(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)
La imagen sobre estas líneas está tomada en el cráter del NgoroNgoro, junto al Parque Natural del Serengueti; un paraíso natural, una ventana al pasado de África en el que el tiempo se ha detenido, libre de la mano del hombre. O, al menos, eso es lo que pensaba al contemplar esos hermosos documentales de naturaleza que todos hemos dicho ver alguna vez.
Sin embargo no es así. Algunos de los parques naturales africanos más conocidos (Serengueti, Masai Mara, Tsavo...) no son la imagen congelada de un pasado inalterado, sino el resultado de una serie de catástrofes que sacudieron a la población africana en el tránsito del siglo XIX al XX.
El siglo XIX parecía estar acabando bien. Precipitaciones más elevadas de lo habitual en la mayoría del continente durante los años que van de 1870 a 1895 habían permitido poner en cultivo nuevas tierras y el aumento de la población. Cierto que el hombre blanco estaba empezando a mostrar su codicia y que continuaba el odioso tráfico de esclavos. Pero las cosechas llegaban con regularidad y zonas que antes eran de subsistencia llegaban al extremo de poder exportar sus excentes.
Y, de repente, todo cambió. Las lluvias comenzaron a disminuir, los lagos bajaron su nivel, los ríos dejaron de desbordarse y zonas como el
Sahel, que habían visto un gran incremento de población basado en veinticinco años de buenas precipitaciones, fueron azotadas por continuas sequías. Las cosechas murieron y llegó el hambre. Y una población desnutrida era pasto fácil para las plagas.
Al cólera, tifus y viruela se unió una nueva plaga traída desde Brasil: las
pulgas de areia o
niguas, unos insectos que viven en climas tropicales y subtropicales y que se introducen en la piel de los pies causando un intenso ardor. Aunque su tratamiento era sencillo, en un primer momento las poblaciones africanas estaban inermes ante una amenaza que desconocían. Hay registros de poblaciones de los Grandes Lagos que habían sido casi exterminadas por la viruela y en las que los supervivientes, los pies invadidos de niguas, eran incapaces de salir a recoger la cosecha, que acababa devorada por nubes de langostas.
Pero, por si todo esto no fuese suficiente, todavía faltaba por llegar la peor de las plagas. Una que ha sido considerada como la mayor catástrofe natural que ha azotado al continente africano.
La peste bovina llegó a África en 1889 a través de mulas importadas por los destacamentos italianos en Eritrea. Antes de que acabase el siglo se había extendido por todo el continente, dejando a su paso un reguero de animales muertos. Se calcula que nada menos que entre el 90 y el 95 por ciento de todo el ganado africano murió entre 1889 y los primeros años del siglo XX. Cabañas de miles de animales quedaron reducidas a unas pocas decenas. La peste no solo afectó a bueyes o vacas, también ovejas, cabras, junto con búfalos, antílopes, jirafas y otros muchos animales salvajes encontraron la muerte ante una enfermedad frente a la que no habían desarrollado defensas.
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Ganado sacrificado en Sudáfrica para evitar la expansión de la peste bovina a finales del S. XIX. Además de sacrificios de ganado, Sudáfrica construyó una gran cerca para impedir el paso de animales, con patrullas dedicadas a disparar a todo animal que se acercase. Todo fue en vano. He encontrado la misma fotografía atribuida a Texas A&M University y al Onderstepoort Veterinary Institute. |
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Al hambre y la muerte se unió además un profundo golpe psicológico para los pueblos que habían hecho del pastoreo su modo de vida. Las relaciones entre sus miembros estaban determinadas alrededor de la posesión de rebaños, cuyo tamaño marcaba el estatus de su propietario. Junto con sus animales, la plaga se llevó por delante los cimientos sobre los que se edificaba su sociedad.
Uno de los pueblos en sufrir este destino fueron los
Maasai, que se estima perdieron dos tercios de su población por el hambre y la viruela a finales del siglo XIX. La desaparición de su ganado trajo también otra consecuencia a nivel ecológico. Al pastar el ganado eliminaba los brotes de los árboles cuando apenas asomaban de la tierra. Sin este control natural los campos de pastoreo se llenaron en poco tiempo de arbustos y hierbas altas. Este era el terreno ideal para la expansión de la
mosca tsetse, fuente de enfermedades para hombres y ganado. La mosca había sido el gran impedimento para la expansión de muchas comunidades africanas, que habían ganado terreno al insecto lentamente a través de generaciones.
En poco tiempo los animales salvajes, inmunes a las enfermedades que transmite la mosca, ocuparon el terreno que una vez había albergado a prósperas comunidades Maasai. Cuando los conservacionistas europeos vieron aquellos paisajes salvajes creyeron estar frente un pedazo de África que había logrado mantener su esencia desde el origen de los tiempos. A partir de este error se crearon algunos de los parques naturales más famosos de África, paraísos que surgieron de la enfermedad y el hambre.
Notas:- Dos de las plagas a las que hemos hecho referencia, viruela y peste bovina, han sido las primeras enfermedades infecciosas que se han considerado erradicadas gracias a la acción del hombre.
- El estado en que se encontraban las poblaciones nativas debido a las hambrunas y plagas de finales del S. XIX está considerado como uno de los factores que permitieron a las potencias europeas repartirse el continente africano con relativamente poco esfuerzo. Frederick Lugard, un nombre fundamental en la expansión del imperialismo británico en África, escribió sobre la enorme devastación que la peste bovina había causado en el continente "que difícilmente puede exagerarse". Según él, la peste "ha favorecido nuestra empresa. Tan poderosas y belicosas como eran las tribus de pastores, su orgullo ha sido humillado y nuestro progreso facilitado por este horrible visitante. La llegada del hombre blanco no podría haber sido tan pacífica de otra forma".
- Los últimos Maasai del Serengueti fueron expulsados a mediados del siglo XX no por el hambre ni las plagas, sino por las autoridades coloniales británicas con el fin de preservar el parque.
Fuentes: Aunque he picoteado algo de Wikipedia, el grueso del texto proviene de
Africa: A Biography of the Continent, de
John Reader.