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Monday, June 25, 2012

El último truco de Loki I: El destino de Baldr

Era imposible encontrar dos hermanos más distintos que Baldr y Hodur. Decir que eran la noche y el día no bastaba para describir sus diferencias. Y es que Baldr representaba la luz, lo puro, lo bueno, todo que es hermoso y justo, mientras que su hermano Hodur simbolizaba la oscuridad y todo lo que se esconde en ella. Como habréis podido suponer ambos eran dioses, hijos del mismísimo Odín y su esposa Frigg.

Todos, dioses, hombres, elfos, enanos y demás criaturas mundanas o divinas amaban a Baldr y sentían alegrarse su corazón cuando el dios estaba cerca. Por eso fue motivo de gran preocupación cuando su luz empezó a empañarse. La culpa la tenían una serie de terribles pesadillas en las que Hel, la diosa de los muertos, le llamaba a su lado.

No es propio de los dioses tomar a la ligera este tipo de señales, así que Frigg se puso en seguida manos a la obra e hizo jurar a toda la creación que jamás haría daño a su hijo. Elfos y enanos, gigantes y hombres, todas las criaturas grandes y pequeñas juraron. Y no contenta con eso también se lo exigió a las plantas, hierba, piedra, agua o metal.

Cuando Frigg les comunicó al resto de los dioses el éxito de su misión, la alegría fue tal que al poco se había organizado una gran fiesta. No pasó mucho hasta que a alguno de los dioses, con alguna cerveza de más en lo alto, se le ocurriera la idea de poner a prueba el juramento. Posiblemente todo empezara con algo inocente, como el lanzamiento de una pequeña piedra que, ante la mirada atónita de los festejantes, se desvió antes de tocar a Baldr. De ahí a probarlo con algo más contundente solo iba un paso, y al poco rato los dioses estaban lanzándole todo lo que encontraban a mano.

Los dioses prueban su puntería en Baldr,
dibujo de Elmer Boyd Smith de 1902.
Fuente: Wikipedia.
Suponemos que el jueguecito al principio no le haría mucha gracia a Baldr. Una cosa es que te aseguren tu invulnerabilidad, y otra muy distinta hacer de blanco para una reunión de dioses borrachos. Pero se fue tranquilizando al observar como los cada vez más grandes (y afilados) dardos se desviaban siempre en el último momento. Al poco ya estaba él mismo con una jarra en cada mano, riendo a carcajadas y retando a sus compañeros a que encontrasen algo nuevo que lanzarle.

Tan ruidosa llegó a ser la celebración que los gritos y risas llegaron hasta los aposentos donde Frigg se había retirado a tomarse un merecido descanso, tras haber pasado el día recorriendo el mundo de juramento en juramento. La diosa se asomó para averiguar qué era esa algarabía, justo en el momento en que frente a su ventana pasaba una anciana. 

—Buena señora, ¿sabéis a que se debe ese alboroto? —llamó la diosa.

—Sí, acabo de pasar junto a donde los dioses estaban reunidos, ¡y he visto cosas portentosas1

Picada por la curiosidad, la diosa invitó a pasar a la vieja, que le habló de la fiesta de los dioses y su extraño juego.

—¡He visto al propio Odín arrojarle un hacha con todas sus fuerzas que se desviaba antes de rozarle siquiera! —dijo sorprendida la anciana.

—Esto está bien —respondió la diosa—, significa que todas las cosas respetan su juramento.

—¿Entonces es verdad que habéis hecho jurar a todas las criaturas de la tierra? ¿Incuidos los gigantes? ¿Y los enanos?

—Y no solo ellos —continuó Frigg satisfecha—, también el metal, la piedra, los pájaros, las bestias...   

—¿Pero también las cosas pequeñas? ¿Las flores o la hierba del campo?

—Incluso esas. 

—¿Entonces no hay nada, por inofensivo que sea, que no haya hecho el juramento? —continuó, curiosa, la anciana.

—Bueno, en realidad hay una cosa, algo tan pequeño que no me pareció que mereciera la pena hacerle jurar. 

—¿Y de qué se trata?

—Al volver de mi viaje vi un pequeño brote de muérdago en el roble que hay en la entrada del Valhalla. Era tan inofensivo que decidí ahorrarle el juramento —contesto confiada Frigg.

—Sin duda hicisteis bien, ¿quién habría de temer a algo tan inofensivo como el muérdago? —dijo la anciana, y tras desperezarse un poco dijo—. Una bonita historia, sin duda.  Pero, si mi disculpáis, debo seguir mi camino antes de que se oculte el sol. 

Y tras las oportunas despedidas la anciana abandonó la casa.

Supongo que a estas alturas la mayoría estaréis algo suspicaces con la curiosidad de la anciana (aunque a mí lo que me llama más la atención es que fuera tan normal encontrarse a gente paseando por las moradas de los dioses). Pues tenéis toda la razón: se trataba nada más y nada menos que de Loki, el dios del fuego, los trucos y el engaño, en uno de sus múltiples disfraces.

Loki era el único que no podía soportar a Baldr, tan brillante, tan perfecto, tan querido. Le hervía la sangre (y más siendo dios del fuego) cada vez que los mismos dioses que hacían como si no le viesen se desvivían por agradar al dios de la luz. Ahora al fin tenía la oportunidad de vengarse. 

Inclinado junto al roble a la entrada del Valhalla, Loki murmuró un hechizo mientras pasaba sus manos sobre el pequeño brote de muérdago, que empezó a crecer al tiempo que tomaba la forma de una lanza que el dios arrancó con un gesto. 

Ocultándola bajo sus ropas Loki se acercó a donde los dioses seguían su fiesta. Tuvo que hacerlo con cuidado, pues en ese momento alguien estaba arrojando flechas que Baldr se dedicaba a desviar a un lado y otro con sus manos obligando a los otros dioses a saltar entre las carcajadas generales. Esquivando los proyectiles el disfrazado Loki evitó a los bebedores dirigiéndose a un rincón donde, ajeno a la celebración que se desarrollaba a su alrededor, estaba Holdur, el hermano de Baldr, rodeado por la oscuridad que le seguía donde quiera que fuese.

Baldr's death by Doepler
Loki guía el brazo de Hodur,
por Carl Emil Doepler (1824-1905).
Fuente: Wikipedia.
 —¿Tú no participas en la fiesta? —le preguntó Loki falseando su voz—. Me he dado cuenta de que eres el único que aún no ha arrojado nada.

—¿Cómo podría? La oscuridad me rodea continuamente y no soy capaz de ver más allá de ella.

—Pero no podemos dejar que su propio hermano sea el único que no disfrute con Baldr en su fiesta. Toma, sujeta esto —dijo Loki mientras le cedía al ciego Holdur la lanza de muérdago—, yo te ayudaré a apuntar.

—Un poco más arriba... no, no tanto... ahora más a la derecha. Sí, justo ahí.

Guiado por el traicionero dios, Holdur lanzó la jabalina con todas sus fuerzas. Pero en lugar de la carcajada que esperaba, a sus oídos solo llegó un gemido seguido del más absoluto silencio. Lo inimaginable había sucedido. En medio de un círculo de sorprendidos dioses Baldr agonizaba, su pecho atravesado por la lanza que acaba de arrojar su hermano.

Los dioses se volvieron hacia Holdur llenos de ira. Allí mismo lo hubieran despedazado con las manos desnudas (o posiblemente con la ayuda de algunas de las numerosas armas que había por el suelo), de no haberse interpuesto Odín ante ellos, recordándoles que estaban en un lugar sagrado donde estaba prohibido derramar sangre (algo que no pareció haber importado mucho a Loki).

Todo el universo pareció oscurecerse al fallecer el dios de la luz en medio de un último estertor. Holdur pudo huir y permaneció escondido en sus reinos de oscuridad  hasta que, como estaba profetizado, fue encontrado y asesinado por Wali, uno de los hijos de Odín.

Nunca supo Holdur quien había guiado su brazo, como tampoco sospecharon el resto de los dioses quien el verdadero causante de la muerte de Baldr. ¿Había logrado Loki realizar el truco perfecto? ¿Lograría escapar indemne de tan horrible delito?


Fin de la primera parte.


No os perdáis en este mismo blog la segunda parte de El último truco de Loki, donde harán su aparición gigantes, enanos y enormes lobos, y en la que visitaremos el mismo infierno en busca de un artificio que pueda devolverle la vida Baldr el hermoso. ¿Será posible?

Notas:
  • Para los pueblos nórdicos la muerte de Baldr a manos de Hodur simbolizaba el paso del verano a la oscuridad del invierno, hasta que este era a su vez asesinado por Wali, dios de la primavera.
  • Loki ha tenido su momento de fama recientemente gracias a las películas Thor y Los Vengadores, donde aparece como hijastro de Odín y hermanastro de Thor. Esto no es así: Loki está desde el primer momento junto con los dioses, aunque según las fuentes es considerado como uno de los primeros dioses o como un gigante que los ayuda y es aceptado como un igual, haciéndose hermano de sangre Odín.
  • En sus inicios Loki pone su ingenio al servicio de los dioses, a los que mete en líos de los que posteriormente se encarga de sacarlos (aunque a veces tengan que obligarlo a ello). Con el tiempo los dioses empiezan a cansarse de sus trucos y empiezan a evitarlo, al tiempo que Loki va acumulando cada vez más resentimiento hacia ellos.
  • Al final de la narración he mencionado una profecía sobre la muerte de Holdur. Esta tenía lugar al principio del relato, pero no la he mencionado por no revelar detalles de la trama demasiado pronto. Cuando Baldar comparte sus temores con los otros dioses, Odín viaja al Helheim (el infierno donde iban aquellos que no morían en combate y, por tanto, tenían prohibido el Valhalla) a invocar a una famosa adivina. Al llegar allí descubre el lugar engalanado como si se esperase una visita importante. La adivina le comunica que es Baldar a quien se espera y que será su hermano quien lo asesine (aunque según algunas versiones lo hace de manera tan oscura que Odín no llega a percatarse). También le revela que será un hijo suyo con una giganta, el dios Wali o Vali, quien vengará al dios de la luz matando a Hodur.
 Fuentes:

    Monday, June 11, 2012

    Puestos a elegir...

    (Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


    En 1511 Diego Velázquez, al frente de unos tresciento treinta hombres, se lanza a la conquista de Cuba. La excusa fue perseguir al cacique taíno Hatuey, que había buscado refugio allí tras escapar a una matanza de jefes indios en La Española. Cuba se encontraba escasamente poblada en la época, y sus habitantes fueron incapaces de oponer resistencia a los castellanos. La mayor resistencia partió del propio Hatuey, aunque no pudo evitar ser capturado y ejecutado por los conquistadores.

    Pero antes de ejecutarlo sus captores, en lo que debían de considerar un gesto de clemencia, le dieron a elegir la forma de su muerte: quemado vivo en la hoguera o, si aceptaba bautizarse, una muerte rápida por la espada. Hatuey eligió la hoguera. La razón: le habían contado que si se bautizaba iría al cielo, donde pasaría el resto de la eternidad en compañía de los castellanos.

    Muerte de Hatuey, grabado de Théodore de Bry (1528-1598).
    Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

    La anécdota ilustra el sentir de los primeros indios que tuvieron contacto con los conquistadores. En los pocos años desde que habían puesto el pie en La Española hasta la invasión de Cuba ya habían conseguido casi exterminar a los nativos de la primera isla. Los aborígenes de Cuba seguirían el mismo camino en apenas una generación. La razón fue principalmente las duras condiciones de trabajo a las que se vieron sometidos, junto la destrucción de sus cultivos por los animales que los castellanos habían soltado en la isla. El propio Diego Velázquez informó satisfecho al rey Fernando que en tres años el puñado de cerdos que había llevado consigo a la isla se habían convertido ya en más de treinta mil. No era de extrañar entonces que hubiera quien prefiriese una muerte lenta antes que pasar el resto de la eternidad al lado de sus verdugos.


    Fuente: La conquista de México, de Hugh Thomas, que a su vez cita a la Historia de las indias de Bartolomé de las Casas.

    Sunday, June 3, 2012

    Eco y Narciso

    Eco era una ninfa que vivía con sus hermanas en los bosques cercanos al monte Helicón. Las ninfas eran divinidades de la naturaleza, unos espíritus femeninos a los que gustaba cantar, bailar y... Bueno, si os digo que nifómana viene de ninfa yo creo que os podéis hacer una idea, ¿no? Esta última cualidad era especialmente apreciada entre otras criaturas divinas, entre las que se encontraba el mismo Zeus, que tenía cierta afición a pasear por sus bosques.

    Esta simpatía hacia las ninfas no era del agrado de Hera, que se dejaba caer de cuando en cuando por los alrededores con la intención de pillar a su marido con las manos en la ninfa. Y aquí es donde entra en escena Eco. Veréis, Eco tenía una particularidad que la distinguía de sus hermanas: tenía una prodigiosa facultad para hilvanar elaborados discursos que adornaba de singular manera haciendo uso de... vamos, como se diría coloquialmente, que no se callaba ni debajo del agua.

    Aunque esta facultad suya podía llegar a resultar en ocasiones un poco irritante para sus hermanas, pronto habían encontrado una manera de utilizarla en su beneficio. Nada más aparecer Hera por las cercanías del bosque, Eco se las apañaba para hacerse la encontradiza y descargar sobre ella todo el peso de su elocuencia. Y mientras Hera se veía enredada en una catarata de saludos, comentarios, reflexiones y cotilleos, Zeus aprovechaba para escabullirse discretamente de vuelta a casa.


    Eco, pintura de Alexandre Cabanel.
    Fuente: Wikipedia.
    Pero si Hera tenía experiencia en algo era en descubrir los deslices de su marido, y pronto encontró la manera esquivar la verborrea de Eco y atrapar a Zeus en plena faena. Tras lanzarle un frío "Ya hablaremos de esto en el Olimpo" se volvió hacia Eco, que en ese momento debía estar concentrada intentando confundirse con el entorno, y le lanzó una maldición. Una maldición rebuscada y terrible como solían ser las de los dioses clásicos: ya que las palabras eran al mismo tiempo su orgullo y el vehículo de su engaño, la condenaba a no volver a tener dominio sobre ellas. Desde ese día Eco sólo podría repetir el final de las frases que escuchase.

    Triste fue la vida para Eco desde entonces, aunque es posible que hubiera podido llegar a superarla y llevar una vida relativamente feliz junto a sus hermanas de no ser por la aparición en escena de Narciso.

    ¡Ah, Narciso, el bello Narciso! Era hijo del dios del río Céfiso y la ninfa Liríope de Tespia. Un día que la ninfa paseaba por las riveras del río despertó la lujuria del dios, que lanzó sus corrientes a rodearla, estrechando el círculo hasta que literalmente la sumergió en sus brazos. De esta unión nació un niño que crecería hasta convertirse en el joven más hermoso que el mundo hubiera visto.

    Esta bendición de Narciso era en cambio la maldición de muchos que, sin importar su sexo o edad, quedaban obsesionados con la belleza del joven. Pero Narciso los trataba con el desdén del que está acostumbrado a la adulación, sin encontrar nunca nadie que considerase digno de su amor.

    Cierto día paseaba por los bosques que rodeaban el monte Helicón cuando notó que alguien le seguía. Se trataba de Eco, que se había enamorado perdidamente del joven, pero que impedida por su maldición no se atrevía a acercarse. Narciso miró a su alrededor y preguntó:

    —¿Hay alguien aquí?

    Y Eco, desde su escondite, no pudo hacer otra cosa que responder:

    Aquí. 

    —Venllamó Narciso a la voz desconocida, sólo para escuchar repetido:

    —Ven.

    —¿Por qué me huyes? —preguntó el muchacho.

     —¿Por qué me huyes?

    —Ven, únete a mí.

    Y Eco, lleno su corazón de alegría, salió de su escondite diciendo:

    —¡Únete a mí!

    Pero Narciso, siempre insensible a los sentimientos que despertaba en los demás, esquivó su abrazo diciendo: 

    —Prefiero morir antes de que estemos juntos.

    Y se alejó dejando a Eco postrada en la hierba suplicando:

    —¡Estemos juntos!

    Desde aquel día Eco huyó de todo contacto, vagando por lugares solitarios mientras se iba consumiendo hasta que solo quedó de ella su voz, que todavía podemos oír a veces devolviendo nuestras palabras.

    No creáis que Narciso escapó indemne. Por este y otros desprecios los dioses decidieron castigarle. Un día que quiso aplacar su sed bebiendo del río Donacón de Tespia, el hechizo de Artemisa hizo que confundiera su reflejo en el agua con una persona de carne y hueso. Narciso quedó embelesado contemplado a aquel hermoso joven, sintiendo que su corazón se conmovía por primera vez en su vida. Pasó horas frente a su reflejo, intentando trabar conversación primero, alcanzarlo con sus manos después e incluso inclinándose para besarle hasta que poco a poco fue consciente de lo que sucedía.

    Entre lágrimas se rasgó sus vestiduras mientras lanzaba dolorosos suspiros. Sucedió que en ese momento pasó por allí Eco. Aunque no le había perdonado, la ninfa no pudo evitar sentir pena por el joven, y cada vez que Narciso gritaba "¡Ay!", ella respondía con otro "¡Ay!" igual de triste.

    Incapaz de soportar el dolor de haber encontrado al fin a quien amar y sabiendo que nunca podría hacerlo, Narciso desenvainó su espada y atravesó con ella su pecho mientras decía "Adiós, joven al que he amado en vano". Junto a él Eco repitió tristemente: "Adiós, joven al que he amado en vano", mientras contemplaba como al tocar el suelo, la roja sangre de su amado hacía brotar una flor, que desde entonces lleva el nombre de Narciso.

    Eco y Narciso, pintura de John William Waterhouse. Fuente: Wikipedia.