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Monday, April 30, 2012

Notas sobre la Gran Armada: las expediciones de Drake, el almirante que no quería serlo y por qué los ingleses disparaban más veces

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)



Cuando escribía la entrada sobre El fracaso del Gran Designio de Inglaterra me vi obligado a dejar fuera varios apuntes que, aunque interesantes, hubieran alargado aún más una historia ya lo bastante extensa. Veamos ahora como Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.

Drake ataca Cádiz

1590 or later Marcus Gheeraerts, Sir Francis Drake Buckland Abbey, Devon
Fracis Drake,
por Marcus Gheeraerts
(Wikipedia).
Uno de los problemas que tuvo que solventar la reina Isabel I de Inglaterra al organizar su defensa frente a Felipe II fue la falta de capital. Sus ingresos eran muy inferiores a los españoles y, además, no tenía acceso al abundante flujo de créditos que mantenía en marcha la maquinaria española. Para paliar esta ausencia de liquidez los ingleses recurrieron a expediciones mixtas en las que inversores privados corrían con parte de los gastos a cambio del botín que pudieran obtener.

Una de ellas fue la que comando Francis Drake en forma de ataque preventivo contra la armada que se estaba agrupando en Lisboa. La corona aportó seis buques, y el resto Drake, sus amigos y comerciantes londinenses. El 29 de abril de 1587 la expedición cayó por sorpresa sobre Cádiz, un puerto clave para enviar suministros a la armada y con menos protección que Lisboa. Se capturaron o destruyeron veinticuatro barcos españoles con abundantes provisiones para la armada, y pudo ser todavía peor, toma de la ciudad incluída, de no ser por la la apresurada intervención del duque de Medina Sidonia.

Defense of Cadiz Against the English 1634
Defensa de Cádiz frente a los ingleses, de Francisco de Zurbarán (Wikipedia)


Desde Cádiz la expedición puso rumbo al cabo de San Vicente desde donde impidieron el vital tráfico de pertrechos entre el Mediterráneo y las fuerzas que se reunían en Lisboa. Este bloqueo que, de haberse mantenido, pudo haber puesto en serias dificultades todo el proyecto de la armada, tuvo que ser finalmente levantado al no recibir refuerzos y, sobre todo, por la aparición de la disentería entre las tripulaciones (en aquella época las enfermedades eran una constante que suponían una infranqueable barrera para la duración de las expediciones marítimas). Además algunos barcos mercantes de la flota consideraban que ya habían sacado bastante de la empresa y retornaron a Inglaterra. Finalmente Drake emprendió el regreso, capturando antes un barco portugués con un valioso cargamento que terminó de redondear los beneficios de los expedicionarios.

La empresa resultó ser finalmente un éxito tanto en su vertiente privada, con grandes beneficios para los inversores, como en la militar, ya que, junto con la pérdida de los suministros y barcos, obligó a retrasar un año la partida de la armada.

Menos suerte tuvo un par de años después cuando Drake comandó una flota con la que Isabel I pretendía destruir los barcos supervivientes de la Gran Armada mientras eran reparados. Tras los enormes gastos que había supuesto la defensa de su reino el año anterior, Isabel se vio obligada a recurrir a inversores y aventureros privados para poner en marcha esta Contra Armada. Pero las diferencias entre los participantes, más pendientes de su propio provecho que de los objetivos de la misión, junto a los vientos en contra, convirtieron la expedición en un fracaso extraordinariamente costoso en un momento en que la corona británica tenía los cofres vacíos. Esto  supuso la caída en desgracia de Francis Drake, que fue retirado del mando de las flotas inglesas.

El almirante que no quería serlo

Alonso Pérez de Guzmán
Alfonso Pérez de Guzmán,
VII duque de Medina Sidonia (Wikipedia)

Cuando la Gran Armada partió de Lisboa, a su mando se encontraba  Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Se trataba de un noble sin experiencia militar, y que había expresado de manera clara sus dudas tanto sobre sus capacidades como sobre las posibilidades de que la empresa triunfase. ¿Qué razones había entonces para que Felipe II le confiase su proyecto más ambicioso?

El primer elegido por Felipe II había sido Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había fallecido de tifus el año anterior mientras supervisaba la creación de la armada en Lisboa. Felipe II pensó que Medina Sidonia podía ser el recambio que necesitaba: había estado implicado en el proyecto desde el comienzo, era tremendamente rico (lo que siempre podía ser una ayuda para engrasar el funcionamiento de la armada), su posición como noble era superior a cualquiera otro destinado a la armada (imprescindible para evitar conflictos en una sociedad tan jerarquizada como la española) y, sobre todo, era un excelente organizador.

El marqués de Santa Cruz podía ser un gran almirante, pero bajo su mando la armada se había convertido en un desastre. Faltaban repuestos y provisiones, y las que había se echaban a perder en los almacenes mientras las tripulaciones enfermaban o desertaban. En estas circunstancias Medina Sidonia hizo valer su talento como organizador y en un año logró convertir el caos que se encontró en una armada lista para la acción.

Historiadores posteriores han echado sobre las vacilaciones de Media Sidonia parte de la culpa del fracaso de la empresa. El duque carecía de experiencia militar, y por dos veces escribió al monarca español poniendo en duda la viabilidad de la empresa. Sin embargo, también hay los que opinan que precisamente la prudencia de Medina Sidonia al emprender el regreso tras la batalla de Gravelinas la que logró salvar una parte importante de la armada. Otro almirante con mayor ardor guerrero podría haber seguido intentándolo en lo que podría haber sido un desastre aún mayor.


Los cañones españoles no estaban hechos para disparar... más de una vez

Los testimonios de los enfrentamientos entre las flotas española e inglesa, especialmente en la batalla de Gravelinas, muestran que la cadencia de fuego de los artilleros españoles era muy inferior a la de sus homólogos ingleses. Son varias las causas que se dan para explicar esto:

Primero que, a pesar de su menor tamaño, la flota inglesa disponía de mayor número de cañones de gran calibre, que eran los que resultaban efectivos en el tipo de combate artillero que se desarrolló entre ambas flotas. Los españoles tenían más piezas pequeñas, inútiles salvo que se llegase al abordaje, algo que los ingleses nunca permitieron.

La falta de cañones era cosa sabida entre los mandos españoles, lo que había provocado una intensa búsqueda durante los preparativos de la armada. Se forzó la producción, lo que dio lugar a que se embarcaran muchas piezas defectuosas, al tiempo que se recorría el imperio buscando cualquier cosa que pudiera emplearse, lo que ocasionó una disparidad de piezas, con calibres incompatibles entre sí, que contribuyó a dificultar la tarea de los artilleros españoles.

A todo esto se unía la filosofía de combate española, basada en el abordaje, en la que los cañones solo tenían tiempo a disparar una vez justo antes de que los barcos quedase trabados y empezase el combate cuerpo a cuerpo. Tras ese único disparo la dotación del cañón debía abandonar la pieza para ocupar sus puestos de abordaje. Frente a esto los artilleros ingleses estaban entrenados en disparar y volver a cargar lo más rápidamente posible.

Además los cañones españoles estaban montado sobre cureñas del mismo tipo que usaban los cañones de sitio, consistentes en dos grandes ruedas que sustentaban una plataforma alargada, tanto que en ocasiones ocupaban toda la anchura del barco. Esto no era muy importante si solo se pretendían disparar una vez, pero complicaba enormemente la operación de recarga frente a unos cañones ingleses montados sobre cureñas más cortas y móviles.

Saturday, April 14, 2012

Achamán, Guayota y las hogueras del infierno

Aquel día Achamán había interrumpido sus quehaceres habituales para sentarse en el Echeide a contemplar el mundo a su alrededor. Las rocas desprendían una agradable calor que contrastaba con la fresca brisa que llegaba del mar. Con un leve movimiento de cabeza Achamán podía ver en la clara mañana las bestias correr por los prados, las aves en el cielo, las estelas de los grandes peces, mientras escuchaba el rumor del viento en los pinos y el crujir de las rocas al calentarse bajo el sol. A su lado un lagarto avanzaba lentamente, la vista puesta en un saltamontes que mordisqueaba una hoja.

Mientras observaba el ondular de la espalda del reptil notó un movimiento sobre él: unos pinzones azules se perseguían en pleno cortejo. Más allá de ellos un águila volvía a su nido sujetando entre sus garras un pez cuyas escamas lanzaban destellos al sol.

Achamán sintió como su pecho se llenaba de alegría ante la belleza desplegada frente a sus ojos. Pero la sonrisa se borró de su rostró al crecer en su interior un pensamiento incómodo: ¿qué sentido tenía toda esa belleza si él era el único capaz de apreciarla?

Fruto de una súbita determinación Achamán se puso en pie, provocando el vuelo del saltamontes y la huida de un lagarto asustado al ver moverse lo que hubiera jurado que era parte de la montaña. Desde el hueco entre dos piedras observó como Achamán caminaba ladera abajo, el rostro serio mientras una idea iba abriéndose paso en su interior.

Unos días después volvió a sentarse en el mismo sitio, de nuevo sonriente mientras observaba a los primeros hombres abrir los ojos y mirar asombrados a su alrededor.



En los violentos fuegos que arden dentro del Echeide desde donde Achamán contemplaba el mundo estaba el hogar de Guayota.  Donde Achamán representaba la vida, Guayota era la muerte, donde la creación, la destrucción. Guayota odiaba las criaturas con las que Achamán había poblado el mundo, y por encima de ellas a su última creación, los hombres.

Sin atreverse a atacarlos directamente por miedo a Achamán, el malvado Guayota tramó un, nunca mejor dicho, oscuro plan. Por medio de engaños atrajo a Magec, que llenaba el mundo de luz desde los cielos, hacia el interior del Echeide donde podía usar todo su poder para apresarlo.

El terror se adueñó del corazón de los hombres al darse cuenta de que había desaparecido el sol. Desesperados acudieron al mismo Achamán pidiendo que intercediera ante ellos. Lleno de ira, el dios se dirigió a la cumbre del Echeide, al gran cráter que daba entrada al reino de Guayota. Bajo él los fuegos se agitaban llamándole por su nombre. En medio de ellos Guayota esperaba, confiado al sentirse en su elemento.

Ausente Magec del cielo para marcar el paso del tiempo, los hombres fueron incapaces de saber cuántos días se prolongó la lucha. Bajo ellos la tierra temblaba incapaz de contener el terrible combate que se desarrollaba en su interior.

Cuando al fin llegó la calma, los hombres salieron de sus refugios y contemplaron como la cima del Echeide empezaba a brillar en la oscuridad. Los más agoreros se lanzaron al suelo anunciando a gritos la llegada de Guayota, que descendería rodeado de fuego para acabar con todas las criaturas vivas.

Pero en lugar de bajar por la ladera, la luz se hizo más fuerte hasta que fueron incapaces de mirarla, y así supieron que era Magec que escapaba. Tras él surgió Achamán, que corrió a cerrar el cráter tras de sí con una gran roca, justo a tiempo para evitar la salida de Guayota.

El dios de los infiernos luchó, empujó y golpeó la roca con todas sus fuerzas, generando tal terremoto que partió la isla donde estaba el Echeide en siete trozos, que ahora conocemos como Islas Canarias. En su montaña más alta, la que hoy llamamos Teide, sigue encerrado Guayota bajo la piedra que puso Achamán, el último cono blanquecino que corona volcán, y que recibe en nombre de Pan de Azúcar.

Desde ese día, cada vez que la tierra temblaba y el brillo del fuego asomaba en la cima del Teide, los antiguos guanches prendías numerosas hogueras por los campos. Unos dicen que para asustar a Guayota. Pero otros, sabiendo que el fuego es su elemento natural, afirman que es para que Guayota se confunda y, pensando que aún continúa en los infiernos, continúe su camino.

Teide2
El Teide con el Pan de Azúcar en su cumbre. Fotografía de darksidex.


Malapata sobre una leyenda de la mitología guanche.

Sunday, April 8, 2012

No fueron solo los elementos: el fracaso del Gran Designio de Inglaterra

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.) 


Portrait of Philip II of Spain by Sofonisba Anguissola - 002b
Retrato de Felipe II
de Sofonisba Anguissola (wikipedia)
"Contra los hombres la envié, no contra los vientos y el mar" es la frase que le atribuye su biógrafo Baltasar Porreño a Felipe II al conocer el fracaso de la que había sido su empresa más ambiciosa. El Gran Designio de Inglaterra era un plan de invasión que involucraba lo mejor de su ejército junto con una gran armada, "la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la Cristiandad", como la describió en una carta llena de preocupación uno de los capitanes ingleses que se enfrentó a ella.

Una jugada arriesgada que, de haber tenido éxito, habría cambiado de manera crítica el equilibro de poder en Europa.




Génesis del proyecto

La década de 1580 había empezado bien para el soberano español. Acaba de unir a su corona la portuguesa con todos sus territorios de ultramar, la amenaza turca en el mediterráneo había desaparecido de momento al estar su atención dirigida hacia sus fronteras orientales, y el tradicional enemigo de España, Francia, se hallaba en plena crisis interna, envuelta en una lucha entre católicos y protestantes. Pero, como si el principio de un cómic de Asterix se tratase, había un pequeño territorio que resistía tenazmente.



1579 Union d'Utrecht-es
Los Países Bajos españoles en 1579. En azul oscuro las zonas controladas por la rebelde Unión de Utrecht (wikipedia)

La guerra con los rebeldes de los Países Bajos duraba ya más de diez años. Diez años de avances y retrocesos que estaban resultado onerosos para la siempre escasa tesorería española. Desde 1577 se hallaba al frente de las tropas españolas Alejandro Farnesio, duque de Palma, uno de los más grandes generales de su tiempo y un experto en la guerra de sitio. Bajo su mando, los endurecidos tercios españoles estaban recuperando terreno poco a poco a los rebeldes, que empezaba a ver peligrar su causa.

Retrato de Isabel I realizado para conmemorar
la victoria sobre la armada española (wikipedia).
Puestos entre la espada y la pared, las Provincias Unidas buscaron ayuda exterior. Primero en Francia y luego, ante la impotencia de dicho país, se pusieron en manos de Inglaterra. No necesitaron mucho para convencer a su reina. Isabel I sabía que una victoria española supondría la irrupción de un vecino muy poderoso y potencialmente hostil al otro lado del canal. Soldados y subsidios empezaron a fluir hacia los rebeldes, al tiempo que realizaba una campaña de acoso marítimo al comercio español con las Indias.

Enfrentado a este nuevo jugador, Felipe tomó la que sería una de las apuestas más arriesgadas de su reinado en un intento de eliminar a Isabel del tablero, lo que sería conocido como el Gran Designio de Inglaterra.


El Gran Designio

Felipe II mandó reunir una gran armada en Lisboa, capaz de superar cualquier otra que los ingleses le opusieran y que debía navegar hacia el canal de la Mancha. Pero no con el fin de invadir Inglaterra, sino para servir de protección a la verdadera fuerza de invasión, formada por los endurecidos veteranos del duque de Parma. Estos cruzarían el canal en lanchas de desembarco para dirigirse luego hacia Londres mientras que la armada avanzaba por el Támesis cubriéndole el flanco.

Si Alejandro Farnesio lograba desembarcar la victoria estaría al alcance de la mano. Los ingleses no disponían de un ejército capaz de hacerle frente, ni de fortificaciones capaces de detenerle. En pocos días podría llegar a Londres para deponer a Isabel y colocar en su lugar a un rey católico favorable o, en el peor de los casos, lograr un acuerdo que garantizase la salida de los ingleses de los Países Bajos, que quedarían solos para enfrentar la siguiente acometida.

En cualquier caso no parece que el objetivo fuese una invasión completa de Inglaterra, una empresa demasiado ambiciosa para las capacidades (y, sobre todo, la tesorería) españolas. Eso sin descartar que el verdadero objetivo no fuese presionar a los ingleses para abandonar los Países Bajos con la amenaza de la invasión, en cuyo caso la armada podría desviarse hacia las costas de las rebeldes Provincias Unidas.


Primeros enfrentamientos

El 30 de mayo de 1588 partía de Lisboa la armada, una tremenda fuerza naval con más de 130, 19.000 soldados y 7.000 marineros al mando de Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Frente a él se encontraba Charles Howard, al mando de 105 naves, entre cuyos capitanes se encontraba un ya famoso Francis Drake, curtido en varios enfrentamientos contra los españoles.

Senyeres-Invencible-Plymouth
La Gran Armada navegando frente a las costas de Cornualles, cuadro pintado por Nicholas Hilliard, que luchó en la batalla (wikipedia).

Las primeras escaramuzas tuvieron lugar el 31 de julio en las aguas del canal de la Mancha. Se enfrentaban dos maneras de entender la guerra naval. La armada española seguía los principios que habían regido la guerra en el Mediterráneo durante siglos: un breve intercambio de proyectiles como anticipo a un abordaje que dejaba el resultado del combate en manos de las tropas embarcadas.

Frente a ellos los ingleses habían empezado a construir un nuevo tipo de barco más maniobrable, con mayor capacidad artillera y en el que no embarcaban soldados. Sin embargo el miedo a verse abordados por los barcos enemigos repletos de soldados hacía que disparasen sus cañones a demasiada distancia como para que pudiesen causar daño en los masivos cascos españoles.

Esto no era un consuelo para Medina Sidonia, que sentía aumentar su angustia a cada día que pasaba. Nada estaba yendo de acuerdo al plan. El primer paso debería haber sido utilizar su superioridad para destruir la flota enemiga, pero los ingleses habían rechazado los cebos que les había lanzado para llevarlos a un combate de abordaje y seguían hostigándole desde la distancia.

Pero lo que de verdad le quitaba el sueño era la falta de noticias del ejército de Parma. Todo el plan reposaba en la coordinación entre su armada y el ejército de Flandes pero, por más mensajes que enviaba avisando de su llegada, el duque de Parma seguía sin dar señales de vida. La angustia de Medina Sidonia crecía cada día que se acercaba más al final del canal, consciente de que no tenía sentido llegar a las costas de los Países Bajos sin saber la situación de Parma. Finalmente el 6 de agosto se vio obligado a dar a la flota la orden de anclar en las cercanías de Calais mientras esperaba noticias.

Los ingleses no estaban dispuestos a dejarle esperar tranquilo.


La batalla de Gravelinas

Al día siguiente al fin llegaron las tan esperadas noticias de Parma, que solo sirvieron para aumentar el nerviosismo en la armada. No había recibido ninguno de los mensajes hasta hacía solo unos días y, aunque había empezado a embarcar a sus hombres al momento, aún necesitaría unos días más para estar listo.

Unos días más. Medina Sidonia era consciente de lo que eso significaba. Unos días más anclados con la costa francesa a un lado y la armada inglesa al otro. Pero no tenía más alternativas. Los españoles no habían conseguido conquistar ningún puerto de aguas profundas donde resguardarse en los Países Bajos, y sus costas eran demasiado peligrosas, llenas de bancos de arena y corrientes desconocidas para los pilotos españoles. Y si se hacía a la mar y superaba las costas flamencas los vientos podrían hacer imposible la vuelta. No le quedaba más remedio que esperar y prepararse para el previsible ataque inglés.

No se hizo esperar mucho. Esa misma noche los vigías divisaron como iban a su encuentro seis brulotes, los temidos "barcos del infierno" cargados de material inflamable y explosivos. Los españoles estaban preparados para algo así y levaron o cortaron sus anclas dejando pasar las hogueras flotantes sin que causaran daño.

Launch of fireships against the Spanish Armada, de Aert Anthonisz.

A la mañana siguiente el sol iluminó a la escuadra española que se había reagrupado frente a Gravelinas. Los ingleses eran conscientes de que debían vencer a la armada española mientras todavía no había tomado contacto con la fuerza de desembarco. Ellos eran la única barrera que se interponía entre los españoles y su país y estaban dispuestos subir la intensidad de su ataque, poniendo en juego todo lo que habían aprendido en los enfrentamientos de los días anteriores.

Esta vez el almirante Howard ordenó a sus capitanes que acercasen sus naves tanto que estuvieran al alcance de un fusil. Sólo así conseguirían que sus cañones hicieran realmente daño en los masivos cascos españoles.

Durante todo el día se luchó, entre del estruendo de los cañones y los gritos de los heridos, mientras el aire se llenaba de olor a pólvora y el humo de los disparos lo cubría todo, hasta el punto que Medina Sidonia tuvo que subir a uno de los mástiles para poder observar como se desarrollaba el combate.

La armada española mantuvo su formación de media luna, enfrentados a los barcos ingleses que llegaban uno tras otro disparando sus cañones de proa y girando para disparar sus baterías de costado y luego las de popa antes de hacerse a un lado para dejar paso al siguiente barco. Así una y otra vez mientras los cañones españoles, inferiores en potencia, cantidad y pericia de los artilleros se veían incapaces de igualar su potencia de fuego. Los barcos estaban tan cerca que las tripulaciones podían escuchar los gritos de sus enemigos. En el fragor del combate uno de los barcos ingleses llegó a aproximarse tanto que uno de sus marineros saltó a abordar una nave portuguesa mientras que gritaba a sus compañeros que le siguieran. Evidentemente no lo hicieron y el valiente (o loco) fue despedazado.

El combate continuó hasta que los ingleses empezaron a notar la falta de munición. Al retirarse observaron estremecidos como la armada española seguía manteniendo su orden sin que pareciera haber sufrido daños de importancia. A pesar del intenso combate la amenaza parecía seguir tan presente como el primer día.

Routes of the Spanish Armada-es
Ruta de la Gran Armada, llamada luego
Invencible por la propaganda inglesa (wikiepdia).
Y, sin embargo, aunque no serían conscientes de ello hasta pasados unos días, la amenza de la armada española había desaparecido definitivamente. Había entrando en el mar del Norte y el viento en contra los alejaba cada vez más del ejército de Parma, y echando en falta las anclas que habían perdido al esquivar a los burlotes. Sus cascos, aunque enteros, habían sufrido por el cañoneo inglés y empezaban a escasear munición y provisiones. Tras consultar con sus capitanes Medina Sidonia dio la orden de volver a España bordeando Escocia e Irlanda.

En ese momento la armada, aunque castigada por la batalla anterior, conservaba aún toda su fuerza. Pero lo que no habían conseguido los cañones ingleses lo lograrían las tormentas. Durante el duro trayecto de vuelta se unieron los daños recibidos en los cascos con la falta de provisiones, apenas las suficientes para mantener con vida a una tripulaciones en las que se cebó la enfermedad. Agotados y enfermos poco pudieron hacer frente a los temporales que los empujaban contra las costas de Irlanda. Sobre todo los barcos de la escuadra de Levante, que no estaban diseñados para navegar en ese tipo de aguas. Durante el trayecto se hundirían casi un tercio de los barcos españoles, mientras que el hambre y las enfermedades acabaran con la mitad de los tripulantes de las naves supervivientes.


El Gran Designio de Felipe II había fracasado.


Analizando el fracaso

Aunque hubo quien echó en cara a Medina Sidonia su falta de experiencia y valentía, si hubiera que buscar un responsable del fracaso no sería otro que el mismo Felipe II. Desde el primer momento recibió advertencias sobre la dificultad de la empresa. Se sabía de la nueva forma de combatir de los ingleses y de la falta de cañones de gran calibre en la armada española, lo que hacía presagiar, como de hecho ocurrió, que sería prácticamente imposible inutilizar a la flota inglesa.

Además, la falta de puertos adecuados en manos españolas en los Países Bajos, junto con la dificultad de los barcos de la época de navegar en contra del viento fíaba todo el éxito del plan a una coordinación entre la armada y el ejército de invasión casi imposible de conseguir con las comunicaciones de la época.

Incluso de haber existido dicha coordinación, el ejército de Flandes tenía que superar el bloqueo naval al que lo sometían los bandidos del mar de las Provincias Unidas, conocedores del terreno y con barcos de poco calado que podían llegar donde los pesados galeones de la armada no podían siquiera asomarse.

Demasiados condicionantes en contra, que Felipe II rechazaba con la convicción de defender una causa justa y de que Dios se encargaría de velar por ella.

No fueron capaces los ingleses de aprovechar el mal estado en que retornó la armada al norte de España. Se envió una expedición (la contra-armada) al mando de Francis Drake que acabó en fracaso, dando a los españoles el tiempo necesario para reparar sus barcos y retornar al status quo previo a la expedición.

Los grandes beneficiados del fracaso de Gran Desiginio fueron precisamente aquellos que estaban en su origen. El fracaso español hizo que el partido que defendía abrir conversaciones con España en las Provincias Unidas fuera sobrepasado por los que querían continuar la lucha. Al tiempo perdido en preparar la invasión se unió la posterior decisión de Felipe II de trasladar a Parma y sus tropas para intervenir en la guerra civil francesa. Ya nunca volvería a tener la corona española otra oportunidad de retornar a su seno a los rebeldes, lo que acabaría con la definitiva división en dos de los Países Bajos, con unas Provincias Unidas independientes que se convertirían en la gran potencia comercial y marítima en los años por venir.



Entradas relacionadas:

Notas sobre la Gran Armada, donde se desarrollan algunos puntos que, por cuestiones de espacio, se han pasado por encima en esta entrada, como la expedición de Drake a Cádiz, la elección de Medina Sidonia como almirante o por qué la artillería naval inglesa fue tan superior a la española.


Fuentes: 
  • La Gran Armada, de Colin Martin y Geoffrey Parker; y
  • Maritime Supremacy and the Opening of the Western Mind, de Peter Padfield, cuyo primer capítulo, The Spanish Armada, es un estupendo resumen lleno del ritmo que le falta al libro anterior, más completo.