(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)
Cuando escribía la entrada sobre El fracaso del Gran Designio de Inglaterra me vi obligado a dejar fuera varios apuntes que, aunque interesantes, hubieran alargado aún más una historia ya lo bastante extensa. Veamos ahora como Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.
Cuando escribía la entrada sobre El fracaso del Gran Designio de Inglaterra me vi obligado a dejar fuera varios apuntes que, aunque interesantes, hubieran alargado aún más una historia ya lo bastante extensa. Veamos ahora como Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.
Drake ataca Cádiz
Fracis Drake, por Marcus Gheeraerts (Wikipedia). |
Uno de los problemas que tuvo que solventar la reina Isabel I de Inglaterra al organizar su defensa frente a Felipe II fue la falta de capital. Sus ingresos eran muy inferiores a los españoles y, además, no tenía acceso al abundante flujo de créditos que mantenía en marcha la maquinaria española. Para paliar esta ausencia de liquidez los ingleses recurrieron a expediciones mixtas en las que inversores privados corrían con parte de los gastos a cambio del botín que pudieran obtener.
Una de ellas fue la que comando Francis Drake en forma de ataque preventivo contra la armada que se estaba agrupando en Lisboa. La corona aportó seis buques, y el resto Drake, sus amigos y comerciantes londinenses. El 29 de abril de 1587 la expedición cayó por sorpresa sobre Cádiz, un puerto clave para enviar suministros a la armada y con menos protección que Lisboa. Se capturaron o destruyeron veinticuatro barcos españoles con abundantes provisiones para la armada, y pudo ser todavía peor, toma de la ciudad incluída, de no ser por la la apresurada intervención del duque de Medina Sidonia.
Defensa de Cádiz frente a los ingleses, de Francisco de Zurbarán (Wikipedia) |
Desde Cádiz la expedición puso rumbo al cabo de San Vicente desde donde impidieron el vital tráfico de pertrechos entre el Mediterráneo y las fuerzas que se reunían en Lisboa. Este bloqueo que, de haberse mantenido, pudo haber puesto en serias dificultades todo el proyecto de la armada, tuvo que ser finalmente levantado al no recibir refuerzos y, sobre todo, por la aparición de la disentería entre las tripulaciones (en aquella época las enfermedades eran una constante que suponían una infranqueable barrera para la duración de las expediciones marítimas). Además algunos barcos mercantes de la flota consideraban que ya habían sacado bastante de la empresa y retornaron a Inglaterra. Finalmente Drake emprendió el regreso, capturando antes un barco portugués con un valioso cargamento que terminó de redondear los beneficios de los expedicionarios.
La empresa resultó ser finalmente un éxito tanto en su vertiente privada, con grandes beneficios para los inversores, como en la militar, ya que, junto con la pérdida de los suministros y barcos, obligó a retrasar un año la partida de la armada.
Menos suerte tuvo un par de años después cuando Drake comandó una flota con la que Isabel I pretendía destruir los barcos supervivientes de la Gran Armada mientras eran reparados. Tras los enormes gastos que había supuesto la defensa de su reino el año anterior, Isabel se vio obligada a recurrir a inversores y aventureros privados para poner en marcha esta Contra Armada. Pero las diferencias entre los participantes, más pendientes de su propio provecho que de los objetivos de la misión, junto a los vientos en contra, convirtieron la expedición en un fracaso extraordinariamente costoso en un momento en que la corona británica tenía los cofres vacíos. Esto supuso la caída en desgracia de Francis Drake, que fue retirado del mando de las flotas inglesas.
El almirante que no quería serlo
Alfonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina Sidonia (Wikipedia) |
Cuando la Gran Armada partió de Lisboa, a su mando se encontraba Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Se trataba de un noble sin experiencia militar, y que había expresado de manera clara sus dudas tanto sobre sus capacidades como sobre las posibilidades de que la empresa triunfase. ¿Qué razones había entonces para que Felipe II le confiase su proyecto más ambicioso?
El primer elegido por Felipe II había sido Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había fallecido de tifus el año anterior mientras supervisaba la creación de la armada en Lisboa. Felipe II pensó que Medina Sidonia podía ser el recambio que necesitaba: había estado implicado en el proyecto desde el comienzo, era tremendamente rico (lo que siempre podía ser una ayuda para engrasar el funcionamiento de la armada), su posición como noble era superior a cualquiera otro destinado a la armada (imprescindible para evitar conflictos en una sociedad tan jerarquizada como la española) y, sobre todo, era un excelente organizador.
El marqués de Santa Cruz podía ser un gran almirante, pero bajo su mando la armada se había convertido en un desastre. Faltaban repuestos y provisiones, y las que había se echaban a perder en los almacenes mientras las tripulaciones enfermaban o desertaban. En estas circunstancias Medina Sidonia hizo valer su talento como organizador y en un año logró convertir el caos que se encontró en una armada lista para la acción.
Historiadores posteriores han echado sobre las vacilaciones de Media Sidonia parte de la culpa del fracaso de la empresa. El duque carecía de experiencia militar, y por dos veces escribió al monarca español poniendo en duda la viabilidad de la empresa. Sin embargo, también hay los que opinan que precisamente la prudencia de Medina Sidonia al emprender el regreso tras la batalla de Gravelinas la que logró salvar una parte importante de la armada. Otro almirante con mayor ardor guerrero podría haber seguido intentándolo en lo que podría haber sido un desastre aún mayor.
Los cañones españoles no estaban hechos para disparar... más de una vez
Los testimonios de los enfrentamientos entre las flotas española e inglesa, especialmente en la batalla de Gravelinas, muestran que la cadencia de fuego de los artilleros españoles era muy inferior a la de sus homólogos ingleses. Son varias las causas que se dan para explicar esto:
Primero que, a pesar de su menor tamaño, la flota inglesa disponía de mayor número de cañones de gran calibre, que eran los que resultaban efectivos en el tipo de combate artillero que se desarrolló entre ambas flotas. Los españoles tenían más piezas pequeñas, inútiles salvo que se llegase al abordaje, algo que los ingleses nunca permitieron.
La falta de cañones era cosa sabida entre los mandos españoles, lo que había provocado una intensa búsqueda durante los preparativos de la armada. Se forzó la producción, lo que dio lugar a que se embarcaran muchas piezas defectuosas, al tiempo que se recorría el imperio buscando cualquier cosa que pudiera emplearse, lo que ocasionó una disparidad de piezas, con calibres incompatibles entre sí, que contribuyó a dificultar la tarea de los artilleros españoles.
A todo esto se unía la filosofía de combate española, basada en el abordaje, en la que los cañones solo tenían tiempo a disparar una vez justo antes de que los barcos quedase trabados y empezase el combate cuerpo a cuerpo. Tras ese único disparo la dotación del cañón debía abandonar la pieza para ocupar sus puestos de abordaje. Frente a esto los artilleros ingleses estaban entrenados en disparar y volver a cargar lo más rápidamente posible.
Además los cañones españoles estaban montado sobre cureñas del mismo tipo que usaban los cañones de sitio, consistentes en dos grandes ruedas que sustentaban una plataforma alargada, tanto que en ocasiones ocupaban toda la anchura del barco. Esto no era muy importante si solo se pretendían disparar una vez, pero complicaba enormemente la operación de recarga frente a unos cañones ingleses montados sobre cureñas más cortas y móviles.