Scrooge miraba fijamente la ventana por dónde acababa de desaparecer el espíritu de las navidades pasadas. Trató de cerrarla, pero las manos le temblaban tan violentamente que era incapaz de deslizar el pestillo. Se las quedó mirando: arrugadas, llenas de manchas y venas azules, las manos de un hombre que se acercaba al final de su vida. Una vida que...
"¡Tonterías!", exclamó mientras se lanzaba sobre su escritorio. Sus manos, de nuevo firmes, rebuscaban entre los cajones, arrojando al suelo pagarés, facturas, contratos. "¡Tonterías!". Tenía que estar por ahí, recordaba perfectamente haberla guardado sin pensar en tener que utilizarla nunca.
Al fin la encontró en medio de un fajo de letras de cambio. Él era Ebenezer Scrooge, y nunca había tenido que rendir cuentas a nadie. Su vida era suya, suyas sus decisiones, y ningún espíritu demoníaco tenía derecho a decirle cómo tenía que haberla vivido.
Acarició los bordes de la pequeña tarjeta mientras leía "¿A quién vas a llamar? Cazafantasmas."