Hace unos días cachearon por primera vez a mi hija de cinco años. Volvíamos de unos días de vacaciones en Londres cuando un detector de metales del aeropuerto de Gatwick sonó al pasar y la registraron (eran los zapatos). A ella le extrañó esa súbita atención, pero no pareció afectarle nada. De hecho, cuando la policía se agachó delante suya y le indicó en inglés que levantara los brazos, la niña se acercó a la agente pensando que quería que le diese un abrazo. Al terminar le dijimos que se había portado muy bien, pero ella ya tenía la cabeza en otras cosas. No fue hasta un rato después cuando me puse a pensar a dónde habíamos llegado para que se considere normal cachear a una niña de cinco años.
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