esperaban, se giró hacia Odín y, sin perder la calma, le increpó:

—Odín, mi hermano de sangre, dime, ¿vas a permitir esto? ¿Dónde quedaron los juramentos de que ninguno bebería si no había un vaso para el otro?

La tensión se desplazó hacia la cabecera de la mesa, donde Odín se sentaba al lado del anfitrión. Su antigua relación era algo de lo que se evitaba hablar, una oscura historia que nadie conocía salvo ellos dos. Miró fijamente a Loki, midiéndolo, intentando averiguar hasta donde sería capaz de llegar. Tras unos instantes eternos, se volvió hacia donde se sentaba uno de sus hijos:

—Vidar, déjale sitio.

El silencio del salón se llenó de exclamaciones de sorpresa y murmullos de disgusto a partes iguales, pero nadie se atrevió a contrariarlo. Loki no dejó pasar la oportunidad y se dirigió pausadamente hacia la mesa con un atisbo de sonrisa. Fingiéndose ajeno al escrutinio al que estaba siendo sometido se sentó junto a Vidar, hizo un gesto pidiendo una jarra de cerveza y se puso tranquilamente a comer.

Poco a poco el resto de los dioses empezaron a imitarle. Loki parecía prestar atención solo al contenido de su plato. El ambiente se distendió y volvieron a surgir carcajadas a un lado y otro de la mesa.

Tan en serio se habían tomado los dioses su intención de ignorar a Loki que fueron pocos los que se percataron cuando se puso en pie.

—Me gustaría proponer un brindis —dijo mientras comprobaba complacido las miradas de inquietud que había provocado su gesto—, por todos los Aesir que hoy honran esta mesa, todos ellos nobles de corazón.

A lo largo de la mesa se oyeron algunos suspiros de alivio. Pero Loki aún no había terminado:

—Todos salvo a Bragi, claro —y alzó su copa mientras dedicaba una amplia sonrisa al dios de la poesía.

Por segunda vez Bragi notó como sus compañeros de mesa se agitaban nerviosos a su lado. Miró a su alrededor buscando alguna muestra de apoyo. Nadie se atrevió a devolverle la mirada, a excepción de un fúnebre Odín, que le hizo un leve gesto para que no aceptase la provocación. Bragi se levantó fingiendo un ánimo conciliador. Loki seguía observándole sin perder la sonrisa.

—Disculpa si antes he sido demasiado brusco —dijo Bragi, nervioso—. No me gustaría echar a perder esta magnífica cena por un malentendido. Deja que te ofrezca un caballo, una espada y un brazalete para reparar mi ofensa —hizo una breve pausa— si es que hubo alguna.

Nadie vio como Bragi se sentaba. La atención estaba de nuevo fija en Loki, en la sonrisa con la que había recibido la oferta y que hizo pensar a algunos que se conformaría con los regalos. Ilusos.

Loki burlándose de Bragi, por W.G. Collingwood (Wikipedia).
—¿Una espada y un caballo? Seguro que estarán en perfecto estado, ya que un cobarde como tú no se habrá atrevido a darles uso.

Todos vieron como Bragi acusaba el golpe, se ruborizaba y apretaba los puños contra la mesa.

—Tienes suerte de que las leyes de la hospitalidad me impidan tratarte como mereces —acertó a decir en un murmullo.

—Sí, son muy oportunas —respondió Loki—, si no te verías obligado a defenderte en lugar de hacerte pasar por un adorno de la mesa.

Bragi abrió y cerró la boca, mirando a su alrededor. Hizo ademán de levantarse cuando una voz le interrumpió:

—¡Basta! —era Iduna, esposa de Bragi, la que había hablado dirigiéndose a su marido—. Te lo suplico en nombre de nuestros hijos, no sigas su juego.

—La dulce Iduna sale en defensa de su marido —la diosa al sentir la mirada de Loki—. Muy noble por su parte, sabiendo que luego no pierde oportunidad de reemplazarlo en el lecho. Incluso con el asesino de su hermano.

—No tengo nada en tu contra Loki —respondió la diosa con un susurro—. Solo te pido que dejes en paz a mi marido.

—¡Eso, déjalos en paz! —intervino una nueva voz en apoyo de la pareja.

—Ah, Gefjun —dijo Loki mirando a la diosa que había hablado—, ¿ahora te has erigido como defensora de los matrimonios? Pensaba que estabas demasiado ocupada seduciendo jovencitos —Gefjun miró a los lados, incómoda—. Dime, qué edad tenía, ¿se afeitaba ya? ¿Es cierto que...

—Ya basta Loki.

A pesar de no haber elevado la voz la orden de Odín llenó la sala ahogando las últimas palabras de Loki. El dios del fuego se volvió hacia él. Los invitados contuvieron el aliento, sintiendo la energía que fluía entre los dos. Loki ya había llegado muy lejos esa noche, pero nadie podía esperar que siguiera adelante desafiando al primero entre los dioses delante de todos.

Pero Loki había pasado el punto de no retorno. Mientras los demás disfrutaban de la comida y bebida él había estado paseando solo, pasando revista a toda las ofensas de las que se sentía víctima, alimentando su rabia. Como el fuego sobre al que representaba, su furia había crecido demasiado para poder ser controlada. Sin apartar la mirada de los amenazadores ojos de Odín respondió:

—¿Crees que puedes gobernarnos como haces con los necios humanos en sus guerras? ¿Dando la victoria a los más cobardes o incapaces solo por satisfacer tus caprichos?

Todas las miradas se centraron en Odín, mientras el aire de la sala se llenaba de tensión. Premiar con la victoria a los más audaces en la batalla era una de las cosas de las que más orgulloso estaba el dios.

—Al menos yo me escondí durante ocho años bajo la tierra convertido en mujer ordeñando vacas —respondió Odín masticando cada palabra.

Loki sonrió, ajeno a la provocación.

—Es curioso que eso lo diga quien no dudó en disfrazarse de mujer para aprender hechicería de las brujas. Dime, ¿es cierto que tuviste mucho éxito entre los hombres?

Odín comenzó a levantarse. Sus ojos echaban chispas. Podía sentirse en el aire la energía que fluía entre ambos dioses. Las vigas de la sala crujieron. Uno de los criados de Aegir sufrió un desvanecimiento. El resto de los dioses observaban sobrecogidos.

Solo Frigg logró juntar la fuerza para detener a su marido y dirigirse a Loki:

—Deja de remover el pasado, pues hay cosas que no deben volver a ser dichas. Vete ahora y olvidemos lo que ha sucedido antes de que se haga más daño.

Pero Loki no había llegado hasta ahí para echarse atrás. Ya nunca podría volver atrás. Ahora les haría pagar sus miradas condescendientes, los susurros a sus espaldas.

 —¿Cosas? ¿Qué cosas? ¿Como aquel viaje de Odín en el que aprovechaste para abrir tu puerta y tus piernas a tus dos hermanos?

Hubo un leve murmullo en la sala mientras que un sorprendido Odín se volvía hacia su esposa, que había palidecido súbitamente. Sin la voluntad de Odín haciendo de contrapeso la presencia de Loki creció hasta ocupar todo el salón.

—¡Maldito seas, padre del lobo! —acertó a susurrar Frigg— Si estuviera aquí mi hijo Baldr no saldrías vivo de esta sala.

Loki rió. Carcajada tras carcajada que helaron la sangre de los presentes. Las antorchas de la sala parecieron avivarse con la risa, volviendo el aire casi irrespirable. El mismo Loki parecía arder haciendo ondular el aire a su alrededor.

—Dime, Frigg, ¿nunca te has preguntado como el inútil de Hödur fue capaz en medio de su ceguera de acertar con su lanza donde los demás habían fallado? ¿Nunca sospechaste cómo podía haber acabado en sus manos un dardo hecho de lo único capaz de matar a su hermano?

Frigg tembló, haciendo esfuerzos por no desplomarse.

—Tú, maldito...

—Sí, ¿quién si no? —Loki volvió a reír—. ¿Quién más en medio de este patético grupo de patanes sería capaz de tramar algo así?

Frigg se volvió hacia su marido, que seguía contemplándola sin decir palabra. Los dos parecían haber envejecido tremendamente en un instante. Algunos dioses salieron en su defensa, pero cada vez que uno se atrevía a encararse con Loki, este hacía bufa de él revelando algún episodio oscuro de su pasado, delatando sus miserias y alimentándose de su vergüenza. Uno tras otro retrocedían ante la voluntad desatada del dios del fuego. Y con cada nuevo dios que humillaba su presencia crecía aún más, asfixiándolos, llenando la sala, reinando por encima de todos, embriagado, en la cumbre de su triunfo.

En ese momento un súbito ondular sacudió el aire, agitando la llama de las antorchas. Loki se giró. Por la puerta recién abierta se colaba el frescor de la noche, aliviando el claustrofóbico ambiente. Parado en el dintel Thor observaba con el semblante tenso, sujetando en su mano su martillo, el temible Mojlnir.

—¡Calla, demonio, si no quieres que te abra la cabeza!

No, no puede ser, ahora no. ¿No se suponía que estabas lejos en Oriente? No podía permitir que le arrebataran su victoria. Le atacó con las mismas armas con las que había vencido a los demás.

—Bravas palabras, amigo mío, lástima que fueras tan valiente cuando te escondiste dentro del guante del gigante Skrymir y...

Pero Thor avanzaba hacia él con paso decidido, insensible al hechizo que se cernía sobre la sala. En su mano Mojlnir se balanceaba amenazadoramente. Loki se preguntó cuánto tiempo había pasado escuchando antes de hacer su gran entrada. Aún estaba vivo, así que no debía haberle oído confesar el asesinato de Baldr. Notó como a su espalda algunos de los dioses empezaban a balbucear acusaciones. Solo quedaba huir mientras tuviera oportunidad. Al menos que fuera con dignidad.

—Aquí ya he dicho todo lo que debía. Me marcho —dijo dirigiéndose a Thor— solo por respeto a ti, el único de aquí que lo merece.

Y, antes de que ninguno de los presentes fuera capaz de reaccionar, cruzó la puerta y desapareció en la noche.

Loki huye ante Thor, por C. Hansen. (Wikipedia).




Había llegado la hora de esconderse. Loki se consideraba a sí mismo el más inteligente de los dioses, y sabía que sus bromas muchas veces no eran bienvenidas, así que hacía tiempo que había preparado un pequeño escondite por si tenía que desaparecer un tiempo. Aunque nunca había pensado que fuera a necesitarlo como residencia permanente.

Se trataba de una cabaña en las montañas, una habitación lo bastante grande como para vivir en ella cómodamente, pero lo suficientemente pequeña como para que no fuera fácil verla si no se la estaba buscando. En cada una de las pareces había una puerta que mantenía siempre abiertas de modo que pudiera dominar todo el panorama a su alrededor.

Si alguien se acercaba tendría tiempo suficiente para ejecutar su plan de escape: huir hasta el cercano río Franang y esconderse entre sus cascadas transformado en salmón. Aunque fueran capaces de seguirle hasta allí, Loki estaba seguro de que no podrían atraparlo mientras se mantuviera dentro del agua.

En realidad estaba casi seguro.

Un día tras otro de reclusión hacen fácil que cualquier pequeño detalle se convierta en un pensamiento recurrente y acabe transformado en una obsesión. En el caso de Loki era un objeto que había visto en casa de Aegir, la red con la que su esposa Ran atrapaba a los ahogados. ¿Podría utilizarse también para atrapar peces? ¿Sería posible esquivarla convertido en salmón? Incapaz de seguir viviendo con la incertidumbre y buscando alguna forma de mantenerse ocupado, Loki decidió fabricando él mismo una red. La llevaría al río, la probaría y aprendería a esquivarla.

Estaba tan absorto en su creación que distrajo un momento su vigilancia. En el peor momento. Cuando alzó la vista vio en la distancia la partida de caza. Al frente iban Thor y Odín. A pesar de su sitación Loki no pudo evitar esbozar una sonrisa: al menos no podría decir que no le tomaban en serio.






—¿Habéis encontrado algo?

—¡No! —se oyó responder a Thor desde el exterior.

Odín volvió a recorrer la habitación sin poder disimular su rabia.

—El demonio se ha escapado —dijo sin dirigirse a nadie en particular.

—No puede estar lejos, el fuego aún está vivo.

Odín se volvió hacia Kvasir que miraba pensativo el hogar.

—Podría estar en cualquier parte —dijo agitando las manos—. Ahora mismo podría estar ahí fuera disfrazado, riéndose en nuestras mismas narices.

Se sentó en la silla que solía ocupar Loki en el centro de la habitación. A su alrededor las cuatro puertas apuntaban cuatro direcciones de huida distintas. El enfado le hizo volver a ponerse en pie.

—Vamos fuera con los demás—dijo—, aquí ya no hay nada que hacer. Maldito demonio, cuando le ponga las manos encima...

Kvasir le interrumpió con un gesto. Si hubiera sido cualquier otro Odín hubiera aprovechado ese gesto tan poco respetuoso para volcar sobre él toda su frustración. Pero había aprendido a respetar los momentos de razonamiento de Kvasir, así que hizo un esfuerzo por contenerse.

Kvasir seguía con la vista fija en el fuego, removiendo la lumbre con un pedazo de madera, como si pretendiera encontrar a Loki entre las brasas. Casi todos los dioses le consideraban el más sabio entre ellos, con la únicas excepciones de Loki y el propio Odín, que aún así no dudaban en reconocerle el segundo lugar por detrás de ellos mismos.

 —Ahí fuera no hay nada —dijo Thor apareciendo a través de una de las puertas—. ¿Qué quieres que hagamos ahora?

Odín lo hizo callar con el mismo gesto que había empleado Kvasir, señalando a continuación hacia el hogar. Thor miró a Kvasir, luego a Odín y quedó en silencio, sin saber muy bien qué se esperaba de él. Al poco empezó a pasar su peso de un pie a otro, incómodo. Volvió a mirar a Odín que repitió el gesto de silencio. Encogiéndose de hombros se puso a contemplar él también el fuego, mandando al siguiente dios que se asomó desde fuera, extrañado ante la falta de sonido desde el interior.

Cuando Kvasir desvió los ojos del hogar a su alrededor había un círculo de dioses silenciosos que se rascaban la cabeza, bostezaban o miraban a los demás intentando adivinar a qué estaban jugando.

—Ya sé dónde está —dijo con una sonrisa en su rostro.




Ajeno a lo que ocurría en el que había sido su escondite, Loki nadaba nerviosamente a lo largo del río Franang. Llevaba casi dos horas en el agua y no había señales de sus perseguidores. ¿Habría logrado engañarlos? Se impulsó fuera del agua, un salmón más en medio de la corriente, buscando más allá de las orillas. Nada. Empezaba a considerar la idea de volver a su forma habitual cuando en un nuevo salto los vió. En ese momento lo desagradable que podía llegar a ser sentir sudores fríos en medio de una corriente helada. Había visto lo que portaban los dioses: entre varios llevaban, reconstruida, su red.

Los cazadores se convirtieron en pescadores, repartiéndose a lo largo de la ribera. Allá donde veían cualquier signo de vida lanzaban sus lanzas, y si lograba escapar llamaban a los que habían quedado en reserva con la red, cuya forma y objetivo había deducido Kvasir a partir de los restos que aún quedaban en el fuego. Loki intentó ocultarse entre las rocas del fondo del arroyo, pero sus claras aguas acabaron delatándole. Para él fue fácil esquivar los torpes intentos del primero de sus perseguidores, pero este llamó pidiendo ayuda y pronto la red rompió la superficie del agua, buscándolo. Pronto fue evidente que el invento no funcionaba tan bien si el pez contaba con cierta inteligencia. Cada vez que recogían la red Loki se escabullía entre las piedras del fondo y el aparejo acababa deslizándose por encima suya.

Tras varios intentos infructuosos Kvasir perfeccionó el invento añadiéndole unas cuantas piedras en el borde para impedir a Loki deslizarse por debajo. Entonces empezó a hacerlo por encima: cada vez que recogían la red Loki aprovechaba su habilidad como salmón para saltar y pasaba por encima de ella. Y tras cada intento falllido aprovechaba para nadar unos metros hacia la desembocadura. Aunque tenía que deternerse a menudo para esconderse de las lanzas que le arrojaban sus perseguidores, pronto resultó evidente que si no hacían algo pronto acabaría llegando al mar y quedaría fuera de su alcance.

Odín convocó a Thor y Kvasir mientras ordenaba al resto que siguiesen ostigando a Loki. Este no podía descuidarse un solo instante para no quedar ensartado, pero por primera vez desde que vio llegar a sus perseguidores empezó a sentirse optimista. Finalmente la red no había resultado un adversario tan terrible y en sus sentidos de pez empezaba a notar la proximidad del agua salada.

Entonces los vio llegar: agrupados en ambas orillas los dioses sujetaban la red formando una muralla que le separaba del mar y que se acercaba paso a paso. Idiotas. Si eso era lo mejor que se les ocurría entonces eran aún más inútiles de lo que pensaba. Tensando sus músculos de pez aceleró hacia la red y, justo antes de estrellarse contra ella, cambió su trayectoria hacia arriba para franquearla con un limpio salto.

Siendo en ese momento atrapado por Thor, que había estado agazapado expectante al otro lado de la red. Loki se agitó, sacudió y forcejeó, pero fue incapaz de liberarse de las manos del dios. Tan fuerte lo sujetó Thor que desde ese día el cuerpo de todos los salmones tiene un marcado estrechamiento justo antes del nacimiento de la cola.

Finalmente, perdida la esperanza, Loki abandonó su disfraz para enfrentarse a su destino.




Poco, y nada agradable, es lo que queda de esta historia. Los dioses volcaron su rabia sobre Loki con la excusa de vengar el asesinato de Baldr, pero la verdadera razón de su ensañamiento fueron las revelaciones que había vertido durante su breve momento de triunfo en la cena de Aegir. Aunque habían querido minimizar el valor de sus palabras atribuyéndolas a la mala fe del dios, lo cierto es que esa noche Loki había deslizado en sus oídos un veneno que emponzoñó Asgard.

Es imposible saber cuántas de las peleas domésticas, o de las miradas de desconfianza entre antiguos amigos ocurridas los días siguientes se debieron a las bajezas desveladas por Loki. Pero fue a él a quien se le atribuyó la causa de cada insulto, cada gesto de desprecio, cada malentendido. Pronto capturarlo se convirtió en el objetivo más importante, con la secreta esperanza de que su castigo sirviera para exhorcizar los demonios que había creado.

La partida de caza llevó a Loki a una profunda gruta, donde esperaban el resto de dioses que querían ser testigos de su sufrimiento. Allí tenían retenidos a los dos hijos que Loki había tenido con su esposa Sigyn. Ante la mirada de su padre los dioses convirtieron a uno de ellos en lobo y lo lanzaron sobre su indefenso hermano. Luego se inclinaron sobre el cadáver desgarrado y tomaron sus intestinos, que usaron para amarrar a Loki sobre unas rocas puntiagudas, convirtiéndolos después en cadenas de hierro.

A continuación se separó del grupo la diosa del invierno, Skadi, que traía con ella una serpiente como las que se usan en el Helheim para martirizar las almas de los traidores y asesinos. Tras maldecir a Loki la colocó sobre él, asegurándose de que el veneno que rebosaba de su boca callese sobre la cabeza del dios. Tras ello volvió con los demás a contemplar como se agitaba y bramaba de dolor al recibir las primeras gotas.

A medida que consideraban satisfecha su ansia de venganza los dioses fueron abandonando la gruta, dejando a sus espaldas los gritos del dios del fuego. Cuando se marchó el último hacía tiempo que Loki ya no era consciente de nada más que del dolor que causaba el ácido al caer sobre su rostro.

Y, de repente, el castigo cesó.

Loki y Sigyn, por Marten Eskil Winge (Wikipedia)
Lentamente Loki abrió los ojos, temiendo que no fuera sino una pausa antes de comenzar una nueva tortura. Alzado junto a él, el rostro contraído por el llanto, estaba Sigyn. Había esperado escondida entre las sombras, contemplando el asesinato de su hijo y la tortura de su esposo, hasta que la cueva quedó vacía. Incapaz de liberarlo había decidido quedarse junto a él por el resto de sus días, dedicada a aliviar su dolor. En sus manos sostenía un cuenco con el que recogía las gotas de veneno. En medio de su dolor Loki le sonrió.

Allí siguen, solos, bajo tierra, mientras en la superficie pasan las estaciones. Cada cierto tiempo el veneno rebosa el cuenco que sujeta Sigyn y debe apartarlo para vaciarlo, sin poder evitar que algunas gotas caiga sobre la cabeza de su esposo. El dolor entonces es tan grande que Loki se agita forzando sus cadenas, sacudiéndose con tal fuerza que la tierra entera tiembla, causando terremotos.

Y con cada día que pasa Loki va destilando su resentimiento, esperando. Pues está escrito que un día logrará romper sus cadenas y se alzará para guiar contra los dioses un ejército reclutado entre los gigantes y los héroes condenados al Helheim. Así dará inicio al Ragnarök, la confrontación final que dará fin al mundo tal y como hoy lo conocemos.

Pero eso es una leyenda distinta que se contará en su momento.

Friday, August 24, 2012

El último truco de Loki III: Viaje al inframundo

— ¿En qué momento se me ocurrió meterme en esto?

El espectro que le servía de guía se giró:

— ¿Decía algo el señor?

— Nada, no importa —respondió Hermod antes de volver a sumirse en sus pensamientos.

Claro que recordaba el momento en que se le ocurrió meterse en esto. Había sido justo después de que su madre Frigg se dirigiese a ellos sobre el cadáver de Baldr y pidiese un voluntario para traerlo de vuelta del inframundo. De entre todos los dioses él había sido el único que había reunido el valor, o la estupidez, suficiente como para presentarse voluntario. Por supuesto que el generoso número de cervezas que había estado tomando antes del asesinato tenía algo que ver con su ofrecimiento, pero también los otros dioses habían bebido abundantemente durante la fiesta y no por eso habían dado un paso al frente. También podría echarle la culpa al cariño que sentía por su madre o su hermano asesinado, pero tampoco era la verdadera razón. Lo que le había decidido a dar un paso adelante no era el alcohol o la familia, sino el deseo de ser tomado en cuenta.

Todos los demás dioses habían corrido grandes aventuras que contar en la mesa, heroicas búsquedas que los hombres narraban frente a sus hogares. Mientras que él, Hermod el ligero, solo era mencionado de pasada, llevando algún mensaje de los dioses. Él también quería tener su saga y si era necesario cabalgaría hasta el infierno helado de Helheim y arrancaría el alma de Baldr de las manos de la mismísima Hel en una gesta que los skalds cantarían en todos los salones de Midgard. O al menos esa era la teoría.

Su ardor guerrero empezó a enfriarse un par de noches después de salir de Asgard. Realmente es difícil no enfriarse cuando se recorren estepas heladas en las que el sol no es más que un tímido rayo que se asoma unos minutos para marcar la diferencia entre una noche y la siguiente. A su alrededor sólo había nieve y hielo. Y muertos, claro.

Al principio no fue consciente de ellos mas que como un movimiento en el rabillo del ojo o una sombra algo más oscura alrededor del fuego. Pero conforme se acercaba al Helheim fueron haciéndose cada vez más visibles. Solos o en grupos formados por el camino, algunos cargando sacos con las pertenencias que sus allegados habían juntado para que les acompañasen al más allá, otros llevando solo los zapatos de Hel, el resistente calzado que los vikingos dejaban a sus muertos para el largo camino que les esperaba.

De vez en cuando Sleipnir, el caballo de ocho patas que Odín le había prestado para su búsqueda, adelantaba la comitiva de un guerrero que había sido quemado junto con su caballo y algún esclavo que cargaba con sus armas. Pues Helheim no era solo el hogar eterno de mujeres, niños, ancianos o enfermos (los llamados muertos de paja por haber fallecido en su jergón), sino que también acogía a los guerreros a los que se había prohibido la entrada en el Valhalla por crímenes o traiciones contra los suyos. Incluso una vez Hermod adelantó un barco cargado de presentes en cuya proa un ceñudo guerrero intentaba atisbar su destino.

Por fin, después de nueve noches, Hermod llegó a la orilla del río Gjöll que marcaba la frontera del reino de los muertos. A su alrededor los espíritus eran ya un torrente de cuerpos silenciosos y caras sin expresión. Conforme cruzaba el puente forrado de oro de Gjallarbrú fue consciente de una gigantesca figura en la orilla opuesta que vigilaba la llegada de los espectros.

Se trataba de Mödgud, una de las criaturas de Hel, encargada de guardar la entrada a su reino. Tal vez en algún lejano pasado había sido una criatura de carne y hueso, pero si había sido así lo primero había acabado consumiéndose dejando solo lo segundo. Hermod se percató de que la giganta lo miraba fijamente (tan fijamente como se pueden mirar unas órbitas vacías. Lo cual, según descubrió Hermod, puede ser bastante) y que empezaba a abrirse paso desplazando muertos a un lado y a otro hasta colocarse frente a él.

Preguntándose, quizás por primera pero definitivamente no por última vez, en qué estaba pensando cuando se ofreció para el viaje, Hermod se irguió sobre su caballo, intentando presentar una imagen lo más altiva posible, y exclamó:

— ¡Criatura! ¡Soy Hermod, el rápido, hijo de Odín y de Frigg, mensajero de los dioses, morador de…

— Ummmm —le interrumpió la giganta—. Estáis vivo.

— Sí, eso es obvio —dijo Hermod molesto mientras era consciente de que a su alrededor los muertos habían interrumpido su marcha para contemplarlos con miles ojos inexpresivos—. Soy Hermod, hijo de Odín y Frigg, mensajero de los…

— Eso ya lo habéis dicho —volvió a interrumpir Mödgud—. Pero estáis vivo —insistió ladeando la cabeza como si estuviera intentando buscar alguna terrible herida o marca de enfermedad que estuviera oculta a simple vista. La giganta se llevó su huesuda mano a la barbilla en un gesto pensativo, y sin duda habría arrugado el ceño de haber tenido alguno.

— ¿Estáis seguro de que es aquí a dónde venís? Quizás os habéis perdido, el paisaje es muy monótono por esta zona y es difícil orientarse.

— Sí. Quiero decir, no —se corrigió Hermod, consciente ya de que su presentación había sido arruinada definitivamente—. No me he perdido, y sí, vengo aquí. ¿Hay algún problema con eso?

— En absoluto señor. Pero veréis, aquí tenemos unos criterios de admisión un tanto —el esqueleto dudó buscando la palabra adecuada— estrictos, y me temo que de momento no los cumplís. Pero no os preocupéis, normalmente suele ser cuestión de tiempo.

Hermod sintió un escalofrío ante la sugerencia de la giganta. Fue consciente como a su alrededor los muertos empezaban a perder el interés en él y se ponían de nuevo en marcha. No era una buena forma de comenzar su saga, aunque confiaba en que los skalds se saltaran esta parte cuando la relatasen.

— En realidad no vengo a quedarme —dijo lentamente, dejando que la información fluyese dentro del expuesto cráneo de Mödgud—. He venido en busca de mi hermano Baldr, el dios de la luz. Me ha mandado nuestro padre Odín para que hablase con vuestra ama Hel.

— Ah, sí, Baldr —el gran esqueleto volvió a acariciarse la barbilla—. Lo vi pasar hace unos días en un barco enorme lleno de tesoros. Realmente parecía increíble que pudiese moverse de lo cargado que estaba.

Hermod esperó un momento, incómodo por el silencio que siguió a las palabras de la giganta.

— ¿Entonces —se decidió a preguntar al fin— puedo pasar?

— ¿Lleváis comida?

Ah, suspiró aliviado Hermod, entonces todo se reduce a esto.

— Sí, llevo varios manjares en mi zurrón, y si me permitís el paso estaré encantado de compartirlos con vos como muestra de mi aprecio por vuestro trabajo.

Mödgud se quedó inmóvil sin apartar sus órbitas vacías de Hermod, cuya incomodidad solo se veía aliviada al percatarse de que los muertos habían perdido definitivamente el interés en él. Estaba empezando a plantearse arrojar la comida a los pies del esqueleto y seguir su camino cuando la giganta pareció volver a la vida (Hermod no pudo evitar darse cuenta de lo inapropiado de la comparación) para decirle mientras meneaba la cabeza:

— No son para mí, son para el perro.

— Sí, claro —en ese momento Hermod ya tenía claro que debía quedar muy poco cerebro sin pudrir dentro de aquella calavera—, para el perro —en cualquier caso Hermod no pensaba quedarse allí a discutir con ella. Hizo que Sleipnir diera unos pasos hacia la giganta y extendió los brazos ofrenciéndole algunas de sus provisiones.

Mödgud miró las viandas unos segundos antes de dirigirse de nuevo a Hermod:

— No son para mí, señor —dijo utilizando un tono parecido al que suele emplearse cuando se quiere explicar a un niño pequeño algo demasiado complicado para él (si es que algún niño fuera capaz de aguantar una explicación de un esqueleto de más de tres metros sin echarse a llorar o salir corriendo a toda la velocidad que permitiesen sus cortas piernas)—. Veréis, señor, no sé si os habéis percatado, pero soy un esqueleto. No puedo comer. Bueno, no exactamente. Puedo, pero luego queda todo esparcido por el suelo y paso varios días con moscas revoloteando por mis costillas, lo cual es bastante molesto. Como os decía es para el perro.

Y diciendo esto Mödgud se apartó a un lado, mientras Hermod la miraba con las manos extendidas sosteniendo la comida sin entender nada. Pero la oportunidad de dejar atrás a la giganta era demasiado buena como para desaprovecharla intentando encontrarle sentido a la situación. Mientras dejaba atrás al esqueleto se planteó si el resto de los dioses también pasaban por circunstancias parecidas en sus aventuras pero decidían olvidarse oportunamente de ellas al contarlas de vuelta a casa.

Perdido en sus pensamientos Hermod no fue consciente de como la riada de espíritus aminoraba poco a poco su paso al pasar frente a una gruta hasta no llegar casi a su altura. Entonces lo recordó.

Por supuesto. El perro. Garmr.

Garmr era el gigantesco perro que guardaba la puerta del Helheim. Los muertos, para evitar ser atacados por la criatura, eran enterrados junto con un pastel de Hel como ofrenda para la bestia.

Ese día Garmr estaba más irritable de lo normal, como habían notado algunos muertos que se habían acercado demasiado al arrojarle la comida y ahora tendrían que pasar el resto de la eternidad con un dedo o dos menos. Había algo extraño en el aire, un olor diferente, que le traía recuerdos de mucho tiempo atrás. Y se hacía más fuerte.

Hermod esperaba su turno para pasar mientras veía a la bestia mover la cabeza a un lado y a otro olisqueando. Bajó la vista hacia su zurrón en busca de algo que sirviese de ofrenda. Cuando levantó la cabeza Garmr estaba mirándolo fijamente.

Tragó saliva. O lo hubiera hecho si su boca no se hubiera quedado seca de repente. Garmr no solo no le quitaba ojo, sino que además había empezado a andar hacia él, abriéndose camino entre los muertos que seguían arrojando comida a su paso.

Garmr al fin había notado la procedencia del olor. Venía de aquella figura montada. No, se corrigió mientras se aproximaba para oler mejor, la fragancia partía de los dos, jinete y montura. ¿Qué era? Estaba ahí, lo tenía en la punta de su descomunal lengua.

Ya había apenas un metro de distancia entre él y la bestia y Hermod había lo posible por mantener su pose mientras notaba el nerviosismo de Sleipnir. Cualquier otro caballo menos acostumbrado a tratar con todo tipo de criaturas ya habría salido huyendo. El mismo Hermod empezaba a plantearse la posibilidad, dudando de si los espíritus a su alrededor serían lo bastante sólidos como para permitirle salir a la carrera antes de que el perro cayese sobre ellos. Por si acaso le arrojó la comida que había preparado para él.

Absorto como estaba escarbando en su memoria Garmr apenas se percató de la ofrenda. Sin pensarlo sacó la lengua para atrapar un par de trozos mientras se acercaba para apreciar mejor el olor. Pero lo único que vio el dios fue a la enorme bestia relamiéndose mientras se acercaba. En ese momento Hermod fue súbitamente consciente de que quizás ser un dios de segunda fila no fuera algo tan malo, y que el puesto de mensajero de los dioses era muy importante para que el universo siguiera funcionando correctamente.

Hermod puso la mano sobre el pomo de su espada. Había decidido que este sitio no le gustaba. Nada. Y que no pensaba pasar allí la eternidad. Así que si había que morir sería con un arma en la mano ganándose un sitio en Walhalla. Por un momento se preguntó si las Walkirias haría recogidas tan lejos. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello, porque Garmr se había puesto rígido y lo miraba con fijeza. Poco a poco empezó a desenvainar su arma mientras esperaba el mordisco mortal.

¡Claro! ¡Eso era! ¡A lo que olía el extraño y su caballo era a vivo! Hacía tanto tiempo que no olía algo así… Contento tras haber resuelto el enigma, Garmr le dedicó a Hermod una gran sonrisa que heló la sangre en las venas al dios y se volvió a su cueva moviendo la cola.

Hermod todavía estaba recuperándose de la visión de los tremendos dientes de Garmr a un metro de su cara cuando llegó a la verja que marcaba el inicio del reino de Hel. Allí le esperaba uno de los sirvientes de la diosa.

— ¡Salve Hermod, el rápido, hijo de Odín y de Frigg, mensajero de…!

— ¿No tendríais un poco de agua para darme? —le interrumpió Hermod que definitivamente había renunciado protagonizar un saga y ahora solo estaba preocupado en comprobar si alguna vez volvería a tener saliva.

— Ummm, claro, señor, si tenéis la bondad de seguirme.

El dios no llegó a ser consciente de la mirada de desaprobación del espíritu tremendamente molesto ante tamaña falta de protocolo. Mientras le seguía hacia el interior del inframundo, Hermod solo podía pensar en qué momento se le habría ocurrido presentarse voluntario para esta misión. Bueno, en eso y en que la historia necesitaría unos pequeños cambios antes de contarla a su vuelta a Asgard (como así fue, de manera que la leyenda que ha llegado hasta nuestros días se trata en realidad de una versión edulcorada que omite los pasajes más comprometidos. El como llegó a mis manos el verdadero relato de los hecho es en sí mismo una interesante historia, pero que, por cuestiones de espacio, habremos de dejar para otra ocasión).




El espectro mandó que se hicieran cargo de su montura atravesar la verja de hierro que daba entrada al reino de Hel. Allí el torrente de muertos se dividía en dos, uno bastante más pequeño en el que iban la mayoría de los hombres con aspecto de guerreros. Acompañaron a este grupo durante un trecho, hasta que su guía lo hizo tomar otro camino dejándolos atrás.

— ¿Por qué ellos siguen un camino distinto? —preguntó Hermod.

— Son los asesinos, traidores y demás escoria que, aunque muera con un arma en la mano, no es merecedora del Valhalla —le respondió su guía.

— ¿Y a dónde van?

— Pues, si tienen suerte, acabarán en el gran caldero Hwergelmir, donde la gran serpiente Nidhug los devorará una y otra vez hasta el fin de los tiempos.

Hermod no estaba seguro de haber escuchado bien.

— ¿Si tienen suerte?

— Sí, al menos allí tendrán un rato de descanso mientras se regeneran, y Nidhug solo puede devorar a un pequeño número a la vez —a Hermod no le gustó el tono que adoptó el espectro, pero estaba demasiado interesado en la explicación como para interrumpirlo—. Los demás van un gran salón de cuyo techo cuelgan millares de serpientes que dejan caer su veneno día y noche sobre las almas cautivas.

No estaba muy seguro de si era debido a la sugestión, pero a Hermod le pareció escuchar a lo lejos los gritos de los condenados mientras el ácido caía sobre ellos. Nunca se había considerado una mala persona, pero en ese momento tomó la determinación de empezar a tratar mejor a sus semejantes.

— Debe ser una vida terrible —pensó en voz alta.

— Bueno, técnicamente tal vez la palabra vida no sea la más adecuada, pero es sólo para aquellos que lo han merecido. El resto podemos considerarnos en general bien tratados. Hel es amable con nosotros y nunca nos falta comida ni refugio. De hecho —continuó el espectro—, hay para quien esto supone una mejora con respecto a la vida que llevaba antes, salvo algún pequeño detalle sin importancia.

— ¿Cómo cuál?

— Principalmente el aburrimiento.

Y dicho esto el espectro cayó en un silencio que no rompió hasta que al final del camino se detuvieron frente a la puerta de un gran edificio.

— Hemos llegado —anunció. Y sin esperar respuesta alguna se giró y volvió por el camino por donde habían llegado.

Hermod miró un momento como se alejaba, tomó aliento y abrió la puerta. Frente a él había un gran salón decorado para una fiesta. En el centro había una gran mesa rodeada de multitud de sillas, todas vacías salvo un par en el otro extremo de la sala. En una de ellas reconoció a su hermano Baldr.

Baldr, Nanna y Hermod
(y Sleipnir, aunque con cuatro piernas de menos).
Fuente: Wikipedia.
Cruzó la habitación a paso vivo, que se convirtió en una carrera, mientras lo llamaba entre risas. No sabía muy como lo recibiría el dios de la luz. Alegría, posiblemente, extrañeza por verlo allí. Tal vez le preguntaría cómo había llegado ahí y planearían juntos su fuga del lugar. En su lugar lo único que recibió fue una sonrisa fría y un

— Hola Hermod.

Hermod se detuvo, los brazos abiertos. ¿Acaso estaba Hel jugando con él? ¿Podía ser esa criatura sin expresión de verdad Baldr? Era su rostro, sí, pero ¿dónde estaba la luz que siempre había emanado del dios? ¿Dónde su eterna sonrisa? Miró a su lado y vio que la otra silla estaba ocupada por su esposa, la hermosa Nanna. ¿Qué estaba haciendo ella allí?

Comprendió. De repente se sintió solo, muy solo, a cientos de kilómetros de su hogar, rodeado de muertos.

— Siento que estés aquí —dijo aquella criatura que una vez había sido su hermano.

— ¿Qué? No, yo no estoy… —se detuvo incapaz de encontrar las palabras adecuadas—. Madre me ha enviado para sacarte de aquí.

— ¿Salir de aquí? No, hermano —Hermod pensó en las pocas veces que Baldr se había dirigido a él mencionando su parentesco—, mi tiempo ha pasado. Ahora mi sitio es este.

Hubo un breve silencio antes de que Baldr volviese a hablar:

— Pero si de verdad puedes hacerlo llévate a Nanna. Ella no debería estar aquí. No es sitio para ella.

La diosa abrazó a su esposo.

— Mi sitio está a tu lado. No podría vivir de otra forma —dijo enterrando su cabeza en su pecho.

Baldr rodeó a su esposa con el brazo, acunándola. El dios le besó el pelo y durante ese breve instante Hermod reconoció de nuevo a su hermano frente a él. Dio un paso al frente posando la mano en su hombro y susurró:

— Haré todo lo posible por sacaros de aquí. A los dos. Os lo prometo.

Y empezó a llorar.




Hermod ante Hel.
Fuente: Wikipedia.
La entrevista con Hel fue mejor de lo que había imaginado. Claramente la diosa ya sabía cuál iba a ser su petición y tenía preparada su respuesta. Sí, dejaría marchar a Baldr, y también a Nanna. Pero, como debía comprender, algo así no podía hacerse a la ligera. ¿Qué ocurriría si se daba la impresión de que la muerte ya no era necesariamente el final del camino?

Así que los liberaría pero con una condición inamovible: toda la creación debía pedir su vuelta con sus lágrimas. Bastaría con que un solo objeto o criatura no se uniese al llanto para que las puertas del Helheim se cerrasen para siempre para Baldr y Nanna.

Hermod agradeció a Hel la oportunidad que les daba y se despidió con cierto alivio. Aunque la condición parecía difícil, estaba seguro de que toda la creación amaba al dios de la luz y haría lo que fuese necesario por traerlo de vuelta. Además agradecía dejar atrás a la diosa: el cuerpo de Hel estaba dividido en dos mitades, una de ellas era una hermosa mujer, pero la otra tenía la forma de un cadáver de varios días. Durante toda la breve entrevista Hermod había estado sudando incómodo ante el constante escrutinio al que le había sometido aquel ojo sin vida. Y no resultaba un alivio pensar que peor hubiera sido tener que vérselas con alguno de sus monstruosos hermanos, nacidos como ella de la unión de Loki con la giganta Angurboda: el gran lobo Fenris o la gigantesca serpiente Jörmungander Afortunadamente cuando Odín había dado a Hel el mando sobre el inframundo había desterrado también a sus hermanos a los abismos de la creación, de donde según la profecía solo volverían para unirse a los enemigos de los dioses en la última gran batalla, el Ragnarok, que marcaría el fin del mundo tal y como se conocía hasta entonces.

Preguntándose si el hecho de estar en el infierno estaría provocando sus pensamientos sobre el fin del mundo, Hermod se despidió de Baldr y Nanna entre lágrimas y promesas de volver a verse, y partió de vuelta a Asgard.

En cuanto Frigg escuchó las condiciones de Hel comenzó a mandar heraldos a todos los rincones del mundo. A su paso el mundo se llenaba de sollozos mientras los enviados de Frigg transmitían la noticia a elfos, enanos, dioses, hombres, así como a cada animal, árbol, piedra y a todo objeto por insignificante que fuese. Pronto toda la creación se llenó de lágrimas. Incluso las mesas, herramientas, sillas se unieron al llanto, lo cual hubiera resultado ciertamente incómodo de no haber estado todo el mundo concentrado en sus propios sollozos. Incluso caminar se volvió algo peligroso cuando los caminos se cubrieron también de la humedad que soltaban la tierra y las piedras.

Un grupo de mensajeros volvía cansado pero satisfecho de su misión cuando pasaron frente a una caverna. No sabían de nadie que habitase allí, pero no podía arriesgarse a dejar sin avisar a una sola criatura, así que decidieron explorarla. En su interior descubrieron al gigante Thock, que soltó una enorme carcajada al escuchar su mensaje.

— ¿Baldr? ¿Quién es ese y qué ha hecho para que yo llore por él? Por mí puede quedárselo Hel.

Los mensajeros no podía creer lo que estaban escuchando, ¿podía existir alguien que no conociese y amase a quien representaba todo lo bueno de la creación? Pero su insistencia solo logró enfadar al gigante hasta que se vieron obligados a marcharse con el corazón por los suelos.

Las lágrimas por su fracaso se unieron a la del resto de la creación que suplicaba la vuelta del dios. Pero era inútil. En su palacio del inframundo Hel notó la ausencia en el llanto general y cerró para siempre las puertas al retorno de Baldr.

Grande fue el dolor de todas las criaturas al conocer la noticia, y por encima del de todas ellas el de Frigg, que veía escapar la esperanza de recuperar a su hijo. Solo abandonó su duelo por un instante para ordenar que trajeran antes sí a Thock. En vano. La cueva estaba vacía cuando fueron a prenderle, y nadie fue capaz de encontrar su rastro. Hubo quien afirmó que al llegar a la guarida del gigante se habían visto merodeando por allí a Loki, e incluso hubo quien se atrevió a insinuar si el gigante no sería en realidad uno de los múltiples disfraces del dios del engaño. Pero las habladurías murieron tan pronto como empezaron dejando tras ellas solo el dolor y la pérdida.

Poco a poco los dioses volvieron a sus ocupaciones habituales y el mundo fue acostumbrándose a vivir sin la luz de Baldr. Pero en medio del luto general una criatura ocultaba una sonrisa tras un falso rostro de dolor. Se trataba de Loki, el asesino de Baldr, que saboreaba en silencio un triunfo que solo empeñaba el no poder presumir de él ante nadie.

¿Lograría salirse con la suya el taimado Loki? Para eso tendréis que esperar a la última parte de la saga, donde encontraréis más muertes, magia, venganzas, persecuciones, y conoceréis el destino final del dios del fuego y el engaño.

Fin de la tercera parte. 

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Monday, July 9, 2012

El último truco de Loki II: Un funeral accidentado

En la anterior entrada habíamos dejado a los dioses rodeando incrédulos el cadáver de Baldr, dios de la luz, de lo bueno, lo puro y lo justo. Los dioses culpaban de su muerte a su hermano Hodur, el oscuro, pero lo que ni siquiera Hodur sabía era que detrás del asesinato estaba la mano de Loki, dios del fuego, de los trucos y el engaño, que había logrado escapar sin despertar ninguna sospecha.


Los dioses aún estaban asimilando lo que acababa de ocurrir cuando apareció en la sala una destrozada Frigg. La diosa se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su hijo y durante unos instantes en la concurrida sala solo se escucharon sus sollozos.

Entonces Frigg se apoyó en el brazo de su esposo Odín y se volvió hacia el resto de los dioses:

—¿Quién de vosotros, que os llamabais amigos de mi hijo, quién se atreverá a bajar al Helheim a pedir a la diosa de los muertos su precio por dejarle volver entre nosotros?

Los dioses se miraron entre ellos incómodos. Una cosa es estar dispuesto a cederle a un amigo tu mejor escudo para su vida posterior, y otra muy distinta visitar el frío infierno donde penan las almas de aquellos que, por no haber muerto en combate, no tenían derecho a sentarse en el Valhalla.

—¿Nadie? —insistió Frigg—. ¿No hay nadie con el valor para devolverme a mi hijo y ganarse nuestro eterno agradecimiento?

Finalmente fue Hermod, otro de los hijos de Odín y Frigg, quien dio un paso al frente, para alivio del resto de los dioses. Un momento después se encontraba montado en Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, dispuesto a iniciar su viaje. Mientras, el resto de dioses empezaba a preparar el funeral del Baldr.

Las últimas palabras de Odin a Baldr,
por W.G. Collingwood (Wikipedia).
Llevaron a tierra a Hringhorni, el barco de Baldr, el más grande en surcar nunca el mar, y dispusieron sobre él la pira funeraria, colocando alrededor sus armas, su caballo y otros enseres que le serían de utilidad en su nueva vida. Luego los dioses y muchas otras criaturas que habían amado al dios de la luz pasaron junto a la pira depositando regalos. El último fue su padre Odín, que dejó el famoso anillo mágico Draupnir, que si bien no servía para dominarlos a todos, sí que se dividía en ocho copias idénticas cada nueve noches. Antes de retirarse Odín susurró al oído de su hijo algo que nadie fue capaz de escuchar.

Una vez que todos hubieron presentado sus respetos a Baldr, llegó el turno de despedirse a su esposa Nanna. Pero el pesar de ver por última vez a su amado fue demasiado para el corazón de la diosa, que se desplomó sin vida y fue colocada junto a Baldr para acompañarlo en su último viaje.

La muerte de la bella Nanna terminó de enfriar el ánimo de los numerosos asistentes al funeral. En medio de un ominoso silencio los presentes se dispusieron a empujar el barco sobre el camino de troncos que le llevaría al mar. Una vez allí Thor sería el encargado de bendecir la pira con su martillo Mjöllnir antes de prenderle fuego.

Y aquí empezaron los problemas.

Creo que ya he mencionado antes el tamaño de Hringhorni, el barco de Baldr. Si a esto le unimos la pira funeraria, las pertenencias del dios, su caballo y los regalos, el resultado es algo que resultaba bastante difícil de mover, por muchos troncos que se hubieran dispuesto debajo.

Poco a poco la popa del Hringhorni se fue llenando de animosos voluntarios dispuestos a echar una mano, pero sin conseguir mover el barco ni un centímetro. Todo ello mientras Thor, que había compuesto una digna pose mientras esperaba su turno en la ceremonia, les lanzaba miradas cada vez más hirientes. Los que lo conocían empezaron a reconocer los síntomas de uno de sus famosos enfados. Algunos, intentando evitar el estallido del dios, fueron corriendo al barco a ayudar, lo que no hizo más que añadir mayor confusión a lo que ya empezaba a ser un verdadero caos.

El barco fúnebre se había convertido en un hervidero donde todo tipo de criaturas se afanaba en buscar un resquicio donde apoyar la espalda, el hombro o al menos unos cuantos dedos, mientras que los primeros en llegar se quejaban de los empujones de los demás.

Esto fue más de lo que podía soportar la exhigua paciencia de Thor. Refunfuñando se acercó dispuesto a poner orden ayudado de su martillo. No cabe duda de que ese día habría acabado con alguna pira funeraria de más de no haber anunciado Odín en ese momento la suspensión momentánea del funeral. Los gigantes de la montaña le habían hablado de una giganta llamada Hirrokkin con una fuerza descomunal y había enviado a un gigante de las tormentas en su búsqueda. La ceremonia se interrumpiría hasta su llegada.

Hirrokkin camino del funeral de Baldr,
por Ludwig Pietsch (Wikipedia).
No tardó mucho en aparecer Hirrokkin, montada sobre un gigantesco lobo con serpientes vivas a modo de riendas (a falta de comprobar su fuerza, desde luego había que reconocerle su puesta en escena). Hirrokkin descabalgó y quedó sujetando las serpenteantes riendas, esperando que alguien se ocupase de su montura. Ante la falta de voluntarios Odín mandó a cuatro de sus más locos berseckers a hacerse cargo de la bestia.

La giganta se acercó al barco ante la mirada expectante de la multitud, en especial la de Thor. En medio de un sepulcral silencio, se apoyó contra el barco y con simple empujón lo puso en movimiento.

Los asistentes suspiraron aliviados al ver que el barco se deslizaba rápidamente hacial el mar. Muy rápidamente. Tan rápidamente que el rozamiento prendió los troncos, de tal forma que cuando llegó al mar la pira debía ser lo único en el barco que aún no se había incendiado.

Eso era más de lo que Thor estaba dispusto a aguantar. Dominado por la ira se volvió hacia Hirrokkin agitando su martillo, y de no ser por los buenos oficios de Odín sin duda habría empezado una nueva guerra entre dioses y gigantes.

Algo más apaciguado, finalmente accedió Thor dirigirse hasta el barco, soltando por el camino juramentos que habrían ruborizado a la Walkiria más curtida. Esquivando las llamas levantó su martillo y bendijo la pira donde descansaban Baldr y su esposa Nanna... y el enano Litr, que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino Thor recibiendo del enfadado dios tal puntapié que lo había enviado volando en medio de la pira.

Thor golpeando a Litr, por Emil Doepler (Wikipedia).

El barco fue alejándose de la costa hasta que solo se distinguió una luz en el horizonte, momento en el que los presentes fueron abandonando la reunión hasta que solo quedaron Odín y Frigg. Pero los pensamientos de la diosa estaban a mucha distancia de allí, acompañando a Hermod en su misión para rescatar a su hijo del infierno.

Fin de la segunda parte

No os perdáis la tercera parte de la saga, en la que recorreremos las frías salas del Helheim y conoceremos las condiciones de Hel para permitir la vuelta de Baldr. ¿Será posible devolver al dios de la luz a la vida y deshacer la traición de Loki?

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Friday, July 6, 2012

Monopolio por la gracia de Dios

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


Retrato de Alejandro VI
(Rodrigo de Borja o Borgia)
por Cristofano dell'Altissimo
(Wikipedia)
En la Edad Media el alumbre era un mineral muy cotizado, en particular en la industria textil, que lo empleaba para curtir el cuero y fijar tintes. La mayor parte del alumbre que se consumía en Europa provenía de las islas y costas del Egeo. El problema llegó con la expansión turca, que alejó a los europeos de las fuentes de producción y provocó un aumento de los precios.

Así hasta que el papa Alejandro VI (1431-1503) publicó una bula prohibiendo la compra a los infieles. ¿Un intento de cortar las fuentes de financiación a los enemigos de la cristiandad? No. Más bien visión comercial: en 1461 se habían descubierto unas minas de alumbre en Tolfa, que estaba dentro de los Estados Papales.

Desde entonces el Papa hizo lo posible para mantener tan lucrativo negocio en régimen de monopolio, amenazando con excomulgar a los reyes y príncipes que comprasen alumbre en otros lugares, presionando para cerrar las minas de la competencia (incluso con intervenciones militares) y cuando esto último no era posible, incorporando a sus competidores al cartel.

No es de extrañar el afán de Alejandro VI en proteger esta nueva fuente de ingresos teniendo en cuenta los tremendos gastos a los que tenía que hacer frente, causados las continuas guerras en las que se veían envueltos los Estados Papales, unidos a los ambiciosos programas de construcción que llevaba a cabo. Además de proteger el monopolio del alumbre, Alejandro VI no dudó en recurrir a la venta masiva de indulgencias y cargos eclesiásticos (que garantizaban unos ingresos de por vida), lo que ocasionó un gran incremento de los miembros de la Curia, muchos de ellos sin una función definida.

Fuentes:

Monday, June 25, 2012

El último truco de Loki I: El destino de Baldr

Era imposible encontrar dos hermanos más distintos que Baldr y Hodur. Decir que eran la noche y el día no bastaba para describir sus diferencias. Y es que Baldr representaba la luz, lo puro, lo bueno, todo que es hermoso y justo, mientras que su hermano Hodur simbolizaba la oscuridad y todo lo que se esconde en ella. Como habréis podido suponer ambos eran dioses, hijos del mismísimo Odín y su esposa Frigg.

Todos, dioses, hombres, elfos, enanos y demás criaturas mundanas o divinas amaban a Baldr y sentían alegrarse su corazón cuando el dios estaba cerca. Por eso fue motivo de gran preocupación cuando su luz empezó a empañarse. La culpa la tenían una serie de terribles pesadillas en las que Hel, la diosa de los muertos, le llamaba a su lado.

No es propio de los dioses tomar a la ligera este tipo de señales, así que Frigg se puso en seguida manos a la obra e hizo jurar a toda la creación que jamás haría daño a su hijo. Elfos y enanos, gigantes y hombres, todas las criaturas grandes y pequeñas juraron. Y no contenta con eso también se lo exigió a las plantas, hierba, piedra, agua o metal.

Cuando Frigg les comunicó al resto de los dioses el éxito de su misión, la alegría fue tal que al poco se había organizado una gran fiesta. No pasó mucho hasta que a alguno de los dioses, con alguna cerveza de más en lo alto, se le ocurriera la idea de poner a prueba el juramento. Posiblemente todo empezara con algo inocente, como el lanzamiento de una pequeña piedra que, ante la mirada atónita de los festejantes, se desvió antes de tocar a Baldr. De ahí a probarlo con algo más contundente solo iba un paso, y al poco rato los dioses estaban lanzándole todo lo que encontraban a mano.

Los dioses prueban su puntería en Baldr,
dibujo de Elmer Boyd Smith de 1902.
Fuente: Wikipedia.
Suponemos que el jueguecito al principio no le haría mucha gracia a Baldr. Una cosa es que te aseguren tu invulnerabilidad, y otra muy distinta hacer de blanco para una reunión de dioses borrachos. Pero se fue tranquilizando al observar como los cada vez más grandes (y afilados) dardos se desviaban siempre en el último momento. Al poco ya estaba él mismo con una jarra en cada mano, riendo a carcajadas y retando a sus compañeros a que encontrasen algo nuevo que lanzarle.

Tan ruidosa llegó a ser la celebración que los gritos y risas llegaron hasta los aposentos donde Frigg se había retirado a tomarse un merecido descanso, tras haber pasado el día recorriendo el mundo de juramento en juramento. La diosa se asomó para averiguar qué era esa algarabía, justo en el momento en que frente a su ventana pasaba una anciana. 

—Buena señora, ¿sabéis a que se debe ese alboroto? —llamó la diosa.

—Sí, acabo de pasar junto a donde los dioses estaban reunidos, ¡y he visto cosas portentosas1

Picada por la curiosidad, la diosa invitó a pasar a la vieja, que le habló de la fiesta de los dioses y su extraño juego.

—¡He visto al propio Odín arrojarle un hacha con todas sus fuerzas que se desviaba antes de rozarle siquiera! —dijo sorprendida la anciana.

—Esto está bien —respondió la diosa—, significa que todas las cosas respetan su juramento.

—¿Entonces es verdad que habéis hecho jurar a todas las criaturas de la tierra? ¿Incuidos los gigantes? ¿Y los enanos?

—Y no solo ellos —continuó Frigg satisfecha—, también el metal, la piedra, los pájaros, las bestias...   

—¿Pero también las cosas pequeñas? ¿Las flores o la hierba del campo?

—Incluso esas. 

—¿Entonces no hay nada, por inofensivo que sea, que no haya hecho el juramento? —continuó, curiosa, la anciana.

—Bueno, en realidad hay una cosa, algo tan pequeño que no me pareció que mereciera la pena hacerle jurar. 

—¿Y de qué se trata?

—Al volver de mi viaje vi un pequeño brote de muérdago en el roble que hay en la entrada del Valhalla. Era tan inofensivo que decidí ahorrarle el juramento —contesto confiada Frigg.

—Sin duda hicisteis bien, ¿quién habría de temer a algo tan inofensivo como el muérdago? —dijo la anciana, y tras desperezarse un poco dijo—. Una bonita historia, sin duda.  Pero, si mi disculpáis, debo seguir mi camino antes de que se oculte el sol. 

Y tras las oportunas despedidas la anciana abandonó la casa.

Supongo que a estas alturas la mayoría estaréis algo suspicaces con la curiosidad de la anciana (aunque a mí lo que me llama más la atención es que fuera tan normal encontrarse a gente paseando por las moradas de los dioses). Pues tenéis toda la razón: se trataba nada más y nada menos que de Loki, el dios del fuego, los trucos y el engaño, en uno de sus múltiples disfraces.

Loki era el único que no podía soportar a Baldr, tan brillante, tan perfecto, tan querido. Le hervía la sangre (y más siendo dios del fuego) cada vez que los mismos dioses que hacían como si no le viesen se desvivían por agradar al dios de la luz. Ahora al fin tenía la oportunidad de vengarse. 

Inclinado junto al roble a la entrada del Valhalla, Loki murmuró un hechizo mientras pasaba sus manos sobre el pequeño brote de muérdago, que empezó a crecer al tiempo que tomaba la forma de una lanza que el dios arrancó con un gesto. 

Ocultándola bajo sus ropas Loki se acercó a donde los dioses seguían su fiesta. Tuvo que hacerlo con cuidado, pues en ese momento alguien estaba arrojando flechas que Baldr se dedicaba a desviar a un lado y otro con sus manos obligando a los otros dioses a saltar entre las carcajadas generales. Esquivando los proyectiles el disfrazado Loki evitó a los bebedores dirigiéndose a un rincón donde, ajeno a la celebración que se desarrollaba a su alrededor, estaba Holdur, el hermano de Baldr, rodeado por la oscuridad que le seguía donde quiera que fuese.

Baldr's death by Doepler
Loki guía el brazo de Hodur,
por Carl Emil Doepler (1824-1905).
Fuente: Wikipedia.
 —¿Tú no participas en la fiesta? —le preguntó Loki falseando su voz—. Me he dado cuenta de que eres el único que aún no ha arrojado nada.

—¿Cómo podría? La oscuridad me rodea continuamente y no soy capaz de ver más allá de ella.

—Pero no podemos dejar que su propio hermano sea el único que no disfrute con Baldr en su fiesta. Toma, sujeta esto —dijo Loki mientras le cedía al ciego Holdur la lanza de muérdago—, yo te ayudaré a apuntar.

—Un poco más arriba... no, no tanto... ahora más a la derecha. Sí, justo ahí.

Guiado por el traicionero dios, Holdur lanzó la jabalina con todas sus fuerzas. Pero en lugar de la carcajada que esperaba, a sus oídos solo llegó un gemido seguido del más absoluto silencio. Lo inimaginable había sucedido. En medio de un círculo de sorprendidos dioses Baldr agonizaba, su pecho atravesado por la lanza que acaba de arrojar su hermano.

Los dioses se volvieron hacia Holdur llenos de ira. Allí mismo lo hubieran despedazado con las manos desnudas (o posiblemente con la ayuda de algunas de las numerosas armas que había por el suelo), de no haberse interpuesto Odín ante ellos, recordándoles que estaban en un lugar sagrado donde estaba prohibido derramar sangre (algo que no pareció haber importado mucho a Loki).

Todo el universo pareció oscurecerse al fallecer el dios de la luz en medio de un último estertor. Holdur pudo huir y permaneció escondido en sus reinos de oscuridad  hasta que, como estaba profetizado, fue encontrado y asesinado por Wali, uno de los hijos de Odín.

Nunca supo Holdur quien había guiado su brazo, como tampoco sospecharon el resto de los dioses quien el verdadero causante de la muerte de Baldr. ¿Había logrado Loki realizar el truco perfecto? ¿Lograría escapar indemne de tan horrible delito?


Fin de la primera parte.


No os perdáis en este mismo blog la segunda parte de El último truco de Loki, donde harán su aparición gigantes, enanos y enormes lobos, y en la que visitaremos el mismo infierno en busca de un artificio que pueda devolverle la vida Baldr el hermoso. ¿Será posible?

Notas:
  • Para los pueblos nórdicos la muerte de Baldr a manos de Hodur simbolizaba el paso del verano a la oscuridad del invierno, hasta que este era a su vez asesinado por Wali, dios de la primavera.
  • Loki ha tenido su momento de fama recientemente gracias a las películas Thor y Los Vengadores, donde aparece como hijastro de Odín y hermanastro de Thor. Esto no es así: Loki está desde el primer momento junto con los dioses, aunque según las fuentes es considerado como uno de los primeros dioses o como un gigante que los ayuda y es aceptado como un igual, haciéndose hermano de sangre Odín.
  • En sus inicios Loki pone su ingenio al servicio de los dioses, a los que mete en líos de los que posteriormente se encarga de sacarlos (aunque a veces tengan que obligarlo a ello). Con el tiempo los dioses empiezan a cansarse de sus trucos y empiezan a evitarlo, al tiempo que Loki va acumulando cada vez más resentimiento hacia ellos.
  • Al final de la narración he mencionado una profecía sobre la muerte de Holdur. Esta tenía lugar al principio del relato, pero no la he mencionado por no revelar detalles de la trama demasiado pronto. Cuando Baldar comparte sus temores con los otros dioses, Odín viaja al Helheim (el infierno donde iban aquellos que no morían en combate y, por tanto, tenían prohibido el Valhalla) a invocar a una famosa adivina. Al llegar allí descubre el lugar engalanado como si se esperase una visita importante. La adivina le comunica que es Baldar a quien se espera y que será su hermano quien lo asesine (aunque según algunas versiones lo hace de manera tan oscura que Odín no llega a percatarse). También le revela que será un hijo suyo con una giganta, el dios Wali o Vali, quien vengará al dios de la luz matando a Hodur.
 Fuentes:

    Monday, June 11, 2012

    Puestos a elegir...

    (Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


    En 1511 Diego Velázquez, al frente de unos tresciento treinta hombres, se lanza a la conquista de Cuba. La excusa fue perseguir al cacique taíno Hatuey, que había buscado refugio allí tras escapar a una matanza de jefes indios en La Española. Cuba se encontraba escasamente poblada en la época, y sus habitantes fueron incapaces de oponer resistencia a los castellanos. La mayor resistencia partió del propio Hatuey, aunque no pudo evitar ser capturado y ejecutado por los conquistadores.

    Pero antes de ejecutarlo sus captores, en lo que debían de considerar un gesto de clemencia, le dieron a elegir la forma de su muerte: quemado vivo en la hoguera o, si aceptaba bautizarse, una muerte rápida por la espada. Hatuey eligió la hoguera. La razón: le habían contado que si se bautizaba iría al cielo, donde pasaría el resto de la eternidad en compañía de los castellanos.

    Muerte de Hatuey, grabado de Théodore de Bry (1528-1598).
    Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

    La anécdota ilustra el sentir de los primeros indios que tuvieron contacto con los conquistadores. En los pocos años desde que habían puesto el pie en La Española hasta la invasión de Cuba ya habían conseguido casi exterminar a los nativos de la primera isla. Los aborígenes de Cuba seguirían el mismo camino en apenas una generación. La razón fue principalmente las duras condiciones de trabajo a las que se vieron sometidos, junto la destrucción de sus cultivos por los animales que los castellanos habían soltado en la isla. El propio Diego Velázquez informó satisfecho al rey Fernando que en tres años el puñado de cerdos que había llevado consigo a la isla se habían convertido ya en más de treinta mil. No era de extrañar entonces que hubiera quien prefiriese una muerte lenta antes que pasar el resto de la eternidad al lado de sus verdugos.


    Fuente: La conquista de México, de Hugh Thomas, que a su vez cita a la Historia de las indias de Bartolomé de las Casas.

    Sunday, June 3, 2012

    Eco y Narciso

    Eco era una ninfa que vivía con sus hermanas en los bosques cercanos al monte Helicón. Las ninfas eran divinidades de la naturaleza, unos espíritus femeninos a los que gustaba cantar, bailar y... Bueno, si os digo que nifómana viene de ninfa yo creo que os podéis hacer una idea, ¿no? Esta última cualidad era especialmente apreciada entre otras criaturas divinas, entre las que se encontraba el mismo Zeus, que tenía cierta afición a pasear por sus bosques.

    Esta simpatía hacia las ninfas no era del agrado de Hera, que se dejaba caer de cuando en cuando por los alrededores con la intención de pillar a su marido con las manos en la ninfa. Y aquí es donde entra en escena Eco. Veréis, Eco tenía una particularidad que la distinguía de sus hermanas: tenía una prodigiosa facultad para hilvanar elaborados discursos que adornaba de singular manera haciendo uso de... vamos, como se diría coloquialmente, que no se callaba ni debajo del agua.

    Aunque esta facultad suya podía llegar a resultar en ocasiones un poco irritante para sus hermanas, pronto habían encontrado una manera de utilizarla en su beneficio. Nada más aparecer Hera por las cercanías del bosque, Eco se las apañaba para hacerse la encontradiza y descargar sobre ella todo el peso de su elocuencia. Y mientras Hera se veía enredada en una catarata de saludos, comentarios, reflexiones y cotilleos, Zeus aprovechaba para escabullirse discretamente de vuelta a casa.


    Eco, pintura de Alexandre Cabanel.
    Fuente: Wikipedia.
    Pero si Hera tenía experiencia en algo era en descubrir los deslices de su marido, y pronto encontró la manera esquivar la verborrea de Eco y atrapar a Zeus en plena faena. Tras lanzarle un frío "Ya hablaremos de esto en el Olimpo" se volvió hacia Eco, que en ese momento debía estar concentrada intentando confundirse con el entorno, y le lanzó una maldición. Una maldición rebuscada y terrible como solían ser las de los dioses clásicos: ya que las palabras eran al mismo tiempo su orgullo y el vehículo de su engaño, la condenaba a no volver a tener dominio sobre ellas. Desde ese día Eco sólo podría repetir el final de las frases que escuchase.

    Triste fue la vida para Eco desde entonces, aunque es posible que hubiera podido llegar a superarla y llevar una vida relativamente feliz junto a sus hermanas de no ser por la aparición en escena de Narciso.

    ¡Ah, Narciso, el bello Narciso! Era hijo del dios del río Céfiso y la ninfa Liríope de Tespia. Un día que la ninfa paseaba por las riveras del río despertó la lujuria del dios, que lanzó sus corrientes a rodearla, estrechando el círculo hasta que literalmente la sumergió en sus brazos. De esta unión nació un niño que crecería hasta convertirse en el joven más hermoso que el mundo hubiera visto.

    Esta bendición de Narciso era en cambio la maldición de muchos que, sin importar su sexo o edad, quedaban obsesionados con la belleza del joven. Pero Narciso los trataba con el desdén del que está acostumbrado a la adulación, sin encontrar nunca nadie que considerase digno de su amor.

    Cierto día paseaba por los bosques que rodeaban el monte Helicón cuando notó que alguien le seguía. Se trataba de Eco, que se había enamorado perdidamente del joven, pero que impedida por su maldición no se atrevía a acercarse. Narciso miró a su alrededor y preguntó:

    —¿Hay alguien aquí?

    Y Eco, desde su escondite, no pudo hacer otra cosa que responder:

    Aquí. 

    —Venllamó Narciso a la voz desconocida, sólo para escuchar repetido:

    —Ven.

    —¿Por qué me huyes? —preguntó el muchacho.

     —¿Por qué me huyes?

    —Ven, únete a mí.

    Y Eco, lleno su corazón de alegría, salió de su escondite diciendo:

    —¡Únete a mí!

    Pero Narciso, siempre insensible a los sentimientos que despertaba en los demás, esquivó su abrazo diciendo: 

    —Prefiero morir antes de que estemos juntos.

    Y se alejó dejando a Eco postrada en la hierba suplicando:

    —¡Estemos juntos!

    Desde aquel día Eco huyó de todo contacto, vagando por lugares solitarios mientras se iba consumiendo hasta que solo quedó de ella su voz, que todavía podemos oír a veces devolviendo nuestras palabras.

    No creáis que Narciso escapó indemne. Por este y otros desprecios los dioses decidieron castigarle. Un día que quiso aplacar su sed bebiendo del río Donacón de Tespia, el hechizo de Artemisa hizo que confundiera su reflejo en el agua con una persona de carne y hueso. Narciso quedó embelesado contemplado a aquel hermoso joven, sintiendo que su corazón se conmovía por primera vez en su vida. Pasó horas frente a su reflejo, intentando trabar conversación primero, alcanzarlo con sus manos después e incluso inclinándose para besarle hasta que poco a poco fue consciente de lo que sucedía.

    Entre lágrimas se rasgó sus vestiduras mientras lanzaba dolorosos suspiros. Sucedió que en ese momento pasó por allí Eco. Aunque no le había perdonado, la ninfa no pudo evitar sentir pena por el joven, y cada vez que Narciso gritaba "¡Ay!", ella respondía con otro "¡Ay!" igual de triste.

    Incapaz de soportar el dolor de haber encontrado al fin a quien amar y sabiendo que nunca podría hacerlo, Narciso desenvainó su espada y atravesó con ella su pecho mientras decía "Adiós, joven al que he amado en vano". Junto a él Eco repitió tristemente: "Adiós, joven al que he amado en vano", mientras contemplaba como al tocar el suelo, la roja sangre de su amado hacía brotar una flor, que desde entonces lleva el nombre de Narciso.

    Eco y Narciso, pintura de John William Waterhouse. Fuente: Wikipedia.